Las elegantes clínicas de La Habana y los hechos que en ella sucedían con motivo de la visita a un convaleciente, no escaparon a la pluma de este satírico articulista.
«La estancia en la clínica –en una clínica de moda– durante convalecencia de la enfermedad que motivó la operación, es considerada también como acontecimiento distinguidísimo».

 La operaciones quirúrgicas –principalmente las operaciones de moda– gozan hoy en sociedad del prestigio y fama extraordinarios que vimos en nuestro artículo anterior, llegando a ser algo así como títulos de nobleza, de distinción y refinamiento sociales, la estancia en la clínica –en una clínica de moda– durante la convalecencia de la enfermedad que motivó la operación, es considerada también como acontecimiento distinguidísimo, y al que se le da tanta importancia como a cualquier temporada veraniega pasada en la playa más chic de Europa o los Estados Unidos. Y, tanto como elegante, resulta también la temporada post–operatoria en las clínicas, extraordinariamente divertida, reinando durante los ocho o diez días que es necesario permanecer en ella, el más intenso bullicio, la más variada animación y la más franca alegría.
¿Creen ustedes que es exageración?
Pues visiten, a cualquier hora de la tarde, una de nuestras clínicas elegantes. Lejos de encontrarse con el espectáculo triste del dolor y la desgracia; de ver caras reveladoras, unas de sufrimiento y las otras de preocupación y de tristeza; o de creer que el más discreto silencio impera en salones, corredores y cuartos; otro cuadro muy distinto es el que presentan nuestras clínicas elegantes, durante las horas de moda, de tres la tarde a ocho de la noche.
Ya desde la entrada, se oye el rumor alegre de las conversaciones y las risas, alternando con el ruido de las vasijas de lata o las copas o cacharros de cristal, al ser llevados de un lado a otro por las enfermeras o los sirvientes.
Los corredores ofrecen el aspecto, por lo concurridos y regocijados, de un salón de baile en los momentos en que la música ha dejado de tocar y las parejas se pasean de un lado a otro. Jóvenes y muchachas discurren así por los halls de la clínica, ya cogidos del brazo o de la mano, ya haciendo cortos descansos en algún discreto rincón, ya formando grupos de animadas tertulias en los saloncitos laterales o centrales, o en los portales y terrazas.
Los novios suelen darse cita en la clínica, con el pretexto de visitar a la amiga operada. Las amigas se reúnen y forman animados parties, en los que se conversa y ríe, se juega a las prendas o al mah yong o al bridge o se sacan grupos fotográficos. Lejos de las miradas inquisitoriales de las mamás, que conversan aparte en el grupo de las personas serias, los novios se aprovechan para hacerse alguna rápida y oculta, y por ello más sabrosa, caricia, que, si se presenta la oportunidad, puede llegar hasta el abrazo y el beso. Los enamorados encuentran oportunidad para declararse o para insistir en sus pretensiones amorosas. No falta tampoco, alguno que otro triángulo, que nace o se desenvuelve a la sombra tutelar y protectora de las clínicas de moda.
Hay muchachas, con algún pariente enfermo en la clínica que hasta llevan varios trajes para cambiarse durante el día; otras que van, no porque tengan algún pariente, amigo o conocido operado, sino simplemente... por pasar el rato, como podían ir al Malecón o la calle de Obispo o la de San Rafael.
Como en esta aldea grande, que es La Habana, todos nos conocemos, los familiares y amigos de los distintos enfermos, se visitan y reúnen cada día para enterarse «cómo sigue su pariente», o averiguar las entradas y salidas de los enfermos. Bien pronto la chismografía, como exuberante planta criolla, nace, crece y se extiende por cuartos, corredores y salones. Unos a otros se despluman sin piedad; refiriéndose la vida y milagros, de orden privado o público, de amigos y conocidos; o se cuenta, en secreto... a gritos, la verdadera enfermedad que padece Fulano o Ciclana y de la que realmente han sido operados.
Esto de la clase de operaciones, es uno de los detalles más interesantes de las clínicas. Cuando la operación es en alguna parte secreta del cuerpo o se ha realizado a consecuencia de una enfermedad de pronóstico reservado, desde el punto de vista de la moral, el pariente del operado, al que se interroga sobre éste, contesta con evasivas o se va por la tangente, que en estos casos son los alrededores del sitio operado:

–Lo operaron de una cosa que le salió en el vientre, –dice discretamente– o en una pierna, y así salen del trance apurado.

Esta respuesta imprecisa basta para que enseguida el que preguntó corra la noticia.

–Oigan: la que parece tener algo que no debe ser muy santo, es Fulana, porque le pregunté a su parienta Ciclana y no me ha querido decir claramente lo que tiene.

–Ya yo me lo figuraba. Lo que ella tiene seguramente es que le han tenido que hacer un... Si se trata de un joven, sus amigas, ante las respuestas evasivas o imprecisas de las hermanas o la mamá, comentan:

–Óyeme chica, lo que padece Chucho y no quieren decirlo, tenía que sucederle, andando siempre de rumba por ahí con toda clase de gente.

Mientras todo esto ocurre entre el público asistente a las clínicas de moda, la muchacha operada, pasado el mal rato de la vuelta del cloroformo, se vestirá con la elegantísima habilitación que al efecto trajo: camisa, casi transparente por lo fino de la tela y la cantidad de encajes que lleva; lazos, gorritos de cama. Las sábanas, sobrecamas, almohadas y cojines, estarán también convenientemente adornados con encajes, cintas y lazos. El novio o el enamorado o los simples amigos, disfrutarán de un espectáculo realmente interesante, estando a la caza de algo que rascabuchear, en un descuido de la muchacha al hacer algún movimiento.

–Oye, Chicho; ¿te fijaste como está pasada Cuquita? Vestida en traje de calle, no parecía que tuviera tan buenas formas; pero, ahora, que se da uno mejor cuenta, a la chiquita le zumba.

–Pues, anímate, chico, y fájale; que además el viejo está bien de harina.

Los amigos y amigas de la muchacha operada, están obligados socialmente a mandarle flores, y por ello el cuarto se verá convertido en un jardín, o mejor, en una cámara mortuoria. Y no me explico cómo se puede soportar ese olor de gran cantidad de flores que recuerda el olor particularísimo y desagradable que se nota en el cuarto donde está tendido y velándose un cadáver.

Por último las clínicas de moda se utilizan también en algo que antaño estaba solo reservado al hogar: el nacimiento. En esa desaparición rápida y progresiva que se nota en nuestra época, del hogar, de la casa, como consecuencia de la crisis de la familia, el cabaret, el club y la clínica, han ido sustituyendo diversos aspectos del hogar y llenando muchas necesidades antes satisfechas por aquel.
En lo que a las clínicas se refiere, es en ella, hoy en día, donde se nace y no en la casa, a tal extremo que de los cubanos de nuestra época que sean hombres ilustres, no podrán los historiadores del mañana citar o discutir la casa donde nacieron; les bastará con publicar, como lugar de nacimiento de todos, las fotografías de las clínicas elegantes de nuestra capital.

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