Una vez más, justo frente a la efigie de Carlos Manuel de Céspedes, el iniciador de las luchas independentistas en Cuba, se reunieron los cubanos en la parte más antigua de la Ciudad de La Habana. A 150 años del levantamiento en la Demajagua, este encuentro habitual por parte de los trabajadores de la Oficina del Historiador, no perdió este martes la solemnidad y el patriotismo que le caracteriza.

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En su discurso Cordoví consideró como «el acto mayor de justicia», el momento en que Céspedes liberó a sus esclavos y los convidó «a la muerte y a la vida de una nación, de un pueblo por fundar. El mismo fuego que el pueblo y el machete redentor contribuyeron a fundar».

Una vez más, justo frente a la efigie de Carlos Manuel de Céspedes, el iniciador de las luchas independentistas en Cuba, se reunieron los cubanos en la parte más antigua de la Ciudad de La Habana. A 150 años del levantamiento en la Demajagua, este encuentro habitual por parte de los trabajadores de la Oficina del Historiador, no perdió este martes la solemnidad y el patriotismo que le caracteriza. Bastó que la Banda Provincial de Conciertos arrancara con las notas del Himno Nacional; ver las ofrendas florales colocadas frente a la imagen del Padre de la Patria; la confluencia generacional de niños, veteranos, todo el pueblo, para reconocer que el décimo día de octubre es una de las fechas más importantes del calendario de los nacidos en esta Isla. El punto que marca el nacimiento de la nación.

El encuentro de este martes estuvo presidido por el Doctor Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad de La Habana; la General de Brigada «Teté» Puebla Viltre y el Héroe de la Revolución, Cuba Harry Villegas «Pombo»; Reinaldo García Zapata, miembro del Comité Central y Presidente de la Asamblea Provincial del Poder Popular; Rodolfo Cándano Quintana, Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC) en el municipio; y Yaquelín González López, miembro del Buró Político del PCC.
Junto a ellos se encontraban trabajadores de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, representantes del Partido y el Gobierno de la capital, miembros de la Academia de Historia, de la Asociación de Combatientes, y niños de varias escuelas del Centro Histórico habanero.

Las palabras centrales del acto estuvieron a cargo del historiador Yoel Cordoví, vicepresidente del Instituto de Historia de Cuba, quien rompió el silencio cuestionando: «¿qué cubano que transita por esta Plaza [de Armas] no se ha detenido al pie de la estatua del Padre de la Patria?».
«Del apacible mármol irrumpe entonces en un siglo teñido por sangre y melaza, la figura de Carlos Manuel de Céspedes – expresó Cordoví –. Hace 150 años, el abogado bayamés y un grupo de hacendados del Oriente cubano dejaron sus bufetes y clientelas, sus propiedades y familias, para reunirse en el ingenio Demajagua. Era apenas el inicio de aquella fuerza volcánica, anunciada por el pedagogo José de la Luz y Caballero, cuando todavía, en la siempre fiel Isla de Cuba, parecía muy lejano el "Ayacucho" cubano».

«El iniciador de la gesta se levantaba sobre los siglos de coloniaje para dedicarse desde entonces a la afanosa tarea de fundar una nación y un pueblo libre (…) No fue más grande cuando proclamó su Patria libre, sino cuando reunió a sus ciervos y los llamó a sus brazos como hermanos», dijo el Historiador citando las crónicas de José Martí sobre Céspedes en el glorioso día del alzamiento.
El también miembro de la Academia de Historia de Cuba significó que «la Damajagua fue más que un instante de convergencia de centenares de hombres en la finca del abogado bayamés, prestos a tomar las armas contra la metrópoli hispana». En su discurso Cordoví consideró como «el acto mayor de justicia», el momento en que Céspedes liberó a sus esclavos y los convidó «a la muerte y a la vida de una nación, de un pueblo por fundar. El mismo fuego que el pueblo y el machete redentor contribuyeron a fundar».

El torbellino inicial del levantamiento en armas de Céspedes, fue un arranque que «trastocó y removió cimientos, materiales y espirituales». «El momento fue el preciso, pese a la prisa, el desacuerdo», recordó el historiador cubano y citó a Céspedes cuando este dijo: «Nadie ignora que España gobierna a la Isla de con un brazo de hierro ensangrentado. Cuando un pueblo llega al extremo de degradación y miseria en el que nosotros nos vemos, nadie puede reprobarle que eche manos a las armas para salir de un estado tan lleno de oprobios».
«El levantamiento era un hecho (…) del mismo modo que en los meses siguientes lo harían Camagüey y Las Villas en una Isla que de punta a punta, en diferentes centros conspirativos, incluidos los de la compleja Habana, se produjeron pronunciamientos e intentos de levantamientos armados», recordó Yoel Cordoví.

El Primer Presidente de la República de Cuba en Armas denominó aquella mañana del 10 de octubre como «el grito mágico de libertad», señaló Cordoví, «por los principios que le animaban, el sustento ético de la Revolución (…) un movimiento revolucionario de carácter independentista y abolicionista».
«El ímpetu de Céspedes, al que aludiría Martí: Esa fuerza telúrica capaz de arrastrar como lava a hombres y mujeres de los más diversos sectores, capas y estratos de la sociedad, que habrían de integran y ensanchar en lo jurídico y en la praxis la concepción de pueblo», citó Cordoví en su intervención.
El historiador hizo un recorrido por los basamentos éticos de la Revolución del ’68 y los hombres que la llevaron a cuestas, hasta el momento en el que quedó truncada la gesta independentista a finales del siglo XIX por la intervención norteamericana.


«Imposible entender, por tanto, la lógica de las luchas sociales y las revoluciones del siglo XX en Cuba, incluida desde luego la protagonizada por la generación del Centenario, concibiéndolas como hechos aislados, desperdigadas de un proceso troncal cuyas coordenadas remiten irremisiblemente al inicio de la guerra de los Diez años o Guerra Grande, punto de partida marcado en nuestro imaginario por el tañer de la campana de un ingenio, como si aquel sonido que convocaba hasta entonces a las faenas del campo irradiara de repente con su nueva simbología hacia todos los siglos. Y así fue. El 10 de octubre de 1868 Céspedes encendió la llama, y a través del fragor de los combates, como expresara el poeta cubano Cintio Vitier, la Patria se hizo visible para todos», concluyó el vicepresidente del Instituto de Historia de Cuba en una brillante alocución.

Tras las notas del Himno del Invasor, interpretadas en la Plaza de Armas por la Banda Provincial de Conciertos, la segunda parte del acto se trasladó a la Sala de las Banderas del Museo de la Ciudad, antiguo Palacio de los Capitanes Generales, donde se entregó el carnet del Partido a los nuevos ingresos, de manos de los representantes del organismo en el municipio y del Historiador de la Ciudad de La Habana.

Thays Roque Arce
Habana Radio

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