El marido consentidor pobre de espíritu, es ese hombre infeliz, sometido siempre a todo y a todos, resignado con su suerte
Con motivo del segundo artículo, publicado en el número anterior, de esta serie sobre los maridos engañadas por sus esposas, recibí la visita de los padrinos de dos señores que, según me informaron sus representantes, eran maridos y se consideraban aludidos o retratados en distintos párrafos de ese trabajo. Demandaban esos señores maridos una franca declaración mía de que no eran ellos los maridos a que yo me refería en el susodicho articulo:
No tuve inconveniente en darles a sus representantes respuesta análoga a la que di cuando los incidentes producidos por mis artículos sobre los catedráticos de la Universidad: que en estos trabajos sobre los maridos engañados no se alude a ningún marido en particular; y que, en cuanto a esos dos maridos, yo no solo ignoraba que les ocurriese lo referido en mis artículos, sino algo más: que fuesen maridos, pues era ahora, ante sus demandas, cuando efectivamente me enteraba que lo eran.
R de L.
Nos toca estudiar en este artículo a los maridos engañados por sus esposas, q. lejos de ignorar la desgracia que les ocurre, la conocen y consienten, ya gratuita, ya productivamente.
Los primeros son: o pobres de espíritu o enfermos de locura amorosa o civilizados.
El marido consentidor pobre de espíritu, es ese hombre infeliz, sometido siempre a todo y a todos, resignado con su suerte, por adversa que ésta sea, autómata ambulante que va por el mundo como un muñeco, sin dirección propia, tropezando aquí, cayendo allá, según las fuerzas ajenas que lo impulsan, pedazo de tabla perdido en el océano, juguete de las olas y las corrientes.
¿Qué significa para él que su mujer lo domine y lo engañe si su vida ha sido una cadena de sometimientos y engaños? De niño, sus padres y hermanos; de hombre, los jefes de la oficina en que ha trabajado, los amigos y conocidos; de esposo, su mujer, su suegra, sus cuñadas y cuñados… sus hijos. En su casa es la última carta de la baraja. Cualquier criado tiene más autoridad que él; su única misión es tener el dinero, que no le agradecen y siempre parece poco, para los gastos de la casa.
Su mujer lo engaña en sus propias narices, con su amigo más íntimo o con cualquiera. El lo sabe, y lo sufre. ¿Qué vá a hacer? ¿Protestar? ¿Quejarse? ¿Divorciarse? Si a ello se resolviera, su desgracia sería aún mayor. ¿Cómo iba a andar por el mundo sin tener quien lo dominase, dirigiese y engañase? Y calla y sufre, y sigue dando, como el pobre caballo de noria, vueltas y mas vueltas, resignado y hasta conforme… y tal vez hasta feliz, que hay quienes nacen y tienen naturaleza de esclavos y de maridos engañados.
Hay otro tipo de marido consentidor cuyo estudio corresponde más bien al medico que al costumbrista: el que padece de enajenación amorosa. Este conoce que es engañado, protesta y se resuelve contra ello… pero no puede separarse de su mujer. Como el gigante Anteo, que necesitaba el contacto con la tierra para que sus fuerzas se manifestaran prodigiosamente formidables, este marido necesita para su vida, sentir el cuerpo, la carne de su mujer, aunque este contacto lo queme y lo achicharre y lo haga estremecerse de rabia y de celos. El dolor moral es ya un incentivo para su pasión. La misma idea y convencimiento que tiene de que su mujer es de otro, lejos de alejarlo de ella, le hace buscarla y desearla. ¡Cuántas hondas e intensas tragedias guardan estos matrimonios! Su vida es una batalla campal que a veces conduce al crimen y termina en la cárcel o el manicomio. De esa fiebre y delirio que padece el marido se contagia también, en ocasiones, la mujer; la discordia y la lucha es para ellos un alimento indispensable, amargo, pero saboreado con perverso placer. Los dos se odian, y se buscan para avivar su odio y su rencor. La mujer suele llegar al extremo de que ya engaña a su marido no porque le guste otro u otros hombres, sino por engañarlo, para que aquel lo sepa, para martirizarlo con ello y para ser martirizada por él. Viven persiguiendo siempre una reconciliación, tanto más grata cuanto mayor sea el disgusto que la produjo. ¡Y no ha habido todavía escritor que haya pintado la trágica grandeza psicológica y física de estas reconciliaciones!
De esta tragedia griega venimos a pasar ahora a la comedia dramática modernísima: el marido civilizado, que ya pinte, hace tiempo, es un artículo aparecido en estas mismas paginas: El caballero que ha perdido a su señora. Es el marido que se sabe engañado y lo consiente… naturalmente. Ni siquiera por amor, ni por pobreza de espíritu, ni aún por interés. Para él su mujer es una cosa que le completa su vida. Es fina, distinguida, elegante, sabe presentarse bien en sociedad, y además, es discreta en sus devaneos, jamás lo pone en ridículo. Todo lo hace con un tacto, con una distinción, con un chic encantadores.
