Concebida como una alegoría de la ciudad, esta fuente se convirtió en el símbolo más popular de La Habana en el siglo XIX al tener una figura femenina que se disfrazaba de indígena, lo que equivalía a decir de autóctona.
La popularidad de este monumento entre los habaneros se debía a que representaba a la ciudad nueva, situada de espaldas a la odiosa puerta del Campo de Marte, la del gobernador colonial Tacón.
En efecto, la Fuente de la India o de la Noble Habana, «lo mejor que ha venido a la América» —según se lee en el Diario de La Habana en su edición del 1 de enero de 1838— se emplazó cuando vino de Italia en 1837, frente a la salida de la Puerta de la Tierra (de espaldas a la Puerta del Este, también llamada de Tacón, que era la principal del Campo de Marte), desalojando de su antiguo recinto a la estatua del rey Carlos III que allí estuvo ubicada desde 1803.
Tal vez la primera señal del buen augurio que siempre la acompañaría, fue su insólita resistencia a los fuertes vientos que soplaron el día antes de su inauguración, que habiendo derribado casas y arrancado árboles, no le hicieron el menor daño a la tela que la cubría.
La más completa descripción de la Fuente de la India, se debe al escritor don Tranquilino Sandalio de Noda, quien en 1840 apuntaba:
«Delante de las puertas de la ciudad de La Habana... se ve una fuente de mármol blanco que se alza en un pedestal cuadrilongo sobre cuyas cuatro esquinas y resaltadas pilastras se apoyan cuatro delfines también de mármol, cuyas lenguas de bronce sirven de surtidores al agua que vierten en la ancha concha que rodea al pedestal...
»Encima de todo, sobre una roca artificial, yace sentada una preciosa estatua que representa una gallarda joven india mirando hacia el Oriente; corona su cabeza un turbante de plumas... y un carcaj lleno de flechas al hombro izquierdo lleva. Sus armas vense esculpidas en el escudo que lleva a su diestra, y en la siniestra sostiene la cornucopia de Almatea en la cual, en vez de las manzanas y las uvas que generalmente la adornan, el autor, en un rasgo de inventiva, las ha sustituido por frutas de nuestra tierra, coronadas por una piña...
Se reconoce que representa alegóricamente la ciudad de La Habana».
Tal alegoría fue plenamente intencionada. Frente al Plan de Obras Públicas emprendido por el gobernador Miguel de Tacón, cuyo objetivo político era la apropiación simbólica del cuerpo de la ciudad en tanto expresión del progreso de la Colonia al amparo de la Metrópoli, se hizo notar la respuesta de la oligarquía criolla que emprendió un plan paralelo de iniciativas urbanas, liderado por el Conde de Villanueva, ilustre hacendado habanero, a la sazón Superintendente General de Hacienda. Empeñado en neutralizar los símbolos del Gobernador —explica el arquitecto Carlos Venegas—, dos de las más destacadas iniciativas urbanas del Conde de Villanueva se situaron estratégicamente en las cercanías del campo de Marte para debilitar el tono de autoridad y prepotencia militar que Tacón le imprimió a ese sitio.
La primera de ellas, la conocida Fuente de la India, estaba concebida como una alegoría de la ciudad. Con una actitud serena, porte y perfil clásicos, la figura femenina se disfrazaba de indígena, lo que equivalía a decir de autóctona, convirtiéndose en el símbolo más popular de La Habana del siglo XIX.
Algunas voces le criticaron a su autor, el escultor italiano Giuseppe Gaggini, el anacronismo de modelar a una india con facciones griegas; otros, le perdonaron el desliz atribuyéndoselo, comprensivamente, a los modelos europeos de la estatuaria que debieron signar sin remedio su gusto e ideal estéticos.
