Considerado el poeta español de la generación del 27 con más prolongada e intensa vinculación con Cuba, se le evoca ahora como parte de esta Isla que, ya en su primer libro, le hizo versificar: «De mi ventana huye el barco/ venido ayer de La Habana/ ¡saltemos del lecho al barco,/ lucera de la mañana!»
Cinco años después que lo hiciera Federico García Lorca, Rafael Alberti viaja por primera vez a Cuba en 1935, un año antes que Juan Ramón Jiménez.

 Gallardo y pulcro, Rafael Alberti; airosa y bella, María Teresa León, llegaron del brazo al puerto de La Habana el 16 de abril de 1935 en el vapor Siboney, procedentes de Nueva York y en tránsito hacia México. Quedaban atrás los días de la travesía, durante los cuales él estuvo obsesionado por la evocación de los años infantiles cuando su madre interpretaba al piano habaneras y guajiras, recuerdo que plasmaría en su poema «Cuba dentro de un piano»: Cuando mi madre llevaba un sorbete de fresa por sombrero/ y el humo de los barcos aún era humo de habanero (...)
En sus memorias, la propia María Teresa daría fe de otra obsesión que no dejaría tranquilo ni un minuto a Rafael a lo largo del viaje: la imagen de su entrañable amigo, el torero Ignacio Sánchez Mejías, de cuya muerte habían sabido los Alberti cuando navegaban, meses antes, por el Mar Negro. Desde entonces el poeta trabajaba en la elegía «Verte y no verte».
El recuerdo se agudizó a la entrada de la rada habanera: «Rafael se inclinaba sobre la borda. Ignacio, cuando se escapó de su casa de Sevilla, se vino a Cuba y como no lo dejasen desembarcar porque no tenía papeles, se tiró ahí, al agua. ¿Dónde se había tirado Ignacio? Rafael buscaba el rastro entre el pequeño temblor de la bahía».
En el momento de viajar a Cuba, ellos estaban bien advertidos por el Socorro Rojo Internacional en Nueva York, de la difícil situación existente en la Isla, caracterizada por un ambiente general de terror policíaco que se extendía hasta la esfera cultural.
Gracias quizás a la ignorancia del régimen militar sobre la filiación política de los Alberti —no existía aún organización técnica policial anticomunista—, los esposos pudieron desarrollar en aquella Habana abrumada de amenazas y peligros una activa y brillante jornada de conferencias y recitales, no exenta de publicidad a veces negativa por motivos banales que, sin embargo, no logró restar méritos a la presencia y ejecutoria de los ilustres visitantes. Puedo dar fe de ello porque tuve el honor de ser designado por el Partido Comunista de Cuba —junto con el entonces joven arquitecto Aquiles Maza— para atenderlos durante su estancia, y guardo muy buen recuerdo de aquella grata e inquieta etapa de juventud.
Cuando llega por primera vez a la capital cubana, ya Alberti había ensanchado y extendido el cauce lírico abierto con Marinero en tierra, con el que obtuviera el Premio Nacional de Literatura en 1925. Le seguirían los libros La amante, en 1926; El alma del alhelí, en 1927; Cal y canto, y Sobre los ángeles, ambos en 1929. Había sido, además, uno de los entusiastas animadores del histórico homenaje a Góngora en el tricentenario de su muerte en 1927, suceso que contribuyó a definir y consolidar los rumbos estéticos de los poetas que lo patrocinaron, quedando así identificados desde entonces con aquella fecha: generación de 1927.
Pero, como anota el propio Alberti en su «Índice autobiográfico», y amplía en su Arboleda perdida, en 1929 comienza a «intervenir en las luchas estudiantiles contra la dictadura de Primo de Rivera. Sermones y moradas. Primer intento de poesía social y política». Esta actitud habría de derivar en posiciones más radicales en 1930, año decisivo en su vida porque la unió a la de la escritora María Teresa León. Participaron desde entonces activamente en el movimiento popular a favor de la República.
La obra de Alberti se había conocido en Cuba gracias a que en el número de octubre de 1926, la revista Social publicó dos poemas suyos incluidos en Marinero en tierra, entre ellos uno de los tres sonetos dedicados «A Federico García Lorca, poeta de Granada». De este último, bajo el título de «Nuevos poetas españoles —que incluía a un tercero: Alejandro Rodríguez Álvarez—, aparecían en esa misma página sus también primeros poemas publicados en la Isla, la cual visitaría por única vez en 1930.
