El día exacto de la fundación de aquella villa que Pánfilo de Narváez nombró San Cristóbal de La Habana, es objeto de interminables polémicas por carecer de una contundente e inobjetable prueba documentaria.
En la primera mitad del año 1514, cuya fecha exacta no se ha podido precisar todavía, el colonizador y un grupo de sus adeptos, cumpliendo órdenes del adelantado Diego Velázquez, se asientan en un espacio localizado al sur de la región occidental de la ínsula, cerca de la desembocadura de un rio llamado Onicajinal para fundar la sexta villa.
Los especialistas admiten que, en realidad, La Habana estuvo deambulando por tres lugares distintos en el territorio occidental entre los años de 1514 a 1519, hasta que definitivamente se registró, el día 16 de noviembre de ese último año, en la costa norte, en las márgenes de un amplio puerto nombrado Carenas por el avezado marino Sebastián de Ocampo, ya que en ese lugar pudo reparar sus naves. Se estima que esa naciente villa estaba comprendida a todo lo largo de la bahía desde donde hoy se ubica la calle Tacón hasta la Plaza de San Francisco.
Este viejo lobo de mar, conocedor de islas, mares y puertos, constató las posibilidades que brindaba para el desarrollo de una sede naviera y comercial la naturaleza de la zona, sobre todo debido a su amplia y cubierta bahía, tipo bolsa y su estrecha y resguardada entrada,
Además, percibió las ventajas del cercano frondoso espacio boscoso de altos y robustos arboles de madera preciosa, las lomas para producir canteras de piedras y polvo, todo un material para futuras edificaciones, sin embargo a pesar de esta aguda mirada no puedo ni siquiera imaginar que esa área cercana a la bahía se convertiría siglos más tarde en uno de los barrios mas codiciados y prósperos de la ciudad.
Con el decursar del tiempo este sitio fue tornándose en definitivo debido a sus excelentes condiciones geográficas para la elaboración de una estrategia defensiva militar y para el desarrollo económico del territorio.
Ese lugar se denomino por Diego Velázquez: La Habana derivándolo del apelativo de uno de los principales jefes oriundos de la zona llamado Habaguanex.
La singular ubicación de esta villa y las condiciones mencionadas de su rada la convirtieron en el puente entre el Viejo Continente y los países del norte, sur y centro de las Américas.
A pesar de todas sus ventajas, la villa de San Cristóbal de La Habana se desarrolla lentamente en los primeros años del siglo XVI debido a no poseer la isla inmediatas riquezas minerales ni yacimientos apropiados de oro y plata.
Algunos colonizadores más aventureros se trasladan entonces, definitivamente, hacia las tierras de México y el Perú para explotar sus cuantiosos recursos naturales y aprovechar la gran cantidad de mano de obra aborigen que les permitiera acometer los trabajos de exploración y explotación de esas riquezas minerales.
En 1553, la gobernación de la isla a cargo de Gonzalo Pérez de Angulo, se traslada de Santiago de Cuba hacia La Habana, convirtiéndola en el lugar de escala natural para la comunicación con todas las tierras allende los mares.
La Habana va transformándose, a un ritmo acelerado, en un centro de aprovisionamiento para embarcaciones, puente para el tránsito de expediciones hacia los lugares más prometedores de riquezas rápidas y para otros, soñadores, que buscaban la fuente de la juventud.
Esta situación determina que el 20 de diciembre de 1592, el rey de España Felipe II otorgue, mediante la correspondiente Acta, el titulo oficial de ciudad a San Cristóbal de La Habana.
La plaza habanera era muy codiciada por piratas y corsarios como el francés Jacques de Sores, quien la saquea y al retirarse le pega fuego, destruyéndola casi totalmente en 1555. También es asediada por los ingleses y holandeses Francis Drake, Henry Morgan y Robert Baal.
Los siglos XVI y XVII fueron escenarios de frecuentes encuentros bélicos en la región caribeña y en especial en el puerto de La Habana.
Los sucesivos Capitanes Generales nombrados por la corona española comienzan a construir fortalezas, torreones y murallas para salvaguardar la integridad física y las riquezas que venían acumulándose gracias al auge comercial y el crecimiento económico, así como del aumento poblacional en la villa de San Cristóbal.
