Para festejar el 80 cumpleaños de Fina García Marruz, se recabaron aquí distinguidas opiniones que contribuyen a reafirmar su singularidad dentro del grupo Orígenes y, por extensión, en la cultura cubana de todos los tiempos.
En Fina tenemos una poesía de singular espiritualidad, hecha de estados de ánimo, de intuiciones y de revelaciones de la realidad que no vemos en otros poetas cubanos.
Porque su poesía roza el tiempo –«ese tiempo puro, objeto perseguido de toda confesión explícita o velada», al decir de María Zambrano–, Fina García Marruz no merece que se le importune con el apremiante género de la entrevista.
Y es que las preguntas, aun cuando contaran con su aquiescencia, resultarían –a la postre– erráticamente diacrónicas en el propósito de reiterar lo que será ya eterno gracias a su obra literaria: esa inmensa capacidad suya para transmitirnos el misterio de las cosas y el mundo mediante el ralentí de la palabra escrita.
«Quiero escribir con el silencio vivo./ Quiero decir lo que la mano dice./ Porque tú lees mejor el texto vivo/ y el alma, en su guerrear callado, escribe», ha confesado en uno de sus preciosos poemas. Y tales versos bastarían para que respetáramos su voto de silencio para con el periodismo y los periodistas.
Es por ello que, en lugar de una entrevista a la autora de Visitaciones, se han recabado aquí –para la sección Entrecubanos– distinguidas opiniones que contribuyen a reafirmar su singularidad dentro del grupo Orígenes y, por extensión, en la cultura cubana de todos los tiempos.
Y si alguna vez pretendimos acercarnos a Fina con un cuestionario, ante la duda de haber hecho un uso desmesurado de semejante posibilidad, nos complace ahora que este homenaje tenga un carácter policoral como una de esas salves que Esteban Salas compusiera en honor a la virgen María y que ella ha disfrutado junto a su amado esposo.
Porque tal vez Fina se acerque a encarnar ese ideal de mujer que –al decir de Salomón– «es tan difícil de hallar y vale más que las perlas». A esa mujer descrita en el capítulo 31 de los Proverbios con estas virtudes: «(...) confía en ella el corazón de su marido y no cesa de tener ganancia (...) No teme la nieve para su casa, porque toda su familia lleva doble vestido (...) En las puertas de la ciudad su marido es estimado, cuando se sienta con los ancianos del país (...) Sus hijos se levantan para proclamarla dichosa (...)»
ARGEL CALCINES
UN TESORO DE NUESTRA LITERATURA
Apelando al anecdotario personal, el ministro cubano de cultura, Abel Prieto, expresa cuán tempranamente nació su interés por el legado de Orígenes y sus principales protagonistas.
Siendo un joven intelectual, cuando todavía muchos –por causas diversas– trataban de soslayar el legado de Orígenes, Usted se dedicó al estudio de la obra de Lezama Lima, demostrando ya entonces un criterio y sensibilidad propios. ¿Qué lo motivó a adentrarse en la creación origenista? ¿Pudo conocer personalmente al autor de Paradiso?
Hoy, cuando es ministro de Cultura, ¿qué ha significado para usted el tener entre sus representados a esos verdaderos clásicos de la literatura cubana que son Fina García Marruz y Cintio Vitier?
Desde mis años universitarios me apasionó Orígenes como uno de los momentos más trascendentes de la cultura cubana. Recuerdo que en la beca de Humanidades, en F y 3ra., un grupo de amigos leíamos en voz alta Muerte de Narciso, disfrutando las sorpresas que va deslizando Lezama en cada verso de ese poema extraordinario.
Después me cayó en las manos Lo cubano en la poesía, de Cintio, un libro que me deslumbró a pesar de que sostuve con su tesis una relación un tanto ambivalente, ya totalmente superada ante lo que considero hoy uno de los grandes manifiestos de la cubanía.