Ese mismo año, en su número de marzo, Social abre nuevamente las páginas a Alberti, reproduciendo el poema «El prisionero», del libro El alba del alhelí. Entonces en Cuba, bajo la tiranía machadista —como en España bajo la dictadura de Primo de Rivera—, miles de prisioneros poblaban las cárceles. De ahí que, en tal difícil circunstancia, cobrara especial significado en uno y otro país la publicación de unos versos con semejante estribillo: Carcelera toma la llave,/ que salga el preso a la calle.
Pocos meses después, ya el poeta combatía abiertamente en las barricadas de la época, y en nota que puso al frente de la primera compilación de su obra, Poesía. 1924-1930, afirmaba: «(...) A partir de 1931, mi obra y mi vida están al servicio de la revolución española y del proletariado internacional».
Marcharía a París, donde es entrevistado para la revista Carteles (agosto de 1931) por el ya entonces gran periodista Alejo Carpentier, quien a inicios de 1934 —esta vez, en Madrid— vuelve a reportar para esa publicación un nuevo encuentro con el poeta gaditano.
Poco tiempo después estalla en Asturias la revolución de los mineros, que fue seguida de violenta represión contra las organizaciones obreras y los partidos políticos de izquierda. Cuenta Alberti en sus memorias que él y su esposa asistían entonces en Moscú al Primer Congreso de Escritores Soviéticos, presidido por Máximo Gorki, y, al no poder regresar a España, recorrieron algunas regiones de la URSS y viajaron a algunos países europeos. Encontrándose en Francia, el Socorro Rojo Internacional les encomendó la misión de trasladarse a América para dar conferencias y recitales en ayuda de las víctimas de la revolución asturiana. Después de varias semanas de intensa actividad en Nueva York, fue entonces que deciden visitar Cuba, para continuar viaje por México, los países centroamericanos y Venezuela.
En víspera de la llegada de los Alberti a la Isla, anticipándose casualmente, tres publicaciones cubanas se refirieron a la obra del poeta. La Revista Cubana —órgano de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación— incluyó en su número de enero de 1935 una breve nota del escritor Rafael Suárez Solís sobre el libro Poesía (edición Cruz y Raya, Madrid, 1934). Otro tanto hizo la revista Bohemia (11 de abril de 1935), dedicando una página a diez poemas de Marinero en tierra como parte de su homenaje al IV aniversario de la República Española. Por último, quien suscribe este artículo eligió un poema para publicarlo en el diario La Palabra que, con el auspicio del Partido Comunista, había comenzado a circular en La Habana desde enero de 1935. Así, siendo redactor de ese periódico y encargado de su Magazine semanal, incluí en el número correspondiente al 17 de febrero el poema titulado «¿Conoces el país de los obreros?», que Alberti elaborara a partir de su reciente visita a la URSS. Lejos estábamos entonces de imaginar la cercanía de su arribo a La Habana.
Se hospedaron en el hotel Saratoga, ubicado en la céntrica esquina de Prado y Dragones, frente a la Fuente de la India, y fueron acogidos con entusiasmo y devoción en todos los círculos, en especial por un amigo de la calidad de José María Chacón y Calvo.
Descendiente de una ilustre familia de linaje colonial, heredero del título nobiliario de Conde de Casa Bayona —que nunca ostentó—, este regio intelectual había sido director de Cultura del Ministerio de Educación y contaba con un sólido prestigio en la comunidad literaria iberoamericana por sus numerosos estudios eruditos sobre temas literarios cubanos, latinoamericanos y españoles. Durante su estancia como diplomático en Madrid, al propiciar la entrega de los originales de Marinero en tierra, había tenido un papel determinante en el inicio de la carrera literaria de Alberti, lo cual éste nunca olvidó, como se desprende del siguiente pasaje de sus memorias: «Una tarde, acabado el reposo del almuerzo, empaqueté dos copias, me fui al correo y con sellos de urgencia las envié a Madrid, a nombre de José María Chacón y Calvo. En carta aparte suplicaba al escritor cubano que hiciese llegar una al Concurso Nacional de Literatura. A los pocos días tuve respuesta de mi amigo: había llegado tarde, pero unas mágicas pesetas a no sé qué empleado del Ministerio sirvieron para arreglarlo todo».
 A lo que llamó «las bondades de Chacón y Calvo para los jóvenes literatos y artistas de su época madrileña», Alberti se refirió en la primera entrevista periodística que concediera en tierra cubana y que apareciera en el diario El País, el viernes 19 de abril —o sea, sólo tres días después de su llegada—, con un llamativo título en la página cinco: «Viajeros ilustres. Rafael Alberti, el gran poeta español, ofrecerá un recital mañana, sábado de gloria, en la sociedad Lyceum».
