El día de la presentación de uno de los ejemplares de Opus Habana (Vol. VI. No. 2, 2002), el pianista Jorge Luis Prats ofreció un concierto «de contenido profundo, ejecución virtuosa y sensibilidad exquisita» en la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís.
La interpretación del pianista Prats demostró la plenitud de su talento, al ejecutar un repertorio de obras que corresponden a etapas también maduras de los compositores elegidos para la ocasión...
De contenido profundo, ejecución virtuosa y sensibilidad exquisita podría calificarse el concierto interpretado en la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís por el laureado pianista Jorge Luis Prats (Camagüey, 1956) con motivo de la presentación de la revista Opus Habana (No. 2, Volumen VI, 2002) y las tarjetas telefónicas prepagadas de ETECSA con obras de pintores contemporáneos cubanos.
Con maestría indiscutible, la interpretación de Prats demostró la plenitud de su talento, al ejecutar un repertorio de obras que corresponden a etapas también maduras de los compositores elegidos para la ocasión: Beethoven, Wagner y Ravel.
La sonata nº 28, opus 101, de Ludwig van Beethoven, integra la «pentalogía» que conforman las obras más complejas escritas por dicho músico para este género. En sus últimas cinco sonatas, Beethoven radicaliza su lenguaje a tal punto que, si bien la sonata constituye la manera de expresión por excelencia de la ilustración y el racionalismo en música, en estas últimas obras logra el momento más cercano a la abstracción, despojándolas de toda contaminación argumental.
Todo lo contrario de su predecesor, Richard Wagner se ubica dentro de la llamada segunda generación de románticos, para quienes el «programa» resulta la base fundamental de su creación. En su caso, dicho programatismo se basa en la búsqueda de esencias, en el desarrollo y transformación hasta la saciedad de una única idea temática.
No obstante, su obra sintoniza con la de Beethoven en que ambos se expresan a través de un lenguaje grandilocuente.
En la transcripción para piano de Preludio y muerte de amor (parte integrante de la ópera Tristán e Isolda de Wagner), se traduce a las posibilidades de dicho instrumento el especial colorido tímbrico de la orquesta wagneriana, recurso que fue subrayado magistralmente en la interpretación de Prats.
Con La Valse recordamos al pianista ganador del prestigioso concurso Marguerite Long-Jacques Thibaud en París, 1977. Transcrita por él mismo, esa pieza de Ravel es originalmente un poema coreográfico para orquesta, y posee un complejo lenguaje armónico.
Sólo un profundo conocedor del repertorio raveliano –en el citado concurso, Prats obtuvo también premio a la mejor interpretación de música francesa con una obra de dicho compositor– podría transcribir La Valse, además de hacernos vibrar en un precioso concierto que nos mantuvo todo el tiempo en vilo y terminó con un crescendo de maestría artística.
Con maestría indiscutible, la interpretación de Prats demostró la plenitud de su talento, al ejecutar un repertorio de obras que corresponden a etapas también maduras de los compositores elegidos para la ocasión: Beethoven, Wagner y Ravel.
La sonata nº 28, opus 101, de Ludwig van Beethoven, integra la «pentalogía» que conforman las obras más complejas escritas por dicho músico para este género. En sus últimas cinco sonatas, Beethoven radicaliza su lenguaje a tal punto que, si bien la sonata constituye la manera de expresión por excelencia de la ilustración y el racionalismo en música, en estas últimas obras logra el momento más cercano a la abstracción, despojándolas de toda contaminación argumental.
Todo lo contrario de su predecesor, Richard Wagner se ubica dentro de la llamada segunda generación de románticos, para quienes el «programa» resulta la base fundamental de su creación. En su caso, dicho programatismo se basa en la búsqueda de esencias, en el desarrollo y transformación hasta la saciedad de una única idea temática.
No obstante, su obra sintoniza con la de Beethoven en que ambos se expresan a través de un lenguaje grandilocuente.
En la transcripción para piano de Preludio y muerte de amor (parte integrante de la ópera Tristán e Isolda de Wagner), se traduce a las posibilidades de dicho instrumento el especial colorido tímbrico de la orquesta wagneriana, recurso que fue subrayado magistralmente en la interpretación de Prats.
Con La Valse recordamos al pianista ganador del prestigioso concurso Marguerite Long-Jacques Thibaud en París, 1977. Transcrita por él mismo, esa pieza de Ravel es originalmente un poema coreográfico para orquesta, y posee un complejo lenguaje armónico.
Sólo un profundo conocedor del repertorio raveliano –en el citado concurso, Prats obtuvo también premio a la mejor interpretación de música francesa con una obra de dicho compositor– podría transcribir La Valse, además de hacernos vibrar en un precioso concierto que nos mantuvo todo el tiempo en vilo y terminó con un crescendo de maestría artística.