Centrada en una visión del mundo desde la óptica femenina, Alicia Leal ha conseguido en sus cuadros que la feminidad sea símbolo y metáfora, pretexto narrativo que guía la búsqueda de argumentos para afrontar la realidad de nuestro contexto social.
La pintora Alicia Leal, sitúa a la mujer como depositaria de los secretos de una naturaleza que prolifera desordenadamente en el lienzo.
¿Qué pasa por la mente de un pintor cuando se enfrenta al lienzo por primera vez? Para Alicia Leal (Sancti Spíritus, 1957) la aventura comienza con el acto instintivo de tomar el pincel. El horror vacui desaparece al instante y la certeza de lo real se desvanece ante una suspicacia perenne que acosa la imaginación de la artista. Se desata la brisa del monte, los ruidos del barrio se mezclan con el latido discreto de un arroyuelo que corre desenfrenado cuesta abajo. De la tranquilidad del agua salta un enorme pez, que inconforme con la monotonía de la corriente, decide aventurarse por los cielos. En ese justo instante, Alicia apresura el trazo para dar vida a una criatura de fragilidad aparente. La mujer se yergue como principio y fin de un mundo mágico recreado desde la imaginería del subconsciente. La referencia genérica es obligatoria, pero la intención está lejos del reclamo de consabidos derechos sexuales mediante un discurso anquilosado en la emancipación femenina. La feminidad es símbolo y metáfora al mismo tiempo, pretexto narrativo que guía la búsqueda de argumentos para afrontar la realidad de nuestro contexto social, complejo en su génesis y desarrollo.
Es difícil dejar de expresarse como mujer, ya que todo gira alrededor de mí, yo mujer, yo madre, yo artista. Desde hace años me he centrado en una visión del mundo desde la óptica femenina, es decir, como protagonista de mis obras y no haciendo denuncias de carácter feminista, sólo exponiéndome como la otra parte de la vida. El complemento para un hombre es la mujer y para la mujer es el hombre.
Alejada de la retórica de una disquisición entre el arte femenino y masculino, y convencida de que su referente social inmediato se articula desde una perspectiva matriarcal, extrapola esa sabiduría femenina a la cosmogonía del universo para disponer del orden natural de todos sus elementos. Sitúa a la mujer como depositaria de los secretos de una naturaleza que prolifera desordenadamente en el lienzo. Surgen parajes exóticos, donde la fertilidad parece no tener fin. Entre el abigarramiento del mundo vegetal sobresalen palmas y platanales; mientras los ríos se desbordan de peces, símbolo recurrente de la renovación de la existencia.
Entre la algarabía, se suceden las ofrendas, los cultos milagrosos y las purificaciones de alma y espíritu. Entonces el pincel se detiene y los recuerdos afloran como secuencias dispersas de una película silente.
Yo nací en Las Varas, un caserío de campesinos aledaño a la Rana, que era una calle central con varios bohíos cercanos a Zaza del Medio. Allí transcurrió mi primera niñez. Las anécdotas familiares, los grandes espacios y la manera afable y sencilla del hombre de campo siempre han enriquecido toda mi obra. Fue una etapa muy feliz.
Ningún artista logra desprenderse de las vivencias que como un simple mortal ha acumulado a lo largo de los años. En la obra, de una forma u otra, siempre resurge lo anecdótico, aquello que nos toca de cerca y permanece en nuestro recuerdo consciente o inconscientemente.