A Lezama, no lo conocí. Un día, después de graduado, fui hasta la puerta de su casa, en Trocadero, con el poeta Romualdo Santos, un amigo entrañable que murió tempranamente. Teníamos la intención de presentarnos así, sencillamente, como admiradores de su obra, pero lo vimos desde la reja, con algo en el cuello, creo que una toalla o algo así, y sin afeitar, y Romualdo lanzó la tesis de que seguramente Lezama estaba acatarrado o con asma y que no le iba a gustar aquella irrupción adolescentaria, y nos fuimos y regresamos a Isla de Pinos, donde estábamos trabajando en aquel momento. En el ferry, Romualdo me dijo: «perdimos la última oportunidad de conocerlo». Y así fue.
Después tuve el privilegio de conocer muy bien a Eliseo, Fina y Cintio y de hacer amistad con ellos, algo que me honra particularmente. Recuerdo mucho sobre todo un viaje que hicimos juntos, Fina, Cintio y yo, a Poitiers, para asistir a un evento sobre Lezama que organizaba Alain Sicard: fue un regalo de los dioses compartir aquellos días con ellos.
En una de las sesiones del evento, un académico francés expuso una elaboradísima teoría sobre el uso que hace Lezama en un poema de la expresión «café Alaska», símbolo polar y no sé cuántas cosas más, y fue memorable el momento en que Fina se la desinfló explicando –con su estilo tímido pero agudísimo– que en aquel poema se hablaba simplemente del «café Alaska» propiamente dicho, donde tantas veces se reunieron los origenistas.
Por supuesto, aparte de aquella respuesta antológica de Fina, que ponía en ridículo tan gentilmente a los que se acercan a la poesía como entomólogos, ella expuso uno de los trabajos más iluminadores que conozco sobre la poética de Lezama.
Creo que la ensayística de Fina es uno de los tesoros de nuestra literatura: esa mezcla excepcional de intuiciones de raíz poética con el ejercicio de tan transparente lucidez llega muy hondo, adonde jamás llegarán los scholars. En su ensayística, en su poesía, en toda ella, se advierte esa intimidad que, junto a Cintio, tiene con Martí.
Felicidades, Fina, y sigue iluminándonos siempre con tu obra y tu presencia.
ABEL PRIETO
UNA DIMENSIÓN SINGULARÍSIMA
Mediante el juicio comparativo, el destacado investigador Enrique Saínz arroja claves para entender la obra de Fina García Marruz dentro de la poética origenista.
Si se toma como punto de referencia la obra de Lezama Lima –en tanto eje-creador del grupo Orígenes– podría presumirse que una de las características de la poética origenista es la fusión entre los géneros de la poesía y el ensayo, al punto de que es difícil deslindar entre uno y otro. ¿Existe una comunión semejante en la obra de Cintio Vitier? ¿Y en el caso de Fina García Marruz?
Sin duda ése es un rasgo definidor de la práctica origenista, pero en Fina García Marruz alcanza una dimensión singularísima. En Lezama el ensayo es también de linaje poético, pero con una suficiencia que le permite desentenderse de su tema de reflexión hasta convertirlo en un texto revelador del pensamiento, de la cosmovisión del autor, como si fuese un poema; a su vez, en el discurso propiamente lírico –especialmente en Dador (1960), ese libro torrencial de nuestra poesía, sin paralelo en nuestro idioma en cualquier época– hallamos también importantes zonas de reflexión, de adentramiento en la realidad, con un estilo que podemos considerar ensayístico. Así se fusionan ambos géneros hasta desaparecer como tales, de manera que en un ensayo percibimos el aliento y la manera lírica, y en los poemas nos adentramos en la prosa de corte filosófico o de consideración analítica. En Vitier, el ensayo posee los más altos dones de la prosa reflexiva, texto totalmente autónomo en su especificidad genérica. En sus poemas, en cambio, hallamos riquísimos momentos de reflexión, pero siempre dentro de los límites del género. La poesía de Vitier es acaso más reflexiva que la de Lezama, pues en este último predomina lo que podremos llamar la percepción intuitiva, en tanto que en los poemarios del autor de Lo cubano en la poesía predomina una actitud discursiva de raigambre conceptual, sin dejar por ello de ser textos poderosamente líricos.
En Fina, diferentes de ambos, tenemos una poesía de singular espiritualidad, hecha de estados de ánimo, de intuiciones y de revelaciones de la realidad que no vemos en otros poetas cubanos. Sus ensayos, por su parte, nos revelan una percepción de valores textuales que otros ensayistas no nos entregan.