En ágil prosa impresionista, el trabajo se refiere no sólo al poeta, a sus recientes viajes, sus opiniones sobre la poesía española contemporánea..., sino también a la bella dama que lo acompaña, «discípula predilecta de Menéndez Pidal, la autora de Veinte cuentos de la España tradicional...»
En su edición del 28 de abril, Carteles registró la presencia de Alberti en dos de sus páginas: en una, bajo el magnífico retrato del poeta hecho por Vázquez Díaz, con el pie: «Rafael Alberti, el gran poeta español, una de las figuras más brillantes de la nueva generación literaria, que se encuentra en La Habana de paso para México»; en la otra, con una fotografía suya y el texto: «Alberti en el Lyceum. El ilustre poeta español Rafael Alberti rodeado de algunos de los concurrentes al recital que ofreció en el Lyceum el sábado 20».
Ese mismo día, la revista Bohemia publicó una breve entrevista con Alberti, ilustrada con fotografías de los esposos en las calles de La Habana, algunos de cuyos rincones —expresó— eran «una especie de reproducción de su querida Cádiz».
Para entonces, ya circulaba un elemento polémico en el ambiente cultural de la ciudad, suscitado por el artículo «Rafael Alberti en el Lyceum» que había publicado en el diario El Mundo (25 de abril de 1935) el entonces joven escritor Antonio M. Martínez Bello. Ni más ni menos, aquel trabajo comenzaba así: «Y el poeta viajero regaló a la expectación unánime una deliciosa tomadura de pelo. Tomadura de pelo sutil y delicada cuanto auténtica. El toust encefálico de nuestra capital se sintió dramáticamente desconcertado frente a aquella brillante granizada de boutades, si bien la reacción aparente fue dichosamente beatífica. El disparate con solemnidad causó espectacular efecto».
Ya por afán de notoriedad a costa del huésped ilustre, ya por indigestión de lecturas teóricas sobre filosofía de las artes, Martínez Bello se extendió en su agresividad, en medio de consideraciones sobre limitaciones e insuficiencias que él advertía en los medios culturales habaneros y, en general, la emprendió contra la que denominó falta de lógica de las nuevas tendencias estéticas.
La errónea actitud del bisoño autor fue provocada principalmente por los fragmentos del guirigay «La pájara pinta», famoso por su ingenuidad y frescura, leídos por Alberti en su recital del Lyceum. El visitante acogió con su elegante ironía la inconsistente y gratuita agresividad del joven escritor, y al finalizar la conferencia sobre Lope de Vega que ofreció el 27 de abril en el Automóvil Club de Cuba, tuvo la humorada de volver a leer dichos fragmentos para demostrar el error o la tontería de calificar su lectura de «tomadura de pelo».
Afortunadamente, esta intervención de Alberti fue publicada en la Revista Cubana (abril-mayo, 1935) y todavía se puede comprobar con cuanto garbo y fidelidad dibujó los rasgos esenciales del poeta evocado: «hay que recoger nuevamente del aire, para soltarlos otra vez, los versillos menores, llenos de gracia, desvergüenza o ternura. Y es Lope, primero, el que con más abundancia y maestría vuelve a enriquecer la memoria popular, a encandilarla con nueva lumbre (...)»
Recitó y comentó Alberti «aires» de Lope de Vega, y luego de leer el final de un «Trébol»,- que insiste en el estribillo «que yo me las varearé», expresó: «¿Qué os está recordando a muchos de los aquí presentes la insistencia, la lenta monotonía de este estribillo? Al llegar a La Habana, cuando casi aún no había quitado el pie del barco, oí entre las maracas que se agitaban en la orquestilla negra de un café: La mujer de Antonio/ camina así./ Cuando viene de la plaza /camina así (...) Era el son popular. Pero aquí, en Cuba, hay poetas que yo conozco (...) que siguiendo el mismo procedimiento lopesco de cazar aires —diréis vosotros sones— están inaugurando de manera admirable ese ir y venir, ese dar y devolver que sube de la calle a lo alto de la casa, bajando la escalera con un nuevo traje».
Se trataba de una clara alusión a la poesía de Nicolás Guillén, de quien ya tenía referencias por Unamuno y García Lorca. Y al mostrar cómo la herencia lopesca había resucitado en Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Fernando Villalón, Manuel Altolaguirre..., expresó: «Y a todo esto aún no he hablado de mí. No toméis como olvido o modestia, porque me considero el más cercano, algo así como un sobrino de Lope. Es que quiero que mi homenaje sea a través de un guirigay lírico-bufo-bailable que escribí hace tiempo, titulado “La pájara pinta”, guirigay compuesto a base de personajillos de las canciones infantiles, que a Lope seguramente divertirían, para cerrar esta conferencia».
