Con gran poder de síntesis y un estilo directo, ágil, contenido, pero que rezuma sensibilidad para con el tema –pues como el mismo título indica: se trata de todo un «amor»–, Cabré repasa los hitos de esa relación anticipada desde el mismo momento en que Cristóbal Colón tocó tierra cubana, el 27 de octubre de 1492.
Bastaría atenerse a la tesis de Luis Ulloa sobre el presunto origen catalán del Almirante de la Mar Océana –que la autora emplea con gancho– para que el lector se sienta atrapado por tal evidencia y se pregunte cuáles otras figuras, más o menos reconocidas, comparten idéntico origen en su vínculo con Cuba.
Pero antes deberá acompañar a Tate Cabré en un recorrido apasionado –literario y fotográfico– por La Habana y las principales ciudades de la isla. En su primer viaje, ella sacó fotos de manera compulsiva que, al volver a contemplar, le indicaron que «allí había un tema, un tema en el que me reflejaba y me encontraba a mí misma», según confiesa en la presentación del libro.
«En el paisaje de La Habana había algo que me intrigaba poderosamente y hacía que me sintiera como en casa», afirma también en sus palabras introductorias, y ese sentimiento da la clave para entender la excelencia de su reportaje fotográfico, que puede disfrutarse independientemente del texto escrito. Imágenes que saben captar con igual lirismo tanto los detalles de la arquitectura como del paisaje natural, algunas bellísimas, y que fueron combinadas por el diseñador gráfico, de modo que nunca se desdeña información en aras de pretensión artística, sino que ambos presupuestos –el informativo y el artístico– se complementan inteligentemente.
Tate Cabré se impuso la ardua tarea de recorrer más de cinco siglos de historia, para lo cual dividió el contenido en igual número de capítulos.
El primero de ellos trata sobre la aventura americana y hurga, como ya se ha dicho, en el origen judeocatalán de Colón, atizando esta polémica que «en el siglo XXI todavía sigue siendo un debate vivo en internet», al decir de la autora.
La intriga colombina le sirve de preámbulo para abordar un tópico de la historiografía iberoamericana: el de la tardía incorporación de los catalanes a la carrera de Indias debido a la prohibición impuesta por los Reyes Católicos en el siglo XVI. Hasta que en 1778 se aprueba por Carlos III el decreto de libre comercio y, desde los puertos de Barcelona y Els Alfacs, comienza legalmente el trasiego con el continente americano.
Pero antes, y también después de esa fecha, algunos catalanes desafiaron la ley y llegaron por cuenta y riesgo a Cuba. Entre ellos varios corsarios y filibusteros como Pepe el Mallorquín, quien dejó sus huesos en la Isla del Tesoro, hoy Isla de la Juventud. Tate nos lo cuenta con deleite, como si amasara el tema de un próximo libro.
Fue sin dudas el siglo XIX el gran momento económico para los empresarios catalanes en América. A relatar cómo se gestaron algunas fortunas catalano-cubanas –incluidas las basadas en el tráfico de negros esclavos– se dedica el segundo capítulo.Aquí, al igual que en los demás temas históricos, Cabré prefiere contrastar opiniones para dejar cabos sueltos que, si bien pueden resultar contradictorios y hasta confusos, le permiten perseverar en su tesis principal: que Cuba le debe mucho a Cataluña y viceversa.
Esa tesis de la influencia recíproca alcanza su punto álgido en el último capítulo, al analizar el retorno de los catalanes a su patria, portando otras costumbres y hábitos que los diferenciaban de sus coterráneos y los convertían en «indianos».
Con sólo una frase se resume ese proceso de ida y vuelta: «Fue un apretón de manos interoceánico».
Pero es, sin dudas, en los capítulos tres y cuatro donde la autora demuestra un perfecto dominio del tema, que le permite profundizar –sin renunciar a la polémica y el contrapunteo– sobre el legado catalán en la arquitectura cubana, el llamado «modernismo», así como en las artes y las letras.
Teniendo como referente sus excelentes trabajos divulgativos sobre la obra de Gaudí, muchos de ellos publicados en el diario
La Vanguardia, la periodista inserta sus propios y fundamentados criterios entre las opiniones de los arquitectos cubanos consultados.
Así, Tate Cabré aporta su grano de arena a la justipreciación de esa huella arquitectónica, «esa hermosa relación entre el amor y las piedras, reflejo y sentido raigal de la casa, morada, hogar y heredad», según la cataloga Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad, en su prólogo a
Cuba y Cataluña, un amor que hace historia.