El ensayismo de Fina, de altas calidades líricas, está consustancialmente ligado a su tema de análisis, pero por su condición poemática es asimismo portador de una poesía de la prosa, del pensamiento. La mirada de esta autora nos muestra rasgos de otros poetas desde sus propios textos y en una dimensión interior, develamiento desde la poesía. Muchos de los temas de la poesía de Fina reaparecen en sus ensayos, y en estos cobran una categoría de primer orden, de gran estatura espiritual, sin perder por ello sus características de ensayos propiamente dichos, sin academicismos, de prosa terminantemente artística.
ENRIQUE SAÍNZ
FINA ES SU POESÍA Y SU POESÍA ES ELLA
Como sacerdote católico y hombre de alta cultura, Mons. Carlos Manuel de Céspedes reflexiona sobre los vínculos entre arte y espiritualidad en la revista Orígenes y la obra de Fina García Marruz.
Usted ha planteado en Opus Habana (enero/marzo 1997; No. 2) que «sería demasiado afirmar que el grupo Orígenes y su revista contribuyeran a la espiritualidad católica como tal salvo excepcionalmente con algún artículo, con algún poema... porque tampoco estaba entre sus propósitos ni mucho menos (...)»
Sin embargo, en aras de percibir las esencias de la cubanía, Lezama Lima, Cintio Vitier, Fina García Marruz –entre otros origenistas– extrapolaron categorías afines al dogma cristiano (misterio, encarnación, resurrección...) a sus propios sistemas poéticos, e incluso llegaron a sugerir conexiones entre la historia sagrada y los hechos seculares al abordar, por ejemplo, la muerte de José Martí.
¿No resulta ello sugerente para afirmar que tales poetas –específicamente Fina– contribuyen a la espiritualidad en toda su dimensión, incluida la católica, en tanto profundizaron hacia el sentimiento interior de «lo cubano» («el misterioso cuerpo de nuestra patria o de nuestra propia alma», al decir de la propia Marruz)?
¿Acaso no favorece la poética origenista a sostener que la creencia en la cubanía –más que como una categoría racional– hay que aprehenderla (afinarla) también como una cuestión de fe?
Por detrás de las preguntas que me presentas, se asoma una cierta imprecisión en mi mencionado texto. Imprecisión que, más que de mi comentario como tal, depende de la ambigüedad que la palabra espiritualidad, y todas las que integran el mismo abanico semántico, derivado de la palabra espíritu, han llegado a adquirir en el lenguaje contemporáneo. En el lenguaje tradicional religioso, y de manera especial, en el cristiano, cuando mencionamos la palabra espiritualidad, nos referimos al conjunto de valores y realidades que nos relacionan con el mundo de Dios, con el mundo sobrenatural y el estilo existencial que ellos generan. Lo que incluye también a las realidades y los valores «humanos» o naturales, contemplados, interiorizados y asumidos a la luz de la Fe, virtud teologal que establece la relación entre Dios-Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la persona humana.
Por ejemplo: con ese sentido religioso de la palabra espiritualidad, podemos hablar de una espiritualidad cristiana, judía o musulmana, mientras que –dentro del Cristianismo– podríamos hablar de una espiritualidad católica, ortodoxa, anglicana o protestante. Dentro de cada una de estas familias religiosas, podríamos precisar aún más y referirnos a las diversas corrientes de espiritualidad que, de hecho, coexisten en su interior. Todas son coherentes con la identidad religiosa en cuestión, pero cada una acentúa uno u otro aspecto de esa identidad. Así, los católicos hablamos de espiritualidad agustiniana o benedictina o dominica o franciscana o ignaciana o teresiana... a partir de las personalidades religiosas que inspiran una u otra espiritualidad, cuyas diferencias consisten en la integración –diversamente matizada– de los componentes que se articulan de manera coherente en la experiencia de la Fe católica, idéntica en lo sustancial, pero con esa posibilidad de matices. Es en este sentido estrictamente religioso en el que estaba pensando cuando escribí que «sería demasiado afirmar que el grupo Orígenes y su revista contribuyeran a la espiritualidad católica como tal...». Aunque no es menos cierto que los católicos que formaban parte del grupo, por transparencia, hicieron presente su espiritualidad católica, su estilo de ser católicos, en el seno de la cultura cubana. Resultaba inevitable, si eran coherentes –y lo eran–, que al abordar cualquier tema, aunque no se hiciera mención explícita de ello, lo iluminaran con la luz interior de su Fe. Pero «el grupo» y su revista como tales, respetuosos del pluralismo presente en la totalidad de sus integrantes y en la cultura cubana, no tenían la pretensión de ser una revista «de espiritualidad católica».
