Las parrandas de Nochebuena en San Juan de los Remedios.IV parte. Su arraigo en el alma popular remediana.
Quien haya seguido la historia y desenvolvimiento de las parrandas de Nochebuena en Remedios, desde mediados del siglo pasado hasta nuestros días, ha de convenir conmigo en que esta tradición, la más típica de aquella ciudad, se encuentra profundamente arraigada el alma popular.
Lo prueban, entre otros muchos hechos, los siguientes:
1.- Que tan largo espacio de tiempo, casi un siglo, y por encima de todas las vicisitudes, cambios políticos, variación de costumbres públicas y privadas, altas y bajas económicas, etc., las parrandas no hayan perdido el entusiasmo que despiertan año tras año en el pueblo remediano.
2. —Que la afición a las Parrandas no está limitada a una sola clase social, sino que en ellas participan, estrechamente unidos y confundidos, elementos de las más diversas posiciones económicas, desde el señor de posición acomodada hasta el «brujo sopera»; de todas las llamadas razas y colores: blancos, negros, mestizos, amarillos; de todas las nacionalidades: cubanos, españoles y chinos; de uno y otro sexo; de todas las edades.
3.—Que por el hecho de tener a su cargo la organización y ejecución de las parrandas los dos barrios de San Salvador y el Carmen, todos los remedianos, sin exclusión alguna, se encuentran divididos y agrupados en uno de esos dos barrios, y no hay un solo hijo de Remedios que deje de ser o carmelita o sansarice, rabiosamente, dispuesto a defender en todos los momentos, y de manera especial durante la celebración de las parrandas, que su barrio es el mejor y el que ganó esta Nochebuena y la del año anterior y la de todos los años y triunfará también el año próximo; que los trabajos de plaza, carrozas, faroles, voladores y palenques y fuegos artificiales presentados por su barrio jamás han podido ser superados por el barrio contrario.
Este fervor por los barrios se encuentra precisamente expresado en los himnos, que ya di a conocer, de cada uno de ellos, y en centenares de décimas populares, de las que he ofrecido algunas y ahora transcribiré estas otras dos, recogidas por Pedro Capdevila, de distintas personas y que fueron compuestas según este distinguido folklorista remediano, alrededor de 1892.
Dice así la del barrio del Carmen:
Verás con qué lucimiento
del Carmen el gavilán
por el aire lo verán
matar al gallo al momento
Los «carmelitas» contentos
cantaremos la victoria
con gusto, placer y gloria;
veremos al gallo vencido,
sin plumas, el pico partido,
no quedarán ni memorias.
Y San Salvador le contesta:
Yo creo que tu gavilán
no se acerca a Sansari:
el si llega por aquí
pronto la muerte le dan,
porque para Nochebuena
piensan hacer una cena
para que quede memoria:
¡Cuidado no sean tus glorias,
carmelita, grandes penas!
4. —Que no obstante la cordialidad en todo momento demostrada por los remedianos con cuantos visitan su ciudad o en ella se establecen y afincan, para que la misma perdure es indispensable que el no remediano, cubano o extranjero, se identifique con las parrandas, o al menos las tolere o no las ataque.
Así lo hace resaltar Capdevila en sus Apuntes del folklore remediano: «No se crea—dice—que todas las personas de fuera que se radican en Remedios por cualquier circunstancia, llegan a compenetrarse con sus tradicionales festejos de Navidad».
Y al que no se compenetra, los remedianos jamás se lo perdonaran y se convertirá para ellos en un «intocable» y hasta tendrá que «mudar el catre» y evacuar para otra localidad.
Tal le ocurrió al boticario Diego Tejera, que a pesar de vivir durante muchos años en Remedios, no logró incorporarse a las parrandas. Su inadaptabilidad a esta típica costumbre llego al extremo de quejarse a las autoridades locales de la molestia que le proporcionaban los parranderos anunciadores de la fiesta de Nochebuena, con el ruido de sus rejas. Y refiere Capdevila que el Ayuntamiento, « como una cortesía con el forastero», dispuso que para atenuar en algo los ruidos que tanto molestaban a Tejera, sustituyendo las rejas, se tocaran triángulos solamente. El cambio aludido no dió el resultado que era de esperar, ya que entonces vino la inconformidad de los tocadores de reja que se quejaban de que el triángulo «no sonaba». Y en tales condiciones, no quedó otro recurso que echar mano de nuevo a las rejas, «aunque a Tejera le picara». Y no paró ahí la cosa, sino que «tal proceder de su parte redundó en perjuicio de sus intereses, pues además de buscarse el odio del pueblo» los muchachos, cada noche que salían con su parrandita «le daban su serenata de reja frente al establecimiento, le boicotearon éste y las ventas le disminuyeron de manera alarmante».
