Conversan los habaneros con la Ceiba de El Templete cada 16 de noviembre, y lo hacen en silencio, con el roce de sus manos, para pedirle que sirva de intermediaria entre los mundos material y espiritual, expresado éste en la advocación del gigante San Cristóbal, de la Virgen María, de Obbatalá…
En larga procesión, tocando suavemente su tronco mientras la rodean con tres vueltas, todos comparten la certeza de que recibirán otras tantas gracias suyas… Y la Ceiba parece escucharles con paciencia hasta que anochece… Así sucede, noviembre tras noviembre, desde hace ya casi 485 años, cuando a la sombra de ese árbol sagrado y con la protección del santo de los viajeros fue fundada esta ciudad a orillas del mar en misa y cabildo condignos.
De ahí que sea un gesto recíproco para con la flora urbana el que, hace unos días, hayan sido traslados hacia el Centro Histórico de la Habana Vieja varios árboles derribados la noche del pasado 12 de agosto por los vientos del huracán Charlie en el oeste de la capital.
Varios laureles —y hasta un flamboyán— fueron «escuchados» en un momento difícil, cuando otros múltiples problemas urgían de solución tras el paso del meteoro.
Mucho más débiles que las míticas ceibas, esos árboles fueron arrancados de raíz, quebradas sus ramas, estresada su existencia... pero fueron auxiliados amorosamente, sembrándolos en espacios verdes frente al Castillo de la Real Fuerza, la Plaza de Armas y la entrada a la Plaza de la Catedral.
«Quedarán como símbolo de la íntima e indisoluble relación entre Patrimonio cultural y Naturaleza», expresó el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal, quien instruyó personalmente esa labor de rescate.
En lo adelante, está previsto que, una vez comenzado el curso escolar, los niños de las escuelas cercanas visiten a esos árboles, como también lo hacen habitualmente al Acuarium de la calle Muralla, o a la misma Ceiba de El Templete.
Para que dentro de muchos años, cuando el huracán Charlie parezca tan lejano como lo es hoy para nosotros la fatídica tormenta de San Francisco de Borja, ocurrida en 1846; entonces, al mirar esos árboles centenarios, los habitantes de la futura Habana Vieja puedan evocar al gran escritor alemán Hermann Hesse, quien escribió:
«Los árboles tienen pensamientos dilatados, prolijos y serenos, así como una vida más larga que la nuestra. Son más sabios que nosotros, mientras no les escuchamos. Pero cuando aprendemos a escuchar a los árboles, la brevedad, rapidez y apresuramiento infantil de nuestros pensamientos adquiere una alegría sin precedentes. Quien ha aprendido a escuchar a los árboles, ya no desea ser un árbol. No desea ser más que lo que es».
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Famoso grabado de Federico Miahle que testimonia la calamidad que causó en el puerto habanero la llamada tormenta de San Francisco de Borja. Azotó La Habana por cerca de 20 horas entre el sábado 10 y el domingo 11 de octubre de 1846. |