LA HABANA
Volviendo al nombre propio de la ciudad, este ha suscitado polémicas entre los historiadores y especialistas.
Algunos investigadores relacionan este nombre con sabana (Ver Waibel, Leo y Herrera, Ricardo, La toponimia en el paisaje cubano: La Habana, Editorial Ciencias Sociales, 1984), otros como el Dr. Emilio Roig de Leuchsenring opina que este topónimo proviene del nombre del jefe o cacique aborigen llamado Habaguanex, cuyo cacicazgo se asentaba en ese territorio comprendido entre el Mariel hasta las inmediaciones de Matanzas. Este último concepto parece expuesto en su obra Enciclopedia de Cuba en la mano, publicada en el año 1940. Esta denominación consta en una comunicación enviada por Diego Velázquez a las autoridades españolas el 1ro. de abril de 1514.
A pesar de todo lo anterior, el nombre y la localización exacta de la ciudad de La Habana sigue siendo objeto de discusiones entre estudiosos, escritores e investigadores a lo largo de toda su historia.
En definitiva se aceptó el asentamiento final al norte de la región occidental, a orillas de la extraordinaria bahía, donde se fue desarrollando como una ciudad intrínsecamente marinera.
En la calle del litoral habanero nombrada Tacón en el siglo XVII la familia Díaz Pimienta desarrolla una fuerte labor como armadores de naves.
La marinería era el centro de actividades de la villa y a través de ella se desarrollan impetuosamente la economía habanera.
Santiago de Cuba y Santo Domingo pierden vigencia y La Habana se convierte en la verdadera llave del golfo y en un lugar estratégico para la corona española en América.
De la villa de guano y madera en las primeras dos décadas del siglo XVI se transforma en una respetable ciudad, un tanto idílica y romántica cuando es reflejada por pintores europeos en murales y bocetos de la época, que todavía se pueden ver en las paredes de algunas de las casonas de aquella época ubicadas en la Calle Tacón números 4 y 8, cuya construcción data de los años de 1644.
Sin embargo, transcurrirían más de 40 años para que le fuera concedido el titulo de ciudad a La Habana por el rey Felipe II en 1595. Y una docena de años para que, en 1607, por un real decreto se le reconociera como capital de la isla.
REFORZAMIENTO DEFENSIVO
Simón Fernández, procurador y representante del gobernador en la Corte en una visita de inspección, en ese estratégico lugar, realizada en 1633 alude la necesidad de reforzar las obras para la defensa de la villa mediante la construcción de dos fuertes: uno en las márgenes de la desembocadura del rio Chorrera, donde existían cerca de 30 viviendas y otro, al oeste en la playa de Cojimar.
El primer fuerte fue nombrado Santa Dorotea de Luna de la Chorrera localizado al sur. Pero no es hasta principios del año 1639 que el Capitán general de la isla Álvaro de Luna y Sarmiento, quien, a pesar de carecer de los fondos convenientes, recurre a las contribuciones de los vecinos de la villa para iniciar las obras, que fueron terminadas cuatro años después.
Mientras tanto La Habana original, en las inmediaciones de la costa de la bahía, se amurallaba y fortificaba para tratar de repeler los embates frecuentes de corsarios y piratas ingleses y franceses de toda laya que se acercaban, a través del mar que rodea la ínsula, a sustraer las riquezas que pasaban por el puerto habanero hacia Europa.
La Habana va sufriendo cambios que afectan su desarrollo como ciudad debido a la falta de espacio, aglomeración de población y su configuración de estrechas calles y aceras, la falta de higiene por la proliferación de esclavos activos y los traídos para su comercialización, el crecimiento de la que llamaríamos hoy «población flotante» de marineros, comerciantes, traficantes y contrabandistas, todo lo cual promovía la lisonja, el ruido y las trifulcas frecuentes que molestaban a la naciente clase aristócrata criolla.
Con el crecimiento de la economía de la ciudad y el comienzo incipiente de una cierta clase media de propietarios españoles y criollos se desarrolla un movimiento expansionista hacia el oeste del centro habanero originario.