Alicia rescata las escenas de su infancia para apropiarse de las atmósferas bucólicas y fabular historias que se nutren del folclor campesino y el sincretismo religioso (Sacando el muerto, 1994). Aunque personalmente confiesa no profesar ninguna creencia, su pintura lleva el sello de lo popular, alimentado desde el simbolismo que encuentra en los pasajes de la religión afrocubana (El Aconguagua, 1999). Somos un producto genuino de la transculturación y la mezcla de razas siempre aflora desde cualquier perspectiva comunicativa (Caridad y Ochún, 2002). Pero más que eso, la riqueza iconográfica que aportan las creeencias populares sirve como apoyatura visual para la interpretación de conceptos universales como el bien y el mal, la bondad, los celos, la virtud, lo divino, lo incognoscible... Y siempre en medio de cada episodio la mujer, ser mitológico o terrenal, juzgada y sentenciada eternamente (Adán y Eva saliendo del paraíso, 1994), pero resuelta a defender a los suyos y a sí misma con la fuerza que otorga el instinto maternal (Maternizándose I y II, 1998).
Yo creo que de todo este mundo de la mitología, de la religión, la mujer se inserta en una dimensión que puede ser fantástica; pero que puede tener una subtrama contemporánea o real de un momento, de una vivencia específica como puede ser la relación con la pareja o la maternidad y eso me sirve de pretexto.
Esa misma mujer, que al borde de situaciones límites, se sobrepone cada día a la violencia de este mundo y se abandona al dulce sueño, atada a la cordura sólo por delgados hilos invisibles.
EL VELO DE LA «INGENUIDAD»
Un acercamiento a la obra de Alicia puede representar para aquellos fanáticos de la forma (y no del contenido) un motivo de contradicción. La década de los 80 imprimió a la plástica cubana una energía transgresora que encontraba su clímax en la intención de polemizar sobre el contexto nacional.
En ese momento Alicia, con una formación académica respaldada por el prestigio de la Escuela de San Alejandro, prefirió transitar los caminos del arte popular. La regularidad indica que la mayoría de los pintores naife son autodidactas y su interpretación de la realidad se encuentra al margen de cualquier estilo, escuela o modismo artístico. Sin embargo, aquí la regla encuentra su excepción.
La apropiación de los cánones de la pintura ingenua, a partir de un entrenamiento profesional previo, contiene una búsqueda sincera de una expresividad acorde con el tempo del discurso narrativo en el que transcurre la obra de esta artista.
La narratividad es también una característica naife; casi siempre se cuenta una historia. Es algo muy debatido si la pintura debe o no contar una historia. Yo pienso que eso tiene mucho que ver con la personalidad del artista. Muchas veces me preguntan qué quisiste decir y me niego a responder. Yo quiero que cada cual tenga su percepción. Eso enriquece la visualidad de mi obra. No me molesta que me clasifiquen como pintora popular o naife teniendo una forma académica, porque creo que lo más importante es que el artista sea sincero consigo mismo, con la forma que crea más eficaz para expresarse.
Tal vez, los críticos más conservadores vean en la formación académica de Alicia una limitante para asumir el acto creativo con la inocencia y espontaneidad que despliegan en su imaginería los pintores naifes. Yo diría que, en su caso, ese conocimiento a posteriori se adiciona a un proceso de indagación constante que se nutre al mismo tiempo de la utilización de referentes artísticos ya distantes en el tiempo. En la manera de concebir la composición, enfatizar el colorido y otorgar rango a sus protagonistas dentro de la historia, se reconocen influencias de la pintura bizantina y del medioevo. Esa apropiación estilística se adereza con la frescura que aportan los códigos de la pintura popular. Un criollismo sutil, pero enfático, nos ubica geográficamente en una latitud conocida y cercana a nuestros patrones culturales.
Alicia sin dudas ha transitado por una versatilidad temática, sin perder la esencia de su propuesta, sustentada en los valores que conforman la idiosincrasia nacional. Asimismo, desde que asumió el compromiso individual y social que presupone el oficio del arte, inició un proceso de indagación y ruptura, validación y autorreconocimiento. La convivencia con otro artista, en este caso, su esposo Juan Moreira, seguramente aportó las claves para apostar en un inicio por una suerte de realismo mágico.
