Con su talento, sencillez y autenticidad, este representante de la vanguardia pictórica formada en París cautivó a la comunidad intelectual habanera durante su primera y única visita a la Isla.
En 1932, este famoso artista hizo su primera y única visita a Cuba. La ocasión sirvió para que expusiera –por cinco días– originales suyos, la tarde del 9 de noviembre en el Lyceum.
En la segunda década del siglo XX, en París, junto al nombre de los grandes de la plástica universal como Picasso, Modigliani, Vlaminck y Diego Rivera… se mencionaba el del japonés Foujita.
La repercusión de la calidad de la obra del pintor nipón y el juicio favorable que le propiciaba la crítica especializada, tenían también resonancia en la Isla gracias al concurso de los corresponsales de diversos órganos cubanos de prensa en Francia.
Así, en septiembre de 1926, la revista habanera Social publica el artículo «Foujita, el introductor del orientalismo» del nicaragüense Eduardo Avilés Ramírez, quien durante varios años residió en La Habana y que, por entonces, se hallaba en París.
En esta crónica, ambientada con dos obras y una foto del pintor con la dedicatoria «Pour Social de la Havané», Avilés refiere: «Hablar de Foujita, es manosear los símbolos. Hoy, el formidable dibujante japonés, es eso: un símbolo. Apartándose un poco de la pureza Oriental, y acercándose otro tanto al arte de Occidente, logró realizar lo que nadie había logrado: ser occidental sin dejar de ser japonés. Su obra, varia y rica, fina y de expresiones sorprendentes, es en el fondo una sabia mezcla de valorizaciones opuestas. Sin traicionar su origen es europeo. Y ni se le puede aceptar entre los que efectuaron el transplante espiritual, ni se le puede catalogar entre los puristas del arte del Oriente. Por eso París le admira, le mima y le paga.
»Sus cartones, que van a adornar los salones dorados del quartier de la Estrella, alcanzan precios fabulosos. Su figurita magra es tan popular como la del mismo Cocteau. Y es uno de los pocos grandes artistas extranjeros que, en esta ciudad que niega casi sistemáticamente las hojitas de laurel a los que no nacieron en suelo francés, en un regateo incomprensible, ha sentido crecer, bajo su planta leve, toda la primavera sonriente de la gloria».
Nacido en Edogawa, en 1886, Tsougouharu Foujita egresó de la Tokio Imperial Academy of Fine Arts en 1910, y tres años después llega a París. Al rememorar su arribo a esta ciudad, relataba: «Viajé, más bien erré por la China, la Corea y el Siam antes de venir a París… Nunca olvidaré aquella mañana de un día cualquiera de 1913 en que divisé por primera vez el paisaje de París. Desde ese día vivo aquí, habiendo estado por corto tiempo en España, Italia y Bélgica» (1).
Pese a la fama y fortuna que acumuló como dibujante y pintor, su vida no dejó de estar vinculada al boulevard de Montparnasse y sus cafetines La Rotonde, El Dome, La Coupole..., en cuyas terrazas al aire libre Foujita estrechó amistad con innumerables pintores y escritores latinoamericanos. Entre éstos había algunos cubanos, en su mayoría artistas plásticos, quienes por diferentes razones se hallaban allí. Baste recordar que fue en el contexto parisino donde se formó la mayor parte de la vanguardia artística cubana de la plástica: Amelia Peláez, Eduardo Abela, Carlos Enríquez, Marcelo Pogolotti... (2)
Era común, entonces, encontrar a Foujita conversando acerca de sus proyectos, empeñado en compartir criterios, ayudando a otros, o aprendiendo a simpatizar con la historia de los pueblos al sur del Río Grande, mientras escuchaba a sus interlocutores de «las antípodas de todos los climas» y les prometía a cada uno: «Iré, cualquier día me decido y voy» (3).
Cumpliría esa promesa al iniciar un periplo por varios países latinoamericanos, justo a continuación del viaje que hiciera a Japón en 1931 para reencontrarse con sus familiares. Y desde el momento en que comenzara su recorrido por el continente americano, empezó a divulgarse por la prensa cubana la posibilidad de que la Isla fuera uno de sus destinos.
