Cuentan que Alfonso Reyes describió el retrato de Martí en tabla pintada al óleo por Jorge Arche como «desnudo de prendas convencionales, superior a las contingencias», y vaticinó que esa representación pictórica «bien podrá llegar a ser el Martí de la posteridad».
Más de medio siglo después de la aseveración del gran intelectual mexicano –expresada con motivo de la presentación de dicho cuadro en México, en 1947–, el crítico y profesor Jorge R. Bermúdez reprodujo esa obra emblemática en su Antología visual. José Martí en la plástica y la gráfica cubanas (2004), pero ya como un ejemplo más dentro de esa iconografía constante, infinita, que hacía reconocer al antologador: «Comprendí que había un Martí para cada cubano y para cada época importante de Cuba. Asimismo, para cada pintor, para cada grupo de pintores, para cada tendencia de la pintura. También para cada momento difícil, personal o nacional».
Ese juicio refrendó la selección –cerca de 50 artistas–, entre los cuales debió aparecer Lorenzo Santos (Losama) y su inusitada propuesta: estas tablas con la representación de Martí en un estilo de remembranza gótica y/o bizantina que remite a la primigenia función cultural de la obra de arte, orientada en su caso hacia la íntima devoción personal por la figura del Apóstol.
Ahora, bajo el título de «Los restos del alma», en la galería del Palacio de Lombillo se han reunido varias de esas piezas, entre las cuales sobresale el Vir dolorum de Martí, con la bandera cubana a modo de túnica y su semblante entre resignado y apacible, como si soportara calmadamente el dolor según la frase que escribiera en carta a su amigo Gonzalo de Quesada: «En la cruz murió el hombre en un día: pero se ha de aprender a morir en la cruz todos los días».
La enjutez de la figura remite inmediatamente al Cristo de Cimabue, en la iglesia de Santa Croce, en Florencia, a la par que nos incita a especular sobre la inspiración franciscana –tan afín también a Giotto– en la poética de este pintor cubano, uno de los más serios cultivadores del arte sacro en la Isla.
Porque Losama no extrapola códigos y referentes del Medioevo con un mero afán neohistoricista, sino que ha ungido sus tablas hasta conseguir esta nueva imagen de Martí que parece encarnar al santo de Asís cuando predica a los pájaros.
«Yendo el bienaventurado Francisco a Bevagna, predicó a los pájaros; y estos estiraban con regocijo sus cuellos, tendían sus alas, abrían sus picos, le rozaban el sayal; y todo ello lo contemplaban los compañeros del Santo que lo esperaban al borde del camino», escribió Giotto al pie de la obra suya que representa esa escena en la Basílica de Asís.
En lo adelante, a partir del siglo XIII, todos los maestros del arte religioso se inspiraron en ésta y otras historias para legarnos una iconografía que ha representando a San Francisco, además de acompañado por pájaros, con el conejo agradecido en su falda tras salvarlo de una trampa, o al feroz Lobo de Gubbio, milagrosamente apaciguado por el santo, junto a otras narraciones como la del halcón que se posó en el hombro de éste o las abejas que rondaban amorosamente su cabeza. De ahí que en 1980 el Papa Juan Pablo II proclamara a Francisco de Asís patrón de la Ecología.
Y es precisamente la dimensión ecologista –entendida así, como identificación espiritual con la Naturaleza– uno de los pilares del culto martiano en Losama, quien es capaz de revelarnos el sustrato místico del Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos en descripciones como ésta:
«La noche bella no deja dormir. Silba el grillo; el lagartijo quiquiquea, y su coro le responde: aún se ve, entre la sombra, que el monte es de cupey y de paguá, la palma corta y espinada; vuelan en torno las animitas, entre los nidos estridentes, oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima –es la miríada del son fluido: ¿qué alas rozan las hojas? ¿qué violín diminuto, y oleadas de violines, sacan son, y alma, a las hojas?¿qué danza de almas de hojas?».
Gracias a las tablas de Losama podemos comprender que Martí –como San Francisco de Asís– predicaba a los pájaros.
(Palabras al catálogo de la exposición «Los restos del alma», inaugurada la tarde del 2 de junio de 2006 en la galería de arte del Palacio de Lombillo).