La preocupación por la falta de unión en la familia lleva al articulista a reflexionar sobre la evolución de determinadas costumbres sociales, causantes de que «el hogar de hoy sea diferente al de hace tres cuartos de siglo».
El divorcio, la temprana emancipación de los hijos varones y la independencia y el trabajo en la calle de las hijas, son las causas –ún el articulista– de la transformación de los hogares, tema sobre el que reflexiona en estas líneas.
No es posible negar como uno de los fenómenos característicos de la época actual, un enorme desequilibrio y hasta oposición y lucha entre la familia y la sociedad, debidos a que las costumbres sociales han evolucionado, modificándose radicalmente desde los tiempos medievales a la fecha y en cambio se pretende que familia y matrimonio permanezcan encerradas en aquellos estrechos y arbitrarios moldes.
¿Quién se atrevería a afirmar que el hogar de hoy es idéntico al de hace tres cuartos de siglo?
Antes, alrededor de los padres, se agrupaban en la amplia casona criolla formando una tribu que el padre dirigía, hijos y criados. La voluntad de aquel era respetada o impuesta hasta para contraer matrimonio. Los hijos varones, del colegio iban al almacén, al ingenio o al negocio del padre, siendo sus ayudantes y colaboradores primero, sus herederos después. Las hijas, no abandonaban la casa ni para el paseo, la iglesia, la visita, o el teatro, sino en compañía de la madre, y no podía concebirse siquiera que trabajaran fuera de su casa; lo más, cuando por la muerte del jefe de la casa, venía a menos la familia, viuda y huérfanas «cosían o bordaban para afuera». Los criados eran parte integrante de la familia, nacidos en la casa, de padres que habían sido esclavos, y que se sucedían unos a otros hasta morir en aquel hogar.
Hoy, ya aquella casa, ni en lo material ni en lo espiritual, puede reconocerse. Tres son las cosas que más han contribuido a transformarlo. El divorcio, la temprana emancipación de los hijos varones y la independencia y el trabajo en la calle de las hijas.
El matrimonio no es, como antaño una unión «para toda la vida» sino que a él se llega, sabiendo que puede romperse en cualquier oportunidad, separándose los cónyuges y hasta contrayendo cada uno nuevo matrimonio y con él formándose dos nuevos hogares, que pueden inclusive estar en relación uno con otro si hay hijos del primer matrimonio y éstos han quedado con el padre o la madre o repartidos entre ambos. El divorcio, ley humana y moral, ha hecho del matrimonio no una unión «a todo trance» e indisoluble, sino una «reunión», mientras convenga, sujeto a los cambios y alternativas de la vida.
Los hijos varones, antes, hasta bien maduritos, no salían solos y tardaban bastante en acostarse tarde; no tenían llavín... porque no lo había, y uno de los problemas más, graves en una casa era el de abrir una puerta ya que se requería el tocar desde la calle, y que de dentro abrieran, debido a las enormes llaves que antaño se usaban. (¿No podría atribuirse al llavín la transformación sufrida por el hogar? ¿Y no es llavín señal de emancipación? «Ya tiene llavín», decimos para dar a entender que un joven puede campear por sus respetos y se ha emancipado. ¿Y hasta las muchachas no llevan también en el bolso su llavín para entrar y salir en la casa cuando les convenga sin el previo permiso de la madre?) Hoy los hijos varones casi nunca trabajan en el negocio del padre y desde temprana edad empiezan a ganarse la vida y con ello la independencia paterna.
Los deportes le proporcionan la facilidad de hacer vida fuera de casa, en los clubs o sociedades deportivas, donde pueden comer y hasta pasar la noche.
Las hijas ya no están constantemente bajo la vigilancia materna. Aquellas de padres acomodados, aunque de estos dependan económicamente, su libertad es casi completa. Salen solas o con hermanas o amigas, y así, de día, pueden ir a club, a la visita, el teatro o el cine. Tienen sus amistades, aparte de las de la madre, a las que reciben, a los jóvenes inclusive, sin la presencia de ésta. Por la noche pueden salir con la familia de una amiga o varias amigas reunidas con una sola madre que hace de «chaperona», o con un matrimonio joven desempeñando ese papel. Las hijas que trabajan, desde luego son más independientes. Salen solas, manejan su dinero. Hacen «su vida». El hogar para ellas es un sitio donde se come, se duerme, y a veces se les explota también por padres y hermanitos convertidos en cariñosos y familiares suteneurs.