En cambio, al «de afuera» que se compenetra con las Parrandas, los remedianos lo consideran un conterráneo más. Tanto es así que Capdevila pondera que ha habido jueces que en poco tiempo han llegado a convertirse en carmelitas y sansarices «que muerden» y no ha faltado uno de éstos que adaptara el himno de San Salvador para saludar a Joaquín Giménez—Quindoya- «cuando regresa a Remedios en sus periódicos viajes a La Habana, casi semanales, y 1e canta con la música del himno
Sansarí:
Aquí te espero,
aquí te espero,
aquí te espero, Joaquinito,
aquí te espero...
5.—Una de las más elocuentes demostraciones del arraigo popular de las parrandas remedianas lo encuentro yo en el trágico y sentidísimo caso de la muerte de la señorita Sofía Loyola durante la celebración de las parrandas en la Nochebuena del año 1937. En lo más animado de la fiesta, en la que la señorita Loyola figuraba en una de las carrozas, «el fuego de un cohete prendió los vestidos de la bella muñequita, y pocos momentos después, de aquel manojo de rosas cantando a la vida, solo quedó un montón informe de cenizas».
El periódico local El Huracán, le dedicó el editorial del número inmediato al horrible accidente. De él tomo las palabras copiadas, y agrego estas otras que completan el espeluznante cuadro:
«Llena de alegría, rebosando la vida en sus quince años, reme- dando a la famosa virgen del Sena de la leyenda subió al carro donde ignorante de su suerte y por un designio fatídico del destino, iba a encontrar momentos después la muerte, trocada en pira humana».
Para los renedianos, que tanto aman su fiesta más típica y que se enorgullecían de que hubiesen nacido en Remedios esta encantadora chiquilla, su muerte se convirtió en duelo de toda la ciudad:
«Todo el esplendor de la fiesta, toda la luz de ella, y su nota de color, la policromía de las carrozas, se opacó ante el derrumbe de este símbolo humano de la belleza y lejos de significar esa noche, una Nochebuena con todo su esplendor, sólo resultó una noche de dolor, de tristeza, que como si fuera una mariposa negra, al mover sus alas, siempre rozará el corazón de todos los remedianos…
La sociedad remediana pierde en esta linda y virtuosa chiquilla, una de las más caras y hermosas rosas de su vergel; la sociedad un significaivo exponente de su valor y su familia un pedazo de su corazón…»
Si las Parrandas no hubiesen estado tan profundamente arraigadas en el alma popular remediana, si hubieran sido fiestas artificialmente injertadas en las costumbres de la localidad y no producto de una tradición de casi un siglo, posiblemente ante esa catástrofe las parrandas hubieran desaparecido.
Pero ocurrió, todo lo contrario. El pueblo vió en la muerte sentidísima de Sofía Loyola un accidente desgraciado, pero fortuito, e incorporó su nombre a las parrandas, como «flor de holocausto», según la expresión del citado periódico.
Yo hubiera querido escuchar la oración fúnebre que pronunció sobre la tumba de Sofía Loyola el coronel Juan Jiménez, verbo elocuentísimo de la sociedad remediana. Seguramente que en su emocionada oración, él no tuvo una sola palabra de condena o repulsa para las parrandas, sino que al contrarío presentó a Sofía Loyola como mártir de la fiesta tradicional de San Juan de los Remedios, cuya memoria no se borrará mientras subsista esa popular tradición lejos de borrarse, los remedíanos quisieron perpetuarlo, dando el nombre de Sofía Loyola de «Tata» Loyola como era cariñosa y popularmente conocida en toda la Ciudad, al primer parque infantil que en ella se construyó.
