Mucho me honra poder estar en Madrid y decir también unas palabras en homenaje a Arturo Montoto, mi amigo y coterráneo, no porque viva yo –como él– en Guanabacoa, pueblo separado por un pedazo de mar de nuestra Habana Vieja,
sino por Pinar del Río, que es la tierra donde Arturo nació y donde yo tengo mi alma de continuo porque de allí son mis padres y mis antepasados.
En la obra de Montoto hay mucho de nuestra naturaleza, mucho de esa pasión contenida, mucho de ese espíritu grande que algunos han tratado de simplificar cuando declaran que, a veces, el artista parece ausente de la realidad pues –solamente– busca piedras para sus naturalezas muertas.
No es verdad; el pintor destaca su fidelidad al origen de las cosas; describe con mano magistral rompiendo el misterio siempre perenne del lienzo vacío y se desliza tranquilamente sobre él, tomando todos los elementos de referencia que están en el cimiento de su personalidad, y yo pienso que en la esencia y belleza de Cuba misma.
Estas frutas y estas piedras –o estos objetos– abren un diálogo sobre la cultura, sobre las huellas que nos identifican entre millones. A cada cual le fue colocada al pie de la cuna una pequeña estrella y esa estrella se va a desarrollar en la medida que sea posible la correspondencia del hombre, del ser humano, de la mujer...
Arquitecta, colaboradora en el propio diseño de la obra y batalladora para que ésta sea conocida, María Eugenia me habló de esta muestra en Madrid y quise acompañarles este día para –una vez– más asistir a «La lección de pintura», que así se llama esta exposición.
Y es que el oficio se va a poner a prueba para demostrar que, efectivamente, la labor no es fácil; de que no se trata de alcanzar el genio por la vía de las lecciones; el talento está más allá, está volando sobre su cabeza y lo está inspirando continuamente a alcanzar formas, diseños y alturas nuevas.
Hombre tranquilo, no tocado en forma alguna por la vanidad; sin embargo, maestro entre maestros, así es Montoto.
De esa sencillez, de ese ejercicio continuo del oficio nace el pintor, inspiración aparte. Y de ese diálogo entre su sueño personal, la realidad y el mundo que lo circundan, nace –precisamente– la obra que vamos a ver ahora.
No pensemos, repito, que es cuestión sencilla; vamos a detenernos delante del magisterio constructivo de la obra y la vamos a observar no solamente en el dibujo magistral, ya que es gran dibujante Arturo Montoto, sino también en los colores, esos colores sobrios que, sin embargo, son los ardientes colores de Cuba.
Valga repetir una vez más una frase que no sólo por dicha deja de cobrar importancia y es siempre nueva.
A mí me la dijo Juan Marinello en una ocasión en que había recorrido los caminos de Florencia y, observando aquellas agotadoras cantidades de platicos, recuerdos y objetos para turistas, compartió conmigo esa idea antigua y reveladora que le tocó el corazón: el arte no tiene patria, pero los artistas sí.