La referencia al tema político, también hubo de realizarla Roig mediante la definición de «tipos» sociales de entonces como El diretivo, español llegado a Cuba en busca de trabajo y fortuna.

Al plasmar el habla de este tipo social tal cual es, Roig no sólo critica, sino hasta ridiculiza a los políticos y gobernantes de turno de la época.

Es evidente que Platón —tío de Mr. Platt— jamás soñó para su utópica República —sin carboneras, botellas ni colecturías— con un tipo que, como el Diretivo, encarnase de tal manera el principio de autoridad, de orden, de respeto a la ley y a los reglamentos.
Pero nuestro personaje nació con un retraso de varios siglos y, lejos de ser una de las más firmes columnas de aquel ensayo de «gobierno propio» que quiso realizar el romántico político griego, vino a caer, para desgracia suya, en la tierra clásica del choteo, y se convirtió en un tipo de ídem. ¡Oh sueños de gloria e inmortalidad!
 Hechas ya estas breves consideraciones históricas, expongamos ahora los antecedentes de familia y demás circunstancias que concurren en la formación y desenvolvimiento de este curioso tipo.
Para que se un Diretivo, es necesario que el individuo haya nacido en la Península, entendiéndose por tal para estos efectos, principalmente las provincias de Galicia y Asturias. Pero no basta esto; es indispensable que ese peninsular salga de su tierra y venga a Cuba, en donde es conocido más comúnmente con el calificativo de gallego. Pero no es suficiente tampoco esto. Ese gallego, aún conservando su característica e idiosincrasia, debe aplatanarse, lo cual no se adquiere sino después de varios años de permanencia en la Isla, un adecuado tratamiento hidroterápico, alguna relacioncilla más o menos oscura y suficiente claridad en la pronunciación, de manera que haya perdido de tal modo su acentu que mesmamente parezca nacido en el propio barrio de Jesús María, y, cuando se dirija a una dama, pueda hablar con esta perfección el idioma criollo:
—«¡Cá, hombre, cá, niña: qui voy a ser de la Pinínsula! ¡Quite de allá! No ha comprendido ustez en el acentu que soy cobiche ...!».
Cuando ya reúna todos estos requisitos, puede, entonces, nuestro hombre ser Diretivo, obteniendo previamente la mayoría de sufragios en una de las juntas que celebre la Sección de Recreo y Adorno de alguno de los distintos Centros Regionales establecidos en nuestra capital.
Sólo le falta ahora estar en funciones o en activo servicio, que es cuando verdaderamente se le considera Diretivo.
Estas secciones a que nos acabamos de referir tienen, entre sus fines principales, determinados, en el reglamento del Centro, la organización de grandes fiestas bailables, que pueden ser de dos clases, de socios y de pensión. A los Diretivos toca, no sólo dichos trabajos preparativos y de organización, sino también los más delicados y graves de vigilar la entrada el día del baile y cuidar del orden en los salones, no permitiendo, bajo ningún concepto, que se infrinjan por los bailadores los artículos del susodicho Reglamento. Y es ésta, como hemos expuesto, la verdadera, más noble, alta, elevada y casi divina misión que desempeña en la tierra nuestro protagonista.
Presentémoslo en el verdadero escenario de sus hazañas.
La Junta de Recreo, ha acordado, después de una de esas acaloradas sesiones, típicas de estas sociedades, dar un baile de socios, nombrando, entre otros Diretivos, a Don Panchu Salgueiro y Cobielles, que cuando rapaz vino de su pueblo, perteneciente al Consejo de Carballeira, consignado a la bodega de un tío en la Habana, donde desempeñó los oficios de fregador de platos y mozo de recados. Fue subiendo, poco a poco en categoría y hoy tiene a su cargo el departamento de corsets, ligas y ahuecadores de una tienda de ropas de la Calzada del Monte, donde es ya el dependiente más solicitado por las niñas que allí acuden diariamente a comprar y... pasar el rato.
La noche del baile, desde muy temprano, se enfundó Don Panchu en su esmoquin de talle largo y anchas solapas, adquirido, hace años, muy barato, en una casa de empeño. En el chaleco ostenta la gruesa cadena de dos ramales y dije colgante en el centro y en el ojal del esmoquin, el botón distintivo de la institución. Corbata negra muy pequeña, camisa de reluciente y más que endurecida pechera, pantalones de campana y zapatos de charol de grueso calibre que apenas disimulan los rebeldes juanetes.
Al abrirse las puertas del Centro, ya está nuestro Salgueiro en su sitio de honor. El reglamento le manda que no deje entrar más que a los socios, lo cual debe acreditarse con el recibo correspondiente al último mes.
Con los peninsulares, no hay novedad. Pero con los creollos son las luchas y los contratiempos.
—¿Por qué habrá cobiches en Cuba? —exclama en estos casos Don Panchu.
Ahí llegan cuatro.
—Señores: orden ante todu. No si pricipiten. Enseñen los ricibus. Aver ustez, ¿comun se nombra?
—Mateo Álvarez y López
—¿Edaz?
—Cuarenta años.
—¡Quite de hay! Ustez nu representa sinu veinticincu años.
—Es porque soy sietemesino y ahora no me dejo la barba.
—Buenu. ¿De dónde es ustez?
—¿Yo? ¡Cub... ! Digo peninsular.
—¿Pruvincia?
—Galicia.
—¿Conseju?
—¡A mi nadie me aconseja!
—Le diju que aquí Conseju pertenece ustez.
—Ah! Al consejo de... de... de Lugo.
—iSantiaju me valja! Luju es una pruvincia. ¡Hace vistu que cobiche más descaradu! Ustez no entra. ¡Larju dihay!

