La revista Carteles fue una de las publicaciones periódicas que dio a conocer en 1925 esta crónica, en la que Roig desde un inicio advierte su interés por «un tipo de familia que abunda mucho en nuestra ciudad capitaleña», de aquella compuesta sólo por mujeres.
De una familia de la sociedad habanera, nos dice el cronista: «Con los ahorritos que al morir le dejara el marido, vive doña Sinforosa con sus hijas, sin necesidad de trabajar, pero muy modestamente, dedicada tan sólo a la chismografía y comadreo».
La mamá se llama Doña Sinforosa, y sus hijas, la mayor Adalsinda, la segunda Liberata y la menor Felicitas.
La familia que voy a pintarte, ¡oh lector!, en estas líneas trazadas al correr de la pluma, tengo la seguridad de que la conoces tú, tan bien como yo, porque es un tipo de familia que abunda mucho en nuestra ciudad capitaleña.
La mamá, viuda desde hace muchos años de un antiguo empleado del tiempo de la Colonia, cuenta ya, aunque su cabeza oxigenada lo quiera disimular, bastantes primaveras, otoños… e inviernos. Sus tres, aunque no muy frescos pimpollos, forman una trinidad que, ni aún un cronista corto de vista y que además usara espejuelos ahumados, llamaría nunca trinidad adorable.
Con los ahorritos que al morir le dejara el marido, vive doña Sinforosa con sus hijas, sin necesidad de trabajar, pero muy modestamente, dedicada tan sólo a la chismografía y comadreo en su más alta escala.
Aunque por su posición ni pueden tratarse con personas de categoría, conocen de vista y saben al dedillo la vida y milagros de todas las familias que figuran en nuestra alta sociedad, y cualquiera que las oyera hablar de esas familias, se creería que hablaban de personas a quienes conocían y trataban íntimamente.
Doña Sinforosa y sus hijas saben, las primeras, y aun antes que los interesados, si Fulanito tuvo ayer un disgusto con su esposa, si la Marquesa de X. se entiende con el célebre sportman Z., si el señor A. perdió anoche en el juego varios miles de pesos… que no eran suyos, si B. despidió el otro día a su chauffeur, etc., etc. Ellas conocen, en fin, perfectamente y en todos sus detalles, la vida íntima de todas las familias de nuestra alta sociedad.
Pero, cuando hay que verlas es cuando salen Sinforosa y sus niñas a divertirse.
Si trabaja en alguno de nuestros teatros una compañía de ópera o dramática, van las cuatro a tertulia o cazuela, porque su posición no les permite otra cosa; en cambio, con el democrático cine, pueden ir a luneta y codearse con las personas a las que antes tenían que contemplar desde arriba, desde las altas localidades.
Aunque no las conviden, asisten a todas las bodas que se celebran; a todos los bailes, y si no pueden conseguir entrada, van a verlos desde afuera; y a cualquier otra fiesta donde la entrada sea gratis. Pero donde quiera que vayan, lo menos que les importa es la función que se represente, la fiesta, el baile o la boda que se celebren: lo único que les interesa, es ver si asistió Fulanita, si tal o cual señora o señorita dejó de ir, o si iba bien o mal vestida…
Otra de sus diversiones favoritas, que por nada se me queda en el tintero, es la de ir a ver toda casa desocupada donde haya vivido alguna persona distinguida o de importancia.
En cuanto a cultura e ilustración, lo único que leen y aun no sé si estorbándoles algo lo negro, son las crónicas o notas de sociedad que publican los periódicos para enterarse de todo lo que pasa en el gran mundo; y son nuestras cuatro mujeres las primeras que adivinan el último chismecito que nos cuentan las crónicas. Y recortan y guardan cuidadosamente, pegadas en las hojas de un viejo libro de caja, todas las noticias sociales de importancia que hayan visto la luz en diarios y revistas. Llevan además una relación detallada de la edad que tienen o pueden tener las principales personas del gran mundo.
¡Oh, cronistas que leéis estas líneas!, si no tenéis pájaro que os ayude en vuestra labor informativa social, alquilad a doña Sinforosa o a sus hijas, que nadie ha estado, ni podrá estar nunca mejor enterado que ellas de todo lo que pasa y deja de pasar en el smart set habanero!
He dejado para lo último, y como final de lata, el hablar de lo que constituye para esta interesante familia su mayor placer: las visitas.
