Integrante de la arquitectura doméstica tradicional, el tipo simple de una planta no ha sido objeto de especial atención, a pesar de constituir la solución más extendida a lo largo de los siglos en la Habana Vieja.
Vinculada a los sectores económicamente más débiles, esta vivienda de lote estrecho y patio lateral, sin zaguán, se analiza a continuación, junto a sus variantes principales.
Pequeña arquitectura, arquitectura menor o de contexto... Quizás estos términos —y las definiciones que les han sido otorgadas por algunos teóricos— han influido en la subvaloración de las edificaciones domésticas representativas de los sectores sociales económicamente más débiles.
Cuando se hace referencia al universo de la arquitectura doméstica habanera, y dentro de ésta a la reconocida por sus valores patrimoniales, se piensa generalmente en las grandes casas palaciegas, en las casonas coloniales enriquecidas por los amplios patios y las galerías, por los mármoles y medios puntos de cristal coloreado..., en aquellas que, según la tradición, pertenecieron a tal conde o a más cual marquesa, en aquellas que nos hace sentir Alejo Carpentier en su novela El siglo de las luces.
Los principales investigadores de nuestra arquitectura colonial centraron su atención en esos palacetes habaneros que ocupaban los más amplios solares y las localizaciones urbanas más favorecidas, reconociendo en ellos sus indudables valores culturales.
Sin embargo, un silencioso y paciente testigo de todas las épocas —la tradicional y modesta vivienda de una planta—, se mantuvo ignorada, resistiendo los embates del tiempo, aceptando con resignación la indiferencia y esperando, quizás, el momento oportuno para lograr su reconocimiento.
Otrora morada del trabajador del astillero, del albañil laborioso y, tal vez, de doña Chepilla, la abuela de Cecilia Valdés, esa vivienda perteneció luego al obrero portuario, al empleado público, al maestro, a la enfermera...
Esas casas bajas —que ocuparon los solares más estrechos y, en consecuencia, desarrollaron los patios laterales— no fueron objeto de especial atención a pesar de constituir el tipo doméstico más extendido a lo largo de los siglos y formar parte del grupo más numeroso de edificaciones que caracterizara a La Habana hasta los inicios del siglo XIX.
Definida por las murallas, la ciudad se mantuvo con edificaciones de una sola planta hasta bien entrado el siglo XVIII. El crecimiento en altura comienza a producirse lentamente a lo largo de esa centuria, una vez agotados los espacios de intramuros, al mismo tiempo que tiene lugar la expansión hacia el exterior del recinto amurallado.(1)
Dicho crecimiento en altura implicó la transformación de gran parte de las edificaciones bajas existentes, mientras que muchas de ellas eran simplemente eliminadas y sustituidas por inmuebles nuevos.
Este proceso adquiere un impulso mucho mayor en las primeras décadas del siglo XX con el advenimiento de la República. Conviene recordar que en la actualidad, más del 60% de las edificaciones del Centro Histórico corresponde a dicha etapa.(2)
UNA PLANTA, DOS SOLUCIONES
Las casas tradicionales de una planta que se desarrollaron en la Habana Vieja respondieron a dos soluciones fundamentales, derivadas del tamaño y las proporciones de los solares, así como de las posibilidades de los diversos grupos sociales.
La primera solución corresponde a la casa de lote estrecho y patio lateral, sin zaguán, vinculada a los sectores económicamente más débiles. La segunda, a la casa que incluyó el zaguán como solución de acceso y que estaba ubicada en lotes más anchos con posibilidades para el desarrollo de galerías y amplios patios (en ocasiones, un patio central).
Esta última opción se relacionaba con los grupos sociales de mayor peso económico, razón por la cual prefirió las localizaciones más importantes, ya fuera vinculándose al sistema de plazas y plazuelas, en los bordes del recinto amurallado o en las esquinas de manzana.
De las edificaciones habaneras de una planta, resultó mucho más afectado el segundo tipo: o sea, la casa con zaguán, galerías y amplios patios. A las transformaciones constructivas, materializadas sobre todo en su crecimiento en altura, se sumaron acciones más drásticas como la sustitución edilicia. En ambos casos, estas afectaciones estuvieron motivadas por el constante ascenso del valor del suelo.
Contrariamente, la casa más simple, aquella que ocupara los lotes más estrechos y los sitios menos privilegiados, lograba resistir mejor la tentación transformadora.
