Inclinado sobre la mesa, cubierta toda ella de las artes del oficio del orfebre, pasa el artífice horas dando forma a los metales preciosos, y hasta parece que juega cuando – en el dédalo de sus pensamientos– toma las piedras del cofre para ordenarlas sobre los pliegos de papel donde, con trazo firme, dibujó sus diseños.
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Como alquimista iluminado sueña con la pieza absoluta, con la más atrevida, novedosa... Nada resiste a su capricho, ni las raudas mariposas tornasoladas, ni las raras caracolas del Mar de la China, y es que la naturaleza es su fuente de inspiración. De ahí que aparezcan ante él – renovada visión del paraíso– las más exóticas criaturas.
No sabe el artista cómo corresponder al encanto y sugestión de los que admiran su talento, de los que han de lucir joyas cuyas pátinas perfectas, cubren con pudor el destello suntuoso del oro o la plata.
Genio completo Rafart es, como Cellini, escultor. Y como aquél es capaz de modelar desde una escultura hasta un vaso, o una pieza para el servicio de la mesa más refinada. Los mármoles antiguos que suelen encontrarse aún en La Habana, y las piedras oscuras y brillantes del Oriente y el Occidente de la Isla, son sus materiales predilectos.
¿Qué se proyecta desde tanto oficio ejercitado con paciencia sin límite? Su amor a la belleza, que le rodea siempre.
p100 El hombre piensa como vive; la casa es reflejo de ello como si se tratase de un pequeño orden universal. La suya, es su retrato.
A este incansable creador de jardines, coleccionista de especies poco conocidas, al sibarita que ama la callada luminosidad del marfil, el contorno de las porcelanas y las lacas de Coromandel, se le descubre en el detalle; pero – extraño que parezca– a tan incansable atesorador no le alcanzan las manos para dar, y resulta insuficiente el corazón generoso para acoger cuanto ama y defiende.
Raro es hallar entre los mortales a quien sepa del vuelo del águila y de la ternura, al acariciar la cabeza de un niño.