Entre las muestras de paisajes que han tenido lugar en la galería de arte del Palacio de Lombillo (Oficina del Historiador) se encuentra «En la palma de mi mano», del pintor Mario García Portela. Inaugurada en marzo de 2005, fue esta una exposición de cuadros con vistas y porciones rurales de su natal Pinar del Río «bajo los efectos de unos colores con los que no necesariamente puede ser percibida esa realidad».
Una visión «otoñal» de los campos pinareños podría ser un aproximado de las nuevas figuraciones logradas por este paisajista que, en esta ocasión, planteó sus inquietudes artísticas sin dejar a un lado uno de sus temas preferidos: el entorno natural.

 Como en otras ocasiones, la galería de arte del Palacio de Lombillo cedió su espacio al género del paisaje. Al pintor Mario García Portela se debieron los cuadros que, bajo casi un mismo tono cromático, exponían porciones rurales y vistas de Pinar del Río, estas últimas, trabajadas una y otra vez por distintos paisajistas. El título de la muestra: «En la palma de mi mano».
Cierto es que el Valle de Viñales es un seductor motivo para ejercitar la paleta, el oficio o para mostrarse sensible hacia la temática rural. Pero lo interesante es que, si en el siglo XIX algunos de nuestros paisajistas relataron visualmente la campiña nacional con colores ajenos a ella, delatando cierto sesgo romántico, ahora Portela ha hecho algo similar al presentar imágenes que nos circundan bajo los efectos de unos colores con los que no necesariamente puede ser percibida esa realidad.
Estas obras han servido para apreciar otros ángulos posibles. Tomando como base una reducida paleta de colores, el artista evidenció en dicha muestra que podía despojarse del colorido, mas nunca del color. Ese juego cromático –que nos recuerda a los llamados colores tierra– ha embellecido sus paisajes, donde, eso sí, aún es legítimo hallar un detalle preferenciado. Minúsculo o mínimo, este pormenor visual contiene otro enunciado, más evidente ahora cuando resalta en toda la composición, dominada por una imagen general que nos remeda el paso del tiempo o la antigüedad.
Así, cierto contrapunteo tradición-modernidad anuncia sus pinturas sobre el campo cubano, donde también se funde lo nuevo con lo viejo, que es como decir, las techumbres de guano con la electricidad, los porrones con los cubos de metal, un simple juguete con sus alrededores (bohío, palmas, pozo...)
Una visión «otoñal» de los campos pinareños podría ser un aproximado de las nuevas figuraciones logradas por este paisajista que, en esta ocasión, planteó sus inquietudes artísticas sin dejar a un lado uno de sus temas preferidos: el entorno natural.
Pinar del Río es fuente de inspiración, pero hay cuadros suyos en los que lo vernáculo, lo rural, la cotidianidad de la campiña ajena de cualquier urbe, son los motivos de interés, al margen de una posible locación conocida. Debiéramos incluir además el factor de una vida que es aparentemente estática, donde todo es igual casi todos los días. Siempre habrá allí una señal de cambio y esto lo ha resuelto una y otra vez el pintor. Precisamente en sus creaciones lo nuevo nos salta a la vista, reluce en un entorno que es posible vivirlo o percibirlo... a distancia.
La exposición «En la palma de mi mano» ha sido un canto intencional, a base de esmerados recursos. Una manera para decir cuán importante llega a ser la vegetación ya sea para la vida, el disfrute o el arte. Ser un pintor del verdor, que aquí no lo ha sido tanto, hace que Portela se auxilie de manera inevitable de las palmas, los bohíos, las carretas, las llanuras, las elevaciones, la neblina... Elementos estos que le son indispensables y que, al unísono, nos aluden también al hombre, sin estar tan siquiera presente de manera física en sus cuadros.
El artista nos deja huellas de sus visiones, las cuales encierran el binomio vida-hombre, manera que nos acerca al paisaje: el natural y el humano. Hemos llegado a la clave. Portela no es un mero paisajista; por encima de todo, tenemos en él a un pintor de paisajes. Más explícitos éstos cuando guardan relación más directa con la naturaleza, y todo lo contrario cuando se alude al paisaje humano: o sea, a nosotros.
En Portela todo apunta a la exclusión evidente del hombre, para así dar fe de su presencia por medio del detalle sugerido, ese detalle que en tales ejercicios cromáticos nos revela su maestría como pintor de los paisajes.

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