Sin ser muy absoluto, el cronista comenta, ejemplifica y reflexiona en torno al deseo de ciertas féminas de tener una pareja... Por sus observaciones y juicios estima que «por unas u otras causas, las más de las mujeres andan todavía locas por casarse, por encontrar editor responsable y que las mantenga, el primero que se presente a tiro, bueno o mal tipo, joven a viejo».
Y se casan... con el primero que se les ponga a tiro, sea quien sea. Es la única manera para dejar, sin escándalo y censuras, el hogar. Las más valientes y libres de convencionalismos se van de la casa y mandan a la familia a paseo.
A pesar del gran cambio realizado, de algunos años a la fecha, en las costumbres femeninas, y de la independencia económica cada vez mayor que día por día va alcanzando la mujer, aun son muchas, muchísimas, las que sólo piensan, como únicos porvenir y orientación de su vida, en el matrimonio, es decir, en encontrar un individuo que a título de marido las mantenga; y esto lo observamos no sólo en aquellas infelices, hijas de familias de escasos recursos, pero que, sin embargo, por estúpidos prejuicios y ridículos alardes de pretenciosa distinción, no trabajan aunque a veces se vean obligadas a hacer sólo una comida, mal viviendo sólo pendientes de cazar un marido, el que salga, y como salga; no es, repito, únicamente en estas infelices, en las que se observa ese afán de matrimonios, sino también en aquellas que con su trabajo han conquistado lo que juzgo como la base para la felicidad de la mujer: la independencia económica.
A cada rato nos encontramos muchachas que desempeñan puestos no mal retribuidos ni de trabajo excesivo, y las que, sin embargo, pudiendo así tener una vida si no regalada, al menos tranquila y cómoda, y, sobre todo, independiente, se casan con cualquier buche, modesto empleado, no por amor, sino por dejar el destino. Desde luego, que a los pocos meses están renegando del matrimonio, del marido, del hogar, y desesperadas, darían cualquier cosa por volver a la situación que tenían de solteras.
¿A qué se debe esto?
Por lo pronto, a prejuicios y hábitos, difíciles de desarraigar y que llegan a formar parte de la misma naturaleza, a convertirse en sangre de nuestra sangre y carne de nuestra carne. Después, a la explotación que por parte de sus familiares –, «hermanitos» manganzones y souteneurs, hermanas, tías, etc.– sufren numerosas muchachas que se ganan la vida trabajando, sin poder disfrutar del dinero que ganan, que va casi íntegro al sostenimiento de su «cariñosa y amada familia», que no conforme con ello le coarta toda clase de expansiones propias de la edad. Estas infelices muchachas se casan por salir de su «querida familia»; ellas ven en el matrimonio una áncora de salvación que las libra de la desgraciada y triste vida, de la explotación a que su familia las tiene sometidas. Y se casan... con el primero que se les ponga a tiro, sea quien sea. Es la única manera que tienen de dejar, sin escándalo y censuras, el hogar. Las más valientes y las más libres de convencionalismos absurdos, –¡pero son tan pocas!– se van de la casa y mandan a la familia a paseo, y gozan entonces su vida tranquila de mujer independizada económicamente, que no necesita venderse en matrimonio, en la más denigrante de las ventas, a ningún hombre.
Pero, lo cierto es que, por unas u otras causas, las más de las mujeres andan todavía locas por casarse, por encontrar editor responsable y que las mantenga, el primero que se presente a tiro, bueno o mal tipo, joven a viejo, importando poco y sin averiguar clase, género de vida anterior, antecedentes de conducta o penales. Lo prueban cumplidamente estos tres casos acaecidos hace poco y que recojo de la prensa europea.
El primero registra un caso ocurrido en el Estado norteamericano de Conneticut, con un tal Francisco Wills, a quien se acusa de haberse casado diez y seis veces en cinco meses.
«Dicho individuo, además, es desertor del Ejército y falsificador de efectos mercantiles, y vivía espléndidamente gracias a sus víctimas femeninas.
Fue detenido en virtud de la denuncia de su última esposa.