El centro de la ciudad se torna abigarrado, ruidoso y superpoblado de comerciantes de todo tipo desde vendedores y compradores de esclavos hasta detallistas. El aumento poblacional no marchaba acorde con las redes de transporte, higiénicas y ambientales, en general, los espacios se estrechan y la nueva clase se ahoga y decide trasladarse a otro espacio.
Por estas razones, en lo fundamental, comienza un éxodo paulatino de villareños, de cierta posición económica y linaje social, hacia la Zanja de El Cerro, la Quinta de Santovenia, la Finca de los Monos y otras zonas limítrofes con el centro de la villa.
EL «MONTE VEDADO»
La zona que comprende El Vedado actual desde el Rio Almendares, conocido en el siglo XVII por La Chorrera, hasta lo que es hoy el Hotel Nacional estaba ubicada en una colina coronada por un bosque bastante tupido, que cobijaba floras y faunas silvestres de diferentes tipos, sobre todo árboles de maderas de muy alta calidad como cedros, caobas, y roble.
En esta zona ubicada en una elevación en el occidente de la isla, debido a sus riquezas naturales fue prohibida la construcción de viviendas mediante la correspondiente ordenanza colonial, es decir, el Acta del Cabildo de fecha 10 de diciembre del año 1565, por lo tanto este era un territorio realmente «vedado».
De aquí proviene la génesis de su nombre: Monte Vedado y más tarde El Vedado.
La prohibición respondía, además, a aspectos de orden estratégico militar como la intensión de obstaculizar que invasores usaran vías a través del bosque y la cercanía de la costa para, que bordeándola, pudieran acceder al centro de la villa de San Cristóbal de La Habana.
En ese bosque vedado solo existían, transitoriamente, barracas donde se refugiaban de la lluvia y guardaban sus herramientas las personas que laboraban en la extracción de materiales, como piedra, madera, y otros destinados para las construcciones en La Habana intramuros, incluso existían vendedores de agua potable.
Los arboles de madera preciosa solo podían ser taladrados por orden del capitán general. Se afirma que todavía existen en España muebles elaborados con las maderas de estos bosques.
Un aspecto muy interesante recalcar es la identificación de los habitantes de este intersticio. Su mayoría se componían de: esclavos, cimarrones, leñadores, albañiles, calafateros, y también de aventureros.
Ya en los siglos XVI y XVII la villa habanera y su bahía tenían una gran importancia para la navegación, ya que recibían naves que transportaban alimentos, materiales, equipos, personas, correo... Tanta notabilidad recibió el puerto habanero que los puertos de Santiago de Cuba y de la isla de La Española perdieron su vigencia.
La ciudad vivía momentos de magnificencia y elegancia. Viajeros de todos los confines confluían en La Habana buscando negocios para enriquecerse, además de obtener riquezas mediante el comercio legítimo, y el de esclavos, así como, con el contrabando.
GESTACION DEL REPARTO EL VEDADO
El año 1858 marca un hito en el movimiento que se viene gestando en las zonas aledañas a la villa de San Cristóbal, pues el Ayuntamiento de La Habana aprueba el comienzo de la parcelación de la Estancia El Carmelo, propiedad de José Domingo Trigo y Juan Espino, inicialmente localizada al suroeste de la ciudad desde el Rio Almendares hasta la actual calle Paseo y entre la calle 21 y el mar. Su extensión comprendía 105 manzanas.
Un año después, en 1859, a Francisco Frías y Jacott (1809-1877), Conde de Pozos Dulces y sus hermanas Ana y Dolores se le aprueba la parcelación de su finca llamada El Vedado, constituida por 29 manzanas, donde estaba ubicada su hacienda, entre las actuales calles 11, 13, C y D. Para rememorar este hecho se erigió en un parquecito triangular emplazado en la calle Línea, entre I y J una estatua de cuerpo entero en memoria de este precursor. El Conde de Pozos Dulces fue el responsable de la concepción y diseño de este reparto.