El propio hecho de la dimensión menor de estas casas, las mantuvo generalmente dentro del régimen unifamiliar, a diferencia de las grandes casonas que —a partir de la segunda mitad del siglo XIX— devinieron casas de vecindad tras ser abandonadas por sus iniciales propietarios: las familias de más alto rango social, que comenzaron a desplazarse hacia los nuevos desarrollos urbanos en búsqueda de condiciones ambientales más favorables y áreas más exclusivas.
La permanencia del régimen unifamiliar propició también un mayor grado de conservación tipológica en la casa baja y estrecha, al margen del deterioro constructivo que pudiera afectarla. (2)
CASA DE LOTE ESTRECHO Y PATIO LATERAL, SIN ZAGUÁN
Definida como tipo simple, la vivienda de lote estrecho y patio lateral, sin zaguán, corresponde a aquella cuya primera crujía —extendida a todo lo ancho de la estrecha parcela— funciona como sala principal, con acceso directo desde la calle.
A partir de esta primera crujía se desarrolla otra, longitudinal —perpendicular a aquélla, y hacia uno de los lados de la parcela—, que agrupa a la serie de habitaciones o dormitorios. Paralelamente, se desarrolla el patio, el que a su vez queda separado de la primera crujía o sala por medio de un local de transición o colgadizo, denominación asociada a los techos en pendientes.
Algunas variantes de esta casa eran consecuencia de la profundidad de la parcela. En el caso de parcelas poco profundas el patio hacía contacto con el muro medianero del fondo, como —por ejemplo— en Merced 207 y en Damas 869.
En parcelas de profundidad mediana —situación más frecuente—, el patio quedaba enmarcado por una última crujía transversal donde generalmente se ubicaba la cocina. Las casas de Empedrado 359, Empedrado 411, Habana 958, Picota 10 y muchas otras, corresponden a esta solución. Tanto Merced 307 como Empedrado 359 constituyen «casas gemelas» en las cuales los patios no son colindantes.
Cuando se trata de parcelas aun más profundas, generalmente se incorpora el traspatio, destinado a funciones de servicio. Aparece entonces un cuerpo conocido como «obra traviesa», crujía transversal que separa a ambos patios, utilizada casi siempre como comedor.
Amargura 255 y Damas 864 constituyen casas de lotes profundos que incluyen traspatios. La última de ellas responde a la solución frecuente de patios colindantes, mientras que la primera parece ser la vivienda «sobreviviente» de un par de gemelas.
Una variante curiosa es aquella que, al pretender contar con dos patios sin la suficiente profundidad de la parcela, sustituye la «obra traviesa» por un muro con un vano, rematado en arco, que los comunica. Así puede verse aún en San Isidro 168.
Estas viviendas estrechas y profundas se continuaron construyendo durante el siglo XIX, e incluso después, en las primeras décadas del XX. Para esta última fecha, se habría producido entonces el paso de las cubiertas inclinadas a las cubiertas planas, y, con éstas, la introducción de una variante que quedaría implantada con fuerte peso no sólo en el recinto histórico, sino también en muchos otros sectores de la ciudad extendida.
El colgadizo, que hasta entonces había compartido la segunda crujía con la primera de las habitaciones, al introducirse las cubiertas planas, deriva en una especie de saloncito o saleta pequeña. Poco después, otra variante aún más innovadora —que convivirá con la ya apuntada durante gran parte de la primera mitad del siglo XX— desarrollará esta saleta a todo lo ancho de la segunda crujía.
Ambos espacios establecerán una relación tan fuerte que casi se les llega a apreciar como un ambiente único. Esto se logra a través de los arcos que, sobre esbeltas columnas, servirán de división —algo virtual— entre ambos.
De este modo, la popular casa de sala y saleta quedaría implantada con fuerza tanto en el recinto histórico como en otros muchos sectores de la ciudad desarrollados a partir del siglo XIX.
En todas estas etapas por las que transita la casa baja de lote estrecho se presenta, con mucha frecuencia, el desarrollo de un cuarto alto que se ubica al fondo del inmueble. El acceso al mismo se resuelve, en la mayoría de los casos, a través de una sencilla escalera de una rama situada en el propio patio y contra el muro medianero.