Martínez Bello volvió a la carga en su artículo «Rafael Alberti en el Automóvil Club» (El Mundo, 28 de abril), pero ya en un plano de discusión nada apreciable, en el que sólo tuvo la solidaridad infortunada de su amigo José Ángel Buesa, poeta galante de la época, que no hizo honor a esa fama en su artículo «Rafael Alberti está en La Habana» (El Mundo, 2 de mayo).
Naturalmente, la polémica suscitada instaló a Rafael Alberti en el centro de la actualidad cultural habanera. Así, en su artículo «Martínez Bello comenta a Alberti» (El País, 2 de mayo), con la autoridad de su jerarquía lírica, el poeta y profesor de literatura Emilio Ballagas advirtió que el joven cubano «ama la Filosofía del Arte mucho más que el arte mismo», y después de consideraciones al respecto, aduce que «si Martínez Bello conociera un poco la obra de Alberti, yo no me atrevería a comentar su comentario ante el peligro de una lluvia de citas de todos los estetas, filósofos y psicólogos que en el mundo son y han sido».
Finalmente, tras exigirle al crítico improvisado que conozca de un modo absoluto la obra «del poeta que censura más que estudia», Ballagas añade: «Alberti, en su conferencia, nos ofreció de pasada y como en unos cuantos cortes de filme, la síntesis de su evolución poética. Lo hizo con gracia y humanidad, porque Alberti está de vuelta de las complicaciones intelectuales y quiere ahondar en la complejidad humana».
Fue más expedito otro importante poeta cubano, Eugenio Florit, quien en su «Carta abierta» a los «Sres. Antonio Martínez Bello y José Ángel Buesa» dice: «Amigos: Rafael Alberti no necesita propaganda, ni mucho menos la propaganda que los artículos de ustedes pueden darle. Rafael Alberti está muy por encima de todo eso; porque, es, con Juan Ramón Jiménez, y algún otro, la más legítima representación de la actual lírica española (...)»
Lo interesante es que el caso no sólo llamó la atención de los poetas sino que se desbordó a otros campos del periodismo. El escritor Rafael Suárez Solís contribuía también a la popularidad de «La pájara pinta» cuando en un artículo homónimo —Carteles (19 de mayo)— resumía que esa composición albertiana «no tiene otro destino intelectual que ése: el de hacer reír sin motivo a un público infantil, ese público formado por todos nosotros en el afán que siempre ponen las personas mayores para ser, al menor descuido de la responsabilidad, niños e irresponsables (...) porque siempre será necesario que todo el mundo sea niño si ha de haber poesía (...)»
Hasta un editorial le dedicó el diario El País (2 de mayo) a la visita, en el que se aseveraba: «Rafael Alberti no envía su mensaje con una preocupación proselitista. Ni él ganó su crédito como cantor multitudinario. Su poesía es algo hermética, algo sibilina. Pretender que satisfaga todas las comprensiones, y que se torne accesible a los gustos medios, es, por lo demás, tan conmovedoramente grotesco como aspirar a que una melodía de Stravinsky produzca euforias auditivas a los concurrentes de la Verbena (...) el valor estético que supone Alberti está más allá de todas las alusiones arbitrarias». La tercera presentación pública de Alberti fue la más importante y concurrida, el 3 de mayo, en el teatro Auditorium, patrocinada por la prestigiosa Sociedad Pro Arte Musical y con abundante promoción periodística, incluida una nota de anuncio en la edición de ese día del Diario de la Marina.
Hasta aquí las actividades de los Alberti que tuvieron resonancia pública. Otras fueron divulgadas posteriormente. Una de ellas fue la visita que hicieron a las obreras e intelectuales presas en la Cárcel de Mujeres de Guanabacoa, víctimas de la represión policial a la huelga general de marzo. Allí igualmente recitó «La pájara pinta», y ambos esposos se fotografiaron con las reclusas.
