Serigrafías de importantes artistas cubanos fueron expuestas hace unos años en la exposición «Una huella en el tiempo», a propósito del aniversario 18 del Taller de Serigrafía René Portocarrero. La muestra evidenció además la profesionalidad de los impresores de allí, quienes no se detienen ante los posibles obstáculos a la hora de llevar el arte de aquellos «a otro soporte que, por lo común, es la cartulina».
El Museo de la Ciudad acogió serigrafías de artistas cubanos por medio de la muestra «Una huella en el tiempo», organizada para celebrar un nuevo aniversario del habanero Taller de Serigrafía René Portocarrero.

 Para conmemorar los 18 años de labor del Taller de Serigrafía René Portocarrero, estuvo instalada durante un mes en la sala transitoria del Museo de la Ciudad (Oficina del Historiador), la exposición «Una huella en el tiempo».
Serigrafías de obras de Belkis Ayón (1967-1999), René Portocarrero (1912-1985), Amelia Peláez (1896-1968) y Víctor Manuel (1897-1969), entre otros, conformaron esta muestra que –si bien tendió a lo figurativo– demostró la calidad y el rigor con que se asumen los encargos a reproducir. También se puso de manifiesto la profesionalidad de los impresores del Taller, quienes no se detienen ante las especificidades formales y posibles obstáculos de los distintos discursos artísticos a la hora de traspolar las obras a otro soporte que, por lo común, es la cartulina.
Fundado el 20 de octubre de 1983, el Taller de Serigrafía surge a propuesta de Marta Arjona, entonces directora de Patrimonio, interesada en desarrollar esta técnica en Cuba. En su prestigio como institución influyó el auspicio del Fondo Cubano de Bienes Culturales, el respaldo de personalidades del Ministerio de Cultura y la presencia de artistas de renombre mundial, entre otros, René Portocarrero, Aldo Menéndez, Francisco Bernal, participantes en los primeros «Encuentros Internacionales de Serígrafos», junto al argentino Julio Le Parc, el pintor y grabador norteamericano Rauschemberg y el ecuatoriano Oswaldo Guayasamín.
En un inicio, se desarrollaron dos modos fundamentales de asumir la serigrafía: elaborar obras expresamente concebidas para este medio, o asumir roles técnicos cuando se  trataba de la reproducción fidedigna de un original. Por supuesto, aunque ambas disposiciones han persistido hasta nuestros días, la reproducción de obras de arte ha conseguido un lugar preponderante. Le va en ello lo factible de este método para enfrentar los riesgos y ventajas de la comercialización del arte, en tanto lenguaje de expresión con amplias posibilidades de serialización de la imagen. De hecho, en la actualidad, la galería comercial permanente de que dispone el Taller exhibe obras de la historia del arte cubano –en particular de la vanguardia del período republicano–, e incluye a importantes creadores de la plástica actual, y a los jóvenes que integran el staff de trabajo. La intención no es sólo vender, sino promover el empleo de la serigrafía.
La impresión final de gestuales, figurativos y abstractos, «clásicos» y contemporáneos, parece reivindicar que lo único vital es que la huella, sean cuales fueren los rasgos de su original, resulte idéntica a aquél.

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