Ahora bien, el término espiritualidad y la expresión, emparentada con el mismo, «cultivo de los valores del espíritu» y otras análogas, han adquirido en la cultura contemporánea una connotación despojada de las referencias religiosas –no excluidas, pero tampoco incluidas necesariamente– para venir a significar las realidades humanas que no son sustancialmente materiales, pero que no dejan de ser realidades y de ser humanas. Por ejemplo, el mundo de las artes y de sus valores (referencia a la Estética, a la Belleza bajo todas sus formas); el mundo del Pensamiento y de sus adquisiciones (referencia a la Filosofía y a la Ciencia, a la Verdad o Sabiduría racional en sentido amplio); el mundo de las actitudes ante las realidades existenciales (referencia al mundo de la Ética, a la Bondad). En este sentido se habla de la espiritualidad de personas o de lugares o de ambientes... sin referencias religiosas, sino como afirmación de los valores del espíritu humano, natural. Afirmación que no desconoce la dimensión material del mundo y del ser humano, pero expresa la convicción de que el valor de las realidades humanas no se agota en la materialidad. Por ejemplo, la emoción estética en un lugar hermoso o ante una genuina obra de arte; el gozo por la búsqueda de la Verdad; el cultivo de la lealtad, del amor, del servicio a los demás...
Porque es cierto que todas las realidades humanas se integran o deberían integrarse, como ya nos decían los viejos filósofos escolásticos: FERUM, Bonum et Pulchrum inter se convertuntur (Lo Verdadero, lo Bueno y lo Bello están imbricados entre sí; se relacionan íntimamente, se superponen). Tengo la impresión que una de las tónicas del grupo Orígenes fue precisamente el esfuerzo por esta integración, tanto en los aspectos individuales de la persona humana, como en los comunitarios. Y en el caso de las personas que en ese grupo profesaban una Fe religiosa –concretamente, la Fe católica–, esta Fe en la Trascendencia Trinitaria influyó de manera radical en la manera de integrar su existencia. Fina no ha sido excepción sino, por el contrario, ejemplo eminente de esta coherencia.
En cuanto a las extrapolaciones «en aras de percibir las esencias de la cubanía», sobre las que también me preguntas, no tendría nada que esclarecer, sino solamente reafirmar la naturaleza de la palabra empleada en tu expresión. Se trata de eso, de extrapolaciones de categorías de pensamiento y de lenguaje que, como tales, son utilizadas como imagen, parábola o metáfora. No tienen en esto la exclusiva los poetas origenistas. Es hábito lícito de la Poesía servirse de este medio, incluyendo las afinidades con temas religiosos, para acercarse y acercarnos a la realidad, a una mejor comprensión de la misma. Y esto no sólo en aras de percibir la esencia de la identidad nacional en cuestión –en nuestro caso, de la cubanía–, sino en aras de percibir más ricamente cualquier realidad humana cuya última esencia se nos escapa. Toda realidad humana incluye una buena dosis de misterio que puede ser su punto sustancial, el meollo de su ser. Y al misterio del ser nos aproximamos –e interiorizamos lo que nos es dado aprehender– por los caminos de la observación, del razonamiento, del afecto («las razones del corazón», en el sentido pascaliano), y en estos caminos, la imagen, la metáfora, la parábola, la Poesía con mayúscula –dicho con una sola palabra– son insustituibles e irrenunciables.