Así, en marzo de 1931, mientras el pintor japonés se hallaba en Nueva York, exponiendo sus obras en la galería Reinhart, circuló en medios habaneros su inminente llegada. Fue el caso del artículo publicado en Social con el título «¿Foujita en La Habana?» y que, ilustrado con tres dibujos del artista, auguraba: «¡Foujita llega! Este príncipe del buen dibujar, este formidable hacedor de gatos y grisetas, sí bajará a La Habana, para captar en su paleta los rojos del trópico y el ocre vivo de nuestras criollas».
Sin embargo, no fue hasta el 28 de octubre de 1932 que –tras haber visitado Bolivia, Perú, Argentina y Brasil– Foujita, acompañado por su esposa Madeleine, arriba a La Habana cumpliendo con la invitación hecha por sus amigos cubanos, entre los que se hallaban Alejo Carpentier, Conrado Massaguer, Antonio Gattorno, Juan José Sicre, Armando Maribona...
Si bien éstos, y de manera particular Carpentier, influyeron para que Foujita conociera Cuba, no debe obviarse que otro grande de la pintura, Jules Pascin –quien visitó la Isla en tres oportunidades– inculcó en el artista oriental el amor por la belleza de sus paisajes, su gente y sus costumbres. Era Pascin, según Carpentier, una persona que «recordaba a Cuba con enternecimiento. Hablaba un castellano criollísimo. Cantaba viejas criollas de Anckermann...»
Cortés y amable desde que arribó al puerto de La Habana en el vapor Santa Clara –procedente de Chile y en tránsito hacia México–, Foujita ofreció innumerables entrevistas a la prensa escrita, varias de ellas en el hotel Plaza, único lugar donde se alojó.
Su amigo de Montparnasse, Armando Maribona, periodista y pintor, fue la persona que más tiempo estuvo a su lado en visitas a instituciones culturales y encuentros con los artistas plásticos cubanos, así como en rondas por los cafetines del Paseo del Prado, que tanto le recordaban el boulevard de Montparnasse –«la República Internacional de Artistas», según Carpentier–, así como a otros lugares de interés: el teatro Alhambra, por ejemplo.
En reciprocidad al trato exquisito que se le brindó desde su llegada, Foujita decidió exponer su obra en los locales del Lyceum, propósito que no figuraba inicialmente en sus planes. En esa institución tenía lugar por esos días la «Exposición Única», en la que figuraban telas de Romañach, Valderrama, Luisa Fernández Morell, Valls, Víctor Manuel, Portocarrero, Hurtado de Mendoza y Juan José Sicre, quienes decidieron desmontarlas para que el japonés pudiese poner las suyas.
Así, en horas de la tarde del 9 de noviembre quedó abierta al público, por cinco días, la única exposición que hiciera Foujita en nuestro país.
Conformaron la muestra 33 dibujos y pinturas, que el artista nipón se vio precisado a crear in situ, pues había vendido en Argentina y Brasil casi todos los cuadros que trajo de Europa. Muchos de esos dibujos «cubanos» surgieron a partir de los numerosos apuntes que traía consigo. En algunos figuraba su esposa, en otros, perros, gatos, una callejuela de París…
Las palabras de apertura estuvieron a cargo de Jorge Mañach, quien expresó: «En lo meramente plástico, el arte de Foujita nos da una lección de precisión y de frugalidad, de elegancia y de delicadeza. Mas, por encima de eso, apunta a la solución más apetecible del gran problema de nuestra cultura. Representa un ejemplo de cómo es posible adecuarse a lo ajeno sin desertar de lo propio; crearse un modo internacional de expresión sin renunciar a los elementos vernáculos de naturaleza y de cultura, antes bien aportándolos, como nuestro caudal de originalidad, al fondo común de expresión con que los hombres procuran entenderse y hermanarse».
A la exposición asistieron destacadas figuras del sector artístico y literario. Entre otros, concurrieron Eduardo Abela, Enrique Caravia, Rafael Blanco, Juan J. Sicre, Loló de la Torriente, José Manuel Valdés Rodríguez, José Z. Tallet, José A. Fernández de Castro...