Todo esto hace que ya no exista la unión en la familia; que a penas se haga vida de hogar; que sean las propias mujeres, las que repitan a diario, «que la casa les pesa», y se consideren desgraciadas si han pasado un día «encerradas», sin salir, aunque sea «de tiendas».
Las casas son más pequeñas, lo que hace que no se esté en ellas con la comodidad y amplitud que antaño. Es más bien un hotel que sirve para el almuerzo, cada uno a su hora, y las peleas, y a ratos para la comida y para dormir; útil solo en cuanto a que en él se viste uno para salir a la calle, e ir a los negocios, al paseo, las tiendas o las fiestas, y que ni siquiera sirve ya de refugio en las enfermedades, pues los progresos y necesidades científicos por un lado y la moda por otro, imponen las clínicas como necesarias o chics en muchas enfermedades y hasta para venir al mundo. Las fiestas no se dan en las casas, ni los bailes o comidas, sino en los clubs o en los cabarets elegantes.
Es hoy vida de club y de cabaret lo que se hace y no vida de hogar. En éste todos se encuentran material y moralmente estrechos e incómodos. Es en el club y principalmente en el cabaret donde se encuentran satisfechos y a sus anchas.
(En el cabaret o casino elegante desde luego, que el cabaret «de hombres solos» es otra cosa.) El cabaret o casino elegante puede decirse que es el templo de la sociedad contemporánea, esa pintoresca y heterogénea sociedad habanera muy 1927, mezcla de los más variados tipos de la escala social, desde la niña «hija de buena familia», graduada meses antes en el colegio aristocrático-religioso del Sagrado Corazón, hasta el homicida o el estafador indultado ayer de presidio y hoy padre de la patria y político prominente.
En el casino o cabaret elegante caben todos holgadamente, y todos se codean, miran y hasta saludan sin conocerse o conociéndose demasiado.
En una noche pueden encontrarse en distintas mesas cercanas, el señor con su esposa, la amante de éste – a la moda– y el amante de aquella joven clubman o deportista. Por simple presentación y aún sin ella, las muchachas bailarán con cualquiera, hasta con el bailarín del casino o el cabaret, sin que los padres pongan cara hosca. Cada uno le perdona a los demás sus defectos, vicios, chivos y antecedentes penales, para que los demás sean también tolerantes con uno. La mutua tolerancia es hoy indispensable para poder vivir en sociedad y es la virtud más sobresaliente del casino o el cabaret elegante.
El hogar ha dado un salto de trampolín y apoyándose en el club ha ido a caer al cabaret.
¿Quién se atrevería a afirmar que el hogar de hoy es idéntico al de hace tres cuartos de siglo?
Antes, alrededor de los padres, se agrupaban en la amplia casona criolla formando una tribu que el padre dirigía, hijos y criados. La voluntad de aquel era respetada o impuesta hasta para contraer matrimonio. Los hijos varones, del colegio iban al almacén, al ingenio o al negocio del padre, siendo sus ayudantes y colaboradores primero, sus herederos después. Las hijas, no abandonaban la casa ni para el paseo, la iglesia, la visita, o el teatro, sino en compañía de la madre, y no podía concebirse siquiera que trabajaran fuera de su casa; lo más, cuando por la muerte del jefe de la casa, venía a menos la familia, viuda y huérfanas «cosían o bordaban para afuera». Los criados eran parte integrante de la familia, nacidos en la casa, de padres que habían sido esclavos, y que se sucedían unos a otros hasta morir en aquel hogar.
Hoy, ya aquella casa, ni en lo material ni en lo espiritual, puede reconocerse. Tres son las cosas que más han contribuido a transformarlo. El divorcio, la temprana emancipación de los hijos varones y la independencia y el trabajo en la calle de las hijas.
El matrimonio no es, como antaño una unión «para toda la vida» sino que a él se llega, sabiendo que puede romperse en cualquier oportunidad, separándose los cónyuges y hasta contrayendo cada uno nuevo matrimonio y con él formándose dos nuevos hogares, que pueden inclusive estar en relación uno con otro si hay hijos del primer matrimonio y éstos han quedado con el padre o la madre o repartidos entre ambos. El divorcio, ley humana y moral, ha hecho del matrimonio no una unión «a todo trance» e indisoluble, sino una «reunión», mientras convenga, sujeto a los cambios y alternativas de la vida.