También fueron autorizados a visitar a los presos políticos en el Castillo del Príncipe Juan Marinello y José Manuel Valdés Rodríguez (Regino Pedroso no estuvo presente por sentirse enfermo ese día). A ellos, el gaditano dedicaría «Son del mar hacia Cuba», poema que publicara la revista Orto (mayo de 1935) sin nota relativa a cómo les llegó. De la correspondencia entre Manuel Navarro Luna, quien estaba al cuidado de esa singular publicación manzanillera, y Juan Marinello, conocemos de la impresión que Alberti causara a este último en comparación con Lorca, su también amigo: «Alberti es una personalidad poderosa. Tiene sobre Federico —parece obligada la mancuerna— la hombría un poco bronca y derecha, la mano abierta que al otro le falta».
En unos versos incidentales del libro 13 bandas y 48 estrellas. Poema del Mar Caribe, que terminara de editarse por Manuel Altolaguirre en Madrid en mayo de 1936, el poeta andaluz evocaría aquel encuentro junto al recuerdo de la partida hacia México a bordo del mismo vapor que los había traído a la Isla: Por el Mar Caribe me bajaba del cielo/ la voz firme y pura de Juan Marinello,/ la desconocida de Pedroso y el/ recuerdo mojado de José Manuel./ Diez era de mayo cuando el Siboney/ zarpó de la palma cubana al maguey (...)
Rafael y María Teresa habían permanecido 24 días en La Habana... Demorarían 25 años en regresar.

ENTRE EL CLAVEL Y LA ESPADA
En su «Índice autobiográfico», al que hemos acudido con frecuencia, Alberti anota que regresó a España en 1936, y que después de intervenir activamente en la campaña por el Frente Popular, se fue con María Teresa a la isla de Ibiza, donde le sorprendió el criminal golpe militar franquista de julio contra la República Española.
Nunca olvidaré la poderosa impresión de recibir periódicamente en La Habana ocho o diez números de El Mono Azul, «hojas que llegaron a ser muy populares en el frente, sobre todo por la publicación del Romancero de la guerra civil», al decir del propio Alberti. Como secretario de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, él era uno de sus directores y no dejaba de enviármelas. Yo las distribuía entre varios compañeros y tuve oportunidad de reproducir algunos de sus textos originales —incluido el citado romancero— en la revista literaria mensual Mediodía, creada en junio de 1936 y cuyo Consejo de Dirección integraba junto a Juan Marinello, Nicolás Guillén, Carlos Rafael Rodríguez, José Antonio Portuondo, Aurora Villar Buceta, Edith García Buchaca y Jorge Rigol.
Gracias a la correspondencia enviada a esta revista por Marinello y Guillén, conocimos de la heroica defensa de la República Española en general y, en particular, del Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, que se celebró en Madrid, Valencia y Barcelona. Junto a Marinello y Guillén, que viajaron a España desde México, la delegación cubana a ese encuentro —seleccionada seguramente por Alberti— estuvo integrada además por Alejo Carpentier, Félix Pita Rodríguez y Leonardo Fernández Sánchez, quienes arribaron desde París.
En magníficas crónicas para Carteles, también Carpentier volcó sus dramáticas experiencias de la resistencia republicana española de aquellos históricos días, junto a los detalles del Congreso de Escritores. Cuando describe la entrada en Madrid de los delegados a esa cita, en viaje por carretera desde Valencia, reproduce fragmentos del romance de Alberti «Defensa de Madrid», recogido luego en el libro Capital de la gloria y que comienza: Madrid, corazón de España,/ late con pulso de fiebre (Carteles, 10 de octubre de 1937).
Una vez vencida la resistencia popular y España alineada en el campo fascista (primavera de 1939), los Alberti logran escapar «milagrosamente» camino de Orán, de donde pasan a Francia. Trabajan en Radio Paris-Mondiale. «Largas noches de soledad y congoja. En medio del más triste y acolchado silencio comienzo a escribir La arboleda perdida (ya empezada en España), Vida bilingüe de un refugiado español en Francia, y Entre el clavel y la espada», recordaría Rafael.
En febrero de 1940 deciden partir hacia Argentina, donde vivirían 24 de los cerca de 40 años que duró su exilio. De esa nueva y dolorosa etapa, que inició «la nostalgia insufrible de la patria perdida», hay testimonios impresionantes de ambos y, naturalmente, en la magna obra del poeta, quien publicó en Buenos Aires sus libros Entre el clavel y la espada (1941) y Pleamar (1944).