Los diarios y revistas reflejaron la gran dosis de humildad y respeto del nipón para con sus colegas cubanos. Mientras pintaba –relataron–, Foujita no había dejado de preguntar a quienes le rodeaban «¿Está bien así? ¿Le gusta a usted?»
El Entierro de Cristo, una pieza considerada llena de sentimiento y delicadeza, causó gran impacto entre los asistentes y la crítica. Lamentablemente, en la víspera de la inauguración, «uno de los cuadros de Foujita había sido robado (...) En un pequeño baño inmediato a los dos saloncitos de exposiciones estaban, hecho pedazos, los cartones del diafragma y de la parte posterior de la acuarela desaparecida» (4).
Según narra Maribona, «(...) Las damas del Lyceum tomaron la resolución de obtener de Foujita que aceptare el importe de su obra. Foujita no quería aceptar el cheque. Ante la insistencia de las damas, aceptó con la condición de que ellas admitiesen uno de sus cuadros al clausurar la exposición. Y si la policía encontrase el cuadro robado, también se quedasen con él (...)»
Ahora bien, ¿cómo reaccionó la crítica cubana ante el estilo de este pintor cautivante, que en París se había relacionado con las más diversas tendencias artísticas como el cubismo, el expresionismo y el fauvismo?
En su ya mencionado discurso inaugural, Mañach había insistido en que Foujita, «sin renunciar a sus disciplinas vernáculas ni al arte de su propia tradición patria, experimentó la influencia de la paganía francesa, produciendo así un arte que tiene del Oriente la concentración, el rigor lineal y la delicadeza alusiva, y del Occidente el sentido individualista y sensual (...)»
Por su parte, Armando Maribona había declarado al presentar al pintor en un almuerzo ofrecido a éste en el Rotary Club y al cual asistieron el encargado de negocios y los dos secretarios de la embajada japonesa en Cuba:
«Lo que ha hecho a Foujita famoso no es su cerquillo, ni el reloj tatuado en su muñeca, sino sus acuarelas, sus óleos, sus dibujos al lápiz. Y aun en éstos hay mucha gente que busca la maravilla técnica, el truco genial, la pincelada mágica, la orfebrería milagrosa. Nada de eso; el arte de Foujita es exquisito, deliciosamente simple. Él expresa con la mayor economía de procedimientos, cuanto siente (...)»
Pero quizás sería el propio Foujita quien, en uno de sus primeros encuentros con la prensa habanera, despejaría la actitud que mejor habría de asumirse hacia su arte:
«Yo cambio poco de estilo. Opino que al artista no debe interesarle la forma que tienen los objetos, sino su espíritu, sus características y en eso debe insistir para no incurrir en el defecto de la fotografía que reproduce lo mejor iluminado y a veces a todo le da la misma importancia. Yo expreso mis ideas con mi técnica habitual, ya sean dibujos, ya pinturas (...)»
A Foujita debió impresionarle gratamente La Habana. Al llegar, había declarado que permanecería por espacio de ocho días, y sin embargo se quedó casi un mes.
Uno de sus anhelos era conocer algún central azucarero y, atendiendo a esa solicitud, fue llevado al ingenio Toledo, en las afueras de La Habana. Pero no satisfechos con la visión que podían haberse llevado Foujita y su esposa –pues en el momento de la visita no había prácticamente actividad productiva alguna–, propusieron al matrimonio viajar hacia el central Santa Amalia, en el entonces municipio de Carlos Rojas, también en la periferia.
Allí el pintor vivió momentos muy felices haciendo –como deseaba– la vida de un cubano más, en unión de Antonio Gattorno, Juan José Sicre, López Méndez y José Antonio Fernández de Castro. Gracias al testimonio de este último, sabemos qué hizo la pareja japonesa desde que se unió a sus acompañantes en la acera del hotel Plaza a las cinco de la mañana.