Exponentes de este tipo de casa se conservan aún con cierto peso en el Centro Histórico. Un escaso número de ellas se asocia, al menos tipológicamente, al siglo XVII; un grupo más amplio responde al XVIII, mientras que la mayor parte de las casas corresponde a los siglos XIX y a las primeras décadas del XX.
Resulta curioso analizar el modo en que estas edificaciones aparecen actualmente distribuidas en el ámbito urbano. Puede comprobarse su notable concentración en los sectores más hacia el norte y, sobre todo, en el extremo sur del antiguo recinto, coincidiendo con las áreas residenciales de carácter tradicionalmente más popular: el barrio de la Loma del Ángel y el de San Isidro, áreas estas que, con mucho menos peso, recibieron el influjo de la modernidad en la Habana Vieja.
A cada período de construcción particular le correspondieron determinados sistemas constructivos, así como las consecuentes expresiones formales, sin que dichos cambios afectaran lo sustancial de la organización de la planta. Sin embargo, la modestia y sencillez de la mayoría de estas casas incidió en que la incorporación de las nuevas técnicas fuera a un ritmo menor que en otros tipos de inmuebles cuyos propietarios contaban con mayores recursos y mejor disposición para asimilar el desarrollo tecnológico y las modas cambiantes. De este modo, resulta curioso cómo en estas casas las cubiertas inclinadas llegan a extenderse hasta el siglo XIX y aun, por excepción, a los inicios del XX. En dichas soluciones predominan las sencillas armaduras de par e hilera, aunque en algunas de las más antiguas, se presentan soluciones más elaboradas con tirantes decorados, cuadrantes esquineros, e incluso pechinas. Pero por lo general, los techos planos apoyados sobre estructuras de vigas de madera y tablazón o la variante conocida como «losa por tabla», acompañan a los ejemplares edificados durante el siglo XIX y el siglo XX, en este último con secciones de vigas muy peraltadas.
Una técnica constructiva que se incorpora en el siglo XX a este tipo de casa es la conocida como «viga y losa», que emplea perfiles de acero y pequeñas losas prefabricadas que se apoyan sobre ellos.
EXPRESIONES FORMALES
Algo similar ocurre con las expresiones formales. Las fachadas de las viviendas del siglo XVII eran bien sencillas y mostraban la influencia hispano-mudéjar: predominio de macizos por sobre los vanos, cubierta inclinada con el tejaroz rematando contra el muro a modo de cornisa, puerta española clavadiza con postigo, ventanas de dos hojas hasta casi el nivel del piso...
Estas expresiones se prolongan hasta la centuria siguiente, e incluso, en algunos casos, hasta el siglo XIX. La influencia del barroco apenas las afecta, limitándose —a veces— a algún detalle, como puede ser un arco mixtilíneo abierto hacia el patio, como el que se conserva en San Isidro 168, o alguna carpintería interior.
Las expresiones neoclásicas en estas casas no se incorporan hasta bien entrado el siglo XIX. Entre sus principales elementos aparecen las rejas de hierro forjado, que sustituyen a las balaustradas de madera torneada que cerraban las ventanas de las casas más antiguas.
Prácticamente todos los exponentes conservados actualmente en el Centro Histórico presentan rejas de hierro, independientemente de la época de construcción y del tipo de cubierta, ya sea ésta inclinada o plana.
La casa simple habanera adopta entonces, a su escala más modesta, algunos de los tratamientos novedosos que se introducían en las grandes casas palaciegas, ya fuera el uso de las lucetas y los medios puntos de cristal coloreados, la incorporación de la mampara y la persianería francesa, el diseño de las más elaboradas herrerías, los elegantes pavimentos que emplean desde el sobrio mármol hasta los más coloridos mosaicos, entre otros elementos componentes.
El barrio de San Isidro —producto de la subvaloración a que estuvo sometido durante muchas décadas y que propició un proceso de transformación renovadora mucho más limitado— había conservado un número considerable de estas pequeñas e interesantes casas bajas, aunque en un fuerte estado de deterioro.
Tales argumentos fueron esgrimidos en defensa de una necesaria y urgente actuación en dicho barrio que favoreciera la atención a esas valiosas edificaciones, verdadero patrimonio en peligro. Sin embargo, las deficiencias organizativas, las limitaciones de recursos y las prioridades de la intervención a favor de algunos servicios básicos deficitarios en el barrio, condujeron a resultados incluso lamentables para algunas de esas pequeñas viviendas.
