{mosimage}Con el título de «Eroislotismos» fue inaugurada en el Hotel Inglaterra (Prado y San Rafael) una exposición de los jóvenes artistas plásticos Leo D' Lázaro e Ismary González.
Basándose en el contenido de la muestra «Eroislotismos», el narrador y crítico Alberto Garrandés realizó este hermoso texto que legitima la intención de la joven pareja de creadores que conforman Leo D'Lázaro e Ismary González.
-¿Y la isla? (Mira a su alrededor) ¡Oh, ahí esta!
-Isla... ¿qué isla? Ustedes siempre con esa costumbre de mistificar...
-¿Cuál va a ser? (Entorna los ojos) La única isla que existe.
-Mi isla... es mia. No se confundan, señores. Por favor...
-Yo me refiero a la mia. (Se vuelve de espaldas a los otros)
-¿Y tu tienes una isla? (Respira con fuerza) ¿De veras?
-Todos tenemos una. (Y añade con jactancia) Yo duermo con ella todas las noches.
Durante siglos las grafías del erotismo se han cruzado con las grafías de lo insular, y hemos asistido así, muchas veces, al nacimiento de una madeja de índole rizomática capaz de engullir, de golpe, esa viva y urgente mitología de la pasión amorosa que se refiere a la densidad conceptual de la Isla. La solvencia telúrica dialoga con la levedad marina, la fuerza del huracán se integra en la mirada plácida y casi solazante del trópico, la caricia multitudinaria del archipiélago reproduce las mil y una caricias que se ejecutan (y autoejecutan) sobre un cuerpo que son dos y tres y cuatro y...
Digamos que se encoge, se tuerce, se enquista en sí misma y encuentra ese objeto de indagación que se clava en ella y la registra completamente con una persistencia paranoica, como debe ser cuando se trata de anatomías difícilmente reductibles y tiene uno que convertirse al credo de las mañas y las sañas.
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Leo D'Lázaro e Ismary González eligen el emplazamiento insular sin inmiscuirse en las retóricas de la trabazón identitaria. Subrayan la posibilidad del intercambio erótico, pero eluden la hojarasca de las teorías para afincarse con ardor (más una dosis perceptible de atrevimiento) en la riqueza del placer. La conquista amorosa es para ellos un dilema recóndito que va solucionándose poco a poco, mediante el asedio de la carne y la enunciación de ciertas ideas: el descubrimiento del yo cuando se inocula en el otro, la tasación del yo como territorio suficiente (hasta un punto), y el renuevo de lo ajeno en tanto reducto de la mirada que rebota sobre el espejo, o que lo traspasa misteriosamente hasta dar, en el País del Arte, con la estancia de lo extraño.
Pero con esas nalgas Oh como montañas todo tendría que ser ciclópeo Oh ese falo tal vez Oh el falo del gigante Argos con tantísimos ojos mirándolo todo Oh el falo de Argos o de Hércules o de Changó y de todos los santos Oh vengan a mí que necesito la Gran Inundación...
Pintan las islas, sus geografías reales e imaginarias; añaden al concierto de la Isla, o su desconcierto, dos relatos paralelos que tienden, todo el tiempo, a trenzarse: de la aérea conceptualidad de Ismary, absorta en el tropismo de la forma, a ese festejo quimérico, y también inmediato, que en Leo viene de cultivar la sutileza de lo subjetivo. O dicho de otro modo: del relativo sosiego, casi ensimismamiento, de una erótica que en ella va a la racionalización de algunas etapas (la isla falofórica, la isla vaginal y receptiva, la isla masturbatoria, la isla satisfecha y en fase de meseta), al detallamiento que en él se inflama precisamente para contarnos las intimidades de un proceso (la isla genésica, la isla como falo con anfractuosidades, la isla abierta y necesitada de penetraciones sucesivas, la isla poscoital y tranquila).
{mosimage}Y cuando no estás me miro y palpo y froto horizontalmente luego de abrirlo todo y noto el centelleo de mí misma como un agua clara y esplendente que se filtra desde lo más oscuro y blando y algo de mí sale y se prolonga y entra y sacude y prueba y entra de nuevo y así hasta que todo mi cuerpo se derrumba en el límite de todos los abismos.
Sin embargo, ¿qué ansían comunicarnos Leo e Ismarys con estas renegociaciones de lo canónico con lo personal, de la historia con el discurso? Quieren sistematizar el erotismo cultural y somático de la ínsula desde una perspectiva de evaluación a ratos filobarroca, a ratos conceptual (dentro del reto de las figuraciones a que el referente los obliga); un ángulo de visión cuya virtud consiste en sopesarlo todo bajo la luz antirretórica de los cuerpos sublimados por el deseo. Como corresponde a la anómala espontaneidad del rito sexual, estas piezas están llenas de cálculo. En ellas hay un vaivén entre la espera y la libido que se satisface, entre el apetito instintivo y sus soluciones más emblemáticas. Y todo esto pertenece al juego de representar la intemperancia del sexo y sus diagramas; al juego de conjeturar, dar y recibir. Cuerpos-islas en la humedad, la tumescencia y la articulación. Fluencias seminales y marítimas, pulsiones de la avidez, gestos ensamblados en la metáfora del reconocimiento y la fruición mutuos.
Porque en definitiva es eso, no hay muchas variantes salvo que el lenguaje haga lo suyo y lo que creamos no sea sino la traducción de lo que pensamos crear; tú terminas, yo termino, y todo volverá a empezar si antes no se desmoronan las rocas que sostienen el mundo. ¿Una tregua? ¿Sí? Sí. Descansemos un poco. Envueltos en nosotros mismos. Y soñemos, soñemos el sueño de la Historia. Porque no hay que dejar de soñar, ¿verdad?
