En el acta
de entrega del Premio Nacional de Literatura 2003, consta que el
Jurado votó unánimemente por el narrador, ensayista,
antropólogo, poeta, periodista, editor, crítico literario
y de cine Reynaldo González, y confieso que, en ese momento,
me abrumó tan renacentista enumeración. Sin embargo,
al repasar mentalmente la obra de Reynaldo y, en especial, el título
Espiral de interrogantes (Ediciones Boloña, de la
Oficina del Historiador de la Ciudad) que hoy nos reúne,
me convencí de que la lista se había quedado corta,
y hasta podían faltarle algunos adjetivos, esas «arrugas
del idioma», según Carpentier, a las que los cubanos
somos adictos sin posible redención. Si algún libro
hace honor al nombre de la colección bajo la que se presenta,
Cornucopia –«cuerno de la abundancia»–,
es
Espiral de interrogantes que con rara coherencia y envidiable
audacia agrupa en sus páginas los asuntos más disímiles.
Dividido en cinco partes, la primera, «El tiempo también
pinta», está dedicada a la pintura y en ella Piranesi,
Caravaggio, Ribera, Artemisia Gentileschi, Leonardo o Velázquez,
se codean con Chagall, Kandinsky, Malevich y Pogolotti, y más
allá de cronologías y escuelas, dialogan entre ellos
y con nosotros. La segunda sección, «Relecturas, avenencias
y desavenencias», se centra en la literatura, y el autor,
además de terciar con su afilado estilete en la ya vieja
polémica de los géneros, devuelve lustre a los clásicos:
Zola, Melville, Quevedo, Cervantes, Lope, Góngora y hasta
Nebrija; Valle-Inclán, Cortázar, y como de contrabando,
pero indiscutiblemente también clásicos, Chopin y
Tadeusz Kantor. Es de agradecer que entre excesos posmodernos y
otras hierbas, Reynaldo González recuerde a aquellos escritores
con los que muchos aprendimos a amar la literatura, y algunos afortunados
–«tocados por la gracia divina», diría
García Márquez– aprendieron a hacerla, y los
deguste con fruición y complicidad.
La tercera sección, «Lezama revisitado», se concentra
en la inmensa figura del gran señor de Trocadero, a quien
ya había dedicado un libro anterior,
Lezama Lima, el
ingenuo culpable, y se detiene en su muy personal poética,
los míticos grupo y revista
Orígenes, sus
relaciones con otros creadores, en especial Virgilio Piñera,
y las incomprensiones y asedios que hubo de sortear con una digna
conciencia de su valer.
«El vecino incómodo», cuarta parte del libro,
es un acercamiento particularmente agudo a la sociedad y la cultura
norteamericanas, con la brújula de uno de sus cronistas mayores:
José Martí; mientras la quinta y última, «México,
aunque me espine la mano», invita a recorrer, entre boleros,
doñas y Adelitas, la variopinta sensibilidad de otro de nuestros
vecinos.
En estas páginas, sea cual fuere el tema, descubrimos amores
y obsesiones de Reynaldo González; disfrutamos del bisturí
del crítico, la erudición del investigador y de la
prosa diáfana y elegante del narrador, que echa mano a todos
los recursos de su arsenal para comunicarse: poesía, humor,
algunos arcaísmos, cambios de la primera a la segunda persona,
y hasta alguna pizca de melodrama, sin que deje de aflorar el periodista
especialmente hábil para atrapar a sus lectores: títulos
como «La vieja dama ¿es digna?», «Que Adelita
se vaya con otro» o «La incómoda mordida de Felipe
IV» no me dejarán mentir. Pero sobre todo dan fe del
desenfado y la honestidad intelectual y personal de quien no ha
sido ni al cielo sometido.