Pocos espectáculos teatrales logran la apoteosis del auditorio, en el sentido de exaltar su ánimo y hacerle disfrutar de esa situación intermitente del ser que llamamos felicidad. Sobre todo si se trata de un público inusual, como el que colmó la improvisada sala de la antigua iglesia del Convento de Belén, en los predios del Centro Histórico.
Cerca de 500 niños y jóvenes discapacitados —en su mayoría, con síndrome de Down y otras formas de retraso mental— fueron felices la mañana del pasado martes 25 de mayo cuando El Ciervo Encantado actuó para ellos, transmitiéndoles tal alegría y efusividad, que difícilmente pueda reproducirse dicha vivencia en una reseña escrita.
Dirigido por su fundadora, Nelda Castillo, este grupo teatral interpretó el espectáculo
Un elefante ocupa mucho espacio, cuyo derroche de plasticidad, lirismo y sentido del humor ha logrado cautivar desde hace ya algunos años a niños y adultos de toda Cuba, además de haberse representado exitosamente en otros países: México, Colombia, Canadá, España, Corea...
El elefante del circo se ha desplomado y sus compañeros (el mono, los payasos…) se movilizan para levantarlo. A partir de este tema —basado en un pequeño cuento de la argentina L. Devetach— se genera la puesta en escena, totalmente gestual, que trata de involucrar al público en esa situación límite.
Valiéndose de muchas pelotas en colores, al compás de la música circense, los actores configuran la imagen del infeliz mastodonte: sus enormes orejas, patas y trompa, su andar bamboleante… hasta que, plum, las pelotas —o sea, el elefante— caen al piso.
Una de las genialidades de la apropiación de Nelda Castillo es que, a partir de ese momento, el personaje principal del cuento apenas se insinúa y, sin embargo, la sensación de su presencia resulta cada vez mayor, hasta que por fin nos damos cuenta que el elefante que habrá de levantarse… ¡somos nosotros mismos!
Lanzadas hacia arriba, esas pelotas han contribuido a mantenernos en suspensión dramática por cerca de una hora. Como si reiteraran visualmente el mensaje de la obra: «Hombre, detrás de una caída, por estrepitosa que sea, siempre hay una posibilidad de empinarse».
Podría complicarse esta apreciación intelectiva hasta el extremo de entender
Un elefante ocupa mucho espacio como una reflexión sobre el arte del actor, las relaciones arte-vida y la individualidad creadora…, pero cualquier disquisición teórica sería estéril si no valorara que, por encima de todo, esta obra teatral hace brotar en sus potenciales espectadores —los niños— la carcajada, el asombro y, en algunos casos, hasta el sobresalto.
Cuando haciendo de chimpancé, en una verdadera disertación de expresividad corporal y mímica, el actor Eduardo Martínez Criado se abalanza hacia la chiquillería e interactúa con ella, se produce una de las escenas quizás más hilarantes de todo el teatro cubano.
Salta con las piernas cruzadas, de modo que las manos se le vean más largas que el torso, y desfigura el rostro hasta caracterizar a un simio irritable, maldito, travieso, jocoso… pero, en resumidas cuentas, amistoso y gentil. Del susto, los infantes más pequeños corren o sollozan; otros, más atrevidos, le tocan el rostro curiosamente como preguntándose hasta qué punto es un mono de verdad… y la mayoría, sobre todo los que están más lejos de su alcance, se desternillan de la risa.
Otra escena crucial es cuando una de las payasas desfallece —o se hace que ha muerto— y su compañera acude a los espectadores para que le ayuden a esclarecer su estado. Aquí, en su personaje de
clown emprendedora y autoritaria, Mariela Brito hace gala de sus inusuales facultades de improvisación tras subir al escenario a cuanto chicuelo se atreva y comprometerlo a reanimar a su colega (Lorenis Amores).
Las cotas de participación que se alcanzan son altísimas, al punto de vitorear todo el teatro cuál decisión se deberá tomar:
–¿Echarle un buche de agua?– pregunta mímicamente la actriz.
–¡Noooo... Siiií…! –respondía a sus gestos el público en la sala improvisada del Convento de Belén.
– ¿Entonces, hacerle cosquillas?
–¡Noooo…Siiií…!
–¿Darle con un palo?
– ¡Noooo…Siiií…!
He visto en varias ocasiones este espectáculo desde aquella primera vez en el vestíbulo del Teatro Nacional, a mediados de 1997, cuando El Ciervo Encantado apenas tenía un año de fundado. Y siempre disfruto.
Su representación exitosa esta semana ante centenares de niños y jóvenes discapacitados en el Centro Histórico avala el nombre dado por Nelda Castillo a su grupo. Ella lo tomó del famoso cuento de Esteban Borrero, y así mismo nombró su primer espectáculo: una alegoría histórica sobre el destino de Cuba.
Y aunque después se ha centrado en el público adulto con las premiadas
De dónde son los cantantes y
Pájaros en la playa, inspiradas en sendas obras de Severo Sarduy, nunca ha renunciado —por suerte— a representar
El elefante… Porque a veces necesitamos que nos emocionen como a niños, para sentir en nuestro interior que también el espíritu…
ocupa mucho espacio.