Ese súper entusiasta remediano que es Joaquín Giménez Lanier, acometió a fines de 1938 el nobilísimo empeño de dotar a su amada patria chica en un parque infantil. Apenas comenzadas las obras, interpretando el sentir de todos los remedianos, «Condy» lanzó en « El Huracán» la idea felicísima de que el parque llevara el nombre de «Tata» Loyola. Véanse sus palabras en la edicion de ese periódico, del 8 de octubre de aquel año:
«Aun no se sabe el nombre que llevará el mencionado parque. Por mi mente paso un nombre venerado del pueblo de Remedios y no es otro que el de Sofía Loyola, ¿que otro nombre mejor que el de «Tata» Loyola? Creo que la sociedad remediana recogerá con entusiasmo mi idea. Esa niña mártir bien merece que su nombre sea perpetuado en algo que honre a Remedios. Nosotros tenemos una deuda inmensa con ella contraída y por mucho que se la honre jamás quedará pagada». Señala después cómo las parrandas «son algo muy tradicional en Remedios, algo muy de los remedianos», y razona: «Pues si «Tata» Loyola perdió la existencia en esas fiestas típicamente remedianas, el parque infantil debe llevar su nombre... Así como nos unimos para siempre pasa sentir y hacer nuestra esa gran desgracia, así ahora todos nos debemos unir para pedir una y mil veces que el parque infantil lleve el nombre querido e inolvidable de «Tata» Loyola».
El 28 de enero de 1939 fué inaugurado el parque infantil «Tata» Loyola, convirtiéndose en magnífica realidad ese homenaje que todo un pueblo ofrendaba a la niña- mártir de la más típica de sus tradiciones. Así, mejor que con mármoles y bronces, cada niño remediano, al disfrutar a diario de unas horas de grato esparcimiento, aprenderá a amar ese nombre, que jamás se borrará ya de su mente ni de su corazón, y que, al correr de los tiempos no habrá remediano que no lo pronuncie con la misma veneración y respeto que sienten los buenos patriotas por sus héroes y sus mártires. Y llegará un día en que perdidos los detalles del hecho trágico, «Tata» Loyola figurará como un personaje legendario, evocado al unísono de las tradicionales parrandas e incorporado definitivamente al folklore remediano. Y aquella niña-mártir vivirá eternamente en la leyenda y en la tradición, como el símbolo de la ciudad de San Juan de los Remedios.
Lo prueban, entre otros muchos hechos, los siguientes:
1.- Que tan largo espacio de tiempo, casi un siglo, y por encima de todas las vicisitudes, cambios políticos, variación de costumbres públicas y privadas, altas y bajas económicas, etc., las parrandas no hayan perdido el entusiasmo que despiertan año tras año en el pueblo remediano.
2. —Que la afición a las Parrandas no está limitada a una sola clase social, sino que en ellas participan, estrechamente unidos y confundidos, elementos de las más diversas posiciones económicas, desde el señor de posición acomodada hasta el «brujo sopera»; de todas las llamadas razas y colores: blancos, negros, mestizos, amarillos; de todas las nacionalidades: cubanos, españoles y chinos; de uno y otro sexo; de todas las edades.
3.—Que por el hecho de tener a su cargo la organización y ejecución de las parrandas los dos barrios de San Salvador y el Carmen, todos los remedianos, sin exclusión alguna, se encuentran divididos y agrupados en uno de esos dos barrios, y no hay un solo hijo de Remedios que deje de ser o carmelita o sansarice, rabiosamente, dispuesto a defender en todos los momentos, y de manera especial durante la celebración de las parrandas, que su barrio es el mejor y el que ganó esta Nochebuena y la del año anterior y la de todos los años y triunfará también el año próximo; que los trabajos de plaza, carrozas, faroles, voladores y palenques y fuegos artificiales presentados por su barrio jamás han podido ser superados por el barrio contrario.
Este fervor por los barrios se encuentra precisamente expresado en los himnos, que ya di a conocer, de cada uno de ellos, y en centenares de décimas populares, de las que he ofrecido algunas y ahora transcribiré estas otras dos, recogidas por Pedro Capdevila, de distintas personas y que fueron compuestas según este distinguido folklorista remediano, alrededor de 1892.