-¿Y la isla? (Mira a su alrededor) ¡Oh, ahí esta!
-Isla... ¿qué isla? Ustedes siempre con esa costumbre de mistificar...
-¿Cuál va a ser? (Entorna los ojos) La única isla que existe.
-Mi isla... es mia. No se confundan, señores. Por favor...
-Yo me refiero a la mia. (Se vuelve de espaldas a los otros)
-¿Y tu tienes una isla? (Respira con fuerza) ¿De veras?
-Todos tenemos una. (Y añade con jactancia) Yo duermo con ella todas las noches.
(De
un dialogo imaginario sostenido por los fantasmas
de Cristóbal Colón, Alexander von Humboldt y Fernando Ortiz)
Durante siglos las grafías del erotismo se han cruzado con las grafías de lo insular, y hemos asistido así, muchas veces, al nacimiento de una madeja de índole rizomática capaz de engullir, de golpe, esa viva y urgente mitología de la pasión amorosa que se refiere a la densidad conceptual de la Isla. La solvencia telúrica dialoga con la levedad marina, la fuerza del huracán se integra en la mirada plácida y casi solazante del trópico, la caricia multitudinaria del archipiélago reproduce las mil y una caricias que se ejecutan (y autoejecutan) sobre un cuerpo que son dos y tres y cuatro y...
Digamos que se encoge, se tuerce, se enquista en sí misma y encuentra ese objeto de indagación que se clava en ella y la registra completamente con una persistencia paranoica, como debe ser cuando se trata de anatomías difícilmente reductibles y tiene uno que convertirse al credo de las mañas y las sañas.
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Leo D'Lázaro e Ismary González eligen el emplazamiento insular sin inmiscuirse en las retóricas de la trabazón identitaria. Subrayan la posibilidad del intercambio erótico, pero eluden la hojarasca de las teorías para afincarse con ardor (más una dosis perceptible de atrevimiento) en la riqueza del placer. La conquista amorosa es para ellos un dilema recóndito que va solucionándose poco a poco, mediante el asedio de la carne y la enunciación de ciertas ideas: el descubrimiento del yo cuando se inocula en el otro, la tasación del yo como territorio suficiente (hasta un punto), y el renuevo de lo ajeno en tanto reducto de la mirada que rebota sobre el espejo, o que lo traspasa misteriosamente hasta dar, en el País del Arte, con la estancia de lo extraño.
Pero con esas nalgas Oh como montañas todo tendría que ser ciclópeo Oh ese falo tal vez Oh el falo del gigante Argos con tantísimos ojos mirándolo todo Oh el falo de Argos o de Hércules o de Changó y de todos los santos Oh vengan a mí que necesito la Gran Inundación...
Pintan las islas, sus geografías reales e imaginarias; añaden al concierto de la Isla, o su desconcierto, dos relatos paralelos que tienden, todo el tiempo, a trenzarse: de la aérea conceptualidad de Ismary, absorta en el tropismo de la forma, a ese festejo quimérico, y también inmediato, que en Leo viene de cultivar la sutileza de lo subjetivo. O dicho de otro modo: del relativo sosiego, casi ensimismamiento, de una erótica que en ella va a la racionalización de algunas etapas (la isla falofórica, la isla vaginal y receptiva, la isla masturbatoria, la isla satisfecha y en fase de meseta), al detallamiento que en él se inflama precisamente para contarnos las intimidades de un proceso (la isla genésica, la isla como falo con anfractuosidades, la isla abierta y necesitada de penetraciones sucesivas, la isla poscoital y tranquila).
{mosimage}Y cuando no estás me miro y palpo y froto horizontalmente luego de abrirlo todo y noto el centelleo de mí misma como un agua clara y esplendente que se filtra desde lo más oscuro y blando y algo de mí sale y se prolonga y entra y sacude y prueba y entra de nuevo y así hasta que todo mi cuerpo se derrumba en el límite de todos los abismos.
Sin embargo, ¿qué ansían comunicarnos Leo e Ismarys con estas renegociaciones de lo canónico con lo personal, de la historia con el discurso? Quieren sistematizar el erotismo cultural y somático de la ínsula desde una perspectiva de evaluación a ratos filobarroca, a ratos conceptual (dentro del reto de las figuraciones a que el referente los obliga); un ángulo de visión cuya virtud consiste en sopesarlo todo bajo la luz antirretórica de los cuerpos sublimados por el deseo. Como corresponde a la anómala espontaneidad del rito sexual, estas piezas están llenas de cálculo. En ellas hay un vaivén entre la espera y la libido que se satisface, entre el apetito instintivo y sus soluciones más emblemáticas. Y todo esto pertenece al juego de representar la intemperancia del sexo y sus diagramas; al juego de conjeturar, dar y recibir. Cuerpos-islas en la humedad, la tumescencia y la articulación. Fluencias seminales y marítimas, pulsiones de la avidez, gestos ensamblados en la metáfora del reconocimiento y la fruición mutuos.
Porque en definitiva es eso, no hay muchas variantes salvo que el lenguaje haga lo suyo y lo que creamos no sea sino la traducción de lo que pensamos crear; tú terminas, yo termino, y todo volverá a empezar si antes no se desmoronan las rocas que sostienen el mundo. ¿Una tregua? ¿Sí? Sí. Descansemos un poco. Envueltos en nosotros mismos. Y soñemos, soñemos el sueño de la Historia. Porque no hay que dejar de soñar, ¿verdad?