Los hijos varones, antes, hasta bien maduritos, no salían solos y tardaban bastante en acostarse tarde; no tenían llavín... porque no lo había, y uno de los problemas más, graves en una casa era el de abrir una puerta ya que se requería el tocar desde la calle, y que de dentro abrieran, debido a las enormes llaves que antaño se usaban. (¿No podría atribuirse al llavín la transformación sufrida por el hogar? ¿Y no es llavín señal de emancipación? «Ya tiene llavín», decimos para dar a entender que un joven puede campear por sus respetos y se ha emancipado. ¿Y hasta las muchachas no llevan también en el bolso su llavín para entrar y salir en la casa cuando les convenga sin el previo permiso de la madre?) Hoy los hijos varones casi nunca trabajan en el negocio del padre y desde temprana edad empiezan a ganarse la vida y con ello la independencia paterna.
Los deportes le proporcionan la facilidad de hacer vida fuera de casa, en los clubs o sociedades deportivas, donde pueden comer y hasta pasar la noche.
Las hijas ya no están constantemente bajo la vigilancia materna. Aquellas de padres acomodados, aunque de estos dependan económicamente, su libertad es casi completa. Salen solas o con hermanas o amigas, y así, de día, pueden ir a club, a la visita, el teatro o el cine. Tienen sus amistades, aparte de las de la madre, a las que reciben, a los jóvenes inclusive, sin la presencia de ésta. Por la noche pueden salir con la familia de una amiga o varias amigas reunidas con una sola madre que hace de «chaperona», o con un matrimonio joven desempeñando ese papel. Las hijas que trabajan, desde luego son más independientes. Salen solas, manejan su dinero. Hacen «su vida». El hogar para ellas es un sitio donde se come, se duerme, y a veces se les explota también por padres y hermanitos convertidos en cariñosos y familiares suteneurs.
Todo esto hace que ya no exista la unión en la familia; que a penas se haga vida de hogar; que sean las propias mujeres, las que repitan a diario, «que la casa les pesa», y se consideren desgraciadas si han pasado un día «encerradas», sin salir, aunque sea «de tiendas».
Las casas son más pequeñas, lo que hace que no se esté en ellas con la comodidad y amplitud que antaño. Es más bien un hotel que sirve para el almuerzo, cada uno a su hora, y las peleas, y a ratos para la comida y para dormir; útil solo en cuanto a que en él se viste uno para salir a la calle, e ir a los negocios, al paseo, las tiendas o las fiestas, y que ni siquiera sirve ya de refugio en las enfermedades, pues los progresos y necesidades científicos por un lado y la moda por otro, imponen las clínicas como necesarias o chics en muchas enfermedades y hasta para venir al mundo. Las fiestas no se dan en las casas, ni los bailes o comidas, sino en los clubs o en los cabarets elegantes.
Es hoy vida de club y de cabaret lo que se hace y no vida de hogar. En éste todos se encuentran material y moralmente estrechos e incómodos. Es en el club y principalmente en el cabaret donde se encuentran satisfechos y a sus anchas.
(En el cabaret o casino elegante desde luego, que el cabaret «de hombres solos» es otra cosa.) El cabaret o casino elegante puede decirse que es el templo de la sociedad contemporánea, esa pintoresca y heterogénea sociedad habanera muy 1927, mezcla de los más variados tipos de la escala social, desde la niña «hija de buena familia», graduada meses antes en el colegio aristocrático-religioso del Sagrado Corazón, hasta el homicida o el estafador indultado ayer de presidio y hoy padre de la patria y político prominente.
En el casino o cabaret elegante caben todos holgadamente, y todos se codean, miran y hasta saludan sin conocerse o conociéndose demasiado.
En una noche pueden encontrarse en distintas mesas cercanas, el señor con su esposa, la amante de éste – a la moda– y el amante de aquella joven clubman o deportista. Por simple presentación y aún sin ella, las muchachas bailarán con cualquiera, hasta con el bailarín del casino o el cabaret, sin que los padres pongan cara hosca. Cada uno le perdona a los demás sus defectos, vicios, chivos y antecedentes penales, para que los demás sean también tolerantes con uno. La mutua tolerancia es hoy indispensable para poder vivir en sociedad y es la virtud más sobresaliente del casino o el cabaret elegante.
El hogar ha dado un salto de trampolín y apoyándose en el club ha ido a caer al cabaret.