Estamos asistiendo hoy a una celebración de la luz, al descubrimiento de la otra cara de la luna, a la concreta e íntima esencialidad de una criatura deslumbrante, al bautizo de una pieza sin artificios pero con suprema belleza y natural donaire:
Cosme Proenza. Obras 1993-2004; un objeto de hechizo –como la piedra rúnica mesopotámica, o el talismán que dormita en la universalidad– para ser cubano.
Esta obra de elaboración delicada y finísimo gusto nos muestra un devenir, una vida aún inocente y prístina que ya ha dado a la pintura cubana una hondura mágica, ataviada de múltiples sentidos, sustancias, olores y colores que revelan una creatividad
sui generis unas veces barroca, otras expresionista o figurativa, pero siempre trascendida por una intención paródica que recoge de la historia y de los clásicos los más afinados timbres para hacerlos resonar en la cavidad de lo postmoderno. Joya de nuestra bibliografía este libro que disfrutarán ustedes es un
scerzo que cimbrará en nuestras manos.
Los seres que viven en él, ajenos al canon o la moda convencional salen de la cabeza del genial artista que es Cosme Proenza, y de su intrincado y onírico mundo interior.
Digno de su obra plástica, este bello libro es –como ella– elegante y pulcro, majestuoso y clásico. Sí, ya es un clásico de la iconografía bibliográfica de la plástica cubana. El ejemplo para todos nuestros artistas de cómo hacer una obra que reúna lo mejor de sí; una antología personal donde lo edénico y lo sensual se expresa en alegorías sin fronteras que van desde el Renacimiento hasta nuestros días.
En este delicado objeto que pronto tendremos en nuestras manos el tiempo y las fronteras se borran, se diluyen, para con guiños traviesos burlar las convenciones todas en que hemos vivido los seres humanos.
José Martí dijo de los
Cromitos Cubanos de Manuel de la Cruz, que era un libro tan hermoso que daban ganas de
besarlo. Entenderán ustedes de nuevo a Martí y podrán constatar que aún hoy –en la era del Internet y la fibra óptica– nada se acerca más al corazón que un libro así, gusto de la vista, inspiración de los sentidos, mística de la poligrafía, escándalo editorial.
¡Qué pobres son –en efecto– las palabras ante un hecho así!, ante la imagen de metáforas confabuladas que permiten captar el parpadeo de una hormiga y el vuelo del colibrí como escribiera Eusebio Leal.
Pocas obras de arte cubanas muestran un virtuosismo tan inusual, pocos libros caen en las manos como un regalo de Zeus y Afrodita, rociados del agua pura y celestial que es fuente de la obra de Cosme Proenza.
Felicito a todos los que han tenido que ver con esta obra, los que han pulido cada uno de sus ángulos, los que han logrado que las vetas y jardines de la mismísima joya que en unos minutos acariciaremos, refulja con destellos de sueños y vigilia. A Héctor Delgado, fotógrafo, a Jane McManus, traductora, a la coordinación de María Caridad Caballero, a Rubén Casado, infalible corrector, a Erick Coego y Ihosvany del Valle por el diseño y realización y a Da Vinci de Cuba por la impresión y fotomecánica.
Y a ti Cosme, gracias por tu obra, maravilla de la plástica cubana.
Yo sé que como en tu óleo de 150 x 220 centímetros,
los dioses ahora mismo nos escuchan.
(Palabras de presentación del libro-catálogo Cosme Proenza. Obras 1993-2004)