Las manzanas median regularmente 100 metros por cada lado. Esta cuadrabilidad propicio la notable idea de nombrar en El Carmelo las calles que desembocan en el mar con números pares, es decir, a partir de Paseo, de la calle 2 hasta la calle 26 y las calles paralelas con números impares desde la calle 1ra. bordeando la costa hasta la calle 15. En la parcela de El Vedado limítrofe con El Carmelo entonces se continúan de Paseo al Nordeste las calles con los mismos números y las perpendiculares de Paseo desde la calle A hasta G con letras.
En 1883, se aprueba la adición de los terrenos contiguos a El Carmelo, pertenecientes a los herederos del Dr. Francisco Medina (Carmen y Cavelón) y se constituye el Reparto Medina, que seguirá hacia el suroeste la estructura de sus repartos vecinos.
Poco a poco en los planos generales que se van confeccionando para la planificación física de estos repartos se van integrando todos a la calificación, que va imponiéndose como resultado del crecimiento poblacional de esta zona, hasta llegar a nombrarse la cuadricula completa por el calificativo de El Vedado.
La dimensionalidad de las calles que bajan desde la loma del Monte Vedado hacia el mar y sus calles perpendiculares al mismo se construyeron con el objetivo premeditado de permitir el flujo libre de los vientos alisios para refrescar la zona residencial que se están erigiéndose rápidamente. De esta forma las calles quedan cuadriculadamente dispuestas del noreste al suroeste
En 1877 se aprueba el Proyecto de Prolongación del Poblado El Vedado en terrenos de la finca del mismo nombre que contaba entre otras con la firma de José de Ocampo. Aquí se postulaba la integración de diferentes estancias limítrofes con las de El Vedado, Medina y El Carmelo. De esta forma pasan finalmente a la cuadricula de El Vedado, obviamente las propiedades del Conde de Pozos Dulces y las de la familia del Dr. Francisco Medina, fallecido y los terrenos del Dr. Manuel García, los del Real Hospital de San Lázaro y los ubicados al este con el poblado de El Carmelo y otros repartos colindantes pertenecientes a otros propietarios de canteras, bateyes y otras instalaciones.
SIGLOS XIX Y XX
Finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX es determinante para la definición final de los limites y denominaciones de los territorios que ocupaban esta zona.
Planos elaborados sucesivamente tendieron a englobar todos estos repartos en el espacio cuadricular ocupado por el territorio llamado El Vedado.
Vista panorámica de la Ciudad de La Habana. |
Los especialistas admiten que, en realidad, La Habana estuvo deambulando por tres lugares distintos en el territorio occidental entre los años de 1514 a 1519, hasta que definitivamente se registró, el día 16 de noviembre de ese último año, en la costa norte, en las márgenes de un amplio puerto nombrado Carenas por el avezado marino Sebastián de Ocampo, ya que en ese lugar pudo reparar sus naves. Se estima que esa naciente villa estaba comprendida a todo lo largo de la bahía desde donde hoy se ubica la calle Tacón hasta la Plaza de San Francisco.
Este viejo lobo de mar, conocedor de islas, mares y puertos, constató las posibilidades que brindaba para el desarrollo de una sede naviera y comercial la naturaleza de la zona, sobre todo debido a su amplia y cubierta bahía, tipo bolsa y su estrecha y resguardada entrada,
Además, percibió las ventajas del cercano frondoso espacio boscoso de altos y robustos arboles de madera preciosa, las lomas para producir canteras de piedras y polvo, todo un material para futuras edificaciones, sin embargo a pesar de esta aguda mirada no puedo ni siquiera imaginar que esa área cercana a la bahía se convertiría siglos más tarde en uno de los barrios mas codiciados y prósperos de la ciudad.
Con el decursar del tiempo este sitio fue tornándose en definitivo debido a sus excelentes condiciones geográficas para la elaboración de una estrategia defensiva militar y para el desarrollo económico del territorio.
Ese lugar se denomino por Diego Velázquez: La Habana derivándolo del apelativo de uno de los principales jefes oriundos de la zona llamado Habaguanex.
La singular ubicación de esta villa y las condiciones mencionadas de su rada la convirtieron en el puente entre el Viejo Continente y los países del norte, sur y centro de las Américas.