Por estos caminos y por otros, los origenistas y, muy específicamente, Fina, han contribuido a la espiritualidad en ese sentido natural al que hice alusión antes: deleite y crecimiento del espíritu humano, que no contradice y que puede conducir a la espiritualidad sobrenatural. El aprecio de los valores del espíritu humano no asentados simplemente en la materialidad humana, y la sensibilidad positiva ante ellos, pueden llegarse a constituir en lo que los teólogos llaman praeambula Fidei (preámbulos de la Fe). Los valores relacionados con la identidad nacional y cultural que nos ha sido dada pueden desempeñar una función integradora significativa, siempre que guarden sus debidas proporciones. Ahora bien, aunque Orígenes no haya sido una revista de espiritualidad católica, con relación a las realidades sobrenaturales, a la espiritualidad en el sentido tradicional cristiano, tampoco deberíamos dejar de tener en cuenta a los origenistas que se ocuparon y se ocupan de estas cuestiones, sea con el lenguaje de la Poesía, sea con la prosa ensayística. Pensemos, por ejemplo, en Fina, en Cintio, en Eliseo, en Octavio Smith, en Mario Parajón, en el propio Lezama y, por supuesto, en el padre Gaztelu, a quien debemos mucha de la mejor poesía religiosa que se ha escrito en Cuba en el siglo XX.
Tu última cuestión, la creencia en la cubanía como «cuestión de fe, no como una categoría racional», nos obliga a regresar a la ambigüedad del lenguaje. La Fe, como virtud teologal, origen y sostén de la existencia cristiana, es –simultáneamente– don de Dios y respuesta libre y responsable de la persona humana; integra la razón, la afectividad, la voluntad, pero las trasciende pues, según nuestras concepciones teológicas, nace de Dios y a Dios nos conduce. A Dios se dirige y, de tal modo que, según una buena teología, un católico no debería decir, por ejemplo, que cree en la Virgen María o en los santos, sino solamente en Dios. A la Virgen María y a los santos se les venera, se les ama, se confía en su protección y se les imita, pero no se cree en ellos, no se tiene Fe en ellos. Sin embargo, cuando de realidades humanas se trata, utilizamos también la palabra fe si tratamos de expresar que nuestra relación con esas realidades va más allá de los análisis o cálculos exclusivamente racionales y tiene en cuenta también «las razones del corazón». En este sentido humano, natural, podemos decir que tenemos fe en una persona, aunque no desconozcamos sus limitaciones, sus errores y hasta sus pecados (que es una realidad que no se identifica simplemente con los errores) y que el amor a la Patria, en nuestro caso a Cuba, es una cuestión de fe, es algo que trasciende el conocimiento intelectivo de su realidad para integrarlo con «las razones del corazón», frecuentemente inefables.
Con los origenistas y con Fina específicamente siempre estaremos en deuda porque su visión católica ha sabido iluminar e integrar articuladamente nuestras realidades existenciales, incluyendo la cubanía que nos es común, y ha tenido el don de la poesía y de todas las formas del lenguaje para transmitirnos su conocimiento integral y su experiencia, lo que ha asumido humildemente, como tarea servicial. Y me atrevo a confesar, y sea éste el punto final, que mi admiración superlativa a Fina está cimentada en la cohesión entre su propia vida y lo que nos dice, en su lenguaje poético y en su ensayística, no ajena a la poesía. Creo que el Poeta genuino, así, con mayúscula, es ése precisamente: el que puede presentar su poesía como testimonio y espejo de lo que él o, en este caso, ella, es y aspira a ser. Poesía infartada en el arco de la vida y en la dirección de la flecha. Fina es su Poesía y su Poesía es ella.
MONS. CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES
Haber conocido a Fina
y haber a Cintio tratado,
es estar enamorado
del misterio que se afina.
José Lezama Lima
y haber a Cintio tratado,
es estar enamorado
del misterio que se afina.
José Lezama Lima
Porque su poesía roza el tiempo –«ese tiempo puro, objeto perseguido de toda confesión explícita o velada», al decir de María Zambrano–, Fina García Marruz no merece que se le importune con el apremiante género de la entrevista.
Y es que las preguntas, aun cuando contaran con su aquiescencia, resultarían –a la postre– erráticamente diacrónicas en el propósito de reiterar lo que será ya eterno gracias a su obra literaria: esa inmensa capacidad suya para transmitirnos el misterio de las cosas y el mundo mediante el ralentí de la palabra escrita.
