En este artículo publicado en Gráfico (1916) y Carteles (1924), Roig refiere el tema de las relaciones amorosas a través de la definición de uno de los tipos de novios que abundaban entonces.

Este tipo de novios es exclusivamente nocturno. Se dejan ver durante la primera noche únicamente, de ocho a once por lo general. En las restantes horas del día son seres vulgares e inofensivos.

I

Aunque Carlos de la Torre, el sabio naturalista cubano, discípulo de Poey, ha llegado a descubrir y clasificar setenta y dos especies distintas de novios, hoy voy a ocuparme solamente de una de ellas, la más antigua, conocida y numerosa: la de los novios de sillones.
Y si los métodos científicos modernos aconsejan que a los animales se les estudie en el sitio o región donde más frecuentemente habitan, podré con los novios de sillones seguir fácil y cómodamente este sistema, pues introducidos, al decir de un historiador, en 1767 por la esposa del entonces Gobernador de Cuba Don Antonio M. Bucarely, que tenía una hija en edad de merecer, se extendieron en seguida y propagaron después por toda la isla, a tal extremo que es muy difícil encontrar hoy calle donde no existan numerosas parejas de esta especie animal.
 Y es que muchos o casi todas las otras especies cubanas de novios son transitorias, viniendo a convertirse, al fin y al cabo, en lo que constituye su estado perfecto y propio: el noviazgo de o en sillones.
Nos basta, pues, para examinar y conocer esta clase de novios, con salir una noche (es especie nocturna) a recorrer cualquier calle de La Habana, deteniéndonos, como centro de operaciones, en una cuadra donde encontremos arribazón de ellos.
Aquí, en esta calle, podemos hacer alto. Hay seis casas con novios, de las que dos, por ofrecer sólo novios de ventana, no nos interesan. Pero las cuatro restantes nos van a presentar ejemplares curiosísimos. En una de las casas hay tres parejas. ¡Admirable!
Los novios de sillones, según acabo de decir, son exclusivamente nocturnos, como las lechuzas, los murciélagos, los serenos y los basureros. Se dejan ver durante la primera noche únicamente, de ocho a once por lo general. En las restantes horas del día son seres vulgares e inofensivos.
¿Cuáles son sus costumbres?
La novia, desde muy temprano se ha acicalado cuidadosamente, empolvándose y perfumándose pecho, cara y brazos. Completa su adorno con alguna flor, ya marchita, que la noche antes le trajo su novio.
La respetable señora mamá y futura suegra, se ha puesto su matinée o bata de por las noches, y está presta a ocupar su sitio de vigilancia.
Llega el novio; saluda a la mamá, que le contesta con un gruñido más o menos cariñoso; estrecha la mano de… llamémosla Cachita, y, si es domingo, le entrega su ramito de flores o el indispensable cartucho de bombones.
—Vamos a sentarnos —dice Cachita—. Y… (fíjate bien, lector, que en esto que voy a exponer ahora, está la base de las relaciones y el principio y fundamento de la familia, de las naciones y de la humanidad).
Cachita toma un sillón, su novio, que llamaremos Manolín, toma otro; los colocan de modo que formen, en conjunto, lo que se llama vis a vis (no conviene confundirlo con el coche llamado vis a vis, que se usa para los bautizos domingueros). Y Cachita y Manolín se sientan en sendos, aunque pequeños sillones. Acto continuo, la respetable autora de los días de Cachita, agarra otro sillón y se sitúa en la misma sala, a una distancia calculada de antemano y desde la cual se pueda distinguir con claridad el ángulo de separación que forman los cuerpos y, sobre todo, las caras de los futuros esposos.
Los sitios donde estos tres sillones —sagrados cimientos del futuro edificio del hogar— deben colocarse, varían según las condiciones del terreno y el carácter de los moradores. Si la casa tiene dos ventanas, los novios ocupan una de ellas, y la respetable señora mamá, la otra. Si ésta —la mamá, no la ventana— padece de mal de sueño, los novios distraídamente eligen algún rincón de la sala que tenga buen efecto… de sombras.
Cuando hay dos o tres parejas, se colocan como Dios les da a entender.
Así sentados, permanecen hasta las diez y media u once, en que el novio se retira. Si hace mucho calor, se paran un rato en la ventana o llaman al heladero para enfriarse un poco, sin dejar, por supuesto, de convidar a la respetable mamá.
Se vuelven a sentar, arrullándose al vaivén de los sillones, con esas mil frases y tonterías que todos, quien más quien menos, hemos repetido alguna vez en la vida. Si la respetable señora mamá da alguna cabezada, ¡ah! entonces recitan aquello que dijo Bécquer: «Por una mirada un mundo…»
Pasa el manicero, y el de los «¡tamaaales!» La respetable señora mamá hace alguna indicación:
—Dicen que ese hombre vende unos tamales muy buenos…
Y se compran tamales.
—Yo sin picante —dice la respetable señora mamá— porque ahora con el calor… Cuando era joven sí me gustaban picanticos. Pregúntale a tu padre, Cachita. ¡Qué tiempos aquellos!
Se sientan otra vez y continúan meciéndose y arrullándose, siempre bajo la vigilante mirada de la respetable mamá. Conozco una de éstas que no deja solos a los novios ni cuando van al comedor a beber agua.
A lo mejor, la mamá, en el tono más inocente de este mundo, exclama: —¡Qué tarde debe ser ya!
Y… pero antes de pasar adelante conviene que hagamos breves consideraciones filosóficas y sociológicas.
Hemos dejado ya a Cachita, a Manolín y a la respetable futura mamá suegra en sus respectivos sillones, formando lo que, según el doctor Lanuza, suele llamarse el triángulo de las relaciones, bien distintos, por cierto, del triángulo de la familia, muy generalizado en algunos países.
¿Qué papel componen todos estos personajes vivientes y muebles?
Dos de los sillones son, desde luego, indispensables para sentarse los novios; pero tú, lector curioso, quieres saber para qué sirve el tercer sillón y su respetable ocupanta.
He meditado mucho sobre este punto sin poder hallar la solución. Las respuestas que me han dado algunas personas, tampoco me han satisfecho, pues no creo como me dijo uno de los individuos interrogados, que la respetable señora mamá se sitúe junto a los novios para vigilarlos y evitar malos movimientos (fueron sus palabras), pues ello equivaldría a confesar tácitamente que ella había educado tan mal a su hija y ésta era tan ligera de cascos, que no podía perderla de vista; o tampoco que haya que vigilar al novio, pues si no fuera una persona decente, la respetable señora mamá no lo aceptaría en su casa.
Otro me afirmó que era cuestión de guardar las formas, y realmente no he podido comprender a qué formas se refería.
En vista de esto, invito a mis lectores a que me digan, si lo saben, qué papel componen, entre los novios de sillones, la respetable señora mamá y su sillón.
II