Justamente una primicia de Pleamar cayó en Cuba en 1942, como una ola desprendida de aquel océano poético: la composición «Remontando los ríos», que apareció en la mínima revista La Verónica, editada por el poeta e impresor Manuel Altolaguirre en su imprenta homónima fundada en La Habana en 1939, durante su dramático exilio. Ya Alberti había cambiado señales con su compañero de la generación del 27, que tan gratos recuerdos y bellas ediciones poéticas nos dejó a los cubanos. Es una de las primeras composiciones del padre poeta a su niña Aitana, quien después, remontando el otro río del tiempo, vendría a vivir a Cuba. Así comienza el poema: Para ti, niña Aitana,/ remontando de los ríos/ este ramo de agua.// De dulce, ramito,/ que no de agua salada.// Agua de azúcar, ramo, /ramito, que no amarga.// Remontando los ríos. (La Verónica, La Habana, a.I, n.II, 2 de noviembre de 1942).
Alberti ha reconocido la fraternal acogida que le dispensó en la capital argentina el editor español Gonzalo Losada. Precisamente, Pleamar fue el nombre de una empresa editorial creada entonces por el cubano Manuel Hurtado de Mendoza, Losada y Alberti, quien dirigía la sección poética. En ese rol, el gaditano mantuvo correspondencia con Emilio Ballagas hasta ultimar la publicación de su Mapa de la poesía negra americana (antología) y, sobre todo, con Nicolás Guillén, de quien edita en 1947 en la colección Mirto El son entero. Suma poética 1929-1946, que fuera todo un acontecimiento editorial en la Argentina con la presencia de su autor.
Hay que imaginar cuánto significaría en el orden afectivo el reencuentro en Buenos Aires de ambos, diez años después de los dramáticos días de la guerra en Madrid y de la tertulia de la Alianza de Intelectuales. Volverían a encontrarse en 1956, en París, donde Guillén residía luego de que le fuera otorgado en diciembre de 1954 el Premio Internacional Lenin de la Paz, en la URSS. Y cuando el cubano fue conminado por las autoridades francesas a abandonar el país, al no obtener la visa solicitada a México y Venezuela, fue Alberti quien se ocupó de gestionar la autorización de su traslado hacia Argentina.
Gracias a estas gestiones, Nicolás Guillén pudo continuar su exilio en Buenos Aires, adonde llegó el 25 de julio de 1958. Desarrolló entonces un activo programa de recitales y conferencias, no sólo en la capital sino también en otras ciudades. Y cuando el 18 de octubre, las instituciones culturales argentinas ofrecieron un almuerzo a los Alberti en el hotel España, el poeta cubano rindió a la pareja un homenaje muy criollo que inició con las siguientes palabras premonitorias: «Queridos amigos: Cuando Cuba sea otra vez una isla abierta al viento y al sol, cuando el mar pueda llegar hasta ella, los cubanos nos holgaremos, como hacen hoy los argentinos, sentándonos a una mesa muy ancha, muy cordial y muy alegre, con Rafael Alberti y María Teresa de León (...)»

RETORNOS
La previsión se cumpliría al cabo de un año y medio, cuando «por avión —caídos del cielo, como pasa con los poetas como siempre tiene que pasar con ellos— están en La Habana Rafael Alberti y María Teresa de León», según anunciara el propio Guillén en su habitual «Crónica» del diario Noticias de Hoy, el martes 22 de marzo de 1960.
Alojados en el habanero hotel Sevilla Biltmore, esta vez la pareja viaja a Santiago de Cuba y Matanzas, siendo testigos —en el transcurso de varias semanas— del afiebrado proceso de la nueva realidad que creaba el pueblo cubano.
Desarrollan un intenso programa de actividades, entre ellas una conferencia de Alberti acerca del poeta español Antonio Machado, el 29 de marzo, en el Palacio de Bellas Artes. Presentada por Carpentier, esa disertación estuvo patrocinada por la dirección general de Cultura, cuya máxima autoridad —Vicentina Antuña— introdujo la conferencia que, al día siguiente, ofreció en el mismo lugar María Teresa: «Quien era la verdadera Dulcinea del Toboso».
Pero el acto más espectacular de este su segundo viaje a Cuba, tuvo lugar el viernes 8 de abril en el teatro de la Central de Trabajadores de Cuba. En esa ocasión, se lanzó la idea de invitar a los poetas del mundo a contribuir a la compra de un avión para defender la Revolución Cubana, de ahí que Alberti y Guillén culminaran el acto con un «mano a mano» lírico bajo el título «El avión de la poesía».
Las palabras de presentación de ese encuentro estuvieron a cargo de María Teresa, y como parte del mismo, el inolvidable Ignacio Villa (Bola de Nieve) interpretó canciones inspiradas en composiciones poéticas de ambos autores. También Armando Hart, ministro de Educación, aprovechó para destacar la excepcional significación del acto, ampliamente divulgado por la prensa cubana en sus ediciones del domingo 10 de abril.
