Días antes de finalizar el 2004, el artista Bonachea había dado las últimas pinceladas. La obra estaba lista. Un enjambre de colorido, atrapado en un cubo casi perfecto, nos representaba un paisaje peculiar. Entre una vegetación y animales de ensueños, una vista nueva había adquirido su poética de pintor expresivo. Y no es que hubiese renovado su paleta o las bellas distorsiones que logra impregnarle a cada una de sus figuraciones. Esta vez, a una escala diferente, teníamos otra manera de apreciar y sentir la majestad de su pincelada personal desde distintos ángulos.
Para algunos curiosos, ha llegado el momento de comprobar la efectividad de sus fantasías cromáticas de manera espacial. Este es un aspecto que insinuamos en las últimas líneas del texto que, sobre Vicente Rodríguez Bonachea, publicara
Opus Habana (Vol. VI, No. 2, 2002). Entonces, nadie hubiese pensado que un tiempo después este creador tendría la posibilidad de desplazar sus «pinceles» por las amplias paredes de un local. Un soporte difícil, agotador, no sólo para él, sino incluso para algunos de nuestros artistas contemporáneos. Pero eso sí, maravilloso para cualquier realización que evoque a la llamada pintura mural.
Bonachea tenía una misión artística: cubrir las paredes y el techo de un pequeño establecimiento de la calle Mercaderes, destinado para la venta de muñecos elaborados de manera
artesanal «en series estrictamente controladas y con materiales de primerísima calidad», según se lee en una diminuta tarjeta que pende de ellos.
Ante miradas e interrupciones múltiples, debía crear una gran obra. Era una verdadera incógnita el resultado. Con los días tendríamos una de sus más recientes pinturas, realizada fuera de su entorno íntimo y de los tradicionales soportes de expresión. Varios han sido los empleados por él. Desde botellas –y hasta un auto en la lejana Europa– le han servido como sostén para su torrencial poético. Con su arte, esos objetos han quedado redimensionados. La maravilla de su pincel no tiene límites prefijados. Más allá del lienzo puede Bonachea alcanzar la inspiración. Y en más de una oportunidad ha ido a su encuentro.
Después del encantador vitral de su taller de trabajo –otro logro suyo– creo que con esta tienda alcanza el artista una propuesta de un mayor alcance. Su obra requería expansión ilimitada; ya no bastaba con sus dibujos, pinturas o grabados. Hacía falta además sentirnos inmersos en el sello visual que le es peculiar. Requeríamos algo más que la visión unidireccional; era necesario que el artista abarcara incluso… la pared.¹ Y en este caso, los más agradecidos serían los niños, quienes poseen el don de señalar la belleza sin tartamudeos.
Quienes traspasen la puerta de entrada advertirán el encanto de su paleta e imaginación. En su interior, bajo el efecto de una ambientación que puede superar a un libro de ilustración infantil, los adultos desearían volver a ser niños, y estos últimos, infantes por siempre. El espacio es propicio para sentir con placer cada porción «ilustrada», incluidos los detalles. Bastaron la fantasía y un aluvión de acrílico.
La rapidez era inminente, no hacía falta pintar al fresco. Bonachea ha demostrado –como otros– las ventajas de pintar en grandes paredes con el acrílico. Antes fueron el lienzo pegado a una pared, la técnica al fresco…² Ahora nuestros muros reflejan el arte y la técnica actuales.
Esta pintura (mural) forma parte de la ambientación proyectada por el arquitecto Nguyen Rodríguez, vicedirector técnico constructivo de la Dirección de Patrimonio (Oficina del Historiador). En este espacio comercial debían conjugarse la pintura de Bonachea con elementos tridimensionales –una cabaña, una gruta-mostrador, un puente, la rueda de un molino de agua–, creados por los escultores Aramís Justiz y Guillermo Estrada.
Así, de la mano de un arquitecto y tres artistas sería factible alcanzar un diseño fusionado, una sola obra: la tienda de «Muñecos de leyendas». En la calle Mercaderes entre O´Reilly y Empedrado ya es una realidad este ensueño de fantasías.
¹ Aunque con anterioridad, alrededor de 2001, Bonachea había tomado pictóricamente las paredes del restaurante italiano del capitalino Hotel Panorama.
² De nuestros muralistas que hicieron uso de la pintura al fresco, Arístides Fernández fue uno de los «aflijidos» con esta técnica, la cual desconocía y deseaba aprender.