Un amigo de la entrañable bailarina fue el encargado de decir las últimas palabras, de dar el último adiós, Eusebio Leal.
«Dichosa tú, que al entrar en este descanso, en ese provisorio silencio de sombras, te libras de ellas por la grandeza de tu voluntad férrea, tantas veces demostrada. Te libras de ellas porque tuviste un don, entre las raras y extraordinarias cualidades que a contadas personas se les entregan en el género humano».
«En la gran sala donde suelen hacerse los ensayos y las prácticas más rigurosas podías percibir el suave rumor de las zapatillas. Conocías de aciertos y de desaciertos, de lo perfecto o de lo que se acercaba a ello, que era y fue siempre tu máxima aspiración».
«Era un privilegio verte en ese momento, sin interrumpirte, desde luego, porque volvía a tu rostro una paz única, que solamente poseen aquellos que están conformes consigo mismo y que han cumplido bien, como afirmó José Martí, la obra de la vida».
«Esa afirmación estuvo precedida de otra no menos importante: la muerte se convierte en un carro de gloria para los que han alcanzado como tú la fama y el amor de un pueblo».
«Hace un momento has tenido un privilegio aun mayor, los aplausos y los gritos aridecen ante los acordes del Himno de la Patria, de la Cuba que quisiste intensamente, sin vacilaciones, sin dudas, sin un solo momento en el cual perturbar tu espíritu la idea de que la Patria, la cual tu formabas parte, que contribuiste altamente a sostener con tu obra, podía en un momento oportuno flaquear».
«Te conocí hace tantos años querida, hace tantos años, cuando yo era un joven peregrino buscando también mi propio destino, y tú, con esa gran generosidad, pusiste las manos sobre mí, guiándome y alentándome a continuar por el camino».
«No naciste en una cuna de pobreza, no naciste precisamente en el seno de la parte más pobre y sufrida de Cuba, sin embargo, tu alma jamás se separó de ellos y toda tu obra estuvo encaminada a exaltar los valores del pueblo cubano, en hacer en medio de los preludios de la Revolución social aquella protesta única que te llevó a los altos de la acrópolis de La Habana, la Universidad, para ser arropada por la juventud. Muchos de los que aquel día te aplaudieron cayeron muertos luego por la mano criminal y bárbara, sin embargo tú jamás olvidaste».
«Tú eres parte del alma invisible de Cuba, tú eres parte de nuestro tesoro. El teatro lleva tu nombre. Todos los honores te los mereces, y el de hoy es y no es el último. Será tu ejemplo imperdurable (…) La Revolución hizo y favoreció tu obra y tu sueño, Fidel pudo decir un día con razón que tu habías logrado casi lo imposible».
«Te acompañan ahora misteriosamente como las musas de los sueños, aunque sean invisibles ante los ojos, las joyas que tú creaste. Todas danzan en el día de hoy llevándote una vez más una mística corona de laurel».
«Como fuiste tan habanera, cuando faltan horas para ese 500 aniversario, quisiera escuchar tus palabras, claras y lúcidas, que se tienen que convertir en lápida para colocarte en un lugar de esta ciudad que tanto amaste:
La Habana representa para mí ante todo las raíces, porque La Habana es una ciudad que siempre está renaciendo, que nunca dejaremos de construir. Cuando me llega el rumor de sus calles mi sensación no es de nostalgia, mis recuerdos no me asaltan con el ideal de aquello que volverá a suceder, porque en ella siento la naturalidad de andar por casa, la sencillez de una relación familiar (…) En La Habana está asegurada la continuidad de nuestro ser, la prolongación de cada uno de nosotros hacia el pasado y hacia el futuro».
Tomado de Habana Radio.