Entre las víctimas de la explosión del famoso acorazado se hallaba un equipo de béisbol que había ganado el campeonato naval de la marina estadounidense.
Tras la explosión del buque, el 15 de febrero de 1898, sólo quedó —como testimonio de su equipo de beisbol— una última fotografía, en la que sus integrantes miran serenos a la cámara.

Es un hecho muy conocido la explosión en la bahía de La Habana del USS Maine, un acorazado de segunda clase de más de cien metros de eslora, veinte metros en su parte más ancha y con una tripulación de 364 hombres entre marinos y oficiales.
El trágico evento sucedió la noche del 15 de febrero de 1898, a escasas semanas de su llegada a la capital cubana, en visita amistosa, el 25 de enero de ese mismo año.
Aunque sectores chovinistas dentro del gobierno y la prensa estadounidense andaban a la caza de un suceso que desatara una guerra contra España, so pretexto de los desmanes cometidos por ésta contra la población insular, en la capital cubana nada inusual presagiaba semejante desastre, e incluso el capitán del barco, Charles Sigsbee, un veterano de la Guerra de Secesión, había asistido a una corrida de toros el domingo anterior a la detonación que hundió el barco de más de 6000 toneladas.  Mucho se ha escrito sobre las posibles causas del estallido en los pañoles de munición ubicados en la proa del buque, debajo de los camarotes de la tripulación, lo que explica el alto número de víctimas, así como de las funestas consecuencias que este lamentable suceso trajo para los tres países involucrados, Cuba, España y los Estados Unidos, envueltos en un evento bélico que dejaba inaugurado el escenario de los conflictos entre imperios de la era moderna; pero casi nadie sabe o recuerda que entre los fallecidos estaba casi completo un equipo victorioso de béisbol.
Integrado por jóvenes marineros, la estrella del team era el pitcher negro William Lambert, un fogonero oriundo de Hampton, Virginia, quien poseía buena velocidad, una excelente curva y gran control. En un ambiente de confraternidad racial impensable en los torneos oficiales de Grandes Ligas y guiados por Lambert, el equipo del Maine había ganado el campeonato naval de béisbol de la marina estadounidense, derrotando 18 a 3 al conjunto del USS Marblehead, en diciembre de 1897, apenas tres meses antes de la catástrofe.
El torneo se celebró en Cayo Hueso, donde el navío recibió la orden de dirigirse a la Isla, y allí abandonaron a la cabra que era mascota del equipo, única sobreviviente junto al jugador John H. Bloomer. Se sabe que otro de los peloteros del barco, C. H. Newton, había hecho el toque reglamentario para apagar las luces, como era habitual, a las 9 y 10 de la noche. Media hora después solo quedaría del conjunto campeón su última fotografía, en la que miran serenos a la cámara y el pitcher negro aprieta en su mano izquierda una blanca pelota.
Me gustaría pensar que de no haber ocurrido la explosión, quizás el domingo siguiente los peloteros del Maine hubieran podido bajar a tierra y disputar un partido de exhibición contra una novena local, como se hizo frecuente después durante el periodo de ocupación militar, y los Estados Unidos no hubieran tenido entonces el pretexto que buscaban para iniciar la guerra contra España. Me gustaría imaginar que tal vez un juego de pelota habría cambiado la historia.

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