Por suerte, pueden señalarse otras experiencias positivas, como es el caso de Empedrado 359, casa gemela con el número 357, ambas correspondientes al siglo XVIII. La primera de ellas presentaba un fuerte deterioro que había provocado el abandono por parte de sus propietarios, aunque mostraba un increíble grado de integridad tipológica.
Coincidió en su favor que allí había radicado, en el siglo XIX, la sede del periódico La Fraternidad, devenido más tarde La Igualdad, dirigido por el patriota cubano Juan Gualberto Gómez.
Las acciones para su restauración total fueron llevadas a cabo, beneficiándose también la casa gemela colindante, pues la cubierta a dos aguas es común a ambas casas, que comparten una fachada única.
Otra interesante experiencia lo constituye el rescate y parcial restauración de Amargura 255, casa del siglo XVIII. Dicha acción fue iniciada por parte de su propietario, y luego, a partir de la gestión de la Comisión Provincial de Monumentos, incluida en el Plan de Inversiones de la Oficina del Historiador para garantizar su feliz término.
En el caso de Merced 207, minúscula vivienda de gran antigüedad, se ayudó al propietario con algunos de los materiales requeridos para la reparación de la cubierta. Resulta importante señalar cómo una intervención concentrada únicamente en las cubiertas de estas pequeñas edificaciones devendría decisiva en su conservación.
Nuestras pequeñas casas de una planta, testigos permanentes de la vida de nuestra ciudad, son también parte importante del patrimonio edificado habanero. Y aun cuando constituyan su exponente más popular y modesto, bien merecen una mayor atención conservadora.
(1) Según investigaciones realizadas por Carlos Venegas, en 1812 La Habana intramuros contaba con un total de 3 658 viviendas, de las cuales 2 637 correspondían a casas bajas sin zaguán, lo cual representaba un 72%. Ver artículo de Venegas «La vivienda colonial habanera», en Arquitectura y Urbanismo, No. 2, 2002.
(2) Los datos que arroja el Inventario General realizado en 1998 por el Plan Maestro de la Habana Vieja, señalan la presencia de un 11,6% de casas estrechas de una planta (317 ejemplares), contra sólo un 3,2% del tipo de casas de una planta que incluyen el zaguán (87 ejemplares). Las cifras están referidas contra la totalidad de la arquitectura doméstica del Centro Histórico.
Cuando se hace referencia al universo de la arquitectura doméstica habanera, y dentro de ésta a la reconocida por sus valores patrimoniales, se piensa generalmente en las grandes casas palaciegas, en las casonas coloniales enriquecidas por los amplios patios y las galerías, por los mármoles y medios puntos de cristal coloreado..., en aquellas que, según la tradición, pertenecieron a tal conde o a más cual marquesa, en aquellas que nos hace sentir Alejo Carpentier en su novela El siglo de las luces.
Los principales investigadores de nuestra arquitectura colonial centraron su atención en esos palacetes habaneros que ocupaban los más amplios solares y las localizaciones urbanas más favorecidas, reconociendo en ellos sus indudables valores culturales.
Sin embargo, un silencioso y paciente testigo de todas las épocas —la tradicional y modesta vivienda de una planta—, se mantuvo ignorada, resistiendo los embates del tiempo, aceptando con resignación la indiferencia y esperando, quizás, el momento oportuno para lograr su reconocimiento.
Otrora morada del trabajador del astillero, del albañil laborioso y, tal vez, de doña Chepilla, la abuela de Cecilia Valdés, esa vivienda perteneció luego al obrero portuario, al empleado público, al maestro, a la enfermera...
Esas casas bajas —que ocuparon los solares más estrechos y, en consecuencia, desarrollaron los patios laterales— no fueron objeto de especial atención a pesar de constituir el tipo doméstico más extendido a lo largo de los siglos y formar parte del grupo más numeroso de edificaciones que caracterizara a La Habana hasta los inicios del siglo XIX.