Modestia aparte, mi anterior artículo sobre los novios de sillones ha alcanzado un éxito grande, franco, extraordinario, debido, sin duda, a la vital importancia y trascendencia del tema en él desarrollado. Hombres y mujeres de todas edades y condiciones, ya personalmente, ya por carta o por teléfono y hasta uno por cable, han emitido su opinión sobre el problema que, al final de mi trabajo, presenté a los lectores para que ellos lo resolvieran: «¿Qué papel componen, entre los novios de sillones, la respetable señora mamá y su sillón?».
En la imposibilidad de publicar todas las respuestas recibidas, doy a conocer las más notables.
El mismo sábado, por la tarde, encontré en mi mesa de redacción una epístola escrita por un novio y su respectiva novia. Aunque no resuelve el problema, por ser la primera carta que recibí, la inserto a continuación. Dice así:
«Sr. Roig de Leuchsenring. Estimado señor: En contestación a su escrito sobre los novios de sillones, voy a manifestarle que soy uno de tantos. A mi parecer creo que mi futura mamá desea saber si soy buen afinador y al mismo tiempo recuerda cuando ella era piano. Atentamente, —Un incansable afinador».
En la otra cara del pliego, dice la novia:
«Tan largo como su apellido debe ser usted. ¡Ay!; pobrecita de la suegra que le toque a usted, Cachita».
Un individuo que se firma: «Una Víctima», y que, probablemente, lo es de su futura suegra, me dice:
«Hace tres años que llevo relaciones. Mi futura suegra no me pierde pie ni pisada. Es nuestra sombra. Ni duerme ni lee los periódicos. Nos acosa, nos martiriza. Conmigo, su papel es el de verdugo, y para mayor desgracia, desde que tengo que soportarla, no ha habido en Cuba ni ciclones, ni siquiera un modesto ras de mar».
Otro me escribe:
«No componen ningún papel. El Secretario de Gobernación debía suprimirlas o el Jefe Local de Sanidad debía ordenar se hiciera con ellos, como se hizo con los tarecos viejos durante la primera Intervención americana, una requisa y recogida general de futuras suegras y sus sillones. Son dañinos a la salud pública. Van contra el ornato. Desdicen de una gran capital».
Un novio, aficionado, según parece, a los estudios históricos, opina:
«Tienen un origen histórico. En la época de los piratas, la mamá era indispensable en las relaciones, y no podía perder de vista a su hija para evitar que se la llevase algún bucanero o corsario, de los que frecuentemente asaltaban la Isla, arrasando con personas y bienes. Después pedían por las niñas secuestradas grueso rescate. Se dio también el caso de ser los mismos novios los que disfrazados de piratas, se llevaban a las novias. Entonces, como es de suponerse, cargaban con el dinero y la muchacha».
Un habanero se expresa así:
«Hasta ahora la mamá no componía ningún papel entre los novios de sillones. De aquí en adelante servirá para sustituir a los serenos, que van a ser suprimidos por el Ayuntamiento».
De un solterón empedernido:
«No deben suprimirse las futuras mamás suegras. En ciertas épocas del año, cuando en la Habana se cierran los teatros y no hay donde pasar la noche, ellas constituyen una de las diversiones y entretenimientos nocturnos. No hay nada más cómico que el espectáculo que ofrecen a la vista del público los novios de sillones y la mamá».
P. P. L. me manifiesta:
«Es una costumbre más o menos ridícula; pero acuérdese de lo que dice Voltaire —no Vultaire:
—«Nada hay tan respetable como una antigua costumbre».
Sería interminable el seguir copiando las restantes misivas que he recibido, ya que en ninguna de ellas se resuelve satisfactoriamente el problema planteado.
Sólo voy a dar cuenta, por ser de quien es, de un cablegrama que desde los Estados Unidos, donde se encuentra, me ha enviado el doctor Lanuza. Dice así:
«Roig de Leuchsenring. Habana. Frase triángulo relaciones, no es mía. Le felicito por ella. Asunto su artículo muy complicado. Véame regreso. Lanuza».
En cuanto a la pregunta por mí formulada, creo, como el Doctor Lanuza, que es asunto muy complicado; y me parece lo más oportuno que cada cual lo resuelva prácticamente como mejor pueda, ateniéndose desde luego, a las consecuencias.
En cuestión de suegras, lo mejor es no tenerlas. Ya lo dice la copla popular:

Quien tuviera la suerte

de Adán y Eva

que en su vida tuvieron

suegro ni suegra.
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964

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