Dice así la del barrio del Carmen:
Verás con qué lucimiento
del Carmen el gavilán
por el aire lo verán
matar al gallo al momento
Los «carmelitas» contentos
cantaremos la victoria
con gusto, placer y gloria;
veremos al gallo vencido,
sin plumas, el pico partido,
no quedarán ni memorias.
Y San Salvador le contesta:
Yo creo que tu gavilán
no se acerca a Sansari:
el si llega por aquí
pronto la muerte le dan,
porque para Nochebuena
piensan hacer una cena
para que quede memoria:
¡Cuidado no sean tus glorias,
carmelita, grandes penas!
4. —Que no obstante la cordialidad en todo momento demostrada por los remedianos con cuantos visitan su ciudad o en ella se establecen y afincan, para que la misma perdure es indispensable que el no remediano, cubano o extranjero, se identifique con las parrandas, o al menos las tolere o no las ataque.
Así lo hace resaltar Capdevila en sus Apuntes del folklore remediano: «No se crea—dice—que todas las personas de fuera que se radican en Remedios por cualquier circunstancia, llegan a compenetrarse con sus tradicionales festejos de Navidad».
Y al que no se compenetra, los remedianos jamás se lo perdonaran y se convertirá para ellos en un «intocable» y hasta tendrá que «mudar el catre» y evacuar para otra localidad.
Tal le ocurrió al boticario Diego Tejera, que a pesar de vivir durante muchos años en Remedios, no logró incorporarse a las parrandas. Su inadaptabilidad a esta típica costumbre llego al extremo de quejarse a las autoridades locales de la molestia que le proporcionaban los parranderos anunciadores de la fiesta de Nochebuena, con el ruido de sus rejas. Y refiere Capdevila que el Ayuntamiento, « como una cortesía con el forastero», dispuso que para atenuar en algo los ruidos que tanto molestaban a Tejera, sustituyendo las rejas, se tocaran triángulos solamente. El cambio aludido no dió el resultado que era de esperar, ya que entonces vino la inconformidad de los tocadores de reja que se quejaban de que el triángulo «no sonaba». Y en tales condiciones, no quedó otro recurso que echar mano de nuevo a las rejas, «aunque a Tejera le picara». Y no paró ahí la cosa, sino que «tal proceder de su parte redundó en perjuicio de sus intereses, pues además de buscarse el odio del pueblo» los muchachos, cada noche que salían con su parrandita «le daban su serenata de reja frente al establecimiento, le boicotearon éste y las ventas le disminuyeron de manera alarmante».
En cambio, al «de afuera» que se compenetra con las Parrandas, los remedianos lo consideran un conterráneo más. Tanto es así que Capdevila pondera que ha habido jueces que en poco tiempo han llegado a convertirse en carmelitas y sansarices «que muerden» y no ha faltado uno de éstos que adaptara el himno de San Salvador para saludar a Joaquín Giménez—Quindoya- «cuando regresa a Remedios en sus periódicos viajes a La Habana, casi semanales, y 1e canta con la música del himno
Sansarí:
Aquí te espero,
aquí te espero,
aquí te espero, Joaquinito,
aquí te espero...
5.—Una de las más elocuentes demostraciones del arraigo popular de las parrandas remedianas lo encuentro yo en el trágico y sentidísimo caso de la muerte de la señorita Sofía Loyola durante la celebración de las parrandas en la Nochebuena del año 1937. En lo más animado de la fiesta, en la que la señorita Loyola figuraba en una de las carrozas, «el fuego de un cohete prendió los vestidos de la bella muñequita, y pocos momentos después, de aquel manojo de rosas cantando a la vida, solo quedó un montón informe de cenizas».
El periódico local El Huracán, le dedicó el editorial del número inmediato al horrible accidente. De él tomo las palabras copiadas, y agrego estas otras que completan el espeluznante cuadro:
«Llena de alegría, rebosando la vida en sus quince años, reme- dando a la famosa virgen del Sena de la leyenda subió al carro donde ignorante de su suerte y por un designio fatídico del destino, iba a encontrar momentos después la muerte, trocada en pira humana».