Definida por las murallas, la ciudad se mantuvo con edificaciones de una sola planta hasta bien entrado el siglo XVIII. El crecimiento en altura comienza a producirse lentamente a lo largo de esa centuria, una vez agotados los espacios de intramuros, al mismo tiempo que tiene lugar la expansión hacia el exterior del recinto amurallado.(1)
Dicho crecimiento en altura implicó la transformación de gran parte de las edificaciones bajas existentes, mientras que muchas de ellas eran simplemente eliminadas y sustituidas por inmuebles nuevos.
Este proceso adquiere un impulso mucho mayor en las primeras décadas del siglo XX con el advenimiento de la República. Conviene recordar que en la actualidad, más del 60% de las edificaciones del Centro Histórico corresponde a dicha etapa.(2)
UNA PLANTA, DOS SOLUCIONES
Las casas tradicionales de una planta que se desarrollaron en la Habana Vieja respondieron a dos soluciones fundamentales, derivadas del tamaño y las proporciones de los solares, así como de las posibilidades de los diversos grupos sociales.
La primera solución corresponde a la casa de lote estrecho y patio lateral, sin zaguán, vinculada a los sectores económicamente más débiles. La segunda, a la casa que incluyó el zaguán como solución de acceso y que estaba ubicada en lotes más anchos con posibilidades para el desarrollo de galerías y amplios patios (en ocasiones, un patio central).
Esta última opción se relacionaba con los grupos sociales de mayor peso económico, razón por la cual prefirió las localizaciones más importantes, ya fuera vinculándose al sistema de plazas y plazuelas, en los bordes del recinto amurallado o en las esquinas de manzana.
De las edificaciones habaneras de una planta, resultó mucho más afectado el segundo tipo: o sea, la casa con zaguán, galerías y amplios patios. A las transformaciones constructivas, materializadas sobre todo en su crecimiento en altura, se sumaron acciones más drásticas como la sustitución edilicia. En ambos casos, estas afectaciones estuvieron motivadas por el constante ascenso del valor del suelo.
Contrariamente, la casa más simple, aquella que ocupara los lotes más estrechos y los sitios menos privilegiados, lograba resistir mejor la tentación transformadora.
El propio hecho de la dimensión menor de estas casas, las mantuvo generalmente dentro del régimen unifamiliar, a diferencia de las grandes casonas que —a partir de la segunda mitad del siglo XIX— devinieron casas de vecindad tras ser abandonadas por sus iniciales propietarios: las familias de más alto rango social, que comenzaron a desplazarse hacia los nuevos desarrollos urbanos en búsqueda de condiciones ambientales más favorables y áreas más exclusivas.
La permanencia del régimen unifamiliar propició también un mayor grado de conservación tipológica en la casa baja y estrecha, al margen del deterioro constructivo que pudiera afectarla. (2)
CASA DE LOTE ESTRECHO Y PATIO LATERAL, SIN ZAGUÁN
Definida como tipo simple, la vivienda de lote estrecho y patio lateral, sin zaguán, corresponde a aquella cuya primera crujía —extendida a todo lo ancho de la estrecha parcela— funciona como sala principal, con acceso directo desde la calle.
A partir de esta primera crujía se desarrolla otra, longitudinal —perpendicular a aquélla, y hacia uno de los lados de la parcela—, que agrupa a la serie de habitaciones o dormitorios. Paralelamente, se desarrolla el patio, el que a su vez queda separado de la primera crujía o sala por medio de un local de transición o colgadizo, denominación asociada a los techos en pendientes.
Algunas variantes de esta casa eran consecuencia de la profundidad de la parcela. En el caso de parcelas poco profundas el patio hacía contacto con el muro medianero del fondo, como —por ejemplo— en Merced 207 y en Damas 869.
En parcelas de profundidad mediana —situación más frecuente—, el patio quedaba enmarcado por una última crujía transversal donde generalmente se ubicaba la cocina. Las casas de Empedrado 359, Empedrado 411, Habana 958, Picota 10 y muchas otras, corresponden a esta solución. Tanto Merced 307 como Empedrado 359 constituyen «casas gemelas» en las cuales los patios no son colindantes.
Cuando se trata de parcelas aun más profundas, generalmente se incorpora el traspatio, destinado a funciones de servicio. Aparece entonces un cuerpo conocido como «obra traviesa», crujía transversal que separa a ambos patios, utilizada casi siempre como comedor.
Amargura 255 y Damas 864 constituyen casas de lotes profundos que incluyen traspatios. La última de ellas responde a la solución frecuente de patios colindantes, mientras que la primera parece ser la vivienda «sobreviviente» de un par de gemelas.
