Merecedor de varios lauros, Julio César Peña Peralta corroboró su lugar entre las revelaciones de la gráfica cubana al obtener, en 2001, el Gran Premio que otorga la Trienal Internacional de Grabado de Kanagawa, Japón.
La presencia de una peculiar filosofía popular caracteriza la obra de Julio César Peña, quien en sus grabados trasmuta a las personas en calaveras que recuerdan a las del mexicano José Guadalupe Posada.
Julio César Peña Peralta (Holguín, 1969) –reconocido fundamentalmente a partir de que alcanzara el premio La Joven Estampa 1999 de Casa de las Américas– corroboró su lugar entre las revelaciones de la gráfica cubana al obtener, en 2001, el Gran Premio que otorga la Trienal Internacional de Grabado de Kanagawa, Japón.
Considerado uno de los más importantes eventos de ese país, a cuya convocatoria acuden artistas de todo el orbe –entre los que sobresalen los latinoamericanos–, la Trienal... no había laureado hasta ahora a ningún grabador cubano.
Sin más conocimientos que aquellos desarrollados gracias a su intuición de creador, este joven comienza a pintar en 1984, y 11 años después se integra al Taller Carmelo González, donde bajo la guía de Antonio Canet se inicia en el grabado, oficio elegido porque –según confiesa– «con él logro dotar a mis piezas de una fuerza especial».
Sus estampas, caracterizadas por la presencia de una peculiar filosofía popular, constituyen una biografía gráfica de la ciudad y su gente. En ellas Julio reproduce «un hecho, un momento que vivo y del que soy parte»; por eso, en ocasiones se vale de fotografías en un intento por reflejar el instante tal cual se vivió.
No concibe nuevos personajes sino que graba a las gentes que ve a diario, aunque al hacerlo las transmute en calaveras que recuerdan a las del mexicano José Guadalupe Posada (Aguascalientes, México, 1852- México D.F., 1913) y que parecen vivir en el más allá realizando las mismas actividades que aquí en la tierra: «Un día pinté dos calaveras haciendo el amor en el cementerio. En ese momento tenía de profesor a Canet, a quien le pareció bien lo que había hecho y me propuso que me familiarizara con la obra de Posada», explica. Y añade: «A partir de entonces, las calaveras son mis personajes, gentes vivas o muertas, reales o ficticias, que represento así, en esqueleto, porque es la forma que tengo de mostrar el yo interno de cada quien».
En sus obras hay espacio para ahuyentar a los malos espíritus con el humo de los Fumadores de puros; para bailar junto a los asistentes a la Fiesta en San Isidro, o al ritmo de la melodía de los Rumberos del momento, título de la xilografía premiada en Japón.
Prefiere esta técnica «porque es el procedimiento que más me gusta, del que más conocimiento y dominio tengo, y con el cual me inicié en 1995 cuando me integré al taller Carmelo González», afirma.
Julio César ha recibido, entre otros, los premios del Salón de Paisaje Jardín Botánico Nacional (1997) y del XII Salón de Artes Plásticas Arístides Fernández (1998), así como menciones en concursos como La Joven Estampa (1997) y el XIII Salón de Artes Plásticas Eduardo Abela Villarreal (1998).
En 2001, además del premio ganado en Japón, obtuvo menciones en la XIII Bienal de San Juan del Grabado Latinoamericano y del Caribe, en Puerto Rico, y en el Encuentro de Grabado 2001, realizado en el Taller de Gráfica de La Habana, al que pertenece desde 1997.
Fundado el 30 de julio de 1962 gracias al empeño de un grupo de grabadores y técnicos respaldados por el Comandante Ernesto Che Guevara, el Taller Experimental de Gráfica de La Habana es tema ineludible al hacer referencia a la revitalización y desarrollo del grabado en Cuba.