«Quiero escribir con el silencio vivo./ Quiero decir lo que la mano dice./ Porque tú lees mejor el texto vivo/ y el alma, en su guerrear callado, escribe», ha confesado en uno de sus preciosos poemas. Y tales versos bastarían para que respetáramos su voto de silencio para con el periodismo y los periodistas.
Es por ello que, en lugar de una entrevista a la autora de Visitaciones, se han recabado aquí –para la sección Entrecubanos– distinguidas opiniones que contribuyen a reafirmar su singularidad dentro del grupo Orígenes y, por extensión, en la cultura cubana de todos los tiempos.
Y si alguna vez pretendimos acercarnos a Fina con un cuestionario, ante la duda de haber hecho un uso desmesurado de semejante posibilidad, nos complace ahora que este homenaje tenga un carácter policoral como una de esas salves que Esteban Salas compusiera en honor a la virgen María y que ella ha disfrutado junto a su amado esposo.
Porque tal vez Fina se acerque a encarnar ese ideal de mujer que –al decir de Salomón– «es tan difícil de hallar y vale más que las perlas». A esa mujer descrita en el capítulo 31 de los Proverbios con estas virtudes: «(...) confía en ella el corazón de su marido y no cesa de tener ganancia (...) No teme la nieve para su casa, porque toda su familia lleva doble vestido (...) En las puertas de la ciudad su marido es estimado, cuando se sienta con los ancianos del país (...) Sus hijos se levantan para proclamarla dichosa (...)»
ARGEL CALCINES
UN TESORO DE NUESTRA LITERATURA
Apelando al anecdotario personal, el ministro cubano de cultura, Abel Prieto, expresa cuán tempranamente nació su interés por el legado de Orígenes y sus principales protagonistas.
Siendo un joven intelectual, cuando todavía muchos –por causas diversas– trataban de soslayar el legado de Orígenes, Usted se dedicó al estudio de la obra de Lezama Lima, demostrando ya entonces un criterio y sensibilidad propios. ¿Qué lo motivó a adentrarse en la creación origenista? ¿Pudo conocer personalmente al autor de Paradiso?
Hoy, cuando es ministro de Cultura, ¿qué ha significado para usted el tener entre sus representados a esos verdaderos clásicos de la literatura cubana que son Fina García Marruz y Cintio Vitier?
Desde mis años universitarios me apasionó Orígenes como uno de los momentos más trascendentes de la cultura cubana. Recuerdo que en la beca de Humanidades, en F y 3ra., un grupo de amigos leíamos en voz alta Muerte de Narciso, disfrutando las sorpresas que va deslizando Lezama en cada verso de ese poema extraordinario.
Después me cayó en las manos Lo cubano en la poesía, de Cintio, un libro que me deslumbró a pesar de que sostuve con su tesis una relación un tanto ambivalente, ya totalmente superada ante lo que considero hoy uno de los grandes manifiestos de la cubanía.
A Lezama, no lo conocí. Un día, después de graduado, fui hasta la puerta de su casa, en Trocadero, con el poeta Romualdo Santos, un amigo entrañable que murió tempranamente. Teníamos la intención de presentarnos así, sencillamente, como admiradores de su obra, pero lo vimos desde la reja, con algo en el cuello, creo que una toalla o algo así, y sin afeitar, y Romualdo lanzó la tesis de que seguramente Lezama estaba acatarrado o con asma y que no le iba a gustar aquella irrupción adolescentaria, y nos fuimos y regresamos a Isla de Pinos, donde estábamos trabajando en aquel momento. En el ferry, Romualdo me dijo: «perdimos la última oportunidad de conocerlo». Y así fue.
Después tuve el privilegio de conocer muy bien a Eliseo, Fina y Cintio y de hacer amistad con ellos, algo que me honra particularmente. Recuerdo mucho sobre todo un viaje que hicimos juntos, Fina, Cintio y yo, a Poitiers, para asistir a un evento sobre Lezama que organizaba Alain Sicard: fue un regalo de los dioses compartir aquellos días con ellos.
En una de las sesiones del evento, un académico francés expuso una elaboradísima teoría sobre el uso que hace Lezama en un poema de la expresión «café Alaska», símbolo polar y no sé cuántas cosas más, y fue memorable el momento en que Fina se la desinfló explicando –con su estilo tímido pero agudísimo– que en aquel poema se hablaba simplemente del «café Alaska» propiamente dicho, donde tantas veces se reunieron los origenistas.
