El arte cubano,
desde los comienzos de su trayectoria, ensaya y consigue aprehender
los secretos, las contradicciones y los artistas que lo definen.
Asimismo, está tipificado por el cambio, la multiplicidad,
la metamorfosis y la evolución constante.
Tal empeño conduce al desarrollo y diversificación
de las propuestas artísticas. Además, presupone
el intento de recomponer los pedazos de un entramado cultural
históricamente complejo, plural, impredecible, gobernado
por la yuxtaposición de espacios y lapsos distintos —especie
de «real maravilloso» o «surrealismo tropical»—,
lo cual identifica nuestra idiosincrasia.
La obra de Alexis Pantoja (Manzanillo, 1970) se inscribe precisamente
en la corriente neohistoricista. Esta tendencia —que comienza
a desarrollarse en Cuba en las últimas décadas
del siglo pasado— retoma los estilos históricos
europeos para recodificarlos a otro contexto.
En sus iconos se aprecia un sentido atemporal que brinda la
sensación de estar suspendidos en el tiempo, indiferentes
a las modas y marcados por un sentido hedonista muy peculiar.
Evidentemente el rasgo distintivo de la producción de
este artista es el propiamente pictórico, pero los temas
de esa pintura van creando una iconografía particular
que en su reiteración consigue definir su peculiar universo
creativo. Especial sutileza la de la pieza
¡Oh, la idiosincrasia!,
especie de autorretrato, en la que una figura masculina desnuda
pinta —desde el interior de la obra— una fruta bomba;
a su lado, una pícara mujer —mezcla de mulata cubana
y Venus renacentista— lo observa con atención.
Un verdadero ajiaco visual crea Pantoja. A esta atmósfera
en la que están ubicadas las figuras, le incorpora elementos
como el tabaco, el sombrero de guano, los gajos de café
que sobresalen detrás de la mujer...
Su discurso se ubica en las dimensiones expresivas de un imaginario
que esboza situaciones y pasajes reconocibles. Son historias
que al cohabitar en el espacio iconográfico vienen a
ser la «gran historia» que conforma la obra y el
sustento vital de su diversidad artística.
En tal recreación, el hombre y su medio, su sociedad
y su cultura, son el centro de la propia motivación creadora.
En suma, son imágenes y representaciones enigmáticas,
absurdas, que remedan escenas medievales y que Alexis adecua
a las coordenadas sociales cubanas.
Semejante efecto se logra, por ejemplo, en la obra
El gran
café: en un primer plano podemos apreciar algo que
evoca a un gran cuerno de caza, pero cuando lo detallamos, en
realidad es un colador de café típico del campo
vernáculo.
La autonomía de los símbolos que representa cada
uno de los lienzos, engendra una realidad recogida de la propia
materia. Las imágenes, los cuerpos, los objetos, los
adornos, las plantas, las telas... hablan de una cartografía
donde se entremezcla la historia personal del artista con las
cotidianas de la realidad criolla.
Así lo expresa el Historiador de la Ciudad Eusebio Leal
Spengler en las palabras del catálogo para presentar
la exposición de Pantoja: «De esta isla, son los
arcos, las torres, la casi totalidad de las apetitosas frutas,
los pájaros y otras criaturas que él coloca como
simpáticos anacronismos en el diálogo insólito
de sus personajes.
»Caballos y bajeles fulgurantes, dagas de puño
de oro... hablan de la omnipresencia de los grandes maestros
del color que llevan de la mano al creador para luego dejarlo
solo en el umbral de su propio destino...»