Amigos y conocidos hablan de sus engaños, pero en voz baja, apenas sin censurarlos, casi con admiración. Ante estos esposos todos se descubren con respeto. A ella, en el smart set, se la busca para dirigir bailes, recepciones, fiestas benéficas. Al conjuro de su nombre se agrupan solícitas las demás mujeres y obedecen encantadas sus indicaciones, para el mayor éxito de la fiesta. El, que pertenece a todos los clubs y sociedades elegantes, es citado siempre como todo un perfecto caballero y un clubman distinguidísimo. Se le consulta para resolver o apadrinar lances de honor, incidentes en el juego, detalles en la indumentaria, fórmulas para un cocktail, menú para un banquete.
Hombres y mujeres, de todas las clases sociales, envidian, unos franca y públicamente, otros en si fuero íntimo, a estos esposos. Habrán encontrado ellos la clave de lo que ha de ser el matrimonio en un futuro tal vez no muy lejano. De esta comedia dramática pasemos, finalmente, a la película: el marido engañado que explota su infelicidad, la que para el no es tal, ni mucho menos, si no todo lo contario: una lotería en que no se arriesga dinero, el billete siempre sale premiado y los sorteos se pueden centuplicar a gusto de jugador.
Para estos maridos el matrimonio no es otra cosa que una operación comercial y su mujer una mercancía de fácil salida. Figuran entre ellos los que se casan por dinero. A cambio de que la mujer los siga manteniendo, no tienen inconveniente en permitirle toda clase de libertades y hacerse la vista gorda cada vez que lo creen conveniente para su negocio.
Los maridos de las artistas de teatro o de cine y de las celebridades literarias o artísticas también forman parte principalísima de esta clase de maridos consentidores. Ellos son los agentes y propagandistas de sus esposas, y como tales no pueden echar a perder la temporada o la tournée, por exigencias, celos o susceptibilidades. Hay que ser amable y condescendiente con empresarios, primeros actores, periodistas, director de orquesta y amigos influyentes y ricos de la localidad en
que actúe su esposa; dejar que la galanteen, la lleven a paseos, le hagan regalos (¡cómo no!). Lo único que tienen que vigilar es las
entradas, de las taquillas: la general del teatro y la particular del matrimonio. Análogamente ocurre cuando la esposa es poetisa, novelista… todo debe sacrificare al éxito y la gloria de la celebridad. En este caso las entradas, sobre todo en, y nuestro país, no suelen ser muy abundantes, aunque siempre queda el consuelo de oírse llamar «el marido de la poetisa Fulana.» ¿Qué mayor orgullo y satisfacción?
En la alta sociedad son numerosos los maridos que se dejan engañar por su mujer para vivir de ello. Así se consigue la protección de amigos influyentes, que les dan participación en sus negocios, los llevan a viajar, les regalan colonias de caña, automóviles, etc, etc. En los años de las vacas gordas y durante los dos últimos gobiernos en que imperaban las botellas y colecturías, como premio y pago de la condescendencia de infinitos maridos.
En el género de empleados no faltan tampoco los maridos de esta especie. ¿Que recomendación o influencia mas decisivas para lograr o conservar un destino o alcanzar un ascenso, que la visita y el ruego de la esposa, si ésta es bonita y atractiva? En este sentido se llega al extremo, a veces, de escribir cartas como ésta: «Mi distinguido amigo Fulano: Le mando a mi esposa que tiene el empeño de que usted la complazca en un asunto que a mi me interesa mucho y ella le explicará. Yo espero acceda usted a sus deseos, que son también los de su amigo que mucho le distingue, Zutano.»
Como final, voy a contar tres interesantes anécdotas en que los protagonistas son maridos consentidores y explotadores.
1—Un triángulo, tan identificado, que el amante almorzaba y comía a diario en casa de los otros dos ángulos, lo cual no tenía nada de particular, porque él era el que, en realidad, corría con los gastos. Después de almuerzo y de comida, el marido se iba a dar una vueltecita, mientras el amante se quedaba descansando. Todo marchaba en paz y armonía hasta q., no se sabe como, el amante se enteró que la mujer lo engañaba con otro que, por supuesto, no era el marido. Y ¿saben ustedes lo que hizo? Pues le pidió explicaciones al marido de cómo había permitido que su esposa lo engañase (a él, al amante) con otro. Y el marido le mandó los padrinos y se batió con este segundo amante intruso, que había puesto en peligro la unión y tranquilidad de ese feliz hogar.
2—Un buen señor, rico y anciano, que casado con una mujer joven y hermosa, la Divina Providencia no le había concedido el heredero de su fortuna y su apellido, que tanto anhelaba. Ya desesperado acudió a un médico, que tuvo acierto rápido y feliz en el pronóstico, tratamiento y curación de la paciente. ¡Y el buen marido llega en su entusiasmo a recomendar ese ilustre galeno a las amigas de su esposa como especialista en la materia!
3—Un esposo, empleado, que aprovechando que una tarde su jefe no asiste a la oficina, se va temprano rumbo a su casa. Pero, al poco rato, regresa a la oficina. Asombrados los compañeros le interrogan. Y él les contesta muy seriamente.
—Chicos, ¡de la que me libré! Fuí a mi casa y al entrar, sentí la voz del jefe hablando con mi mujer, y entonces, sin que se diera cuenta me largué. Bueno. ¡Estuvo en un tris que no me trabara!
(Artículo de costumbres tomado de Carteles, 14 de febrero 1926)
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.