Una variante curiosa es aquella que, al pretender contar con dos patios sin la suficiente profundidad de la parcela, sustituye la «obra traviesa» por un muro con un vano, rematado en arco, que los comunica. Así puede verse aún en San Isidro 168.
Estas viviendas estrechas y profundas se continuaron construyendo durante el siglo XIX, e incluso después, en las primeras décadas del XX. Para esta última fecha, se habría producido entonces el paso de las cubiertas inclinadas a las cubiertas planas, y, con éstas, la introducción de una variante que quedaría implantada con fuerte peso no sólo en el recinto histórico, sino también en muchos otros sectores de la ciudad extendida.
El colgadizo, que hasta entonces había compartido la segunda crujía con la primera de las habitaciones, al introducirse las cubiertas planas, deriva en una especie de saloncito o saleta pequeña. Poco después, otra variante aún más innovadora —que convivirá con la ya apuntada durante gran parte de la primera mitad del siglo XX— desarrollará esta saleta a todo lo ancho de la segunda crujía.
Ambos espacios establecerán una relación tan fuerte que casi se les llega a apreciar como un ambiente único. Esto se logra a través de los arcos que, sobre esbeltas columnas, servirán de división —algo virtual— entre ambos.
De este modo, la popular casa de sala y saleta quedaría implantada con fuerza tanto en el recinto histórico como en otros muchos sectores de la ciudad desarrollados a partir del siglo XIX.
En todas estas etapas por las que transita la casa baja de lote estrecho se presenta, con mucha frecuencia, el desarrollo de un cuarto alto que se ubica al fondo del inmueble. El acceso al mismo se resuelve, en la mayoría de los casos, a través de una sencilla escalera de una rama situada en el propio patio y contra el muro medianero.
Exponentes de este tipo de casa se conservan aún con cierto peso en el Centro Histórico. Un escaso número de ellas se asocia, al menos tipológicamente, al siglo XVII; un grupo más amplio responde al XVIII, mientras que la mayor parte de las casas corresponde a los siglos XIX y a las primeras décadas del XX.
Resulta curioso analizar el modo en que estas edificaciones aparecen actualmente distribuidas en el ámbito urbano. Puede comprobarse su notable concentración en los sectores más hacia el norte y, sobre todo, en el extremo sur del antiguo recinto, coincidiendo con las áreas residenciales de carácter tradicionalmente más popular: el barrio de la Loma del Ángel y el de San Isidro, áreas estas que, con mucho menos peso, recibieron el influjo de la modernidad en la Habana Vieja.
A cada período de construcción particular le correspondieron determinados sistemas constructivos, así como las consecuentes expresiones formales, sin que dichos cambios afectaran lo sustancial de la organización de la planta. Sin embargo, la modestia y sencillez de la mayoría de estas casas incidió en que la incorporación de las nuevas técnicas fuera a un ritmo menor que en otros tipos de inmuebles cuyos propietarios contaban con mayores recursos y mejor disposición para asimilar el desarrollo tecnológico y las modas cambiantes. De este modo, resulta curioso cómo en estas casas las cubiertas inclinadas llegan a extenderse hasta el siglo XIX y aun, por excepción, a los inicios del XX. En dichas soluciones predominan las sencillas armaduras de par e hilera, aunque en algunas de las más antiguas, se presentan soluciones más elaboradas con tirantes decorados, cuadrantes esquineros, e incluso pechinas. Pero por lo general, los techos planos apoyados sobre estructuras de vigas de madera y tablazón o la variante conocida como «losa por tabla», acompañan a los ejemplares edificados durante el siglo XIX y el siglo XX, en este último con secciones de vigas muy peraltadas.
Una técnica constructiva que se incorpora en el siglo XX a este tipo de casa es la conocida como «viga y losa», que emplea perfiles de acero y pequeñas losas prefabricadas que se apoyan sobre ellos.
EXPRESIONES FORMALES
Algo similar ocurre con las expresiones formales. Las fachadas de las viviendas del siglo XVII eran bien sencillas y mostraban la influencia hispano-mudéjar: predominio de macizos por sobre los vanos, cubierta inclinada con el tejaroz rematando contra el muro a modo de cornisa, puerta española clavadiza con postigo, ventanas de dos hojas hasta casi el nivel del piso...
