Al comentar el tránsito del pater de familia a papi, el articulista expone cómo esto se debe a «cambios en la vida social cubana, calorizados, no sólo por las innovaciones que fueron introduciendo desde el poder los nuevos gobernantes extranjeros, sino también por las corrientes progresistas que llevaron a los cargos por ellos ocupados los elementos procedentes de las filas revolucionarias libertadoras».

El padre de familia no puede ejercer autoridad sobre su prole porque apenas la ve durante el día y puede pasarse semanas sin que coincidan las estancias en el hogar de todos los miembros de familia.

Cómo, cuándo y por qué se realizó entre nosotros ese fantástico y trascendental desplazamiento-a que me referí en mis anteriores Habladurías- del pater familias por el papi?
No es posible precisar fecha exacta, pues todas estas transformaciones sociales y políticas, excepto en los casos en que son producidas por una revolución triunfante, se efectúan lenta y progresivamente, impulsadas por el lento y progresivo cambio de costumbres públicas y privadas de una región o de todo un pueblo.
Así sucedió con la metamorfosis del padre de familia en papi.
Suplantado el régimen colonial español por la ocupación militar norteamericana, produjéronse importantes cambios en la vida social cubana, calorizados, no sólo por las innovaciones que fueron introduciendo desde el poder los nuevos gobernantes extranjeros, sino también por las corrientes progresistas que llevaron a los cargos por ellos ocupados los elementos procedentes de las filas revolucionarias libertadoras.
Vimos especialmente manifestarse esos cambios en educación, sanidad, tribunales de justicia, etc.
De la casi nula enseñanza pública popular de los tiempos coloniales, se pasó a una intensa labor educativa, acompañada de la remoción total de los viejos moldes pedagógicos por otros nuevos traídos de Norteamérica. Supervisores norteamericanos y hombres de ciencia y pedagogos cubanos crearon en no muy largo plazo la escuela nacional pública. Maestros y maestras hicieron visitas a los Estados Unidos. De la escuelita de barrio se pasó a la científica escuela pública. Institutos y la Universidad no escaparon de dicha transformación. Se fundo una Escuela de Artes y Oficios.
Esta transformación de la enseñanza oficial abrió ancho campo y creó horizontes nuevos a la mujer, al mismo tiempo que se le facilitaba la entrada en las oficinas públicas y en los hospitales y clínicas. Ya nuestras mujeres, al serles preguntada su profesión, no necesitaban acudir, como en época colonial, a la manoseada frase de «ocupada en los quehaceres propios de su sexo», o sea costura, cocinado, lavado, limpieza de la casa y atención de los hijos, hermanitos, sobrinos, nietos, etc. Ahora, muy orgullosamente, declaraban: «maestra pública», «enfermera graduada», «oficinista», «empleada particular»…
Este cambio en la vida femenina, esta salida de la mujer al trabajo, fuera de su casa, esta independencia económica, se tradujeron en modificación radical de las costumbres femeninas, en pérdida de autoridad por el padre de familia sobre su prole femenina. La mujer, desde joven, se fue habituando a pasarse el día lejos de su hogar, a salir sola, a tratar hombres desconocidos de sus padres, y lo que es mas grave aun, a ser gobernada, no por el padre o el marido, como hasta entonces, sino por su jefe o sus jefes que ejercían sobre ella autoridad más real que la de su padre.
No faltaron los casos, para mayor quebrantamiento de la autoridad y prestigio del padre de familia, en que éste se vio mantenido por sus hijas, y otros en que el hogar, a punto de desplomarse por las insuficientes entradas del padre de familia, pudo sostenerse gracias a la cooperación económica de las hijas trabajadoras.
Las modas y los deportes, importados aquéllas y éstos de los Estados Unidos y acogidos con entusiasmo extraordinario por jóvenes y muchachas, agudizaron el cambio en las costumbres privadas, y dieron mayor libertad a los hijos y restaron autoridad al padre de familia.
El periodo de la niñez se acortó y también el de la adolescencia. Jóvenes y muchachas fueron hombres y mujeres a muy temprana edad. La indumentaria de las niñas desapareció gradualmente hasta llegar a su total abolición presente, en que contemplamos que al niño, apenas puede dar los primeros pasos, se le viste con pantalones largos y chaquetilla que remeda el saco hombruno. El corte del cabello en las mujeres no las hizo niñas, pero si igualó a la niña con la mujer hecha y derecha. Y lo mismo puede decirse de la saya corta.
Otro importantísimo quebrantamiento de la autoridad del padre de familia lo tenemos en la sustitución de las grandes llaves de antaño por el moderno llavín. Así como las ciudades antiguas se hallaban resguardadas por murallas que no la protegían únicamente de los ataques de los enemigos, sino también permitían el mejor ejercicio de la autoridad de gobernantes y funcionarios militares y administrativos pobre los moradores, en los hogares criollos, el padre de familia encerraba materialmente en la casa por las noches a todos sus familiares, desde hora temprana, y sin su permiso expreso, en cada caso, no era posible la entrada y salida en la casa, pues la única y grande llave de la puerta principal estaba bajo la custodia inmediata del padre de familia, y era indispensable para entrar de noche en el hogar, ser acompañado por un esclavo, portador del farol, que alumbraba las tenebrosas calles de la población, y de la gran llave, que servía en ocasiones de arma defensiva contra los ataques de la gente maleante. Se acostumbraba también que un criado o familiar esperase adormecido en el zaguán la llegada de los moradores, para abrirles, desde dentro, la puerta de la casa. Todo ello indica que la gran llave de antaño constituía uno de los instrumentos vitales de la autoridad del padre de familia.