Ese mismo día, a las 8:00 p.m, en el canal 2 de la televisión, con un recital de Rafael y una conferencia de María Teresa, quedaba inaugurado un programa de la Dirección General de Cultura del mencionado ministerio.
Envueltos en el fervor de y por Cuba, los Alberti continuaron viaje a Colombia, pero permanecieron en el recuerdo de la Isla indefinidamente. Así, al producirse la victoria de Playa Girón contra la invasión mercenaria, en abril de 1961, María Teresa escribió a Guillén emocionada carta desde Buenos Aires contándole la tensión en que ambos vivieron aquellos días y la alegría por el triunfo. Luego de consideraciones sobre el significado histórico del suceso, exclamaba: «¡Dios guarde a Cuba, “que aún cree en el hombre y aún jura en español ”!»
El apoyo a Cuba se expresaría en el poema «¡Se acabó la diversión! Cuba en cuatro escenas», una farsilla escrita por Alberti a partir de la popular canción del cantautor cubano Carlos Puebla cuyo estribillo era precisamente: Se acabó la diversión/ llegó el Comandante y mandó a parar. Con una dedicatoria «a los jóvenes artistas, escritores, poetas y cineastas de España», el texto fue publicado en la revista El Contemporáneo, de Roma, en su número de julio-agosto de 1961.
El 16 de diciembre de 1962, con motivo de celebrarse el sexagésimo cumpleaños de Alberti, se conforma la comisión encargada de homenajearlo a iniciativa de Juan Marinello, entonces rector de la Universidad de La Habana. Como miembro del Comité de los Premios Lenin, el eminente intelectual cubano sería partícipe de su otorgamiento a Alberti en 1965, cuando éste y su familia ya se encontraban exiliados en Roma, luego de 24 años de vida en Argentina.
Otro importante escritor cubano, Samuel Feijóo, se encontraría con Alberti en Kiev, Ucrania, y de esa experiencia sacaría elementos para varios números de la revista que dirigía: Islas, de la Universidad Central de Las Villas. Así, en el número de septiembre-octubre de 1966 se reproducían nada menos que siete dibujos magistrales que le enviara especialmente el poeta para que ilustrase otros tantos poemas de su libro Sobre los ángeles.
Con motivo del centenario del nacimiento del poeta nicaragüense Rubén Darío en 1967, la Casa de las Américas organizó un homenaje internacional a la gran figura de la literatura latinoamericana, al que fueron invitados los Alberti. En carta a Haydée Santamaría, fechada en Roma el 20 de julio de 1966, Rafael explicó las causas que impidieron la presencia de ambos, sobre todo relacionadas con «trastornos cardíacos bastante frecuentes» de María Teresa que le impedían viajar en avión.
Ello no fue obstáculo para que —a raíz del asesinato del Comandante Ernesto Che Guevara, el 9 de octubre de 1967, en Bolivia— ella interviniera en nombre de su esposo en el gigantesco acto de condena que, presidido por Cesare Zavattini, patrocinaron en Roma la Asociación Nacional de Guerrilleros de Italia y la Sociedad de Amistad Cuba-Italia. «Yo traigo el dolor y la pena de Rafael Alberti y, con la mía, la de todos los exiliados de España (...)», expresó con la voz matizada de emoción.
Con el poema «A Ernesto Guevara», publicado en la revista Casa (mayo-junio de 1968), Alberti se sumaría a los gestos de tributo: Te conocí de niño/ allá en el campo aquel de Córdoba argentina,/ jugando entre los álamos y los maizales,/ las vacas de las viejas quintas, los peones.../ No te vi más, hasta que supe un día/ que eras la luz ensangrentada, el norte,/ esa estrella/ que hay que mirar a cada instante/ para saber en donde nos hallamos.
Al conmemorarse el septuagésimo cumpleaños de Alberti, en su número de primero de febrero de 1973, el tabloide España Republicana —que siempre mantuvo viva la presencia del poeta para los lectores cubanos— reprodujo las palabras pronunciadas por Guillén en el acto que, con ese motivo, ofrecieron coordinadamente la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y la Sociedad de Amistad Cubano-Española (SACE).
Y cuando murió Pablo Picasso, en esa publicación salieron numerosas declaraciones de personalidades e instituciones, expresivas del profundo duelo por la desaparición del genial pintor, entre ellas la de Alberti, autor de Los ocho nombres de Picasso (1966-1970).
