¿De dónde proviene la intensidad de las criaturas de isla? Una energía femenina parece rodear como un aura, a estas mujeres; tan diferentes entre sí y a la vez con tantas razones comunes para convivir y compartir un mismo espacio.
La isla es el espacio real que las contiene e incluso las retiene. Como muchos otros símbolos de la pintura de Alicia de la Campa, este tiene un aspecto dual: por una parte alude a la soledad, al retraimiento y la separación en un territorio aislado y retirado en medio del océano y por otra representa también la aventura de la conquista y la seguridad de la tierra firme frente al embate de las olas.
Sus mujeres conviven en una isla y son islas en sí mismas, ofreciendo esa ambivalencia de protección y destrucción que es el centro mismo de su discurso pictórico. Como muchas otras artistas, Alicia pinta lo que mejor conoce: a ella misma, y a partir de su cuerpo y su carne, de los sucesos que rodean su existencia, enjuicia todos los avatares de la vida.
Es evidente la autorreferencia y más aún la insistente laceración de sí misma; como si a través de sus «llagas» fuera posible exorcizar todos los males que la rodean. Desde hace más de una década, la figura femenina fue convirtiéndose en el centro de su discurso, y sirvió para explicar las razones de este, pero sin desplazar una serie de personajes y símbolos que la han acompañado durante tanto tiempo.
Es posible que las «Criaturas de isla» posean una energía más contenida que la mayoría de su producción como artista y que la fuerza expresionista y grotesca se haya contenido con el tiempo; pero tampoco estas obras, más metafóricas o líricas han perdido su condición de arma y a la vez escudo. La belleza de las mujeres –conformada a partir de influencias que la artista no niega sino que re-orienta según sus intereses– es el medio, la carnada o para decirlo poéticamente, el canto de sirena que atrae la mirada sobre los lienzos, cargados de historias y valoraciones sobre la condición humana.
Casi de contrabando va introduciendo pormenores de la vida que van más allá de la contemplación del cuerpo femenino desnudo, de las flores que generalmente se relacionan con la condición de mujer, de la sensualidad o la provocación de los rostros que miran directamente como una invitación o una propuesta. La vida, la muerte, las pérdidas definitivas o parciales, el abandono, la soledad, el paso del tiempo que incluye el envejecimiento del que no podemos escapar, la naturaleza inasible del éxito o el reconocimiento social, la inseguridad y lo efímero de la paz interna están contenidos en estas figuras, a veces explícitamente femeninas, otras ambiguas o andróginas.
El agua está presente, directa o insinuada, en cada momento: en la caída de los pliegues de los velos, en la sinuosidad de los cuerpos, en los peces –figuras escurridizas, rápidas e inatrapables, posiblemente los guardianes del alma de la artista– o en ella misma, rodeando la isla y a sus criaturas.
El agua, germen y riesgo, infinitud y límite, construcción y destrucción, orden y desorden, pero en fin, materia purificadora y fecunda.
La tríada mujer-agua-isla transita por todas las obras; cabalga sobre caballos de juguete, se traslada sobre peces más o menos humanos que se indefinen como especie de barca que las trasladará definitivamente, para convertir a la isla en objeto móvil, trasladable y por ello libre; se sienta a la mesa con todos los personajes de sus sueños, sube a la escalera en busca de protección e intenta con ello cambiar de nivel, acercarse a la cima.
Dentro del muro protector, protegidas por diosas lunares, a salvo bajo el manto del pavorreal y acompañadas de un corazón extra que llevan en las manos como un amuleto, las criaturas pueden contener su rabia y mostrarla sonriendo e incluso con rostros boticellianos, tranquilos y evadidos de la ira y el dolor, en gestos y expresiones que hacen más inquietantes la exploración en el
yo herido.
Pero, y aún con del torso espinado, muy a pesar de las pérdidas e incluso superando la inseguridad del viaje; este exhibicionismo del dolor –en el presente contenido e indirecto– no es más que una provocación positiva, el recordatorio al acto de alimentar la raíz de la esperanza, el grito de guerra de tantas mujeres: ...
mantente firme».