Para los renedianos, que tanto aman su fiesta más típica y que se enorgullecían de que hubiesen nacido en Remedios esta encantadora chiquilla, su muerte se convirtió en duelo de toda la ciudad:
«Todo el esplendor de la fiesta, toda la luz de ella, y su nota de color, la policromía de las carrozas, se opacó ante el derrumbe de este símbolo humano de la belleza y lejos de significar esa noche, una Nochebuena con todo su esplendor, sólo resultó una noche de dolor, de tristeza, que como si fuera una mariposa negra, al mover sus alas, siempre rozará el corazón de todos los remedianos…
La sociedad remediana pierde en esta linda y virtuosa chiquilla, una de las más caras y hermosas rosas de su vergel; la sociedad un significaivo exponente de su valor y su familia un pedazo de su corazón…»
Si las Parrandas no hubiesen estado tan profundamente arraigadas en el alma popular remediana, si hubieran sido fiestas artificialmente injertadas en las costumbres de la localidad y no producto de una tradición de casi un siglo, posiblemente ante esa catástrofe las parrandas hubieran desaparecido.
Pero ocurrió, todo lo contrario. El pueblo vió en la muerte sentidísima de Sofía Loyola un accidente desgraciado, pero fortuito, e incorporó su nombre a las parrandas, como «flor de holocausto», según la expresión del citado periódico.
Yo hubiera querido escuchar la oración fúnebre que pronunció sobre la tumba de Sofía Loyola el coronel Juan Jiménez, verbo elocuentísimo de la sociedad remediana. Seguramente que en su emocionada oración, él no tuvo una sola palabra de condena o repulsa para las parrandas, sino que al contrarío presentó a Sofía Loyola como mártir de la fiesta tradicional de San Juan de los Remedios, cuya memoria no se borrará mientras subsista esa popular tradición lejos de borrarse, los remedíanos quisieron perpetuarlo, dando el nombre de Sofía Loyola de «Tata» Loyola como era cariñosa y popularmente conocida en toda la Ciudad, al primer parque infantil que en ella se construyó.
Ese súper entusiasta remediano que es Joaquín Giménez Lanier, acometió a fines de 1938 el nobilísimo empeño de dotar a su amada patria chica en un parque infantil. Apenas comenzadas las obras, interpretando el sentir de todos los remedianos, «Condy» lanzó en « El Huracán» la idea felicísima de que el parque llevara el nombre de «Tata» Loyola. Véanse sus palabras en la edicion de ese periódico, del 8 de octubre de aquel año:
«Aun no se sabe el nombre que llevará el mencionado parque. Por mi mente paso un nombre venerado del pueblo de Remedios y no es otro que el de Sofía Loyola, ¿que otro nombre mejor que el de «Tata» Loyola? Creo que la sociedad remediana recogerá con entusiasmo mi idea. Esa niña mártir bien merece que su nombre sea perpetuado en algo que honre a Remedios. Nosotros tenemos una deuda inmensa con ella contraída y por mucho que se la honre jamás quedará pagada». Señala después cómo las parrandas «son algo muy tradicional en Remedios, algo muy de los remedianos», y razona: «Pues si «Tata» Loyola perdió la existencia en esas fiestas típicamente remedianas, el parque infantil debe llevar su nombre... Así como nos unimos para siempre pasa sentir y hacer nuestra esa gran desgracia, así ahora todos nos debemos unir para pedir una y mil veces que el parque infantil lleve el nombre querido e inolvidable de «Tata» Loyola».
El 28 de enero de 1939 fué inaugurado el parque infantil «Tata» Loyola, convirtiéndose en magnífica realidad ese homenaje que todo un pueblo ofrendaba a la niña- mártir de la más típica de sus tradiciones. Así, mejor que con mármoles y bronces, cada niño remediano, al disfrutar a diario de unas horas de grato esparcimiento, aprenderá a amar ese nombre, que jamás se borrará ya de su mente ni de su corazón, y que, al correr de los tiempos no habrá remediano que no lo pronuncie con la misma veneración y respeto que sienten los buenos patriotas por sus héroes y sus mártires. Y llegará un día en que perdidos los detalles del hecho trágico, «Tata» Loyola figurará como un personaje legendario, evocado al unísono de las tradicionales parrandas e incorporado definitivamente al folklore remediano. Y aquella niña-mártir vivirá eternamente en la leyenda y en la tradición, como el símbolo de la ciudad de San Juan de los Remedios.
Artículo histórico costumbrista publicado en la revista Carteles, 27 de febrero de 1944.
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.