A mediados de 1975, circuló en Cuba el ya famoso libro de memorias de Alberti, La arboleda perdida, editado por la Editorial Arte y Literatura del Instituto Cubano del Libro, en su colección Testimonios. Y a principios de 1977, sale a la luz bajo ese mismo sello editorial la primera colección de la obra albertiana publicada en el país: Poesía, con selección y prólogo de la profesora e investigadora Mirta Aguirre.
Había llegado un momento trascendente para el poeta gaditano: el 28 de abril de 1977, luego de 38 años de exilio, puede regresar a su patria junto a su compañera inseparable. Y al llegar al aeropuerto de Barajas, según reportó el diario habanero Granma, expresa: «Me fui con el puño cerrado porque era tiempo de guerra, y vuelvo con la mano abierta, tendida a la amistad de todos».
Con la concesión en 1983 del Premio Miguel de Cervantes («premio a una obra total completa, a una dedicación al mundo de la creación literaria»), el ya —aunque juvenil— octogenario recibía los testimonios de unánime simpatía por el justo reconocimiento a su larga, fecunda y genial consagración al enriquecimiento de las letras hispánicas.
Cuando Rafael regresa por tercera vez a Cuba, el viernes 5 de abril de 1991, ya no lo hace en compañía de la que fuera su compañera y musa, pues María Teresa había fallecido después de una larga enfermedad, el 14 de diciembre de 1988. Tampoco estaba para recibirlo su fraternal amigo y colega Nicolás Guillén —cuyo deceso se produjo el 16 de diciembre de 1989—, pero quien había dejado escrito el prólogo a Poesía escogida, una antología de la obra de Alberti desde 1924 a 1982, preparada por su hija Aitana.
El bello volumen fue presentado el lunes siguiente a la llegada de su autor en un multitudinario acto frente al Palacio del Segundo Cabo, y era tanto el público, que se extendía hasta la aledaña Plaza de Armas. Momentos antes, en ese mismo entorno —en el Palacio de los Capitanes Generales—, se le había entregado al visitante el título de Huésped Ilustre y la Llave de la Ciudad, que Alberti «prontamente se la guardó en el bolsillo, comentando, alegre, que ahora, cada día, podría abrir las puertas de La Habana, donde tantas mujeres bonitas hay».
El huésped procuró tiempo para visitar en San Francisco de Paula la casa-museo de su amigo Ernest Hemingway, así como la sede de la Unión de Escritores y Artistas, cuyo presidente Abel Prieto le entregaría el título de Miembro de honor, consistente en un diploma con versos de Guillén y dibujo de Roberto Fabelo. En la ocasión, también recibió el libro Amigo Alberti, con versos suyos traducidos al sistema Braille, para invidentes, publicado por la Editorial José Martí.
Pero el homenaje más significativo tuvo lugar, sin dudas, cuando en solemne ceremonia celebrada en el Palacio de la Revolución, Fidel Castro impuso a Alberti la Orden Nacional José Martí, máxima distinción que otorga el Consejo de Estado de la República de Cuba. Con la presencia del presidente cubano, la Universidad de La Habana —en tanto— le confirió el título de Doctor Honoris Causa en Artes y Letras.
Habría que agregar ahora que no fue esa tercera visita la última que Rafael Aberti hizo a la Isla, pues hizo otra que no llegó a trascender al público, en febrero de 1992, para acompañar a su esposa, María Asunción Mateo, quien debió someterse a una operación quirúrgica en la capital cubana. Fui de los pocos amigos que él recibió en aquellos días y aproveché para obsequiarle dos folletos suyos publicados en México en 1935, durante su estancia en ese país luego de partir de Cuba.
Si, desde entonces, el recuerdo de Rafael Alberti ha permanecido vivo en nuestra memoria, junto a ese recuerdo no puede faltar nunca el fragante de María Teresa León. Por lo que al extinguirse la prolongada existencia del eminente gaditano universal, el 28 de octubre de 1999, con estos versos, que titulé «Despedida fraternal a Rafael Alberti», rendí tributo a ambos como si los volviera a ver por primera vez en su recordada Habana: Rafael, nunca olvido tu sonrisa/ desde que la habanera luz traviesa/ te abrazó junto a María Teresa / y besó con la magia de su brisa./ Porque eres presencia que no cesa,/ te despides sin penas y sin prisa,/ y a distancia vislumbro tu sonrisa/ por vencer del olvido la tristeza./ Fue hermoso y noble y alto lo que diste:/ ese inmenso tesoro que nos dejas./ Tu despedida no puede ser triste./ Tu vida combatió por la alegría/ del ser humano./ Ahora que te alejas,/ quedas ya para siempre en tu Poesía.

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