Apenas los periódicos locales publicaron la noticia de su detención, se presentaron otras quince mujeres lamentándose de que se había casado legalmente con todas ellas, y luego las había abandonado, llevándose el dinero que tenían.
Interrogado por el juez, dijo desdeñosamente que no recordaba los nombres de las mujeres con quienes se había casado.
Yo procedía así –ñadió–: Las conquistaba, me declaraba, me casaba, y a los ocho días las abandonaba, sin necesidad de divorciarme.
Una mujer siempre se pone inaguantable después de la primera semana del matrimonio, y lo mejor que hay que hacer es marcharse de su lado. Siento que me hayan metido en la cárcel, porque así que hube abandonado a la última de mis mujeres puse un anuncio en los periódicos, y ya llevo recibidas ochenta y dos contestaciones de otras tantas señoras y señoritas que me ofrecen su mano».
El segundo caso ocurrió en Berlín, donde fue detenido Francisco Liefke, de cuarenta años de edad, conocido por el «Bello Francisco».
El día anterior había recibido 331 respuestas a un anuncio que había publicado en varios periódicos berlineses, y que estaba concebido en los siguientes términos:
«Empleado viudo desea encontrar una viuda, para casarse con ella. No será inconveniente que tenga hijos. Sería preferible que poseyera algunos bienes; pero esto no es esencial».
Francisco publicaba frecuentemente anuncios análogos al anterior, y gracias a ellos era admitido en numerosas familias honorables; daba promesas de matrimonio, recibía dinero y alhajas, y luego desaparecía.
Así llevaba viviendo más de quince años, y se sabe que ha tenido unas 900 novias, que a las 900 les ha ofrecido casarse y que a todas las burló después de sacarles el dinero que tenían.
Hace algún tiempo fue detenido a petición de una de ellas, y como se le probaron numerosas estafas, la justicia lo condenó a diez años de presidio; pero al cabo de dos meses logró escaparse, y reanudó su antigua vida.
Solamente en lo que va de año había tenido ya 40 novias. Recibía a consecuencia de sus anuncios una gran correspondencia, que leía atentamente, y sólo contestaba a las cartas en las que se le decía que la mujer que deseaba casarse con él tenía algunos bienes de fortuna.
El hombre de las 900 novias, cuando fue preso, mostrose muy tranquilo.
El tercero, por último, se refiere a una siracusana de 15 años, Paolina Pizzo, que, revólver en mano, obligó a su profesor de geometría, ¡nada menos!, a raptarla, para casarse con él.
¡Pobres hombres! ¡A qué peligros están expuestos!
(Todas las muchachas y solteronas, dispuestas a «merecer», pueden protestar de este artículo. Desde ahora tienen mi adhesión incondicional).
(Publicado en Carteles, No. 12, 18 de marzo de 1928).
A cada rato nos encontramos muchachas que desempeñan puestos no mal retribuidos ni de trabajo excesivo, y las que, sin embargo, pudiendo así tener una vida si no regalada, al menos tranquila y cómoda, y, sobre todo, independiente, se casan con cualquier buche, modesto empleado, no por amor, sino por dejar el destino. Desde luego, que a los pocos meses están renegando del matrimonio, del marido, del hogar, y desesperadas, darían cualquier cosa por volver a la situación que tenían de solteras.
¿A qué se debe esto?
Por lo pronto, a prejuicios y hábitos, difíciles de desarraigar y que llegan a formar parte de la misma naturaleza, a convertirse en sangre de nuestra sangre y carne de nuestra carne. Después, a la explotación que por parte de sus familiares –, «hermanitos» manganzones y souteneurs, hermanas, tías, etc.– sufren numerosas muchachas que se ganan la vida trabajando, sin poder disfrutar del dinero que ganan, que va casi íntegro al sostenimiento de su «cariñosa y amada familia», que no conforme con ello le coarta toda clase de expansiones propias de la edad. Estas infelices muchachas se casan por salir de su «querida familia»; ellas ven en el matrimonio una áncora de salvación que las libra de la desgraciada y triste vida, de la explotación a que su familia las tiene sometidas. Y se casan... con el primero que se les ponga a tiro, sea quien sea. Es la única manera que tienen de dejar, sin escándalo y censuras, el hogar. Las más valientes y las más libres de convencionalismos absurdos, –¡pero son tan pocas!– se van de la casa y mandan a la familia a paseo, y gozan entonces su vida tranquila de mujer independizada económicamente, que no necesita venderse en matrimonio, en la más denigrante de las ventas, a ningún hombre.