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Y como ésta se repiten centenares de escenas, en las que el Diretivo tiene que luchar a brazo partido con los cobiches que pretenden colarse, utilizando los recibos del portero o criado de su casa o del bodeguero amigo que, complaciente, les facilita el modo de entrar de guagua en el baile.
Pero, aprovechemos que nuestro Diretivo ha abandonado, por unos instantes, su puesto de vigilancia, para colarnos, sin que nos vean, y subir al salón principal.
Personas y gentes de las más diversas clases y condición social, discurren por doquier, ya entregados a los encantos y atractivos del baile, ya conversando en los rincones.
Primos y primas de todas las especies y variedades: ellos, del ramo de motoristas y conductores, dependientes, criados; ellas, criadas, manejadoras, cocineras y hasta amas de cría.
Muchachas cubanas de la clase media y baja, ya solas ya en compañía de sus respetables mamás, unas bailando o conversando con los dependientes amigos, otras con jóvenes criollos más o menos sportmen. No sería raro encontrar alguna que otra niña que no pierde días de moda y sale en las crónicas sociales, entre las del smart.
Alguna pareja non sancta llama también la atención y produce el asombro de ciertas mamás y la curiosidad de muchas niñas.
Perdido entre toda esa abigarrada y heterogénea muchedumbre está nuestro Diretivo Don Panchu, cuidando del orden y la fiel observancia de todos los artículos del Reglamento.
Ya el baile está en la segunda parte del programa.
La orquesta de Pablito, después del Paso Doble Alfonso XIII y alguna que otra Jota y Muiñeira, ruidosamente aplaudidas por los peninsulares, ha hecho las delicias de los concurrentes criollos y de muchos aplatanados con sus inimitables danzones de moda: El Príncipe del Carnaval, El Mareo de Tomasa, Galletica María, Anís del Diablo y otros.
Después de un descanso, rompe la orquesta a tocar el danzón del Motorista. Da gusto ver las parejas profesionales que bailan en un ladrillito, o las que florean, o las que, completamente agarraos, parecen en éxtasis más o menos divino.
De repente nuestro Diretivo, toma por el brazo a uno de los bailadores y encarándose con él, le dice:
—iOija, cobiche! ¿Ustez nun ve que esta infrinjiendu el rejlamentu, cun esa manera de bailar tan sicalíptica e muy impropia de prisonas dicentes? Hájame el favor di disagarrarse u llamo a la policía!
Sobrevienen las naturales protestas; los ánimos, ya acalorados, hierven; y, Dios sabe, en qué hubiera parado la cuestión, sin la oportuna llegada de un vigilante.
Mientras tanto, la orquesta, seguía tocando: «Pára, motorista, pára», coreada por un grupo de entusiastas, que dirigiéndose al pobre Don Panchu, le cantaban: Que me vengo cayendo, pon; que me vengo cayendo, pon... !
Y nuestro buen Salgueiro, molesto con esa falta manifiesta de respeto, los amenazaba con retirarlos del salón, diciéndoles:
—Acuérdense que soy un Diretivo, y no me infrinjan el Rejlamentu. Hase vistu que creollos tan salaos. ¡Váljame Santiaju! Pur qué, habrá en Cuba tantus cobiches!
Pero el clarinete, como burlándose de sus amenazas, repetía, ayudado por los timbales:
«¡Que me vengo cayendo, pon; que me vengo cayendo!».
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964

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