«Y la piratería -crease o no se crea- hubiera sido la salvación de los infelices colonos de Cuba, si estos no hubieran cometido a su vez otra torpeza: la de considerar enemigos a los piratas y tratar de rechazarlos violentamente. Tarde lo comprendieron así, dedicándose entonces a comerciar con ellos, clandestinamente, y hasta a dedicarse también a la piratería».
El lector que pacientemente haya leído los capítulos anteriores de este ensayo histórico costumbrista no ha de parecerle incierto ni exagerado si, resumiendo afirmamos que fue el relajo la nota característica de la conquista y dominación españolas en esta famosa ínsula, y no ha de asombrarse tampoco si ahora agregamos que nada hicieron los bienamados gobernantes de aquellos tiempos, especialmente durante los siglos XVI, XVII y XVIII, por la felicidad de sus desgobernados ni el progreso de la tierra que desgobernaban.
A romper esa relajona monotonía vinieron, primero, los corsarios y piratas de distintas nacionalidades, y después el ejército y la armada británicos. De la piratería ha dicho Phillip Gosse en una historia consagrada a la misma, que el escribirla desde los primeros tiempos «hubiera sido empresa imposible, pues comenzaría por parecer la historia marítima del mundo». Y sintetizando su origen, carácter y razón de ser, afirma: «la piratería, como el asesinato, es una de las mas antiguas actividades humanas. Las primeras referencias acerca de ella coinciden con las primeras referencias acerca de los viajes y el comercio; puede darse por sentado que muy poco después que el hombre comenzara a transportar mercancías de un punto a otro, surgieron varios individuos emprendedores que buscaron utilidades interceptando estas mercancías en el camino».
En lo que a Cuba se refiere, es juicioso atribuir la existencias de piratas y corsarios en los mares que bañan nuestra isla y sus principales puertos, al enorme relajo del monopolio comercial que hasta después de la ocupación inglesa de La Habana, mantuvo España con sus colonias del Nuevo Mundo, impidiendo que otras naciones comerciaran con ellas. Gosse sostiene que «el uso que hicieron los españoles de este monopolio fue excesivamente torpe», añadiendo: «Al igual que otras naciones en el principio de sus empresas coloniales, pretendieron la imposible tarea de impedir todo intercambio entre sus colonias y los extranjeros. España se obceco en la creencia de que sería de mayor provecho para ella que sus colonias negociasen únicamente con la metrópoli, a pesar de que la nación no .podía proveer sino una pequeña parte de las necesidades comerciales de las colonias»
Y la piratería-crease o no se crea-hubiera sido la salvación de los infelices colonos de Cuba, si estos no hubieran cometido a su vez otra torpeza: la de considerar enemigos a los piratas y tratar de rechazarlos violentamente. Tarde lo comprendieron así, dedicándose entonces a comerciar con ellos, clandestinamente, y hasta a dedicarse también a la piratería.
En aquellos tan remotos días surgió con el carácter de necesidad pública, lo que en la era contemporánea transformaron los criollos vivos y relajones en uno de los más grandes relajos de nuestra vida republicana: el trueque. Y estos trueques no tuvieron nada de beneficiosos ni para Cuba ni para los cubanos, pero si, exclusivamente, para sus empingorotados manipuladores.
Fue tal la importancia y eficacia de la piratería-engendro entupido del. desegobierno colonial español-que a los primeros piratas, poseedores de una o muy pocas naves y armados únicamente de su valor y su ambición, sucedieron bien pronto esos grandes relajos u explotaciones que con palabras modernas se denominan trust. Y, al igual que Hogaño, esos trust piráticos de antaño-dice Gosse - «absorbieron a los pequeños y los desplazaron del negocio. . . progresando de tal modo, que ningún grupo de barcos mercantes aun de los mejor armados, se hallaba seguro contra sus ataques».
Los trust piráticos prosperaron de tal modo que merecieron que a ellos se aliaran expresa o tácitamente, los estados, que por ello se convirtieron también en piratas y realizaron el corso, atacando las naves y los puertos de los países enemigos, por motivos políticos, comerciales, dinásticos o religiosos.
Y el pirata, bandido sin Dios y sin patria, llegó a convertirse en héroe nacional y mantenedor de la fe de este modo-afirma Gosse- «la piratería en sus momentos de auge, deviene parte principal de la historia».
La torpemente aguda restricción comercial española llevó, forzosamente a sus colonos de
América a negociar con los piratas, comprándoles aquellos productos que España no exportaba y ellos si poseían. «Esta necesidad fundamental-dice Gosse- explica el éxito de Hawkins y sus semejantes durante el segundo tercio del siglo XVI». Y los piratas, no contentos con ese tráfico, llegaron a convertirse en colonos, a fin de mantener «un comercio permanente con los vecinos españoles».
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.