Vivir con otro artista tiene sus ventajas; hay una discusión, una polémica siempre en el ambiente. Esto yo creo que te hace esforzarte más y tratar de no encasillarte, sobre todo si los mundos son tan diferentes como el mío y el de Juan. Yo siempre quiero ser yo misma y no una copia del mundo de Juan, aunque las influencias, sobre todo cuando comenzaba, fueron reconocibles. Ahora cada uno desarrolla sus propias ideas.
De aquella primera etapa, sobreviven algunas reminiscencias como esa predilección desmedida por el color que combina «ingenuamente».
En lo formal, en la técnica, en la manera de utilizar los colores, el color plano, la línea... se lo debo a la obra que hacía Juan en aquel entonces; esa influencia yo la tomé y la he ido desarrollando con mi estilo. El color es un elemento que habla dentro del discurso, sugiere y dice cosas, me cuesta mucho trabajo no utilizar el color... Yo lo veo todo con color, vivo con color.
El énfasis en la línea descubre en la obra de Alicia una preferencia natural hacia el dibujo, pero también una intención de reforzar el dramatismo de la escena y cargar a los personajes con una gravedad a prueba de cualquier ventolera.
UNA FAMILIA DE ARTISTAS
Cuando la vocación desmedida por el arte es acompañada de un entorno familiar favorable para la creación, entonces surgen combinaciones fructíferas que incentivan el intelecto de quienes comparten tal cofradía. Seducida por la fuerza visual de la fotografía, Alicia sorprende al público con su capacidad para discursar a través del lenguaje de las instantáneas (Develando sombras, 2002).
La relación entre la pintura y la fotografía ha tenido sus tensiones desde el inicio. Cuando parecía que todo estaba inventado en la pintura, la irrupción de la técnica fotográfica y sus sobrenaturales poderes para captar la realidad –téngase en cuenta que sólo corrían las primeras décadas del siglo XIX–, puso a los artistas, apegados a la interpretación realista, en una posición desventajosa.
De esta rivalidad surgió una nueva visión desde la plástica del mundo circundante, y los pintores de la época respondieron al reto con un derroche imaginativo como el que caracterizó a las llamadas vanguardias artísticas del siglo XX. Desde entonces, la pintura y la fotografía comparten igual protagonismo en la heterogeneidad visual contemporánea.
Es común encontrar a un creador que después de validar su obra pictórica, acuda a la fotografía para experimentar otros soportes y encauzar a través de un nuevo oficio sus preocupaciones e intereses estéticos. En el caso de Alicia, el referente más cercano le llega por vía familiar.
A mí el mundo de la fotografía siempre me ha atraído. El momento del laboratorio, de ver que la imagen que uno ha creado es un misterio tremendo... tengo la influencia de Cirenaica Moreira y de Juan Carlos Alom.
Cuando alguien se enfrenta a la fotografía sabe que está pisando un terreno complejo que al igual que la pintura exige una sabia combinación de habilidades. Por un lado, el dominio de la técnica y sus requerimientos para poder crear con absoluta libertad expresiva. Para Alicia, entrenada en el arduo y –para algunos– tortuoso ejercicio de la creación pictórica, el acercamiento a la fotografía supone una prueba de suficiencia.
Trasladar los intereses del lienzo a la plata gelatina no es simplemente un cambio de soporte. Despojada de la paleta y su amplio espectro cromático, de las veladuras o las texturas, el secreto del éxito está ahora en la destreza para apretar el obturador con mirada certera y apropiarse de la realidad, extraída de la cotidianidad o manipulada.
En este caso la temática guarda absoluta fidelidad con la obra plástica anterior: situaciones íntimas, historias personales, anécdotas de la vida cotidiana convertidas en metáforas de la existencia, la mitología, la religión, lo que simplemente nos rodea, nos perturba o nos da fuerzas. Nuevamente una carga emotiva, que se alimenta del instinto maternal y femenino, en su esencia más universal, queda al descubierto en esta faceta artística. Del entorno familiar emana una retroalimentación que energiza a todos sus miembros. El arte fluye como esencia vital ya sea desde las artes plásticas, la fotografía o la danza.
