Al dialogar con el creador, el público se involucra en estos domingos pradenses que le ofrecen la feliz ocasión —siempre única e irrepetible como la propia obra de arte— de asistir a la gestación y culminación de un producto artístico como tal, con las consabidas diferencias que le aporta cada individualidad creadora.
Entre las propuestas que propician el intercambio permanente entre anfitriones y asistentes, se hallan las clases de apreciación de las Artes Plásticas a niños y adolescentes, que imparte uno de los pintores integrantes del Proyecto, y el taller de grabado para adultos, a cargo de un colectivo de destacados artistas.
Tras haber efectuado seis muestras colectivas en diversos escenarios de la Habana Vieja, los pintores del Prado tienen previsto para un futuro no muy lejano la realización de murales en centros educativos de la comunidad, entre otros, la Secundaria Básica Rubén Bravo y la Escuela de Discapacitados Emma Rosa.
Ellos han apoyado, además, diversas actividades del gobierno y de diferentes instituciones de la Habana Vieja para de esta manera extender su accionar más allá del área de las calles Prado entre Trocadero y Virtudes, donde los artistas, con sus armas de crear, se apropian cada domingo de este espacio transmutándolo —por obra y gracia de la creación— en objeto artístico.
Y es que Pintando en el Prado no sólo pretende ir al rescate de la pintura de caballete, del arte-calle, y de todo aquello que de un modo u otro los acompaña, sino también de esta importante área urbanística.
Entre aquellos que han puesto su granito de arena como invitados a este «museo en la calle» —como lo ha denominado Enrique Pineda Barnet— se encuentran el pintor Arturo Montoto, el escultor y grabador Luis Lara, Julio César Peña (recientemente galardonado en la Trienal de Grabado de Kanagawa, Japón), así como creadores provenientes de Egipto, Argentina, Portugal y Estados Unidos.
Sin lugar a dudas, de estos domingos de arte al aire libre se sale siempre enriquecido.
bookmakers bitcoin En ellos, la llamada neurosis del séptimo día —ese fantasma del vacío dominical que aterra a tantos— no encuentra refugio.