No estamos ante un artista conceptual; más bien se trata de un creador de oficio, preocupado todo el tiempo por la sugestión en términos de visualidad o el resultado final de sus imágenes, muy interesado en la plasticidad o belleza de estas últimas.
De la serie «Sin pasar por alto» (2007). Toda postura ética entraña una pose (86 x 115 cm). |
de José Luis Díaz Montero, aposté por ellas sin reservas, en un acto un tanto osado o arriesgado, teniendo en cuenta se trataba de un creador novel, de alguien prácticamente desconocido dentro del ámbito de la Institución-Arte en Cuba. Hoy, que asistimos a su primera muestra personal de envergadura, en uno de los espacios legitimadores del circuito expositivo de nuestro país, me regocija enormemente poder asumir el papel de exégeta de sus piezas, pues sé que éste será sólo el comienzo de una larga y exitosa carrera por los predios del arte fotográfico, de modo que constituye un privilegio para la galería Servando la exhibición de este conjunto de obras de tan alta valía y consistencia.
Antes de comenzar el análisis propiamente dicho, se impone una aclaración de tipo axiológico, digamos que una premisa necesaria para entender a cabalidad y valorar con justicia las propuestas del autor. Me refiero al carácter fuertemente sensorial o de impacto estético que predomina en la mayor parte de sus obras. No estamos ante un artista conceptual; más bien se trata de un creador de oficio, preocupado todo el tiempo por la sugestión en términos de visualidad o el resultado final de sus imágenes, muy interesado en la plasticidad o belleza de estas últimas. En sus trabajos se advierte un impresionante estudio de la composición, las líneas estructurales, la relación figura/fondo… Y creo que ahí radica el mérito mayor de su poética, además de haber sabido encontrar un sello propio, en suma auténtico, ajeno a todo cliché o lugar común –ya sea temático o estilístico–, tan típicos en la fotografía cubana actual, plagada de reiteraciones y copistas por doquier.
De las series que ha venido realizando José Luis, se escogieron para esta exposición sólo dos de ellas, acaso por ser las de mayor trascendencia: «Sin pasar por alto» y «Sombras y reflejos». En el caso de la primera, el artista se empeña en captar escenas u objetos cotidianos de aparente sencillez e intrascendencia, con el ánimo de trasladarlos a una dimensión metafórica que complejice su alcance semántico. De ahí que los protagonistas de las figuraciones bien puedan ser una alcantarilla derruida, abandonada al agitado peregrinar de los transeúntes; cuatro zapatos mustios, solitarios en su triste lejanía; o varias sábanas cedidas a la inercia de la brisa insular. Al artista le interesa esa zona límite en que lo bello y lo insignificante se entrecruzan, desdibujan sus fronteras. Su estrategia se basa en potenciar una experiencia estética allí donde la belleza pareciera proscrita. Sin embargo, detrás de esa supuesta banalidad se ocultan significaciones antropológicas, sociales y culturales en un sentido amplio. Títulos como Caudillismo, …Y decidí volar, Toda postura ética entraña una pose, entre otros, nos hablan de problemáticas y preocupaciones que trascienden la voluntad autotélica de los objetos representados, su vocación ontológica.
Aunque nunca percibimos al ser humano, sí alcanzamos a sentir su presencia, su huella reflejada en el aparente mutismo e impavidez del entorno. Es por ello que el título resulta tan funcional: «Sin
pasar por alto» nos alerta sobre el camuflaje de los objetos, sobre su simulada presencia, sobre
la elocuencia que habita toda imagen baldía.
Por su parte, «Sombras y reflejos» juega con las ambiguas relaciones del par antinómico esencia/apariencia, y para ello el autor se vale fundamentalmente del recurso del claroscuro
y los contrastes lumínico-cromáticos. La luz o la ausencia de ella son los verdaderos protagonistas
de la serie. Asimismo, resulta esencial el empleo de las transparencias o efectos de espejismo
que se aprecian en algunas imágenes, sobre todo en aquellas donde el agua se hace visible. El ejemplo más ilustrativo al respecto es Quimera, obra que desde la aguzada metáfora de su título
nos habla de la levedad de las ilusiones humanas.
De la serie «Sombras y reflejos» (2005). Ubicuidad (83,3 x 100 cm). |
radica en su minimalismo visual, en la limpidez derivada de su síntesis compositiva. Cuanto se
muestra al espectador no son más que unas aguas reposadas, inertes, encima de las cuales se vislumbra una precaria embarcación próxima al naufragio. Sin embargo, el contraste que se produce entre la luminosidad y tersura de la superficie plateada del agua, y el resquebrajamiento e inoperancia del bote para cumplimentar su misión, pudiera estar aludiendo al viaje en tanto imposibilidad, en tanto carencia o escollo que troca la utopía en pérdida. Los reflejos proyectados sobre el agua son, en efecto, hermosos, pero no pasan de ser eso, sólo reflejos, simulacros de lo real, puras evanescencias que jamás llegarán a su tangibilidad. A fin de cuentas, como nos indica el título, la zozobra es el fatum, el destino final. Ya sea en una u otra serie, resulta interesante cómo en algunos casos el artista subvierte las posiciones y los grados de angulación habituales de la cámara, logrando imágenes inusuales, sui generis. Recurso este que acentúa notablemente el potencial connotativo de las propuestas, y que creo constituye una marca ineludible de su estilo. «Ubicuidad» es entonces una muestra cuyo acierto se torna innegable, una expo que de seguro instaurará pautas dentro del discurso fotográfico cubano actual. Pongo la mano al fuego, como diríamos en buen cubano…
(Palabras del catálogo de la muestra «Ubicuidad» del artista José Luis Díaz Montero, expuesta en la Galería de Arte Servando Cabrera durante febrero-marzo de 2008).
Píter Ortega Núñez
Crítico de arte
Tomado de Opus Habana, Vol. XI, no. 2, Breviario.