Del reciente Premio Nacional de Literatura 2003, Reynaldo González, se presentó el 13 de febrero –a propósito de la XIII Feria Internacional del Libro– el título Espiral de interrogantes de Ediciones Boloña (Oficina del Historiador de la Ciudad).
En estas páginas, sea cual fuere el tema, descubrimos amores y obsesiones, disfrutamos del bisturí del crítico; la erudición del investigador y de la prosa elegante y diáfana del narrador...

 En el acta de entrega del Premio Nacional de Literatura 2003, consta que el Jurado votó unánimemente por el narrador, ensayista, antropólogo, poeta, periodista, editor, crítico literario y de cine Reynaldo González, y confieso que, en ese momento, me abrumó tan renacentista enumeración. Sin embargo, al repasar mentalmente la obra de Reynaldo y, en especial, el título Espiral de interrogantes (Ediciones Boloña, de la Oficina del Historiador de la Ciudad) que hoy nos reúne, me convencí de que la lista se había quedado corta, y hasta podían faltarle algunos adjetivos, esas «arrugas del idioma», según Carpentier, a las que los cubanos somos adictos sin posible redención. Si algún libro hace honor al nombre de la colección bajo la que se presenta, Cornucopia –«cuerno de la abundancia»–, es Espiral de interrogantes que con rara coherencia y envidiable audacia agrupa en sus páginas los asuntos más disímiles.
Dividido en cinco partes, la primera, «El tiempo también pinta», está dedicada a la pintura y en ella Piranesi, Caravaggio, Ribera, Artemisia Gentileschi, Leonardo o Velázquez, se codean con Chagall, Kandinsky, Malevich y Pogolotti, y más allá de cronologías y escuelas, dialogan entre ellos y con nosotros. La segunda sección, «Relecturas, avenencias y desavenencias», se centra en la literatura, y el autor, además de terciar con su afilado estilete en la ya vieja polémica de los géneros, devuelve lustre a los clásicos: Zola, Melville, Quevedo, Cervantes, Lope, Góngora y hasta Nebrija; Valle-Inclán, Cortázar, y como de contrabando, pero indiscutiblemente también clásicos, Chopin y Tadeusz Kantor. Es de agradecer que entre excesos posmodernos y otras hierbas, Reynaldo González recuerde a aquellos escritores con los que muchos aprendimos a amar la literatura, y algunos afortunados –«tocados por la gracia divina», diría García Márquez– aprendieron a hacerla, y los deguste con fruición y complicidad.
 La tercera sección, «Lezama revisitado», se concentra en la inmensa figura del gran señor de Trocadero, a quien ya había dedicado un libro anterior, Lezama Lima, el ingenuo culpable, y se detiene en su muy personal poética, los míticos grupo y revista Orígenes, sus relaciones con otros creadores, en especial Virgilio Piñera, y las incomprensiones y asedios que hubo de sortear con una digna conciencia de su valer.
«El vecino incómodo», cuarta parte del libro, es un acercamiento particularmente agudo a la sociedad y la cultura norteamericanas, con la brújula de uno de sus cronistas mayores: José Martí; mientras la quinta y última, «México, aunque me espine la mano», invita a recorrer, entre boleros, doñas y Adelitas, la variopinta sensibilidad de otro de nuestros vecinos.
En estas páginas, sea cual fuere el tema, descubrimos amores y obsesiones de Reynaldo González; disfrutamos del bisturí del crítico, la erudición del investigador y de la prosa diáfana y elegante del narrador, que echa mano a todos los recursos de su arsenal para comunicarse: poesía, humor, algunos arcaísmos, cambios de la primera a la segunda persona, y hasta alguna pizca de melodrama, sin que deje de aflorar el periodista especialmente hábil para atrapar a sus lectores: títulos como «La vieja dama ¿es digna?», «Que Adelita se vaya con otro» o «La incómoda mordida de Felipe IV» no me dejarán mentir. Pero sobre todo dan fe del desenfado y la honestidad intelectual y personal de quien no ha sido ni al cielo sometido.

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