Durante el camino, Foujita –que vestía guayabera– fue tomando fotos con su Zeissco. Ya en el Santa Amalia, «se hace amigo de nuestros guajiros, negros y blancos» y se pone «a comer plátanos y beber agua de coco, en el coco, y a comerse la masita, y a ver de cerca los animales y las hojas de la palma y el plátano. A recorrer el ingenio, a montar a caballo. A jugar a la pelota, con toronjas enormes como balones de fútbol (...)» (5)
Luego llega «el almuerzo criollísimo: lechón asado, arroz con pollo, harina, picadillo, boniato (...)» Como muestra de agradecimiento, y de la alegría que ha experimentado en aquellas pocas horas, Foujita termina pintando algunos motivos en las paredes del dueño de la casa, para lo cual improvisa un pincel y utiliza pintura almacenada en la bodega. Durante muchos años, de esos dibujos sólo se conservó el de una paloma calzada con su firma.
El regreso de aquella excursión, según el testimoniante, «es el detenerse en los pueblitos y comprar telas raras, y recuerdos, y guardar una taza típica donde se ha bebido café carretero».
LA PARTIDA SÚBITA
Con este mismo subtítulo –«La partida súbita»– se refiere Fernández de Castro en su antes citado artículo de Social a la imprevista decisión de Foujita de partir al día siguiente hacia México.
Cuenta el escritor cubano que acababan de culminar un intenso recorrido por la Habana Vieja y los muelles, cuyas tabernas solían visitar para consumir ron en tazas de café, costumbre que el nipón –amante también del agua mineral– aprendió en Cuba. De pronto, Foujita anunció a todos la inminencia de su partida.
«Allí despedimos al artista tan cosmopolita, tan moderno, tan humano, tan igual a nosotros. Y a Madeleine que lo complementa (...)», concluye Fernández de Castro su testimonio.
Pero, a decir verdad, el hecho de que el japonés partiera en cualquier momento hacia México era ya presumible desde su misma llegada, según había constatado Maribona en una de las primeras entrevistas que se le hiciera en La Habana: «Foujita desea ver lo más pintoresco de Cuba en paisajes, en tipos y costumbres para ser apuntes. Viene maravillado de Bolivia y del Perú. La Argentina y Brasil, naturalmente, le asombraron por su riqueza, por su progreso, por lo grande que es todo... Pero su alma de artista vibró ante las maravillas incaicas y está ansioso por conocer la de los mayas y los aztecas (...)» (6)
Fue su primera y única visita a la Isla, de la que se llevó «multitud de apuntes sobre peces del Aquarium, animales, flores, tipos populares, ruedas dentadas del ingenio Toledo, caricaturas de algunos amigos (...)» (7) Y al preguntársele qué haría con esos bocetos y los que ya traía antes consigo, respondió «lo más probable será que haga paneles enormes, Mi viaje a la América Latina, con muchas figuras, muchos animales, flores, pájaros…» (8)
Y si bien, hoy en día, no hay expuesta en Cuba ninguna obra suya (9), lo cierto es que Foujita dejó la impronta de su talento, sencillez y autenticidad, ajenos por completo a las veleidades que suelen acompañar a muchos que no han llegado siquiera a tener un ápice de la fama que él alcanzara.
(1) León Pacheco: «El arte occidental del pintor japonés Foujita», en Diario de la Marina, La Habana, 6 de agosto de 1926, p. 16.
(2) Al referirse a estos artistas, el intelectual cubano Juan Marinello afirmó que forjaron «sus armas en movimientos europeos pero para dar una buena pelea cubana. Su objetivo, visto por cada uno desde su trinchera, es lo cubano, lo nacional entroncado en lo universal sin desnaturalizarse ni mixtificarse. Era el rescate de la tierra natal, y a la expresión plástica de ese empeño se dieron esos artistas».
(3) Armando Maribona: «El célebre pintor Foujita en el Lyceum», en Diario de la Marina, La Habana, 29 de octubre de 1932, p.1.
(4) Armando Maribona: «Foujita y el cuadro robado», en Diario de la Marina, La Habana, 13 de noviembre de 1932, p. 21.
(5) José Antonio Fernández de Castro: «Foujita diferente», en Social, La Habana, vol. 17, no. 12, diciembre de 1932, pp. 46-47, 68 y 89.
(6) Armando Maribona: «El célebre pintor Foujita en el Lyceum», art. cit.
(7) E.C: «Inaugurada la exposición de Foujita ayer», en Diario de la Marina, La Habana, 10 de noviembre de 1932, p. 2.
