Hasta el miércoles 2 de julio estará en Vitrina Valonia una exposición retrospectiva del diseñador gráfico Roberto Alfonso Cruz —Robe —, en homenaje al trabajo de este importante historietista cubano. Entre las piezas originales que se exhiben, se encuentran ilustraciones de «Guabay», «Máximo Gómez», «El Laborante» y la tan popular «Yarí». De su labor se reconoce «el apego a la fidelidad de la realidad y la línea segura: en su obra no hay ni una línea de más. Roberto es algo así como conocer a la Academia, pero en persona», como señalara el también historietista Jorge Oliver durante la inauguración de la muestra, que tuvo lugar el viernes 6 de junio.
Esta presentación de historietas de Robe en la Vitrina de Valonia es un primer viaje a propósito de su creación.
Con más de seiscientas páginas de historietas dibujadas, y autor de héroes que han pasado a ser paradigmas del género en Cuba, Roberto Alfonso es hoy todo un clásico. Fue su pasión por los comics la que lo llevó a convertirse en un narrador gráfico. Como dibujante de esa especialidad gráfica ascendió en el gusto de los lectores desde la década del 60, a partir sobre todo del impacto de dos de sus más memorables protagonistas: Guabay y Naoh.
Entre sus primeros trabajos se encuentra el cuaderno La defensa de Bayamo, publicado en 1959 por la Imprenta Nacional de Cuba. En la revista Mella, entre 1961 y 1965, desarrollaría una línea de trabajo interesada en acontecimientos reales, muchos de los cuales estaban ligados a las propias circunstancias en que el artista se desarrollaba. El apego por la historia —que ha sido decisivo en su obra— lo llevó a documentarse con profusión en busca de autenticidad y exactitud en cuanto a los hechos descritos en sus narraciones. Algunos de aquellos relatos describían acontecimientos cercanos, como la defensa de la Revolución triunfante, las luchas por la emancipación en otras regiones del mundo, y también daban cuerpo a tramas más remotas en el tiempo.
En aquella publicación, tenida como voz de juventudes —primero de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, y con posterioridad de la Unión de Jóvenes Comunistas— se comenzaría a distinguir por su dibujo serio de corte realista, la corrección en los guiones que desarrollaba, el humanismo que encarnaban sus protagonistas y también, por el deseo de trasmitir de manera eficiente lecciones de vida, enseñanzas que contenían buena parte del ideario de libertad y justicia social del momento, como parecían sugerir los títulos de muchos de aquellos trabajos que a color y bajo la rúbrica de Robe —con la que pasó a ser reconocido— se encuentran en las páginas de Mella: El guerrillero, 26 de Julio, FAR, La Plata, Dien Bien Phu, Julio Antonio Mella y Emiliano Zapata, entre otros. Cuando en 1964, Guabay apareció en Aventuras —uno de los títulos fijos de Ediciones en Colores— Roberto dió con él rienda suelta a un guerrero del cacicato de Cueibá, un taino que fue el primero de sus protagonistas. Su aparición había tenido lugar en enero de 1958, en una tira de un pequeño periódico impreso en Puentes Grandes, nombrado La Voz. Más de una veintena de episodios para aquella experiencia editorial que fue Ediciones en Colores, le darían consolidación a este héroe de nuevo tipo, y también, despliegue al gusto de su autor por dibujar la figura humana. Este personaje, al recrear el universo de la cultura aborigen en Cuba, marcó uno de los principales derroteros de la obra de Roberto, en relación con el desempeño de los hombres primitivos, itinerario continuado luego a partir de la adaptación de novelas de ficción histórica, y que tendría su colofón en otro de sus héroes originales; Yarí, la expresión más contemporánea de esa unidad temática y viva todavía en la memoria de los jóvenes de hoy. Integrado al equipo de dibujantes del semanario Pionero, en 1965, Roberto Alfonso crearía a partir de ese momento un número considerable de series que terminarían por definir su estilo de dibujo y lo consolidarían como historietista en aquel tabloide, en el cual se mantendría dibujando hasta 1983. Entre las narraciones gráficas aparecidas allí estuvieron: Nobi (1965), Toro Sentado (1966), Relatos de un ayudante (1969), Recuerdos de Chamaco (1970 y 1971), El Padre de la Patria (1974) y algunos episodios inéditos de Guabay (1974 y 1975), fundamentalmente.
Fue sin embargo Naoh, el protagonista de su adaptación grafica de la novela Los conquistadores del fuego de J. H. Rosny, quien llevó a Roberto Alfonso a impactar a más de una generación de lectores en Cuba, luego de que las secuencias recreando el argumento comenzaran a aparecer en Pionero en 1968. Naoh ha pasado a ser dentro de la vasta obra de Roberto Alfonso uno de los mejores intérpretes de la aventura del hombre primitivo; un héroe que avanza confiando su destino a sus propias fuerzas y capacidades, que son en definitiva las de la raza humana. Un icono ciertamente con una buena dosis de naturalismo. El éxito de la primera entrega de esas aventuras fue tal que llevó a su autor a realizar nuevos episodios originales inspirados en los personajes de Rosny: Naoh en el país de los monos gigantes (1969/1970) y Naoh contra el león de las cavernas (1972).
Luego vendrían otros títulos: La isla de los delfines azules en 1978, los episodios de El laborante entre 1980 y 1983, Yarí cuando pasó a formar parte del equipo de la revista Zunzún (desde 1983 y hasta 1997) y Félix Varela en 2005, probablemente su obra menos conocida. Esta presentación de historietas de Robe en la Vitrina de Valonia es un primer viaje a propósito de su creación. Creación que es una invitación permanente a navegar los ríos de la historia. Naoh, mas allá de los destinatarios iniciales a los que estuvo dirigido a finales de la «década prodigiosa» —niños y adolescentes entre 8 y 12 años— ha impresionado a muchos a lo largo de varias décadas. Roberto Alfonso no podía imaginar mientras entintaba sus originales, convirtiendo en definitivos los dibujos a lápiz allá por los sesenta, que Naoh (y otros personajes suyos) formarían parte de nuestro imaginario colectivo y él estaría entre los autores de comics cubanos más reconocidos de todos los tiempos.
Caridad Blanco de la Cruz