La reanimación de un conjunto arquitectónico colonial en la ciudad de Camagüey, ha contemplado la inserción contemporánea de grupos escultóricos que afianzan la identidad comunitaria de ese entorno.
Ese sentido de identidad comunitaria es el que ha sabido captar Martha Jiménez en sus esculturas de amplio formato, distribuidas en la plaza como si de una escena cotidiana se tratase, en la que sus protagonistas no dejan de estar activos...

 Aunque sus antecedentes se remontan a 1732, cuando en este sitio se construyó la ermita de Nuestra Señora del Carmen, tanto la plazuela homónima como sus principales edificios adyacentes pertenecen al primer tercio del siglo XIX.
Así, en 1825 fue inaugurada la iglesia con remates barrocos que preside ese espacio urbano y que tenía un hospital aledaño, ya desaparecido.
Al año siguiente se comienza a construir el monasterio que, terminado en 1829, funcionó como colegio femenino bajo las órdenes de las Ursulinas hasta 1932 y, luego, de las Salecianas.
Ya restaurada, esta última edificación constituye la actual sede de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey, cuyas concepciones revitalizadoras han irradiado felizmente hacia el resto del entorno.
Y es que, junto a esos valores patrimoniales, la plaza del Carmen –así como la de Bedoya– representa un reservorio importante de cultura popular tradicional pues, entre otras manifestaciones, sus habitantes se han vinculado históricamente con los festejos del San Juan, a los que han aportado congas, además de cultivar el complejo sonoro de la rumba.
 Al hablar de barrios como Bedoya y El Carmen, se piensa siempre en una población heterogénea («todo mezclado», como diría el gran poeta camagüeyano Nicolás Guillén) con una forma pintoresca de manifestarse a través del habla, la música, el baile y hasta la forma de vestir y gesticular. Es ese sentido de identidad comunitaria el que ha sabido captar la artista Martha Jiménez en sus esculturas de amplio formato, distribuidas en la plaza como si de una escena cotidiana se tratase, en la que sus protagonistas –perpetuados en marmolina– no dejan de estar activos: charlando, leyendo, enamorándose... Es tan vívido el gesto apresado por la escultora, y tan fuerte la identificación que todo el tiempo tiene lugar entre esas figuras y los propios habitantes del barrio.
Ese vínculo arte-comunidad fue destacado por José Rodríguez Barreda, director de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey, la hermosa noche del pasado 24 de febrero, cuando se inauguró dicho conjunto escultórico: «Para el tríptico apareció el apelativo popular de «chismosas», con tal de enmarcar el diálogo que entre ellas ocurre. Cualquiera pudiera ser el lector del semanario provincial de la plaza. «Matao», ciudadano del barrio, se eterniza por siempre en él; lo vemos caminando en la mañana, en la tarde o en la noche por su plaza con hidalguía particular. Estos personajes llevan el todo del surgimiento de lo criollo y de la cubanía de por aquí y de por allá...»

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