(8) Armando Maribona: «Foujita en La Habana», en Bohemia, La Habana, noviembre de 1932, pp. 20-21 y 44.
(9) En los fondos del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana hay obras de Foujita, según confirmó a Opus Habana la subdirección técnica de esa institución.
La repercusión de la calidad de la obra del pintor nipón y el juicio favorable que le propiciaba la crítica especializada, tenían también resonancia en la Isla gracias al concurso de los corresponsales de diversos órganos cubanos de prensa en Francia.
Así, en septiembre de 1926, la revista habanera Social publica el artículo «Foujita, el introductor del orientalismo» del nicaragüense Eduardo Avilés Ramírez, quien durante varios años residió en La Habana y que, por entonces, se hallaba en París.
En esta crónica, ambientada con dos obras y una foto del pintor con la dedicatoria «Pour Social de la Havané», Avilés refiere: «Hablar de Foujita, es manosear los símbolos. Hoy, el formidable dibujante japonés, es eso: un símbolo. Apartándose un poco de la pureza Oriental, y acercándose otro tanto al arte de Occidente, logró realizar lo que nadie había logrado: ser occidental sin dejar de ser japonés. Su obra, varia y rica, fina y de expresiones sorprendentes, es en el fondo una sabia mezcla de valorizaciones opuestas. Sin traicionar su origen es europeo. Y ni se le puede aceptar entre los que efectuaron el transplante espiritual, ni se le puede catalogar entre los puristas del arte del Oriente. Por eso París le admira, le mima y le paga.
»Sus cartones, que van a adornar los salones dorados del quartier de la Estrella, alcanzan precios fabulosos. Su figurita magra es tan popular como la del mismo Cocteau. Y es uno de los pocos grandes artistas extranjeros que, en esta ciudad que niega casi sistemáticamente las hojitas de laurel a los que no nacieron en suelo francés, en un regateo incomprensible, ha sentido crecer, bajo su planta leve, toda la primavera sonriente de la gloria».
Nacido en Edogawa, en 1886, Tsougouharu Foujita egresó de la Tokio Imperial Academy of Fine Arts en 1910, y tres años después llega a París. Al rememorar su arribo a esta ciudad, relataba: «Viajé, más bien erré por la China, la Corea y el Siam antes de venir a París… Nunca olvidaré aquella mañana de un día cualquiera de 1913 en que divisé por primera vez el paisaje de París. Desde ese día vivo aquí, habiendo estado por corto tiempo en España, Italia y Bélgica» (1).
Pese a la fama y fortuna que acumuló como dibujante y pintor, su vida no dejó de estar vinculada al boulevard de Montparnasse y sus cafetines La Rotonde, El Dome, La Coupole..., en cuyas terrazas al aire libre Foujita estrechó amistad con innumerables pintores y escritores latinoamericanos. Entre éstos había algunos cubanos, en su mayoría artistas plásticos, quienes por diferentes razones se hallaban allí. Baste recordar que fue en el contexto parisino donde se formó la mayor parte de la vanguardia artística cubana de la plástica: Amelia Peláez, Eduardo Abela, Carlos Enríquez, Marcelo Pogolotti... (2)
Era común, entonces, encontrar a Foujita conversando acerca de sus proyectos, empeñado en compartir criterios, ayudando a otros, o aprendiendo a simpatizar con la historia de los pueblos al sur del Río Grande, mientras escuchaba a sus interlocutores de «las antípodas de todos los climas» y les prometía a cada uno: «Iré, cualquier día me decido y voy» (3).
Cumpliría esa promesa al iniciar un periplo por varios países latinoamericanos, justo a continuación del viaje que hiciera a Japón en 1931 para reencontrarse con sus familiares. Y desde el momento en que comenzara su recorrido por el continente americano, empezó a divulgarse por la prensa cubana la posibilidad de que la Isla fuera uno de sus destinos.
Así, en marzo de 1931, mientras el pintor japonés se hallaba en Nueva York, exponiendo sus obras en la galería Reinhart, circuló en medios habaneros su inminente llegada. Fue el caso del artículo publicado en Social con el título «¿Foujita en La Habana?» y que, ilustrado con tres dibujos del artista, auguraba: «¡Foujita llega! Este príncipe del buen dibujar, este formidable hacedor de gatos y grisetas, sí bajará a La Habana, para captar en su paleta los rojos del trópico y el ocre vivo de nuestras criollas».