Situado en el Callejón del Chorro, a un costado de la Plaza de la Catedral, en este taller han dejado su huella –entre otros– artistas de la talla de Zaida del Río, Roberto Fabelo, José Gómez Fresquet (Frémez), Nelson Domínguez, y Eduardo Roca (Choco), este último ganador de la IV Trienal Internacional de Grabado de Kochi (1999), en Japón.
Considerado uno de los más importantes eventos de ese país, a cuya convocatoria acuden artistas de todo el orbe –entre los que sobresalen los latinoamericanos–, la Trienal... no había laureado hasta ahora a ningún grabador cubano.
Sin más conocimientos que aquellos desarrollados gracias a su intuición de creador, este joven comienza a pintar en 1984, y 11 años después se integra al Taller Carmelo González, donde bajo la guía de Antonio Canet se inicia en el grabado, oficio elegido porque –según confiesa– «con él logro dotar a mis piezas de una fuerza especial».
Sus estampas, caracterizadas por la presencia de una peculiar filosofía popular, constituyen una biografía gráfica de la ciudad y su gente. En ellas Julio reproduce «un hecho, un momento que vivo y del que soy parte»; por eso, en ocasiones se vale de fotografías en un intento por reflejar el instante tal cual se vivió.
No concibe nuevos personajes sino que graba a las gentes que ve a diario, aunque al hacerlo las transmute en calaveras que recuerdan a las del mexicano José Guadalupe Posada (Aguascalientes, México, 1852- México D.F., 1913) y que parecen vivir en el más allá realizando las mismas actividades que aquí en la tierra: «Un día pinté dos calaveras haciendo el amor en el cementerio. En ese momento tenía de profesor a Canet, a quien le pareció bien lo que había hecho y me propuso que me familiarizara con la obra de Posada», explica. Y añade: «A partir de entonces, las calaveras son mis personajes, gentes vivas o muertas, reales o ficticias, que represento así, en esqueleto, porque es la forma que tengo de mostrar el yo interno de cada quien».
En sus obras hay espacio para ahuyentar a los malos espíritus con el humo de los Fumadores de puros; para bailar junto a los asistentes a la Fiesta en San Isidro, o al ritmo de la melodía de los Rumberos del momento, título de la xilografía premiada en Japón.
Prefiere esta técnica «porque es el procedimiento que más me gusta, del que más conocimiento y dominio tengo, y con el cual me inicié en 1995 cuando me integré al taller Carmelo González», afirma.
Julio César ha recibido, entre otros, los premios del Salón de Paisaje Jardín Botánico Nacional (1997) y del XII Salón de Artes Plásticas Arístides Fernández (1998), así como menciones en concursos como La Joven Estampa (1997) y el XIII Salón de Artes Plásticas Eduardo Abela Villarreal (1998).
En 2001, además del premio ganado en Japón, obtuvo menciones en la XIII Bienal de San Juan del Grabado Latinoamericano y del Caribe, en Puerto Rico, y en el Encuentro de Grabado 2001, realizado en el Taller de Gráfica de La Habana, al que pertenece desde 1997.
Fundado el 30 de julio de 1962 gracias al empeño de un grupo de grabadores y técnicos respaldados por el Comandante Ernesto Che Guevara, el Taller Experimental de Gráfica de La Habana es tema ineludible al hacer referencia a la revitalización y desarrollo del grabado en Cuba.
Situado en el Callejón del Chorro, a un costado de la Plaza de la Catedral, en este taller han dejado su huella –entre otros– artistas de la talla de Zaida del Río, Roberto Fabelo, José Gómez Fresquet (Frémez), Nelson Domínguez, y Eduardo Roca (Choco), este último ganador de la IV Trienal Internacional de Grabado de Kochi (1999), en Japón.
Karín Morejón Nellar
Opus Habana
Tomado de Opus Habana, Vol. V, No. 3, 2001, Breviario
Opus Habana
Tomado de Opus Habana, Vol. V, No. 3, 2001, Breviario