En esta oportunidad, el articulista ofrece «los detalles, interesantes todos, y muchos de ellos pintorescos, de la exhumación el día 26 de septiembre de 1898, de los supuestos restos de Cristóbal Colón del nicho en que se encontraban en la Iglesia Catedral» que para su consulta «aparecen recogidos en documentos fehacientes de personas que intervinieron en la referida exhumación».

«Aunque otra cosa pensaran entonces, ante las anormalidades descubiertas, los personajes asistentes a la referida exhumación, no hubo alteración alguna en los restos, y los que fueron llevados a España en 1898 eran los mismos traídos en 1796 de la Catedral de Santo Domingo, sin que con ello afirmemos que pertenecían a Cristóbal Colón»

Los detalles, interesantes todos, y muchos de ellos pintorescos, de la exhumación el día 26 de septiembre de 1898, de los supuestos restos de Cristóbal Colón del nicho en que se encontraban en la Iglesia Catedral, aparecen recogidos en documentos fehacientes de personas que intervinieron en la referida exhumación, y han llegado hasta nosotros por haberlos publicado en 1924 el doctor Antonio L. Valverde, con el titulo de Los restos de Cristóbal Colón y el nicho que en la Iglesia Catedral de La Habana los guardaba.
Dos son los documentos a que nos hemos referido.
Es el primero el acta levantada el mismo día de la exhumación de, los restos por el señor Emilio Loys y Gourrié, maestro de obras. Encargado por el señor Adolfo Sáenz
y Yáñez, arquitecto del Estado, para proceder con los obreros a sus órdenes, a la apertura del nicho. Y el segundo, una información redactada con el título de Sobre los restos de Colón, por el señor. Enrique Hernández Ortega, superintendente de las obras que realizaba
para el Estado el señor Loys, y quien fue uno de los ejecutantes de la referida exhumación. De ambos documentos tomaremos los datos precisos para reconstruir la forma y circunstancias en que se realizó la exhumación.
Señaladas las 9 de la mañana del 26 de septiembre de 1898 para llevarla a cabo, antes de dicha hora fueron tomadas militarmente la Catedral y avenidas que a ella conducían, cerrándose todas las puertas después de encontrarse presentes las personas que habían
sido invitadas expresamente al acto desde el día 21, por el gobernador general, y eran las siguientes: Ramón Blanco Erenas, capitán general; Manuel Santander y Frutos, obispo diocesano; Juan Arolas y Espluges, gobernador militar; Rafael Fernández de Castro,
gobernador civil; Antonio Govín y Torres, secretario de Gobernación, de Gracia y Justicia, como escribano mayor; Pedro Esteban y González Larrinaga, alcalde municipal; Toribio Martín, deán de la Catedral; Adolfo Sáenz Yáñez, arquitecto del Estado; Antonio Pérez
Riojas, académico de la Historia; señores Espada y Garganta, doctores en Medicina; Emilio
Loys y Gourrié, maestro de obras; y Enrique Hernández, Pedro Urdaneta, Miguel Grenet y Miguel Uramu, obreros.
Después de realizado un escrupuloso registro en la iglesia, a fin de evitar la presencia de personas extrañas, se reunieron los asistentes en el Presbiterio del altar mayor. Se dio lectura al acta levantada el 23 de octubre de 1822, cuando el nicho que se construyó en 1796 fue abierto para realizar en él determinadas ampliaciones y colocar la lápida con el busto de Colón que existió desde dicho año 1822 hasta 1898. Que el acta leída este último año en el acto de la exhumación fue la que hemos citado, no cabe duda, pues, como bien observa el doctor Valverde en su Informe, aunque los señores Loys y Hernández dan fechas equivocadas de 1823 y 1796, respectivamente, «basta leer lo que los dos dicen sobre su contenido para comprender que la que se leyó fue la de 1822». En esa acta se especificaba que traídos en 1796 los restos de Colón de la catedral de Santo Domingo, a consecuencia
de la cesión hecha a los franceses de la parte española de la isla de ese mismo nombre y depositados en un nicho que en aquella fecha se construyó al lado del Evangelio, en la pared que divide el Presbiterio de la Capilla del Loreto, el obispo diocesano, Juan José Díaz
de Espada y Fernández de Landa, resolvió el año 1822 ampliar el referido nicho, colocando en él la caja de plomo en que estaban encerradas las cenizas y otra caja de caoba con un ejemplar de la Constitución de la Monarquía española promulgada el 19 de marzo de 1812, y varias medallas y guías de La Habana, cerrándose la urna con uña lápida de mármol que ostentaba el busto bajorrelieve de Colón y en letras de oro la siguiente inscripción :

«/O restos e rmagen del Gran Colón!
Mí1 siglos durad unidos en la Urna
Al Código Santo de nuestra Nación».