Sin embargo, no fue hasta el 28 de octubre de 1932 que –tras haber visitado Bolivia, Perú, Argentina y Brasil– Foujita, acompañado por su esposa Madeleine, arriba a La Habana cumpliendo con la invitación hecha por sus amigos cubanos, entre los que se hallaban Alejo Carpentier, Conrado Massaguer, Antonio Gattorno, Juan José Sicre, Armando Maribona...
Si bien éstos, y de manera particular Carpentier, influyeron para que Foujita conociera Cuba, no debe obviarse que otro grande de la pintura, Jules Pascin –quien visitó la Isla en tres oportunidades– inculcó en el artista oriental el amor por la belleza de sus paisajes, su gente y sus costumbres. Era Pascin, según Carpentier, una persona que «recordaba a Cuba con enternecimiento. Hablaba un castellano criollísimo. Cantaba viejas criollas de Anckermann...»
Cortés y amable desde que arribó al puerto de La Habana en el vapor Santa Clara –procedente de Chile y en tránsito hacia México–, Foujita ofreció innumerables entrevistas a la prensa escrita, varias de ellas en el hotel Plaza, único lugar donde se alojó.
Su amigo de Montparnasse, Armando Maribona, periodista y pintor, fue la persona que más tiempo estuvo a su lado en visitas a instituciones culturales y encuentros con los artistas plásticos cubanos, así como en rondas por los cafetines del Paseo del Prado, que tanto le recordaban el boulevard de Montparnasse –«la República Internacional de Artistas», según Carpentier–, así como a otros lugares de interés: el teatro Alhambra, por ejemplo.
En reciprocidad al trato exquisito que se le brindó desde su llegada, Foujita decidió exponer su obra en los locales del Lyceum, propósito que no figuraba inicialmente en sus planes. En esa institución tenía lugar por esos días la «Exposición Única», en la que figuraban telas de Romañach, Valderrama, Luisa Fernández Morell, Valls, Víctor Manuel, Portocarrero, Hurtado de Mendoza y Juan José Sicre, quienes decidieron desmontarlas para que el japonés pudiese poner las suyas.
Así, en horas de la tarde del 9 de noviembre quedó abierta al público, por cinco días, la única exposición que hiciera Foujita en nuestro país.
Conformaron la muestra 33 dibujos y pinturas, que el artista nipón se vio precisado a crear in situ, pues había vendido en Argentina y Brasil casi todos los cuadros que trajo de Europa. Muchos de esos dibujos «cubanos» surgieron a partir de los numerosos apuntes que traía consigo. En algunos figuraba su esposa, en otros, perros, gatos, una callejuela de París…
Las palabras de apertura estuvieron a cargo de Jorge Mañach, quien expresó: «En lo meramente plástico, el arte de Foujita nos da una lección de precisión y de frugalidad, de elegancia y de delicadeza. Mas, por encima de eso, apunta a la solución más apetecible del gran problema de nuestra cultura. Representa un ejemplo de cómo es posible adecuarse a lo ajeno sin desertar de lo propio; crearse un modo internacional de expresión sin renunciar a los elementos vernáculos de naturaleza y de cultura, antes bien aportándolos, como nuestro caudal de originalidad, al fondo común de expresión con que los hombres procuran entenderse y hermanarse».
A la exposición asistieron destacadas figuras del sector artístico y literario. Entre otros, concurrieron Eduardo Abela, Enrique Caravia, Rafael Blanco, Juan J. Sicre, Loló de la Torriente, José Manuel Valdés Rodríguez, José Z. Tallet, José A. Fernández de Castro...
Los diarios y revistas reflejaron la gran dosis de humildad y respeto del nipón para con sus colegas cubanos. Mientras pintaba –relataron–, Foujita no había dejado de preguntar a quienes le rodeaban «¿Está bien así? ¿Le gusta a usted?»