A pesar de todas sus ventajas, la villa de San Cristóbal de La Habana se desarrolla lentamente en los primeros años del siglo XVI debido a no poseer la isla inmediatas riquezas minerales ni yacimientos apropiados de oro y plata.
Algunos colonizadores más aventureros se trasladan entonces, definitivamente, hacia las tierras de México y el Perú para explotar sus cuantiosos recursos naturales y aprovechar la gran cantidad de mano de obra aborigen que les permitiera acometer los trabajos de exploración y explotación de esas riquezas minerales.
En 1553, la gobernación de la isla a cargo de Gonzalo Pérez de Angulo, se traslada de Santiago de Cuba hacia La Habana, convirtiéndola en el lugar de escala natural para la comunicación con todas las tierras allende los mares.
La Habana va transformándose, a un ritmo acelerado, en un centro de aprovisionamiento para embarcaciones, puente para el tránsito de expediciones hacia los lugares más prometedores de riquezas rápidas y para otros, soñadores, que buscaban la fuente de la juventud.
Esta situación determina que el 20 de diciembre de 1592, el rey de España Felipe II otorgue, mediante la correspondiente Acta, el titulo oficial de ciudad a San Cristóbal de La Habana.
La plaza habanera era muy codiciada por piratas y corsarios como el francés Jacques de Sores, quien la saquea y al retirarse le pega fuego, destruyéndola casi totalmente en 1555. También es asediada por los ingleses y holandeses Francis Drake, Henry Morgan y Robert Baal.
Los siglos XVI y XVII fueron escenarios de frecuentes encuentros bélicos en la región caribeña y en especial en el puerto de La Habana.
Los sucesivos Capitanes Generales nombrados por la corona española comienzan a construir fortalezas, torreones y murallas para salvaguardar la integridad física y las riquezas que venían acumulándose gracias al auge comercial y el crecimiento económico, así como del aumento poblacional en la villa de San Cristóbal.
LA HABANA
Volviendo al nombre propio de la ciudad, este ha suscitado polémicas entre los historiadores y especialistas.
Algunos investigadores relacionan este nombre con sabana (Ver Waibel, Leo y Herrera, Ricardo, La toponimia en el paisaje cubano: La Habana, Editorial Ciencias Sociales, 1984), otros como el Dr. Emilio Roig de Leuchsenring opina que este topónimo proviene del nombre del jefe o cacique aborigen llamado Habaguanex, cuyo cacicazgo se asentaba en ese territorio comprendido entre el Mariel hasta las inmediaciones de Matanzas. Este último concepto parece expuesto en su obra Enciclopedia de Cuba en la mano, publicada en el año 1940. Esta denominación consta en una comunicación enviada por Diego Velázquez a las autoridades españolas el 1ro. de abril de 1514.
A pesar de todo lo anterior, el nombre y la localización exacta de la ciudad de La Habana sigue siendo objeto de discusiones entre estudiosos, escritores e investigadores a lo largo de toda su historia.
En definitiva se aceptó el asentamiento final al norte de la región occidental, a orillas de la extraordinaria bahía, donde se fue desarrollando como una ciudad intrínsecamente marinera.
En la calle del litoral habanero nombrada Tacón en el siglo XVII la familia Díaz Pimienta desarrolla una fuerte labor como armadores de naves.
La marinería era el centro de actividades de la villa y a través de ella se desarrollan impetuosamente la economía habanera.
Santiago de Cuba y Santo Domingo pierden vigencia y La Habana se convierte en la verdadera llave del golfo y en un lugar estratégico para la corona española en América.
De la villa de guano y madera en las primeras dos décadas del siglo XVI se transforma en una respetable ciudad, un tanto idílica y romántica cuando es reflejada por pintores europeos en murales y bocetos de la época, que todavía se pueden ver en las paredes de algunas de las casonas de aquella época ubicadas en la Calle Tacón números 4 y 8, cuya construcción data de los años de 1644.
Sin embargo, transcurrirían más de 40 años para que le fuera concedido el titulo de ciudad a La Habana por el rey Felipe II en 1595. Y una docena de años para que, en 1607, por un real decreto se le reconociera como capital de la isla.
