Desde esta semana, la Academia Cubana de la Lengua cuenta con un nuevo miembro de número: el escritor y dramaturgo Abelardo Estorino, quien ha pasado a ocupar la letra X entre los académicos cubanos que integran esta Institución.
Estorino leyó su discurso de ingreso la tarde del 6 de noviembre en la iglesia de San Francisco de Paula, en presencia de intelectuales, actores y amigos: Ángel Augier, Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, Reynaldo González, Nuria Gregori, Sergio Valdés Bernal, Ambrosio Fornet, Nancy Morejón, Adria Santana, entre otros.
Al iniciar la ceremonia, el presidente de la Academia, el escritor Lisandro Otero expresó: «Nos reunimos en sección extraordinaria, pública y solemne, para dar ingreso en la Academia Cubana de la Lengua al dramaturgo Abelardo Estorino, Premio Nacional de Literatura y Premio Nacional de Teatro, una de las figuras descollantes del teatro cubano».
Tras destacar los méritos y trayectoria creativa del nuevo miembro, Otero cedió la palabra a la Dra. Graziella Pogolotti, quien tuvo a su cargo el discurso de elogio titulado «Palabras en el espacio». Leído por la también académica Margarita Mateo, el texto de la Dra. Pogolotti constituyó una exégesis vital sobre la obra de Estorino.
«Paso a paso, con la imperturbable labor de un artesano, Abelardo Estorino ha ido enhebrando una tapicería de personajes de rasgos bien definidos», resaltó Pogolotti al referirse al Premio Nacional de Literatura (1992) y Premio Nacional de Teatro (2002). La oradora abundó en momentos significativos de este dramaturgo, cuya obra lo acredita entre los más importantes de las tablas cubanas.
En su opinión, la totalidad de la producción de Estorino, en sucesivas vueltas de tuercas, reformula para el espectador de hoy las obsesiones recurrentes de la modernidad. La palabra rescata un tiempo y un espacio ajustados a la medida exacta del ser humano.
Inmediatamente –con serena lectura– hizo gala el nuevo miembro de la Academia de una disertación que discurrió de manera pendular por varios siglos: de las charlas europeas de salón a las tertulias gestadas por Domingo del Monte, de la escena europea a la insular de otros tiempos. Entre la fábula, el análisis y las situaciones históricas el escritor y dramaturgo se adentró por la capacidad y ventajas del diálogo múltiple entre amigos, aquellos que en el contexto cubano sentaron pautas en el orden histórico-cultural.
De la mano de Domingo del Monte destacó cuán necesarias fueron las tertulias delmontinas para una época que gozó del diálogo como posibilidad de construcción y ensueño. En ellas «surgió y se discutió todo lo relacionado con la fundación de la Academia Cubana de Literatura: prohibida, casi al nacer por ser considerada un cenáculo de conspiradores contra el gobierno español», señaló. Primero en Matanzas y más tarde en La Habana, en las tertulias de Del Monte «se trataron asuntos que no podían ventilarse en público. La implacable censura en que vivía la inteligencia cubana resultaba humillante, y sólo en sesiones privadas, se podían discutir cuestiones estéticas de cierto vuelo». El hábito por la
tertulia pasaría al siglo siguiente, ejemplificado también por Estorino con el caso de Lezama y sus amigos.
«Para nuestros contemporáneos tal vez sería necesario precisar el significado de tertulia: reuniones que ya no tienen lugar con la frecuencia con que sucedían durante el pasado en Cuba en el siglo XIX, y en casos muy raros, en nuestro siglo XXI», acotó Estorino en un momento de su discurso. Quizás, con esta redefinición se entendían inclusive sus razones para valerse de la imaginación e ir al pasado nuestro, cuando en verdad y en grupo, «la inteligencia cubana» era notoria. Así había comenzado Abelardo Estorino sus palabras: «La imaginación, esa posibilidad de crear que afecta al hombre...»
Luego de varios desplazamientos en el tiempo, Estorino dedicó parte de sus análisis al poeta matancero José Jacinto Milanés, figura a que se había acercado antes con la obra
La dolorosa historia del amor secreto de Don José Jacinto Milanés, estrenada en 1985.
Milanés fue la trama final para un discurso devenido literatura. Del bardo que era capaz de convertir en arte lo insignificante de la vida cotidiana, Estorino destacó las noticias históricas de quien «es considerado el poeta que alcanza un intenso lirismo con temas de una gran sencillez». Pero, además, se impuso la capacidad del dramaturgo y el escritor.
«Si la imaginación que invoqué en las primeras líneas de este trabajo nos ayuda y queremos entrar desde el fondo de esta sala a un José Jacinto Milanés, que me debe su manera de vestir, la mirada irradiada, sus angustias, sentimientos y temores, pero sobre todo su voz, que nos recitará sus pesadillas como yo se las he dictado», dijo Estorino. Acto seguido cobró vida el poeta Milanés, en primera persona: «Milanés./ Yo soy José Jacinto Milanés, poeta, autor del
Conde Alarcos, estrenada en el Teatro de Tacón, elogiada en Madrid. Soy honrado, culto, de una familia intachable, ¿dónde está mi mancha? (...)».
En los minutos finales la sala se colmó de emociones. El discurso de Abelardo Estorino había finalizado como en el teatro: con aplausos.