El fauvista Matisse insistió siempre a sus alumnos en el riguroso aprendizaje del dibujo como base fundamental para toda la creación plástica, y Diego Torres Rodríguez (La Habana, 1970) con ese espíritu de rescate del magisterio otorga a este una importancia vital. Allí donde parece predominar la mancha de color puro, vigoroso y llameante, originada por una pincelada suelta y expresiva, es la línea la que constituye los sistemas-forma. El alto contraste y las tensiones intensifican la expresión de lo emocional de cada uno de los paisajes que son realmente metáforas del tiempo.
Uno de los géneros más antiguos dentro del arte universal es, sin dudas, el paisaje, y dentro de la pintura cubana es también uno de los primeros, cuyos antecedentes se remontan al siglo XVII. Este tema, es seleccionado por el artista para hablar de una geografía que ponencia el mensaje artístico de un tiempo. En su bregar pictórico, el creador –graduado de la Academia de Bellas Artes (1996)– se remite al legado de los grandes maestros de la pintura, no con el deseos de legitimizarlos, sino de valerse de ellos para expresar contenidos locales y en buena medida también universales. Pues, su pintura es de naturaleza eminentemente
conceptué y constituye una propuesta artística elaborada a partir de imágenes referenciales que evocan siempre, aparte de lo que éstas representan. Es, en unas palabras, un artista contemporáneo cuya obra llega a la sensibilidad del espectador porque ha logrado una calidad extraordinaria, con un conocimiento exhaustivo de la pintura, y sobre todo con esa sabia manipulación del dibujo y la perspectiva que le permiten manejar un realismo que, en algunas ocasiones, se acerca al hiperrealismo.
La memoria del paisaje, real o pictórico, se torna en él una materia de extraordinaria fluidez y maleabilidad. Acercarse a la espiritualidad del ser humano y llevarlo a la naturaleza son motivaciones del creador. En su más reciente exposición habanera «Restos de Viajes», Diego Torres evoca, de manera intimista y personal, nuestro paisaje insular que parece apreciarse desde nuestra mente, coloreado por la imaginación y salpicado de un tono humano, creativo, en el que cada uno puede encontrar su espacio. Como el propio artista refiere: «Abordo el paisaje de una manera más alejada de la forma tropicalista habitualmente esgrimida por disímiles artistas acerca del entorno, pienso que después de incluirlas en nuestro hacer, la escuela de Tomás Sánchez, desde mi punto de vista, debe tomar otro cariz. Dentro de esto, prima una necesidad espiritual, no sólo por los nuevos valores que entrego, sino por el ajuste del lado humano. En estas obras fundo otras ideas dentro del paisaje, que sin que su presencia sea aquí la protagonista, se comporte como un elemento más para dar paso a la reflexión».
Tanto por la equilibrada y elocuente disposición en el espacio, que establece un diálogo de orden global sobre la poética de la que se nutren las piezas singulares, como por la delicada y libre invención desarrollada en cada una de ellas, la muestra «Restos de...» de Diego Torres irradió un particular encanto. Si algo caracteriza de manera global la pintura del artista es su notoria capacidad para la creación de todo tipo de imágenes, nuevas en apariencia, pero conocidas, familiares, en el fondo. Son imágenes referidas al universo, al mundo que nos rodea y en el que nos movemos.
(Palabras al catálogo de la muestra «Metáforas del tiempo», de Diego Torres, inaugurada en la galería del Palacio Lombillo el 8 de diciembre de 2005).