REFORZAMIENTO DEFENSIVO
Simón Fernández, procurador y representante del gobernador en la Corte en una visita de inspección, en ese estratégico lugar, realizada en 1633 alude la necesidad de reforzar las obras para la defensa de la villa mediante la construcción de dos fuertes: uno en las márgenes de la desembocadura del rio Chorrera, donde existían cerca de 30 viviendas y otro, al oeste en la playa de Cojimar.
El primer fuerte fue nombrado Santa Dorotea de Luna de la Chorrera localizado al sur. Pero no es hasta principios del año 1639 que el Capitán general de la isla Álvaro de Luna y Sarmiento, quien, a pesar de carecer de los fondos convenientes, recurre a las contribuciones de los vecinos de la villa para iniciar las obras, que fueron terminadas cuatro años después.
Mientras tanto La Habana original, en las inmediaciones de la costa de la bahía, se amurallaba y fortificaba para tratar de repeler los embates frecuentes de corsarios y piratas ingleses y franceses de toda laya que se acercaban, a través del mar que rodea la ínsula, a sustraer las riquezas que pasaban por el puerto habanero hacia Europa.
La Habana va sufriendo cambios que afectan su desarrollo como ciudad debido a la falta de espacio, aglomeración de población y su configuración de estrechas calles y aceras, la falta de higiene por la proliferación de esclavos activos y los traídos para su comercialización, el crecimiento de la que llamaríamos hoy «población flotante» de marineros, comerciantes, traficantes y contrabandistas, todo lo cual promovía la lisonja, el ruido y las trifulcas frecuentes que molestaban a la naciente clase aristócrata criolla.
Con el crecimiento de la economía de la ciudad y el comienzo incipiente de una cierta clase media de propietarios españoles y criollos se desarrolla un movimiento expansionista hacia el oeste del centro habanero originario.
El centro de la ciudad se torna abigarrado, ruidoso y superpoblado de comerciantes de todo tipo desde vendedores y compradores de esclavos hasta detallistas. El aumento poblacional no marchaba acorde con las redes de transporte, higiénicas y ambientales, en general, los espacios se estrechan y la nueva clase se ahoga y decide trasladarse a otro espacio.
Por estas razones, en lo fundamental, comienza un éxodo paulatino de villareños, de cierta posición económica y linaje social, hacia la Zanja de El Cerro, la Quinta de Santovenia, la Finca de los Monos y otras zonas limítrofes con el centro de la villa.
EL «MONTE VEDADO»
La zona que comprende El Vedado actual desde el Rio Almendares, conocido en el siglo XVII por La Chorrera, hasta lo que es hoy el Hotel Nacional estaba ubicada en una colina coronada por un bosque bastante tupido, que cobijaba floras y faunas silvestres de diferentes tipos, sobre todo árboles de maderas de muy alta calidad como cedros, caobas, y roble.
En esta zona ubicada en una elevación en el occidente de la isla, debido a sus riquezas naturales fue prohibida la construcción de viviendas mediante la correspondiente ordenanza colonial, es decir, el Acta del Cabildo de fecha 10 de diciembre del año 1565, por lo tanto este era un territorio realmente «vedado».
De aquí proviene la génesis de su nombre: Monte Vedado y más tarde El Vedado.
La prohibición respondía, además, a aspectos de orden estratégico militar como la intensión de obstaculizar que invasores usaran vías a través del bosque y la cercanía de la costa para, que bordeándola, pudieran acceder al centro de la villa de San Cristóbal de La Habana.
En ese bosque vedado solo existían, transitoriamente, barracas donde se refugiaban de la lluvia y guardaban sus herramientas las personas que laboraban en la extracción de materiales, como piedra, madera, y otros destinados para las construcciones en La Habana intramuros, incluso existían vendedores de agua potable.
Los arboles de madera preciosa solo podían ser taladrados por orden del capitán general. Se afirma que todavía existen en España muebles elaborados con las maderas de estos bosques.
Un aspecto muy interesante recalcar es la identificación de los habitantes de este intersticio. Su mayoría se componían de: esclavos, cimarrones, leñadores, albañiles, calafateros, y también de aventureros.