El Entierro de Cristo, una pieza considerada llena de sentimiento y delicadeza, causó gran impacto entre los asistentes y la crítica. Lamentablemente, en la víspera de la inauguración, «uno de los cuadros de Foujita había sido robado (...) En un pequeño baño inmediato a los dos saloncitos de exposiciones estaban, hecho pedazos, los cartones del diafragma y de la parte posterior de la acuarela desaparecida» (4).
Según narra Maribona, «(...) Las damas del Lyceum tomaron la resolución de obtener de Foujita que aceptare el importe de su obra. Foujita no quería aceptar el cheque. Ante la insistencia de las damas, aceptó con la condición de que ellas admitiesen uno de sus cuadros al clausurar la exposición. Y si la policía encontrase el cuadro robado, también se quedasen con él (...)»
Ahora bien, ¿cómo reaccionó la crítica cubana ante el estilo de este pintor cautivante, que en París se había relacionado con las más diversas tendencias artísticas como el cubismo, el expresionismo y el fauvismo?
En su ya mencionado discurso inaugural, Mañach había insistido en que Foujita, «sin renunciar a sus disciplinas vernáculas ni al arte de su propia tradición patria, experimentó la influencia de la paganía francesa, produciendo así un arte que tiene del Oriente la concentración, el rigor lineal y la delicadeza alusiva, y del Occidente el sentido individualista y sensual (...)»
Por su parte, Armando Maribona había declarado al presentar al pintor en un almuerzo ofrecido a éste en el Rotary Club y al cual asistieron el encargado de negocios y los dos secretarios de la embajada japonesa en Cuba:
«Lo que ha hecho a Foujita famoso no es su cerquillo, ni el reloj tatuado en su muñeca, sino sus acuarelas, sus óleos, sus dibujos al lápiz. Y aun en éstos hay mucha gente que busca la maravilla técnica, el truco genial, la pincelada mágica, la orfebrería milagrosa. Nada de eso; el arte de Foujita es exquisito, deliciosamente simple. Él expresa con la mayor economía de procedimientos, cuanto siente (...)»
Pero quizás sería el propio Foujita quien, en uno de sus primeros encuentros con la prensa habanera, despejaría la actitud que mejor habría de asumirse hacia su arte:
«Yo cambio poco de estilo. Opino que al artista no debe interesarle la forma que tienen los objetos, sino su espíritu, sus características y en eso debe insistir para no incurrir en el defecto de la fotografía que reproduce lo mejor iluminado y a veces a todo le da la misma importancia. Yo expreso mis ideas con mi técnica habitual, ya sean dibujos, ya pinturas (...)»
A Foujita debió impresionarle gratamente La Habana. Al llegar, había declarado que permanecería por espacio de ocho días, y sin embargo se quedó casi un mes.
Uno de sus anhelos era conocer algún central azucarero y, atendiendo a esa solicitud, fue llevado al ingenio Toledo, en las afueras de La Habana. Pero no satisfechos con la visión que podían haberse llevado Foujita y su esposa –pues en el momento de la visita no había prácticamente actividad productiva alguna–, propusieron al matrimonio viajar hacia el central Santa Amalia, en el entonces municipio de Carlos Rojas, también en la periferia.
Allí el pintor vivió momentos muy felices haciendo –como deseaba– la vida de un cubano más, en unión de Antonio Gattorno, Juan José Sicre, López Méndez y José Antonio Fernández de Castro. Gracias al testimonio de este último, sabemos qué hizo la pareja japonesa desde que se unió a sus acompañantes en la acera del hotel Plaza a las cinco de la mañana.
Durante el camino, Foujita –que vestía guayabera– fue tomando fotos con su Zeissco. Ya en el Santa Amalia, «se hace amigo de nuestros guajiros, negros y blancos» y se pone «a comer plátanos y beber agua de coco, en el coco, y a comerse la masita, y a ver de cerca los animales y las hojas de la palma y el plátano. A recorrer el ingenio, a montar a caballo. A jugar a la pelota, con toronjas enormes como balones de fútbol (...)» (5)
Luego llega «el almuerzo criollísimo: lechón asado, arroz con pollo, harina, picadillo, boniato (...)» Como muestra de agradecimiento, y de la alegría que ha experimentado en aquellas pocas horas, Foujita termina pintando algunos motivos en las paredes del dueño de la casa, para lo cual improvisa un pincel y utiliza pintura almacenada en la bodega. Durante muchos años, de esos dibujos sólo se conservó el de una paloma calzada con su firma.