Alrededor de ese íntimo gremio se articula el mundo de Alicia Leal, creadora innata que siente por sus venas la pintura como savia renovadora de vida.
Aquella mujer amaba tanto los árboles, la tierra y el agua que parecía como si ella los hubiese engendrado.
Maurice Bedel
Maurice Bedel
¿Qué pasa por la mente de un pintor cuando se enfrenta al lienzo por primera vez? Para Alicia Leal (Sancti Spíritus, 1957) la aventura comienza con el acto instintivo de tomar el pincel. El horror vacui desaparece al instante y la certeza de lo real se desvanece ante una suspicacia perenne que acosa la imaginación de la artista. Se desata la brisa del monte, los ruidos del barrio se mezclan con el latido discreto de un arroyuelo que corre desenfrenado cuesta abajo. De la tranquilidad del agua salta un enorme pez, que inconforme con la monotonía de la corriente, decide aventurarse por los cielos. En ese justo instante, Alicia apresura el trazo para dar vida a una criatura de fragilidad aparente. La mujer se yergue como principio y fin de un mundo mágico recreado desde la imaginería del subconsciente. La referencia genérica es obligatoria, pero la intención está lejos del reclamo de consabidos derechos sexuales mediante un discurso anquilosado en la emancipación femenina. La feminidad es símbolo y metáfora al mismo tiempo, pretexto narrativo que guía la búsqueda de argumentos para afrontar la realidad de nuestro contexto social, complejo en su génesis y desarrollo.
Es difícil dejar de expresarse como mujer, ya que todo gira alrededor de mí, yo mujer, yo madre, yo artista. Desde hace años me he centrado en una visión del mundo desde la óptica femenina, es decir, como protagonista de mis obras y no haciendo denuncias de carácter feminista, sólo exponiéndome como la otra parte de la vida. El complemento para un hombre es la mujer y para la mujer es el hombre.
Alejada de la retórica de una disquisición entre el arte femenino y masculino, y convencida de que su referente social inmediato se articula desde una perspectiva matriarcal, extrapola esa sabiduría femenina a la cosmogonía del universo para disponer del orden natural de todos sus elementos. Sitúa a la mujer como depositaria de los secretos de una naturaleza que prolifera desordenadamente en el lienzo. Surgen parajes exóticos, donde la fertilidad parece no tener fin. Entre el abigarramiento del mundo vegetal sobresalen palmas y platanales; mientras los ríos se desbordan de peces, símbolo recurrente de la renovación de la existencia.
Entre la algarabía, se suceden las ofrendas, los cultos milagrosos y las purificaciones de alma y espíritu. Entonces el pincel se detiene y los recuerdos afloran como secuencias dispersas de una película silente.
Yo nací en Las Varas, un caserío de campesinos aledaño a la Rana, que era una calle central con varios bohíos cercanos a Zaza del Medio. Allí transcurrió mi primera niñez. Las anécdotas familiares, los grandes espacios y la manera afable y sencilla del hombre de campo siempre han enriquecido toda mi obra. Fue una etapa muy feliz.
Ningún artista logra desprenderse de las vivencias que como un simple mortal ha acumulado a lo largo de los años. En la obra, de una forma u otra, siempre resurge lo anecdótico, aquello que nos toca de cerca y permanece en nuestro recuerdo consciente o inconscientemente.
Alicia rescata las escenas de su infancia para apropiarse de las atmósferas bucólicas y fabular historias que se nutren del folclor campesino y el sincretismo religioso (Sacando el muerto, 1994). Aunque personalmente confiesa no profesar ninguna creencia, su pintura lleva el sello de lo popular, alimentado desde el simbolismo que encuentra en los pasajes de la religión afrocubana (El Aconguagua, 1999). Somos un producto genuino de la transculturación y la mezcla de razas siempre aflora desde cualquier perspectiva comunicativa (Caridad y Ochún, 2002). Pero más que eso, la riqueza iconográfica que aportan las creeencias populares sirve como apoyatura visual para la interpretación de conceptos universales como el bien y el mal, la bondad, los celos, la virtud, lo divino, lo incognoscible... Y siempre en medio de cada episodio la mujer, ser mitológico o terrenal, juzgada y sentenciada eternamente (Adán y Eva saliendo del paraíso, 1994), pero resuelta a defender a los suyos y a sí misma con la fuerza que otorga el instinto maternal (Maternizándose I y II, 1998).