Ya en los siglos XVI y XVII la villa habanera y su bahía tenían una gran importancia para la navegación, ya que recibían naves que transportaban alimentos, materiales, equipos, personas, correo... Tanta notabilidad recibió el puerto habanero que los puertos de Santiago de Cuba y de la isla de La Española perdieron su vigencia.
La ciudad vivía momentos de magnificencia y elegancia. Viajeros de todos los confines confluían en La Habana buscando negocios para enriquecerse, además de obtener riquezas mediante el comercio legítimo, y el de esclavos, así como, con el contrabando.
GESTACION DEL REPARTO EL VEDADO
El año 1858 marca un hito en el movimiento que se viene gestando en las zonas aledañas a la villa de San Cristóbal, pues el Ayuntamiento de La Habana aprueba el comienzo de la parcelación de la Estancia El Carmelo, propiedad de José Domingo Trigo y Juan Espino, inicialmente localizada al suroeste de la ciudad desde el Rio Almendares hasta la actual calle Paseo y entre la calle 21 y el mar. Su extensión comprendía 105 manzanas.
Un año después, en 1859, a Francisco Frías y Jacott (1809-1877), Conde de Pozos Dulces y sus hermanas Ana y Dolores se le aprueba la parcelación de su finca llamada El Vedado, constituida por 29 manzanas, donde estaba ubicada su hacienda, entre las actuales calles 11, 13, C y D. Para rememorar este hecho se erigió en un parquecito triangular emplazado en la calle Línea, entre I y J una estatua de cuerpo entero en memoria de este precursor. El Conde de Pozos Dulces fue el responsable de la concepción y diseño de este reparto.
Las manzanas median regularmente 100 metros por cada lado. Esta cuadrabilidad propicio la notable idea de nombrar en El Carmelo las calles que desembocan en el mar con números pares, es decir, a partir de Paseo, de la calle 2 hasta la calle 26 y las calles paralelas con números impares desde la calle 1ra. bordeando la costa hasta la calle 15. En la parcela de El Vedado limítrofe con El Carmelo entonces se continúan de Paseo al Nordeste las calles con los mismos números y las perpendiculares de Paseo desde la calle A hasta G con letras.
En 1883, se aprueba la adición de los terrenos contiguos a El Carmelo, pertenecientes a los herederos del Dr. Francisco Medina (Carmen y Cavelón) y se constituye el Reparto Medina, que seguirá hacia el suroeste la estructura de sus repartos vecinos.
Poco a poco en los planos generales que se van confeccionando para la planificación física de estos repartos se van integrando todos a la calificación, que va imponiéndose como resultado del crecimiento poblacional de esta zona, hasta llegar a nombrarse la cuadricula completa por el calificativo de El Vedado.
La dimensionalidad de las calles que bajan desde la loma del Monte Vedado hacia el mar y sus calles perpendiculares al mismo se construyeron con el objetivo premeditado de permitir el flujo libre de los vientos alisios para refrescar la zona residencial que se están erigiéndose rápidamente. De esta forma las calles quedan cuadriculadamente dispuestas del noreste al suroeste
En 1877 se aprueba el Proyecto de Prolongación del Poblado El Vedado en terrenos de la finca del mismo nombre que contaba entre otras con la firma de José de Ocampo. Aquí se postulaba la integración de diferentes estancias limítrofes con las de El Vedado, Medina y El Carmelo. De esta forma pasan finalmente a la cuadricula de El Vedado, obviamente las propiedades del Conde de Pozos Dulces y las de la familia del Dr. Francisco Medina, fallecido y los terrenos del Dr. Manuel García, los del Real Hospital de San Lázaro y los ubicados al este con el poblado de El Carmelo y otros repartos colindantes pertenecientes a otros propietarios de canteras, bateyes y otras instalaciones.
SIGLOS XIX Y XX
Finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX es determinante para la definición final de los limites y denominaciones de los territorios que ocupaban esta zona.
Planos elaborados sucesivamente tendieron a englobar todos estos repartos en el espacio cuadricular ocupado por el territorio llamado El Vedado.
Raúl Martell Alvarez
Colaborador de Opus Habana
Colaborador de Opus Habana