Dueña de una iconología muy personal de reminiscencias acuosas, Aziyadé Ruiz irrumpe nuevamente con una exposición personal en el
mare nostrum de las artes plásticas cubanas contemporáneas, y otra vez vuelve a hacerlo con la gracia apacible de un
gold fish telescópico que —escapado del Aquarium— va dejando tras de sí una cálida estela propulsora en el océano.
Mueve sus aletas —ahora— al compás de la bajista Yusa, y dan ganas de nadarle detrás aunque ello signifique seguirla en apnea… ¿Se ahogarán los comentaristas de arte en el intento de atrapar al pequeño pez de oro, o tendrán que taparse los oídos con cera para no sucumbir al encanto del
gold fish que se transforma en sirena?
Ha dicho Aziyadé que considera ese icono de la mujer-pez «como la más sensible, traslúcida y universal de las formas corporales con que hasta ahora se ha representado a la mujer».
Y al develar sus sentimientos más íntimos, con motivo de su exposición «Principio y fin», explicaba esta sirena —artista, perdón— camagüeyana:
«No olvidemos que cotidianamente nos expresamos con líquidos; los fluidos están presentes cuando lloramos, sudamos, sentimos dolor, alegría, placer…»
* Y es cierto, como agitando las aguas, esta pintora «desahoga» sus emociones en acrílico y tinta, creando los iconos de una suerte de rosario para consumo de sí misma, un fabulario de la más recóndita cotidianeidad mundanal, que ilumina engañosamente con pigmentos dorados y
eau de parfum.
Como resultado, su arte —efluente desde su propia concepción— se escapa como líquido entre los dedos al tratar de definirlo por escrito, de ahí las «difficilis relations» que establece con el crítico, con el espectador… quien debe apelar a la titulación directa de las series pictóricas para tratar de orientarse: «Principio y fin», «Animal de fondo», «Desahogo»…
Habíamos perdido el rastro de Aziyadé en la corriente cuando —en junio de este año— emergió con la exposición «Remembranzas», en la Galería Espacio Abierto de la revista
Revolución y Cultura.
Como «animal de fondo», aguantando la respiración con la espalda contra la arena, pudimos verla pasar con majestuosidad de delfina y sorprenderla en el instante de tomar ese aire de reconocimiento social que a toda artista hace falta, por muy sirena que sea.
Y ahora reaparece, perfumada, coqueta… portando «un fantasma capaz de trocar lo dulce en lo amargo, el brillo con la opacidad, lo banal con lo sustancial…», al decir del crítico de arte Andrés D. Abreu.
Allá los que pueden salvar esas «difficilis relations» con el arte de Aziyadé…
Otros preferimos decir que nos va gustando cada vez más, aunque se nos mire como pescado en tarima.
* En «Principio y fin de Azidayé», de David Mateo, publicado en
Opus Habana, Vol.VII, No.1, 2003)