Así como yo, en general, me aburro soberanamente cuando voy a una visita, porque encuentro que en ellas la conversación se reduce, casi única y exclusivamente a hablar de dos cosas de las que no me preocupo en lo más mínimo: política y chismografía; todo lo contrario le pasa a doña Sinforosa y sus hijas. Ellas en una visita se encuentran en su centro, pues allí la chismografía impera en toda su extensión. Por eso pasan la vida, hoy en una casa, mañana en otra, hablando de todo lo que saben y lo que ignoran metiéndose con la vida y milagros de todo bicho viviente. ¡Desdichado del que cojan por su cuenta!...
La familia que voy a pintarte, ¡oh lector!, en estas líneas trazadas al correr de la pluma, tengo la seguridad de que la conoces tú, tan bien como yo, porque es un tipo de familia que abunda mucho en nuestra ciudad capitaleña.
La mamá, viuda desde hace muchos años de un antiguo empleado del tiempo de la Colonia, cuenta ya, aunque su cabeza oxigenada lo quiera disimular, bastantes primaveras, otoños… e inviernos. Sus tres, aunque no muy frescos pimpollos, forman una trinidad que, ni aún un cronista corto de vista y que además usara espejuelos ahumados, llamaría nunca trinidad adorable.
Con los ahorritos que al morir le dejara el marido, vive doña Sinforosa con sus hijas, sin necesidad de trabajar, pero muy modestamente, dedicada tan sólo a la chismografía y comadreo en su más alta escala.
Aunque por su posición ni pueden tratarse con personas de categoría, conocen de vista y saben al dedillo la vida y milagros de todas las familias que figuran en nuestra alta sociedad, y cualquiera que las oyera hablar de esas familias, se creería que hablaban de personas a quienes conocían y trataban íntimamente.
Doña Sinforosa y sus hijas saben, las primeras, y aun antes que los interesados, si Fulanito tuvo ayer un disgusto con su esposa, si la Marquesa de X. se entiende con el célebre sportman Z., si el señor A. perdió anoche en el juego varios miles de pesos… que no eran suyos, si B. despidió el otro día a su chauffeur, etc., etc. Ellas conocen, en fin, perfectamente y en todos sus detalles, la vida íntima de todas las familias de nuestra alta sociedad.
Pero, cuando hay que verlas es cuando salen Sinforosa y sus niñas a divertirse.
Si trabaja en alguno de nuestros teatros una compañía de ópera o dramática, van las cuatro a tertulia o cazuela, porque su posición no les permite otra cosa; en cambio, con el democrático cine, pueden ir a luneta y codearse con las personas a las que antes tenían que contemplar desde arriba, desde las altas localidades.
Aunque no las conviden, asisten a todas las bodas que se celebran; a todos los bailes, y si no pueden conseguir entrada, van a verlos desde afuera; y a cualquier otra fiesta donde la entrada sea gratis. Pero donde quiera que vayan, lo menos que les importa es la función que se represente, la fiesta, el baile o la boda que se celebren: lo único que les interesa, es ver si asistió Fulanita, si tal o cual señora o señorita dejó de ir, o si iba bien o mal vestida…
Otra de sus diversiones favoritas, que por nada se me queda en el tintero, es la de ir a ver toda casa desocupada donde haya vivido alguna persona distinguida o de importancia.
En cuanto a cultura e ilustración, lo único que leen y aun no sé si estorbándoles algo lo negro, son las crónicas o notas de sociedad que publican los periódicos para enterarse de todo lo que pasa en el gran mundo; y son nuestras cuatro mujeres las primeras que adivinan el último chismecito que nos cuentan las crónicas. Y recortan y guardan cuidadosamente, pegadas en las hojas de un viejo libro de caja, todas las noticias sociales de importancia que hayan visto la luz en diarios y revistas. Llevan además una relación detallada de la edad que tienen o pueden tener las principales personas del gran mundo.
¡Oh, cronistas que leéis estas líneas!, si no tenéis pájaro que os ayude en vuestra labor informativa social, alquilad a doña Sinforosa o a sus hijas, que nadie ha estado, ni podrá estar nunca mejor enterado que ellas de todo lo que pasa y deja de pasar en el smart set habanero!
He dejado para lo último, y como final de lata, el hablar de lo que constituye para esta interesante familia su mayor placer: las visitas.
Así como yo, en general, me aburro soberanamente cuando voy a una visita, porque encuentro que en ellas la conversación se reduce, casi única y exclusivamente a hablar de dos cosas de las que no me preocupo en lo más mínimo: política y chismografía; todo lo contrario le pasa a doña Sinforosa y sus hijas. Ellas en una visita se encuentran en su centro, pues allí la chismografía impera en toda su extensión. Por eso pasan la vida, hoy en una casa, mañana en otra, hablando de todo lo que saben y lo que ignoran metiéndose con la vida y milagros de todo bicho viviente. ¡Desdichado del que cojan por su cuenta!...
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964