Precisamente hoy llama nuestra atención un hombre que transita por las calles de La Habana Vieja acompañado de sus dos perros que pertenecen a la raza conocida como dachshund o teckel, que en alemán quiere decir «perro tejón» y que popularmente entre nosotros se identifica como salchicha. El hombre que nos detiene es sin dudas un cazurro, a la manera de los cazurros medievales.
El Pillo ladra y no muerde.
Ya en el siglo XIII el rey Alfonso X de Castilla emite una Declaratio (1275)1 destinada a definir distintas categorías entre estos actores ambulantes. En esta decide llamar juglares a los actores de más alto rango, o sea aquellos que cantaban en las cortes, histriones a quienes tañían instrumentos, inventores a los trovadores, joculatores a los acróbatas, y bufones a los que hacían reír. Los cazurros utilizaban títeres y animales amaestrados…
Precisamente hoy llama nuestra atención un hombre que transita por las calles de La Habana Vieja acompañado de sus dos perros que pertenecen a la raza conocida como dachshund o teckel, que en alemán quiere decir «perro tejón» y que popularmente entre nosotros se identifica como salchicha. El hombre que nos detiene es sin dudas un cazurro, a la manera de los cazurros medievales.
No es la primera vez que los animales se convierten en nuestro país en protagonistas de espectáculos. Durante el siglo XIX ante la decadencia del arte dramático después de los sucesos del Villanueva, los teatros se vieron invadidos por numerosas distracciones, de circo o bien de compañías destinadas al entretenimiento llegando a aparecer incluso números con animales. Rine Leal nos lega varios ejemplos de este tipo: «En San Rafael 1 (…), se mostrará un gran cerdo matemático, que tanto nos recuerda al cochino erudito de 1800, aunque ahora el animal se llame Pompeyo y se presente como parte de un gran museo de historia natural.»2
Posteriormente se repite una presentación similar en el Teatro Lersundi o Albisu 3 :«Y para colmo debutó el padre de Pompeyo, el cochino sabio que, como su hijo, era un animal erudito capaz de conquistar la incredulidad de los habaneros, sedientos de todo tipo de entretenimiento…» 4
Ya en el siglo XX nos llegan los testimonios de algunos entrevistados, no del todo confiables debido a estar sometidos a las veleidades de la memoria, los cuales nos refieren que en la década del 50 en el Parque de la Fraternidad solían presentarse varios números con animales. Protagonizados en su mayoría por aves, en uno de ellos un pajarito disparaba un cañón en miniatura, mientras que en otro un segundo pajarito, por algunos centavos le daba la suerte escrita en una tarjeta a los transeúntes. Una tercera presentación nos remite a un perro que «se hacía el muerto» tras recibir un disparo con fulminantes.
Hoy nuestro cazurro, quien se nombra Roberto González, en una bicicleta autodenominada Cocoperro —en alusión a los contemporáneos Cocotaxis— y consecuentemente adornada hace su recorrido por las calles del Centro Histórico deteniéndose en una u otra esquina para presentar a las mascotas Pillo Chocolate (seis años) y Pillín Vainilla (10 meses), ambos disfrazados con camisetas deportivas —a veces del equipo de pelota Industriales— gorras de visera, espejuelos oscuros y relojes en las patas. Él se inició en esta experiencia hace ya 10 años, acompañado de su mascota el primer Pillo Chocolate, padre del actual, quien muriera a la edad de 16 años en 2008. Comenzó en las áreas cercanas al Capitolio y también asistiendo a la serie de béisbol número 43. Actualmente trabajan entre las 11:00 am y las 2: 00 pm de lunes a viernes única y exclusivamente en los espacios de La Habana Vieja, preferiblemente en las áreas aledañas a la Catedral. En el número que protagonizan, saludan al público, parecen cantar ópera, e incluso sostienen ante nuestro asombro interesantísimas charlas telefónicas.
Por las calles de La Habana. Floristas, cartománticas.
Como parte del espíritu del Centro Histórico desde hace unos años han emergido unos personajes que con su performática presencia contribuyen a hacer más pintoresco el ambiente de esta ciudad. Aparecen y desaparecen de modo irregular por las calles de la ciudad.
Hombres que por su forma de vestir —con traje de miliciano, boina y barba— recuerdan en cierta medida el carácter de los guerrilleros, mujeres floristas vestidas con trajes que de cierto modo inmortalizan a las mulatas del siglo XIX que fueran retratadas en los grabados de Víctor Patricio Landaluce. Matronas negras, de carnes robustas, ceñidas también en ropas que remiten a otras centurias y que echan las cartas y la buenaventura. Hombres vestidos de modo tal que recuerdan al Charlot de Charles Chaplin. Señores de edad madura con trajes que rememoran al Beny Moré y fuman larguísimos y viriles tabacos.
Se trata de figuras, que en su mayoría, exponen un comentario acerca de aquello entendido por cubanidad a través del uso de disfraces; al interpretar determinados roles apoyados en el uso de sus máscaras —adivina, florista…— ofreciendo así desde esta peculiar teatralidad callejera una visión singular del Centro Histórico. En la relación que tales praxis logran cada vez con el público, de manera espontánea, presenciamos su valor fundamental.
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1 Freddy Artiles: Títeres: historia, teoría y tradición p. 27 Ediciones Arbolé, 1998, España.
2 Rine Leal: La selva oscura. Editorial Arte y Literatura. Ciudad de la Habana, 1975.Tomo II p. 91.
3 Situado cerca del Tacón al final de la calle Obispo, en un costado del centro Asturiano
4 Idem, p. 98
2 Rine Leal: La selva oscura. Editorial Arte y Literatura. Ciudad de la Habana, 1975.Tomo II p. 91.
3 Situado cerca del Tacón al final de la calle Obispo, en un costado del centro Asturiano
4 Idem, p. 98
Barbarella González Acevedo
Crítica e investigadora teatral
Fotos:Erick Eimil Mederos