Los criterios, acciones y decisiones por voluntad propia, a veces están motivadas por la mente ajena, porque según el cronista, «no hacemos nada ni vamos a sitio alguno porque personalmente nos agrade o nos interese, sino porque lo hacen los demás, porque va la gente».

Todo está en esta sociedad sometido a la moda, incluso la religión. Las señoras y señoritas, que hacen alarde de una fe inquebrantable, no van sino a la misa de moda, al sermón, fiesta de iglesia, que sean de moda...

El carnerismo es uno de los rasgos más típicos y característicos de la vida social en esta aldea grande con pretensiones de ciudad que se llama La Habana.
No hacemos nada ni vamos a sitio alguno porque personalmente nos agrade o nos interese, sino porque lo hacen los demás, porque va la gente.
El criterio propio no existe entre nosotros, pues aún los que hacen alarde de cierta libertad o independencia individual los que presumen de estar libres de prejuicios, convencionalismos y rutinas, cuando se presente el caso de tener que demostrar con hechos la firmeza de sus convicciones, flaquean, son débiles y transigen, siguiendo como mansos corderitos la costumbre y la moda.
Y esto ocurre no solo en la clase media, en la burguesía, sino aún en la que se llama, no sabemos por qué, «alta sociedad», «Smartset», «gran mundo» y hasta en nuestro elemento intelectual joven más avanzado de ideas.
Todavía no se ha dado el primer caso de que alguno, en nuestra muchachada radical, atea y hasta bolchevique, ofreciera el ejemplo y el espectáculo elocuente y dignificador de, v. g. casarse  solamente por lo civil, no aceptando mitos religiosos en los que no cree, sino que todos han entrado por el aro y seguido la rutina, aceptando inclusive el realizar el matrimonio civil uno o dos días antes que el religioso, aceptando mientras éste no se celebra, que la novia ya esposa, siga en casa de los padres, sin entregársela a su marido ante la ley... porque falta la ceremonia de la iglesia, la crónica social y la fotografía con traje de novia.
¿Cuestión de convicciones, de creencias, de fe?
No. Simple cuestión de moda. La boda religiosa es más vistosa que la civil, más espectacularmente social, más divertida y tiene el atractivo extraordinario de que salen en los periódicos publicados los nombres de los concurrentes.
Todo está en esta sociedad sometido a la moda, incluso la religión. Las señoras y señoritas, que hacen alarde de una fe inquebrantable, no van sino a la misa de moda, al sermón, fiesta de iglesia, novenario, santísimo, etc., que sean de moda, y además, no a cualquier iglesia, sino en las que estén de moda. Y en éstas se celebrarán también, y no en otras, las bodas que quieran ser consideradas como acontecimientos sociales del «gran mundo».
En las diversiones y espectáculos teatrales, sucede lo mismo. Nuestra sociedad no asiste a ellos porque les agrade, ni va al teatro o al cine por ver tal obra o tal película, sino porque aquel día es día de moda.
Esta invención de los días de moda ha sido verdadera áncora de salvación para el carnerismo y cretinisino social. Cada uno necesitaba averiguar donde iban a ir todos, y como era algo difícil ponerse de acuerdo y los empresarios teatrales se dieron cuenta que no era el mérito de las obras lo que atraía al público, sino que al público lo que le agradaba era ir adonde fueran todos, los señores empresarios, en combinación con los señores cronistas sociales, inventaron los días de moda. ¡Maravilloso invento que a todos beneficia, al público y a los empresarios! El público no tiene ya que preocuparse de pensar dónde va, sino que se le dirá donde tiene que ir: donde sea día de moda.
Hoy no se oye nunca preguntar entre amigas que quieren ir al cine:
–¿Qué películas ponen hoy?
La pregunta del ritual, lo que ha nuestras damas y damitas bien les interesa averiguar es:
–¿En qué cine es noche de moda hoy?
Conociendo esto se sabe donde hay que ir. La película, la obra teatral, importan poco. Va la gente. Es de moda. Todo el carnerismo social irá allí. Y lo más curioso es que ni siquiera se hace esto por ver a los demás, porque en los cines, como el local no se ilumina sino cuando la película ha terminado y el público se retira en el momento o antes de que se haga luz, solo es posible ver a aquellos que se encuentran en las localidades cercanas a la nuestra. ¿Qué interés tienen entonces en ir donde va la gente, si apenas se verán unos a otros?
¡Ah! No importa. Aunque no se vean, sabrán que han asistido y eso basta. ¿Cómo se enterarán? Es ese otro maravilloso descubrimiento y trascendental invento, de que se pueden enorgullecer empresarios y cronistas. Se enterarán por la lista de la concurrencia que tomada por algún empleado del cine o ayudante de los cronistas, publican después éstos en la crónica del día siguiente. Cada señora o señorita «a la moda» que asistió a la noche «de moda», al recibir el periódico y buscar lo único que les interesa, la crónica social, lo primero que de esta leerán es esa lista de la concurrencia, tanto para buscar su nombre, como para ver si estaba toda La Habana. Y resulta que esas listas casi siempre son las mismas, porque es la misma la concurrencia «a la moda» que asiste a los espectáculos «a la moda», las noches «de moda». Son los mismos carneros. Los corrales son los que varían.
Análogamente ocurre con los tes, las carreras de caballos, las comidas ya en los clubs, ya en los cabarets. El día «de moda» es el único de la semana en que asiste el público elegante. A los demás, solo van los turistas o aquellos que no somos «de moda». Realmente nuestro papel es parecido al del carnero que se le ocurriera ir en dirección contraria a como va el rebaño. Bueno. Dejaría de ser carnero.
Los «días de moda», no solo benefician al «público de moda», sino también a los empresarios, porque entre todos los de espectáculos análogos se distribuyen los días de la semana, de manera que no se quiten unos a otros el público. Además, ese día de moda pueden poner la peor obra o película del repertorio, en la seguridad de que el teatro o cine, a pesar de ello, estará lleno, porque nadie va por la obra, sino por ser día de moda. Así pueden dejar los estrenos para el día anterior al de moda en el que siempre habrá un público reducido, no a la moda, que asista a ese estreno.
En los restoranes y hoteles elegantes, es tradicional que en los tes o comidas de los días de moda lo que se sirva sea incomible o inbebible, porque nadie va a comer ni a beber. Se baila, que es lo de moda en esta tarde o noche de moda. La bebida o comida es lo occidental. Es el pretexto. El medio, no el fin. El que quiera comer bien en un sitio de estos debe ir un día que no sea de moda. El menú y el servicio serán mucho mejores.
¿Quieren ustedes hacer una prueba que demuestre hasta donde llega el cretinocarnerismo social de los días de moda?
Consigan que una noche se represente en un teatro una gran obra por una gran compañía, pero que no publiquen los cronistas que es función de moda, y esa misma noche se exhiba en cualquiera de nuestros cines de moda, la peor de las películas, pero anunciándose que es «noche de moda». El teatro estará vacío. El cine lleno.
Esto lo pude comprobar yo una de las últimas veces que estuvo en La Habana la maravillosa Pavlowa. La noche del debut coincidió con una «noche de moda» en un cine «de moda». La sociedad habanera volvió las espaldas a la estupenda artista rusa, para ir, ni siquiera a ver la película que se ponía en el cine, sino para asistir a esa «noche de moda».
Numerus carnerus sociales infinitus est. (No sé si el latín será bueno, pero que es verdad, no cabe duda.)

Escribir un comentario


Código de seguridad
Refescar