El cubano, como avestruz tropical que es, parece siempre un recién nacido, ignorante de cómo vino al mundo y de lo que ocurrió en su país y en el universo antes que el naciera. Y llega un viejo, y desempeña los más altos cargos públicos, actuando como recién nacido, como avestruz.
Sabías lector que en Cuba, a través de todos los tiempos, han abundado los avestruces?
Seguramente la mayoría de nuestros lectores sólo conoce esa gigantesca ave por las fotografías publicadas en libros, revistas y diarios, o por el cine, sin que haya mantenido trato personal con la misma; y sin embargo es un hecho cierto y positivo que todos los lectores tienen amigos y conocidos que son perfectos y completos avestruces, y hasta, a lo mejor, tú, lector, y yo, hemos sido avestruces en más de una ocasión.
Me atrevo a formular estas audaces afirmaciones después de haber escuchado la magnífica conferencia que ofreció recientemente en la Institución Hispanocubana de Cultura el doctor Enrique Gay-Calbó; pues él demostró de manera plena que el cubano era el avestruz del trópico, y no sólo porque fuese tragón, corredor y agachado, como el avestruz, sino porque, como esa ave, acostumbraba esconder la cabeza para ignorar el peligro que le acechaba. El avestruz, según refiere Gay-Calbó, presenta esta peculiaridad observada por viajeros curiosos: «al ser sorprendido el enorme animal sin posibilidad de fuga, recurre a la inocente
estratagema de esconder la cabeza en la arena o debajo del ala, para ignorar el peligro; así pierde la libertad, la vida y las plumas, tan necesarias para el vanidoso lujo "humano". Y acota a renglón seguido: "Cuba no tiene desiertos en los cuales pueda vivir esta especie, pero no obstante en Cuba hay avestruces. El cubano es un avestruz nacido y criado en esta isla tropical».
Y lo es porque cierra los ojos y hace que se esconde «para no enterarse de las realidades en
torno, para vivir sin darse cuenta de las innúmeras asechanzas que lo rodean», porque «es maestro en hurtarse ante la verdad y en negar su comprensión a lo evidente, a lo inevitable, cuando no le es grato a su vanidad o a su falso sentido de la conveniencia».
Por obra y desgracia de esta inveterada costumbre criolla, el cubano ha vivido siempre, en su tierra, precariamente, y jamás se ha ocupado de estudiar el pasado para mejor desenvolverse en el presente y prepararse para el porvenir.
Todos los pueblos necesitan, si quieren vivir vida estable, larga y fecunda, conocer su historia, descubriendo en ella los orígenes y las causas de sus males presentes, de sus tropiezos y dificultades, todos los pueblos, menos el cubano, con la agravante en nuestro caso, de que aun haciéndosele ver al criollo que los contratiempos de cada día no son más que las consecuencias de contratiempos, no enmendados, de ayer, cierra los ojos, se niega a admitir consejos y advertencias, renuncia a todo estudio e investigación y continúa su vida precaria de tropiezos y caídas.
Señala Gay-Calbó como la más contundente prueba de esa ceguera congénita y esa contumaz ignorancia del criollo, el desconocimiento absoluto que éste ha tenido siempre de que Cuba es una isla.
En efecto, toda la conducta interna y externa, política, económica y social seguida desde los
tiempos coloniales hasta nuestros días por los cubanos de todas las épocas -salvo muy raras excepciones de criollos, verdaderos estadistas- demuestra que el cubano no se ha dado cuenta de que vive en una isla, de cómo es esta isla y dónde está situada ella. Bien es verdad que los españoles tampoco se dieron cuenta de esa trascendente realidad. Sólo un rey -Fernando el Católico- comprendió «la importancia de nuestro país para el propósito de
afirmar y sostener por siglos el imperio español en América», y utilizó a Cuba, isla, como lugar de aprovisionamiento para las naves que venían de la Península a estas tierras de Indias, «a fin de que los expedicionarios se surtieran debidamente antes de internarse en las hostiles e inhospitalarias selvas de la tierra firme». Esto era en los tiempos de la conquista. Pero después los gobernantes españoles permanecieron doscientos años sin acordarse de que Cuba era una isla de suelo prodigioso y situación excepcional en el Nuevo Mundo. Fueron, de esta manera, los avestruces padres de sus hijos, los avestruces criollos. Cuba, llave del Nuevo Mundo, la tierra más feraz del orbe, permaneció cerrada totalmente al comercio universal, hasta que la dominación inglesa en La Habana de 1762, época durante la cual se abrió nuestro puerto al tráfico comercial y se incrementó la agricultura mediante la concesión de facilidades a la trata africana -y en esto estriba, a pesar de lo expuesto contrariamente por el señor Ximeno, la significación y trascendencia del corto dominio británico en Cuba- viéndose obligados, después de la restauración española, los gobernantes peninsulares a mantener en cierto modo, la libertad de comercio y a dar facilidades a la agricultura. Pero aun así fue muy relativo el provecho que en los restantes siglos de dominación en Cuba supieron sacar los avestruces gobernantes españoles, de la condición insular de Cuba.