Por supuesto, aparte de aquella respuesta antológica de Fina, que ponía en ridículo tan gentilmente a los que se acercan a la poesía como entomólogos, ella expuso uno de los trabajos más iluminadores que conozco sobre la poética de Lezama.
Creo que la ensayística de Fina es uno de los tesoros de nuestra literatura: esa mezcla excepcional de intuiciones de raíz poética con el ejercicio de tan transparente lucidez llega muy hondo, adonde jamás llegarán los scholars. En su ensayística, en su poesía, en toda ella, se advierte esa intimidad que, junto a Cintio, tiene con Martí.
Felicidades, Fina, y sigue iluminándonos siempre con tu obra y tu presencia.
ABEL PRIETO
UNA DIMENSIÓN SINGULARÍSIMA
Mediante el juicio comparativo, el destacado investigador Enrique Saínz arroja claves para entender la obra de Fina García Marruz dentro de la poética origenista.
Si se toma como punto de referencia la obra de Lezama Lima –en tanto eje-creador del grupo Orígenes– podría presumirse que una de las características de la poética origenista es la fusión entre los géneros de la poesía y el ensayo, al punto de que es difícil deslindar entre uno y otro. ¿Existe una comunión semejante en la obra de Cintio Vitier? ¿Y en el caso de Fina García Marruz?
Sin duda ése es un rasgo definidor de la práctica origenista, pero en Fina García Marruz alcanza una dimensión singularísima. En Lezama el ensayo es también de linaje poético, pero con una suficiencia que le permite desentenderse de su tema de reflexión hasta convertirlo en un texto revelador del pensamiento, de la cosmovisión del autor, como si fuese un poema; a su vez, en el discurso propiamente lírico –especialmente en Dador (1960), ese libro torrencial de nuestra poesía, sin paralelo en nuestro idioma en cualquier época– hallamos también importantes zonas de reflexión, de adentramiento en la realidad, con un estilo que podemos considerar ensayístico. Así se fusionan ambos géneros hasta desaparecer como tales, de manera que en un ensayo percibimos el aliento y la manera lírica, y en los poemas nos adentramos en la prosa de corte filosófico o de consideración analítica. En Vitier, el ensayo posee los más altos dones de la prosa reflexiva, texto totalmente autónomo en su especificidad genérica. En sus poemas, en cambio, hallamos riquísimos momentos de reflexión, pero siempre dentro de los límites del género. La poesía de Vitier es acaso más reflexiva que la de Lezama, pues en este último predomina lo que podremos llamar la percepción intuitiva, en tanto que en los poemarios del autor de Lo cubano en la poesía predomina una actitud discursiva de raigambre conceptual, sin dejar por ello de ser textos poderosamente líricos.
En Fina, diferentes de ambos, tenemos una poesía de singular espiritualidad, hecha de estados de ánimo, de intuiciones y de revelaciones de la realidad que no vemos en otros poetas cubanos. Sus ensayos, por su parte, nos revelan una percepción de valores textuales que otros ensayistas no nos entregan.
El ensayismo de Fina, de altas calidades líricas, está consustancialmente ligado a su tema de análisis, pero por su condición poemática es asimismo portador de una poesía de la prosa, del pensamiento. La mirada de esta autora nos muestra rasgos de otros poetas desde sus propios textos y en una dimensión interior, develamiento desde la poesía. Muchos de los temas de la poesía de Fina reaparecen en sus ensayos, y en estos cobran una categoría de primer orden, de gran estatura espiritual, sin perder por ello sus características de ensayos propiamente dichos, sin academicismos, de prosa terminantemente artística.
ENRIQUE SAÍNZ
FINA ES SU POESÍA Y SU POESÍA ES ELLA
Como sacerdote católico y hombre de alta cultura, Mons. Carlos Manuel de Céspedes reflexiona sobre los vínculos entre arte y espiritualidad en la revista Orígenes y la obra de Fina García Marruz.