El regreso de aquella excursión, según el testimoniante, «es el detenerse en los pueblitos y comprar telas raras, y recuerdos, y guardar una taza típica donde se ha bebido café carretero».
LA PARTIDA SÚBITA
Con este mismo subtítulo –«La partida súbita»– se refiere Fernández de Castro en su antes citado artículo de Social a la imprevista decisión de Foujita de partir al día siguiente hacia México.
Cuenta el escritor cubano que acababan de culminar un intenso recorrido por la Habana Vieja y los muelles, cuyas tabernas solían visitar para consumir ron en tazas de café, costumbre que el nipón –amante también del agua mineral– aprendió en Cuba. De pronto, Foujita anunció a todos la inminencia de su partida.
«Allí despedimos al artista tan cosmopolita, tan moderno, tan humano, tan igual a nosotros. Y a Madeleine que lo complementa (...)», concluye Fernández de Castro su testimonio.
Pero, a decir verdad, el hecho de que el japonés partiera en cualquier momento hacia México era ya presumible desde su misma llegada, según había constatado Maribona en una de las primeras entrevistas que se le hiciera en La Habana: «Foujita desea ver lo más pintoresco de Cuba en paisajes, en tipos y costumbres para ser apuntes. Viene maravillado de Bolivia y del Perú. La Argentina y Brasil, naturalmente, le asombraron por su riqueza, por su progreso, por lo grande que es todo... Pero su alma de artista vibró ante las maravillas incaicas y está ansioso por conocer la de los mayas y los aztecas (...)» (6)
Fue su primera y única visita a la Isla, de la que se llevó «multitud de apuntes sobre peces del Aquarium, animales, flores, tipos populares, ruedas dentadas del ingenio Toledo, caricaturas de algunos amigos (...)» (7) Y al preguntársele qué haría con esos bocetos y los que ya traía antes consigo, respondió «lo más probable será que haga paneles enormes, Mi viaje a la América Latina, con muchas figuras, muchos animales, flores, pájaros…» (8)
Y si bien, hoy en día, no hay expuesta en Cuba ninguna obra suya (9), lo cierto es que Foujita dejó la impronta de su talento, sencillez y autenticidad, ajenos por completo a las veleidades que suelen acompañar a muchos que no han llegado siquiera a tener un ápice de la fama que él alcanzara.
(1) León Pacheco: «El arte occidental del pintor japonés Foujita», en Diario de la Marina, La Habana, 6 de agosto de 1926, p. 16.
(2) Al referirse a estos artistas, el intelectual cubano Juan Marinello afirmó que forjaron «sus armas en movimientos europeos pero para dar una buena pelea cubana. Su objetivo, visto por cada uno desde su trinchera, es lo cubano, lo nacional entroncado en lo universal sin desnaturalizarse ni mixtificarse. Era el rescate de la tierra natal, y a la expresión plástica de ese empeño se dieron esos artistas».
(3) Armando Maribona: «El célebre pintor Foujita en el Lyceum», en Diario de la Marina, La Habana, 29 de octubre de 1932, p.1.
(4) Armando Maribona: «Foujita y el cuadro robado», en Diario de la Marina, La Habana, 13 de noviembre de 1932, p. 21.
(5) José Antonio Fernández de Castro: «Foujita diferente», en Social, La Habana, vol. 17, no. 12, diciembre de 1932, pp. 46-47, 68 y 89.
(6) Armando Maribona: «El célebre pintor Foujita en el Lyceum», art. cit.
(7) E.C: «Inaugurada la exposición de Foujita ayer», en Diario de la Marina, La Habana, 10 de noviembre de 1932, p. 2.
(8) Armando Maribona: «Foujita en La Habana», en Bohemia, La Habana, noviembre de 1932, pp. 20-21 y 44.
(9) En los fondos del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana hay obras de Foujita, según confirmó a Opus Habana la subdirección técnica de esa institución.