Pero al margen de la voluntad consciente de Gaggini, «la híbrida solución de una india neoclásica, precursora de las futuras imágenes literarias de nuestra poesía siboneyista, sintetizaba como ninguna otra el anhelo de modernidad y el impulso “civilizador” de la aristocracia nativa... De ahí su rápida popularidad entre los habaneros que veían, frente a la misma Puerta de la Tierra —salida de la vieja ciudad—, la efigie representativa de la ciudad nueva, de espalda a la más odiosa puerta del Campo de Marte, la de Tacón».
Pero lo cierto es que esta villa ya se había autodefinido india y mujer doscientos años antes de que se erigiera esta bella fuente de la Noble Habana en el umbral de extramuros.
Tal vez la primera señal del buen augurio que siempre la acompañaría, fue su insólita resistencia a los fuertes vientos que soplaron el día antes de su inauguración, que habiendo derribado casas y arrancado árboles, no le hicieron el menor daño a la tela que la cubría.
La más completa descripción de la Fuente de la India, se debe al escritor don Tranquilino Sandalio de Noda, quien en 1840 apuntaba:
«Delante de las puertas de la ciudad de La Habana... se ve una fuente de mármol blanco que se alza en un pedestal cuadrilongo sobre cuyas cuatro esquinas y resaltadas pilastras se apoyan cuatro delfines también de mármol, cuyas lenguas de bronce sirven de surtidores al agua que vierten en la ancha concha que rodea al pedestal...
»Encima de todo, sobre una roca artificial, yace sentada una preciosa estatua que representa una gallarda joven india mirando hacia el Oriente; corona su cabeza un turbante de plumas... y un carcaj lleno de flechas al hombro izquierdo lleva. Sus armas vense esculpidas en el escudo que lleva a su diestra, y en la siniestra sostiene la cornucopia de Almatea en la cual, en vez de las manzanas y las uvas que generalmente la adornan, el autor, en un rasgo de inventiva, las ha sustituido por frutas de nuestra tierra, coronadas por una piña...
Se reconoce que representa alegóricamente la ciudad de La Habana».
Tal alegoría fue plenamente intencionada. Frente al Plan de Obras Públicas emprendido por el gobernador Miguel de Tacón, cuyo objetivo político era la apropiación simbólica del cuerpo de la ciudad en tanto expresión del progreso de la Colonia al amparo de la Metrópoli, se hizo notar la respuesta de la oligarquía criolla que emprendió un plan paralelo de iniciativas urbanas, liderado por el Conde de Villanueva, ilustre hacendado habanero, a la sazón Superintendente General de Hacienda. Empeñado en neutralizar los símbolos del Gobernador —explica el arquitecto Carlos Venegas—, dos de las más destacadas iniciativas urbanas del Conde de Villanueva se situaron estratégicamente en las cercanías del campo de Marte para debilitar el tono de autoridad y prepotencia militar que Tacón le imprimió a ese sitio.
La primera de ellas, la conocida Fuente de la India, estaba concebida como una alegoría de la ciudad. Con una actitud serena, porte y perfil clásicos, la figura femenina se disfrazaba de indígena, lo que equivalía a decir de autóctona, convirtiéndose en el símbolo más popular de La Habana del siglo XIX.
Algunas voces le criticaron a su autor, el escultor italiano Giuseppe Gaggini, el anacronismo de modelar a una india con facciones griegas; otros, le perdonaron el desliz atribuyéndoselo, comprensivamente, a los modelos europeos de la estatuaria que debieron signar sin remedio su gusto e ideal estéticos.
Pero al margen de la voluntad consciente de Gaggini, «la híbrida solución de una india neoclásica, precursora de las futuras imágenes literarias de nuestra poesía siboneyista, sintetizaba como ninguna otra el anhelo de modernidad y el impulso “civilizador” de la aristocracia nativa... De ahí su rápida popularidad entre los habaneros que veían, frente a la misma Puerta de la Tierra —salida de la vieja ciudad—, la efigie representativa de la ciudad nueva, de espalda a la más odiosa puerta del Campo de Marte, la de Tacón».
Pero lo cierto es que esta villa ya se había autodefinido india y mujer doscientos años antes de que se erigiera esta bella fuente de la Noble Habana en el umbral de extramuros.