«A la tercera va la vencida», anuncia un refrán popular, que deja a la vida decidir si detrás llegará la victoria definitiva o una catástrofe. Está claro que el tres es un número decisivo. Mágico, dirían los místicos. Pero como expresara el psiquiatra Raúl Gil que alumbró la idea de organizar estos eventos, según la dialéctica, llegó la hora del tercer paso: enrumbar la espiral hacia el crecimiento definitivo. Así, lo que empezó siendo con la I Bienal, en 2001, un intento de aglutinar artistas plásticos alrededor del proyecto del Centro Comunitario de Salud Mental de Regla bajo el noble credo de que «pintar es una manera de sanear» –al mundo, a uno mismo, a los que nos rodean– es hoy, al filo de la tercera edición, un hecho más maduro y abarcador, que desborda el marco original de una sola manifestación del arte para abrazarlas todas. De ahí que pueda hablarse ya de una Bienal de las Artes y la Salud Mental donde caben también, si vemos el programa, la danza, la música, la poesía, el teatro y el cine.
Aunque se mantienen las artes plásticas como el núcleo central, aún así vemos la multiplicación, porque esta vez, además de la pintura, el grabado y la fotografía, habrá otras pruebas de «la imaginación de las manos», como la cerámica y el trabajo en piel.
Lo que distinguirá sobre todo a la III Bienal es haberse propuesto, definitivamente, integrar el arte elaborado por los profesionales a esa creación espontánea que es virtud de todos los humanos, y que muchas veces se manifiesta aún cuando suframos de un desorden mental o de una discapacidad. Cualidad esta que las ciencias psicológicas y psiquiátricas de nuestros días aprovechan a su favor para mejorar la calidad de vida de los enfermos mentales, apuntalar su autoestima o descubrirle sentidos nuevos a la existencia. Hago énfasis en este rasgo que diferencia esta Bienal de cualquier otro evento, con el arte como
protagonista, que se haga en Cuba, y tal vez más allá de nuestras fronteras: en esta ocasión se entiende a la cultura y a las manifestaciones artísticas como parte clave del espacio vital en que se desarrollan todos los individuos, grupos y comunidades humanas. El arte no es asunto entonces sólo de élites, artistas, especialistas y mercaderes, sino patrimonio y posibilidad de cualquier ser humano. En consecuencia, las creaciones realizadas por participantes en talleres de arteterapia, digase invidentes, personas Síndrome Down, pacientes en rehabilitación psiquiátrica... con dignidad y merecimiento, ocupan un lugar en las paredes de las galerías. Mientras otros se esmeran dando los pasos que fluyen desde dentro de sí en experiencias de psicoballet y psicodanza. Con el lema en esta ocasión de «Infancia y Adolescencia por un mundo de paz», la participación de niños y jóvenes es igualmente un hecho distintivo que contribuye a demostrar cuán importante es el arte como influencia formadora de la personalidad y el desarrollo de seres equilibrados y útiles a la sociedad. Nacida en el entorno de Regla, aunque extendida por toda la capital y más allá, la Bienal no se aparta del ultramarino pueblo y, por eso, allá hay actividades de participación social en sus calles y parques.
Vuelve a demostrarse que el arte es puente entre pueblos con invitados de otras naciones. En el encuentro teórico, se hace la necesaria reflexión sobre la cercanía entre el arte y la salud mental. Se evoca a Martí, un hombre indispensable, que siempre entendió al arte como una extensión de la naturaleza humana. Tampoco falta el apoyo de aquellos artistas cubanos bien valorados por su maestría en todo el mundo, quienes brindaron sus obras para la exposición inaugural.
Habrá, en fin, durante los días de esta Bienal de arte tan singular, muchísimas muestras de esa «semilla divina» o «chispa simplemente humana», que está en el centro mismo de todos nosotros para darnos vidas más sanas, o más felices, a despecho de ese lado oscuro que tantas veces ensombrece nuestros sueños y la época en que vivimos.
Porque, a fin de cuentas, los que nos esforzamos para celebrar este evento creeremos siempre que el arte no es, como piensan algunos, una evasión hacia otra realidad pintada con mejores colores, sino una capa de la mejor pintura que damos sobre este mundo nuestro, el único que tenemos, para mejorar su apariencia y contribuir a cambiar su esencia.