Pero, lo cierto es que, por unas u otras causas, las más de las mujeres andan todavía locas por casarse, por encontrar editor responsable y que las mantenga, el primero que se presente a tiro, bueno o mal tipo, joven a viejo, importando poco y sin averiguar clase, género de vida anterior, antecedentes de conducta o penales. Lo prueban cumplidamente estos tres casos acaecidos hace poco y que recojo de la prensa europea.
El primero registra un caso ocurrido en el Estado norteamericano de Conneticut, con un tal Francisco Wills, a quien se acusa de haberse casado diez y seis veces en cinco meses.
«Dicho individuo, además, es desertor del Ejército y falsificador de efectos mercantiles, y vivía espléndidamente gracias a sus víctimas femeninas.
Fue detenido en virtud de la denuncia de su última esposa.
Apenas los periódicos locales publicaron la noticia de su detención, se presentaron otras quince mujeres lamentándose de que se había casado legalmente con todas ellas, y luego las había abandonado, llevándose el dinero que tenían.
Interrogado por el juez, dijo desdeñosamente que no recordaba los nombres de las mujeres con quienes se había casado.
Yo procedía así –ñadió–: Las conquistaba, me declaraba, me casaba, y a los ocho días las abandonaba, sin necesidad de divorciarme.
Una mujer siempre se pone inaguantable después de la primera semana del matrimonio, y lo mejor que hay que hacer es marcharse de su lado. Siento que me hayan metido en la cárcel, porque así que hube abandonado a la última de mis mujeres puse un anuncio en los periódicos, y ya llevo recibidas ochenta y dos contestaciones de otras tantas señoras y señoritas que me ofrecen su mano».
El segundo caso ocurrió en Berlín, donde fue detenido Francisco Liefke, de cuarenta años de edad, conocido por el «Bello Francisco».
El día anterior había recibido 331 respuestas a un anuncio que había publicado en varios periódicos berlineses, y que estaba concebido en los siguientes términos:
«Empleado viudo desea encontrar una viuda, para casarse con ella. No será inconveniente que tenga hijos. Sería preferible que poseyera algunos bienes; pero esto no es esencial».
Francisco publicaba frecuentemente anuncios análogos al anterior, y gracias a ellos era admitido en numerosas familias honorables; daba promesas de matrimonio, recibía dinero y alhajas, y luego desaparecía.
Así llevaba viviendo más de quince años, y se sabe que ha tenido unas 900 novias, que a las 900 les ha ofrecido casarse y que a todas las burló después de sacarles el dinero que tenían.
Hace algún tiempo fue detenido a petición de una de ellas, y como se le probaron numerosas estafas, la justicia lo condenó a diez años de presidio; pero al cabo de dos meses logró escaparse, y reanudó su antigua vida.
Solamente en lo que va de año había tenido ya 40 novias. Recibía a consecuencia de sus anuncios una gran correspondencia, que leía atentamente, y sólo contestaba a las cartas en las que se le decía que la mujer que deseaba casarse con él tenía algunos bienes de fortuna.
El hombre de las 900 novias, cuando fue preso, mostrose muy tranquilo.
El tercero, por último, se refiere a una siracusana de 15 años, Paolina Pizzo, que, revólver en mano, obligó a su profesor de geometría, ¡nada menos!, a raptarla, para casarse con él.
¡Pobres hombres! ¡A qué peligros están expuestos!
(Todas las muchachas y solteronas, dispuestas a «merecer», pueden protestar de este artículo. Desde ahora tienen mi adhesión incondicional).
(Publicado en Carteles, No. 12, 18 de marzo de 1928).