Gay-Calbo hace ver cómo un habanero ilustre, procurador del Ayuntamiento capitalino, don Francisco de Arango y Parreño, «descubrió a Cuba como isla ante los gobernantes españoles, habló de sus enormes posibilidades y de las riquezas que no buscaban aquí los explotadores del imperio colonial y que sin embargo podían encontrar en nuestra isla con esfuerzo y previsión». Años después, Humboldt, redescubrió a Cuba, isla. Pero todo inútilmente, pues «en Madrid había también avestruces. Avestruces monarcas, ministros, capitanes generales. No se leía, o no se entendía. Imprevisores con su omisión y con su acción. Siguieron siempre la política estéril, del que quiere ignorar, esa política de avestruz tan peligrosa para los países como el nuestro que necesitan conquistar día a día su estabilidad en todos los órdenes». De modo análogo hemos procedido los cubanos, de 1902 a la fecha. Cada vez que algún sociólogo, economista o costumbrista, menos avestruz que el resto de sus conciudadanos, advierte la urgencia de actuar en los asuntos públicos de acuerdo con las posibilidades que a Cuba ofrece su condición de isla, los avestruces gobernantes esconden la cabeza para no tomarse el trabajo de estudiar los problemas que se
les plantean, y poder seguir sin tropiezos su marcha triunfal de gobernantes que no persiguen más finalidad que el lucro personal, pues jamás se han preocupado de las necesidades nacionales.
Cuba, isla, en los 36 años de República, no tiene aún ni política comercial ni marina mercante, y por eso andamos, como andamos, impulsados únicamente en nuestro desenvolvimiento económico, por la casualidad o por la fuerza mayor de las conveniencias políticas y económicas de otras naciones con nosotros relacionadas, Estados Unidos e Inglaterra, principalmente.
Como bien dice Gay-Calbó, Cuba «ha sufrido o gozado de vacas flacas y de vacas gordas, sin la menor intervención de sus hombres», españoles o cubanos.
En los períodos de miseria y de crisis, jamás hemos tomado medidas para salir de esas difíciles situaciones y poner remedio a los males que se padecían; como buenos avestruces, hemos escondido la cabeza, confiando en el mañana, en un mañana de cucas gordas. Y cuando este mañana se ha convertido en lluvia de oro, nos hemos entregado de lleno a recoger las relucientes monedas y los lustrosos o mantecosos, pero siempre apetecibles billetes, con la misma indolencia con que nuestros abuelos esperaban que el cielo les deparase la lluvia para llenar sus aljibes y abastecerse de agua.
Una y otra vez se han repetido en nuestra historia las épocas de vacas gordas y cucas flacas, y una y otra vez los cubanos, avestruces del trópico, no hemos tomado medida alguna para que las vacas flacas engorden, o para que las vacas gordas no enflaquezcan repentinamente, sumiéndonos en la miseria más espantosa y desoladora.
Bien reciente tenemos el fantástico período de abundancia y riqueza de la danza de los millones durante la ultima guerra mundial. Entonces, ávidos de oro, los puertos de Cuba se abrieron a una nueva trata negra, procedente, no ya de África como antaño, sino de Haití y Jamaica, y estas inmigraciones indeseables, no por su color, sino por su condición de trabajadores baratos, contratados y tratados peor que los esclavos de la colonia, si en el momento satisficieron el ansia desmedida de máximas utilidades mediante el mínimum de gastos, de hacendados y colonos, produjeron a la postre una perturbación general, de orden económico y social, en todo el país, el que aun sufre las consecuencias de esa dolosa imprevisión de aquellos gobernantes, hacendados, colonos y políticos, avestruces tropicales. Fue entonces también cuando teniendo como único programa nacional el producir azúcar hasta lo infinito, se talaron nuestros bosques, y toda la República se convirtió en un enorme cañaveral; se abandonó el cultivo de frutos menores, se olvido la ganadería y se echaron a un lado todas las industrias que no fuera la de producir azúcar. Fue entonces que los avestruces criollos, con la cabeza metida en un saco de azúcar, se imaginaron que los altos precios eventuales de aquel momento iban a eternizarse, y se instalaron centenares de grandes centrales, se compraron costosísimas maquinarias… y un buen día, el azúcar empezó a bajar, a bajar, a bajar: las vacas flacas se presentaron, y con ellas, poco mas o menos, convivimos aún.
Pero los criollos, avestruces del trópico, no nos enmendamos de nuestra inconsciencia e imprevisión. Y hoy, ante la posibilidad de un nuevo conflicto internacional, estamos ya en espera de otras vacas gordas, de otra danza de los millones.
Esta imprevisión e inconsciencia de los avestruces criollos las encontramos, igualmente, en la facilidad y desfachatez con que se aceptan cargos públicos, sabiéndose que se carece de competencia para desempeñarlos. Se es secretario o senador o representante o alto funcionario del Estado, de las provincias o los municipios, simplemente por el sueldo y sus adherencias, aunque no se conozca una palabra de la rama administrativa correspondiente al cargo desempeñado, o no se tengan ni siquiera nociones de los problemas de todo orden de que un legislador deba estar enterado, o por lo menos de alguna materia agrícola, comercial, industrial, educativa en que se esté previamente especializado.
El cubano, como avestruz tropical que es, parece siempre un recién nacido, ignorante de cómo vino al mundo y de lo que ocurrió en su país y en el universo antes que el naciera. Y llega un viejo, y desempeña los más altos cargos públicos, actuando como recién nacido, como avestruz.
No es de extrañar, por lo tanto, que llevemos una vida, siempre en precario, de tumbo en tumbo, de tropiezo en tropiezo, saliendo de unas crisis para entrar en otras peores, como pueblo, en fin, de avestruces, por avestruces gobernado y administrado.
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964