Yo creo que de todo este mundo de la mitología, de la religión, la mujer se inserta en una dimensión que puede ser fantástica; pero que puede tener una subtrama contemporánea o real de un momento, de una vivencia específica como puede ser la relación con la pareja o la maternidad y eso me sirve de pretexto.
Esa misma mujer, que al borde de situaciones límites, se sobrepone cada día a la violencia de este mundo y se abandona al dulce sueño, atada a la cordura sólo por delgados hilos invisibles.
EL VELO DE LA «INGENUIDAD»
Un acercamiento a la obra de Alicia puede representar para aquellos fanáticos de la forma (y no del contenido) un motivo de contradicción. La década de los 80 imprimió a la plástica cubana una energía transgresora que encontraba su clímax en la intención de polemizar sobre el contexto nacional.
En ese momento Alicia, con una formación académica respaldada por el prestigio de la Escuela de San Alejandro, prefirió transitar los caminos del arte popular. La regularidad indica que la mayoría de los pintores naife son autodidactas y su interpretación de la realidad se encuentra al margen de cualquier estilo, escuela o modismo artístico. Sin embargo, aquí la regla encuentra su excepción.
La apropiación de los cánones de la pintura ingenua, a partir de un entrenamiento profesional previo, contiene una búsqueda sincera de una expresividad acorde con el tempo del discurso narrativo en el que transcurre la obra de esta artista.
La narratividad es también una característica naife; casi siempre se cuenta una historia. Es algo muy debatido si la pintura debe o no contar una historia. Yo pienso que eso tiene mucho que ver con la personalidad del artista. Muchas veces me preguntan qué quisiste decir y me niego a responder. Yo quiero que cada cual tenga su percepción. Eso enriquece la visualidad de mi obra. No me molesta que me clasifiquen como pintora popular o naife teniendo una forma académica, porque creo que lo más importante es que el artista sea sincero consigo mismo, con la forma que crea más eficaz para expresarse.
Tal vez, los críticos más conservadores vean en la formación académica de Alicia una limitante para asumir el acto creativo con la inocencia y espontaneidad que despliegan en su imaginería los pintores naifes. Yo diría que, en su caso, ese conocimiento a posteriori se adiciona a un proceso de indagación constante que se nutre al mismo tiempo de la utilización de referentes artísticos ya distantes en el tiempo. En la manera de concebir la composición, enfatizar el colorido y otorgar rango a sus protagonistas dentro de la historia, se reconocen influencias de la pintura bizantina y del medioevo. Esa apropiación estilística se adereza con la frescura que aportan los códigos de la pintura popular. Un criollismo sutil, pero enfático, nos ubica geográficamente en una latitud conocida y cercana a nuestros patrones culturales.
Alicia sin dudas ha transitado por una versatilidad temática, sin perder la esencia de su propuesta, sustentada en los valores que conforman la idiosincrasia nacional. Asimismo, desde que asumió el compromiso individual y social que presupone el oficio del arte, inició un proceso de indagación y ruptura, validación y autorreconocimiento. La convivencia con otro artista, en este caso, su esposo Juan Moreira, seguramente aportó las claves para apostar en un inicio por una suerte de realismo mágico.
Vivir con otro artista tiene sus ventajas; hay una discusión, una polémica siempre en el ambiente. Esto yo creo que te hace esforzarte más y tratar de no encasillarte, sobre todo si los mundos son tan diferentes como el mío y el de Juan. Yo siempre quiero ser yo misma y no una copia del mundo de Juan, aunque las influencias, sobre todo cuando comenzaba, fueron reconocibles. Ahora cada uno desarrolla sus propias ideas.