Por lo tanto, la desaparición de la gran llave contribuyó poderosamente a quebrantar esa autoridad. El llavín, distribuido entre todos los miembros de la familia, igualó a éstos con el padre. Cada uno podía entrar y salir libremente o burlar las disposiciones del padre de familia. En los primeros tiempos de la República la entrega oficial de un llavín a los hijos mayorcitos era señal efectiva de la independencia de éstos, de su conversión en hombres. Hoy hasta los niños y las niñas gozan del privilegio libertario del llavín.
Las crisis económicas han ido minando el antiguo hogar y por consecuencia la autoridad del padre de familia. Las grandes casonas fabricadas para que en ella convivieran con los padres los hijos después de su matrimonio, y los hijos de los hijos, hoy están, en La Habana y otras poblaciones importantes de la República, destinadas a almacenes, establecimientos, oficinas y casas de vecindad y de departamentos. Las viviendas ya cuesta trabajo denominarlas casas, porque les cuadra más bien el nombre de cajones y el de latas de sardinas.
En estos días padece La Habana la fiebre, moda o novelería de los edificios de departamentos, donde se han refugiado las familias venidas a menos o aquellas otras de cortas entradas mensuales. En uno o dos cuartos se apiñan por la noche seis o diez cristianos... indiferentes o ateos, que antes requerían habitaciones individuales. Un pequeño espacio hace de sala comedor. Eso sí, no falta el precioso baño intercalado de azulejos y todas sus piezas de colores. ¡Ultimo grito de la moda habanera en materia de vivienda!
Como es natural, la casa pequeña, la casa de huéspedes, la casa de vecindad y los departamentos elegantes en edificios de ídem, por su limitadísima capacidad, sólo son habitados en las horas de comidas y descanso nocturno. El padre de familia no puede ejercer autoridad sobre su prole porque apenas la ve durante el día y puede pasarse semanas sin que coincidan las estancias en el hogar de todos los miembros de familia.
Pero hay más. La multiplicación y apogeo de las sociedades recreativas y deportivas, de los
clubs-fenómeno lógicamente producido por la estrechez de los hogares y la difusión de los deportes, aparte de otras causas-, ha convertido al padre de familia en un miembro más, al igual que la esposa los hijos, de la sociedad o el club a que todos pertenecen; o ha provocado la separación y dispersión de la familia, por pertenecer padres e hijos a diversos clubs o sociedades según sus gustos, aficiones y amistades.
Todos estos factores han ido quebrantando la vieja línea de separación, basada en el principio de autoridad, existente entre el padre de familia y su esposa e hijos. Hoy todos trabajan por su cuenta, o si pertenecen a la llamada sociedad elegante, aunque la esposa y las hijas no trabajen, campan por sus respetos en amistades, reuniones, diversiones, etc. El usted, imprescindible antiguamente en el tratamiento de los hijos a sus padres, se ha convertido en el tú, confianzudo, más que indicador de confianza e identificación mutuas entre padres e hijos. Y se dan casos de excepción, como el mío personal, en que los hijos mayores, ya cincuentones, criados a la vieja usanza, siguen tratando a sus padres de usted, mientras los hijos menores los tutean a diestro y siniestro.
Es muy difícil oír en nuestros días la tradicional frase, señal de respeto y acatamiento de los hijos al padre de familia: «la bendición papá». Hoy, de cruzarse algún saludo entre los hijos y los padres, se oye: jaló, papi, o guabai, papi.
Y el papi es la última carta de la baraja hogarina, con el que no se cuenta para salir o entrar en la casa, para elegir carrera o profesión o no elegir ninguna, para estrechar relaciones amistosas o amorosas, para contraer matrimonio y para divorciarse.
Eso sí, los hijos menores y hasta los mayorcitos y hombrecitos y mujercitas, casados y con hijos, cuentan con el papi para sablearlo siempre que andan en apuros económicos, o para que los mantengan si gozan de un papi de posición acomodada, y mantenga al yerno o a la nuera y a los nietos, pague automóviles y gasolina, viajes, trajes y otros caprichos, o cargue, a la hora de un divorcio, con la hija y sus nietos.
Hasta donde llegara la decadencia de los padres de familia, es fácil predecirlo si tenemos en cuenta la transformación radicalísima y rápida que han experimentado hasta convertirse en papis.
Y no está lejano el día en que los papis necesiten acudir a la protección y defensa por el Estado, y clamen por una legislación que evite la pérdida definitiva y absoluta de la vieja autoridad y demanden asilos donde refugiarse.
Y es posible también que veamos muy pronto a los papis asociados, agremiados, sindicalizados, para mejor exigir y lograr de su familia derechos y reivindicaciones.
¡Con razón decía la vieja del cuento que no quería morirse, porque cada día, tal como habían cambiado los tiempos, se veían cosas asombrosas, increíbles, despampanantes!

Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964

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