Estas expresiones se prolongan hasta la centuria siguiente, e incluso, en algunos casos, hasta el siglo XIX. La influencia del barroco apenas las afecta, limitándose —a veces— a algún detalle, como puede ser un arco mixtilíneo abierto hacia el patio, como el que se conserva en San Isidro 168, o alguna carpintería interior.
Las expresiones neoclásicas en estas casas no se incorporan hasta bien entrado el siglo XIX. Entre sus principales elementos aparecen las rejas de hierro forjado, que sustituyen a las balaustradas de madera torneada que cerraban las ventanas de las casas más antiguas.
Prácticamente todos los exponentes conservados actualmente en el Centro Histórico presentan rejas de hierro, independientemente de la época de construcción y del tipo de cubierta, ya sea ésta inclinada o plana.
La casa simple habanera adopta entonces, a su escala más modesta, algunos de los tratamientos novedosos que se introducían en las grandes casas palaciegas, ya fuera el uso de las lucetas y los medios puntos de cristal coloreados, la incorporación de la mampara y la persianería francesa, el diseño de las más elaboradas herrerías, los elegantes pavimentos que emplean desde el sobrio mármol hasta los más coloridos mosaicos, entre otros elementos componentes.
El barrio de San Isidro —producto de la subvaloración a que estuvo sometido durante muchas décadas y que propició un proceso de transformación renovadora mucho más limitado— había conservado un número considerable de estas pequeñas e interesantes casas bajas, aunque en un fuerte estado de deterioro.
Tales argumentos fueron esgrimidos en defensa de una necesaria y urgente actuación en dicho barrio que favoreciera la atención a esas valiosas edificaciones, verdadero patrimonio en peligro. Sin embargo, las deficiencias organizativas, las limitaciones de recursos y las prioridades de la intervención a favor de algunos servicios básicos deficitarios en el barrio, condujeron a resultados incluso lamentables para algunas de esas pequeñas viviendas.
Por suerte, pueden señalarse otras experiencias positivas, como es el caso de Empedrado 359, casa gemela con el número 357, ambas correspondientes al siglo XVIII. La primera de ellas presentaba un fuerte deterioro que había provocado el abandono por parte de sus propietarios, aunque mostraba un increíble grado de integridad tipológica.
Coincidió en su favor que allí había radicado, en el siglo XIX, la sede del periódico La Fraternidad, devenido más tarde La Igualdad, dirigido por el patriota cubano Juan Gualberto Gómez.
Las acciones para su restauración total fueron llevadas a cabo, beneficiándose también la casa gemela colindante, pues la cubierta a dos aguas es común a ambas casas, que comparten una fachada única.
Otra interesante experiencia lo constituye el rescate y parcial restauración de Amargura 255, casa del siglo XVIII. Dicha acción fue iniciada por parte de su propietario, y luego, a partir de la gestión de la Comisión Provincial de Monumentos, incluida en el Plan de Inversiones de la Oficina del Historiador para garantizar su feliz término.
En el caso de Merced 207, minúscula vivienda de gran antigüedad, se ayudó al propietario con algunos de los materiales requeridos para la reparación de la cubierta. Resulta importante señalar cómo una intervención concentrada únicamente en las cubiertas de estas pequeñas edificaciones devendría decisiva en su conservación.
Nuestras pequeñas casas de una planta, testigos permanentes de la vida de nuestra ciudad, son también parte importante del patrimonio edificado habanero. Y aun cuando constituyan su exponente más popular y modesto, bien merecen una mayor atención conservadora.
(1) Según investigaciones realizadas por Carlos Venegas, en 1812 La Habana intramuros contaba con un total de 3 658 viviendas, de las cuales 2 637 correspondían a casas bajas sin zaguán, lo cual representaba un 72%. Ver artículo de Venegas «La vivienda colonial habanera», en Arquitectura y Urbanismo, No. 2, 2002.
(2) Los datos que arroja el Inventario General realizado en 1998 por el Plan Maestro de la Habana Vieja, señalan la presencia de un 11,6% de casas estrechas de una planta (317 ejemplares), contra sólo un 3,2% del tipo de casas de una planta que incluyen el zaguán (87 ejemplares). Las cifras están referidas contra la totalidad de la arquitectura doméstica del Centro Histórico.