De aquella primera etapa, sobreviven algunas reminiscencias como esa predilección desmedida por el color que combina «ingenuamente».
En lo formal, en la técnica, en la manera de utilizar los colores, el color plano, la línea... se lo debo a la obra que hacía Juan en aquel entonces; esa influencia yo la tomé y la he ido desarrollando con mi estilo. El color es un elemento que habla dentro del discurso, sugiere y dice cosas, me cuesta mucho trabajo no utilizar el color... Yo lo veo todo con color, vivo con color.
El énfasis en la línea descubre en la obra de Alicia una preferencia natural hacia el dibujo, pero también una intención de reforzar el dramatismo de la escena y cargar a los personajes con una gravedad a prueba de cualquier ventolera.
UNA FAMILIA DE ARTISTAS
Cuando la vocación desmedida por el arte es acompañada de un entorno familiar favorable para la creación, entonces surgen combinaciones fructíferas que incentivan el intelecto de quienes comparten tal cofradía. Seducida por la fuerza visual de la fotografía, Alicia sorprende al público con su capacidad para discursar a través del lenguaje de las instantáneas (Develando sombras, 2002).
La relación entre la pintura y la fotografía ha tenido sus tensiones desde el inicio. Cuando parecía que todo estaba inventado en la pintura, la irrupción de la técnica fotográfica y sus sobrenaturales poderes para captar la realidad –téngase en cuenta que sólo corrían las primeras décadas del siglo XIX–, puso a los artistas, apegados a la interpretación realista, en una posición desventajosa.
De esta rivalidad surgió una nueva visión desde la plástica del mundo circundante, y los pintores de la época respondieron al reto con un derroche imaginativo como el que caracterizó a las llamadas vanguardias artísticas del siglo XX. Desde entonces, la pintura y la fotografía comparten igual protagonismo en la heterogeneidad visual contemporánea.
Es común encontrar a un creador que después de validar su obra pictórica, acuda a la fotografía para experimentar otros soportes y encauzar a través de un nuevo oficio sus preocupaciones e intereses estéticos. En el caso de Alicia, el referente más cercano le llega por vía familiar.
A mí el mundo de la fotografía siempre me ha atraído. El momento del laboratorio, de ver que la imagen que uno ha creado es un misterio tremendo... tengo la influencia de Cirenaica Moreira y de Juan Carlos Alom.
Cuando alguien se enfrenta a la fotografía sabe que está pisando un terreno complejo que al igual que la pintura exige una sabia combinación de habilidades. Por un lado, el dominio de la técnica y sus requerimientos para poder crear con absoluta libertad expresiva. Para Alicia, entrenada en el arduo y –para algunos– tortuoso ejercicio de la creación pictórica, el acercamiento a la fotografía supone una prueba de suficiencia.
Trasladar los intereses del lienzo a la plata gelatina no es simplemente un cambio de soporte. Despojada de la paleta y su amplio espectro cromático, de las veladuras o las texturas, el secreto del éxito está ahora en la destreza para apretar el obturador con mirada certera y apropiarse de la realidad, extraída de la cotidianidad o manipulada.
En este caso la temática guarda absoluta fidelidad con la obra plástica anterior: situaciones íntimas, historias personales, anécdotas de la vida cotidiana convertidas en metáforas de la existencia, la mitología, la religión, lo que simplemente nos rodea, nos perturba o nos da fuerzas. Nuevamente una carga emotiva, que se alimenta del instinto maternal y femenino, en su esencia más universal, queda al descubierto en esta faceta artística. Del entorno familiar emana una retroalimentación que energiza a todos sus miembros. El arte fluye como esencia vital ya sea desde las artes plásticas, la fotografía o la danza.
Alrededor de ese íntimo gremio se articula el mundo de Alicia Leal, creadora innata que siente por sus venas la pintura como savia renovadora de vida.