Terminada la lectura de esa acta e1 arquitecto del Estado ordenó a1 maestro de obras señor Loys procediera a desmontar la lápida, lo que así se hizo, encontrándose en el nicho solamente una urna de cedro del mismo tamaño y figura de1 nicho, que contenía una caja de plomo, con un letrero en la tapa que decía: "Restos de Cristóbal Colón, Primer Almirante y Descubridor del Nuevo Mundo".  Las medidas de dicha caja de plomo eran: 0,41 m. de largo. 0,28 m. de ancho y 0.25 m. de alto. Sobre la tapa se halló la llave de la caja. El asombro de las personas asistentes a dicho acto empezó a revelarse desde el momento que descubrieron que en el nicho sólo había una caja, en vez de dos, como se hacía constar en el acta de 1822. Refiere el señor Hernández que el capitán general, Blanco. al sacarse esa sola caja con una llave, le interrogó:
«— ¿Nada más?».
Y agrega que «al manifestarle que había unos pedazos de madera arrancados del respaldo de la urna a golpes de gubia, que dicho respaldo estaba destrozado y que por un agujero en su tercio bajo asomaba una punta de piedra, un gesto de desagrado cambió todos
los rostros y reinó el descontento por momentos, a tal extremo que, inconscientemente, unos tras otros todos quedaron en pie».
Continua relatando el señor Hernández que, «repuestos que fueron de tan inesperada como desagradable sorpresa, se me pidió la caja, la tomé en mis manos, con desagrado, y la deposité en las del señor Saenz, quien a su vez la trasladó a las del doctor Garganta; éste, colocándola sobre la mesa destinada al efecto, tomó , la llave y abrió sin dificultad; apareció la tapa de plomo y tras ella, en la caja del mismo metal una porción de tierra que no levantaba dos centímetros sobre el fondo de la misma, algunas astillas de huesos y dos pequeños pedazos como de 1 ½ centímetros y de forma semiovales; tomó el menor el doctor y dijo parecerle una falange, y analizado que hubo el segundo, pintó con él sobre la tapa de plomo, manifestando que le parecía yeso fundido, y dejando caer ambas tapas dió vuelta a la llave». Este relato coincide con el que hace el señor Loys.
El asombro de los presentes se trocó ahora en profundo disgusto, que se manifestó en el siguiente diálogo sostenido, según el relato que, lleno de vida y color, nos hace el señor Hernández, entre los señores Govín, Blanco, Arolas y Santander y Frutos. «Tras algunos minutos —refiere Hernández— de miradas, gestos de cabezas y murmuración a sotto voce, se me ordenó extrajese la urna; al realizarlo cayó al suelo uno de los pedazos del destrozado respaldo, y al depositarla en manos del señor Sáenz, la diestra del señor Blanco le indicaba que la pusiese junto a la tapa. El señor Govín interrogo sobre lo que se hacía constar en el acta y el señor Blanco le contestó:
» —En casa arreglaremos eso.
»Interrogó de nuevo al señor Govín :
» —¿Qué se hace con estos restos?
»Arolas propone que sean llevados a casa del señor obispo, y el I. S. se opone, diciendo:
» —A mi casa no va eso; que lo lleven a casa del general.
»Y éste repuso:
» —A mi casa tampoco.
»Entonces, Arolas, dándose cuenta de las razones que asistían a las citadas personalidades para no querer hacerse cargo de la custodia de aquellos restos, indicó que,
en vista de hacer más de cien años que estaban en la Catedral, allí podían permanecer en tanto no se dispusiera su embarque».
Y en efecto, guardados por el señor deán, y custodiados por una guardia militar, permanecieron los ahora tan sospechosos y repudiados restos de Colón en el Sagrario
Mayor de la sacristía hasta el 12 de diciembre en que fueron embarcados rumbo a España.
Aunque otra cosa pensaran entonces, ante las anormalidades descubiertas, los personajes asistentes a la referida exhumación, no hubo alteración alguna en los restos, y los que fueron llevados a España en 1898 eran los mismos traídos en 1796 de la Catedral de
Santo Domingo, sin que con ello afirmemos que pertenecían a Cristóbal Colón, pues parece lo más probable que los de éste quedaron en Santo Domingo, trasladándose a La Habana los de su hijo Diego. La falta de una de las dos cajas que en 1822 hizo colocar en el nicho
de nuestra Catedral el obispo Espada, se debe a que dicha caja fue extraída del nicho por su fondo, en 1823, a consecuencia de haberse abolido en España el régimen constitucional y no ser por ello prudente guardar junto a los supuestos restos de Colón el libro de la Constitución que aquella caja contenía. Así consta todo ello minuciosamente expresado en las actas del Cabildo de la Iglesia Catedral. En la misma fecha en que se realizó la extracción de la mencionada caja con el Código español de 1812, se variaron en esta forma los versos de la lápida que cubría el nicho:

«¡O Restos e Imagen del grande Colón!
Mil Siglos durad guardados en la Urna
Y en la remembranza de nuestra Nación».


Por último, en cuanto a la posible sustitución de los huesos por pedazos de yeso, no la hubo, pareciendo aquella materia calcárea debido a la natural descomposición que con el tiempo sufren los huesos en sus elementos integrantes, que son la oseina y las sales calcáreas.

ERRATA DE IMPORTANCIA

En la III de estas «Acotaciones Colombinas», publicada en el número anterior, se ha deslizado una errata, debida a error en la copia del trabajo dado a la imprenta, y
se da como fecha del traslado de los restos de Colón, del Convento de la Observancia, en Santa María la Antigua, a Sevilla, el día 11 de abril de 1513. en vez de 1509, que es el año que aparece consignado en el acta de enterramiento encontrada en el Archivo de Protocolos de Sevilla por el señor José Hernández, investigador del Instituto Hispano Cubano de Historia de América, de aquella ciudad. Debe, pues, ser rectificado, también, el comienzo del párrafo, en esta forma: «Pasados tres años, en 1509...».

Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.

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