Usted ha planteado en Opus Habana (enero/marzo 1997; No. 2) que «sería demasiado afirmar que el grupo Orígenes y su revista contribuyeran a la espiritualidad católica como tal salvo excepcionalmente con algún artículo, con algún poema... porque tampoco estaba entre sus propósitos ni mucho menos (...)»
Sin embargo, en aras de percibir las esencias de la cubanía, Lezama Lima, Cintio Vitier, Fina García Marruz –entre otros origenistas– extrapolaron categorías afines al dogma cristiano (misterio, encarnación, resurrección...) a sus propios sistemas poéticos, e incluso llegaron a sugerir conexiones entre la historia sagrada y los hechos seculares al abordar, por ejemplo, la muerte de José Martí.
¿No resulta ello sugerente para afirmar que tales poetas –específicamente Fina– contribuyen a la espiritualidad en toda su dimensión, incluida la católica, en tanto profundizaron hacia el sentimiento interior de «lo cubano» («el misterioso cuerpo de nuestra patria o de nuestra propia alma», al decir de la propia Marruz)?
¿Acaso no favorece la poética origenista a sostener que la creencia en la cubanía –más que como una categoría racional– hay que aprehenderla (afinarla) también como una cuestión de fe?
Por detrás de las preguntas que me presentas, se asoma una cierta imprecisión en mi mencionado texto. Imprecisión que, más que de mi comentario como tal, depende de la ambigüedad que la palabra espiritualidad, y todas las que integran el mismo abanico semántico, derivado de la palabra espíritu, han llegado a adquirir en el lenguaje contemporáneo. En el lenguaje tradicional religioso, y de manera especial, en el cristiano, cuando mencionamos la palabra espiritualidad, nos referimos al conjunto de valores y realidades que nos relacionan con el mundo de Dios, con el mundo sobrenatural y el estilo existencial que ellos generan. Lo que incluye también a las realidades y los valores «humanos» o naturales, contemplados, interiorizados y asumidos a la luz de la Fe, virtud teologal que establece la relación entre Dios-Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la persona humana.
Por ejemplo: con ese sentido religioso de la palabra espiritualidad, podemos hablar de una espiritualidad cristiana, judía o musulmana, mientras que –dentro del Cristianismo– podríamos hablar de una espiritualidad católica, ortodoxa, anglicana o protestante. Dentro de cada una de estas familias religiosas, podríamos precisar aún más y referirnos a las diversas corrientes de espiritualidad que, de hecho, coexisten en su interior. Todas son coherentes con la identidad religiosa en cuestión, pero cada una acentúa uno u otro aspecto de esa identidad. Así, los católicos hablamos de espiritualidad agustiniana o benedictina o dominica o franciscana o ignaciana o teresiana... a partir de las personalidades religiosas que inspiran una u otra espiritualidad, cuyas diferencias consisten en la integración –diversamente matizada– de los componentes que se articulan de manera coherente en la experiencia de la Fe católica, idéntica en lo sustancial, pero con esa posibilidad de matices. Es en este sentido estrictamente religioso en el que estaba pensando cuando escribí que «sería demasiado afirmar que el grupo Orígenes y su revista contribuyeran a la espiritualidad católica como tal...». Aunque no es menos cierto que los católicos que formaban parte del grupo, por transparencia, hicieron presente su espiritualidad católica, su estilo de ser católicos, en el seno de la cultura cubana. Resultaba inevitable, si eran coherentes –y lo eran–, que al abordar cualquier tema, aunque no se hiciera mención explícita de ello, lo iluminaran con la luz interior de su Fe. Pero «el grupo» y su revista como tales, respetuosos del pluralismo presente en la totalidad de sus integrantes y en la cultura cubana, no tenían la pretensión de ser una revista «de espiritualidad católica».
Ahora bien, el término espiritualidad y la expresión, emparentada con el mismo, «cultivo de los valores del espíritu» y otras análogas, han adquirido en la cultura contemporánea una connotación despojada de las referencias religiosas –no excluidas, pero tampoco incluidas necesariamente– para venir a significar las realidades humanas que no son sustancialmente materiales, pero que no dejan de ser realidades y de ser humanas. Por ejemplo, el mundo de las artes y de sus valores (referencia a la Estética, a la Belleza bajo todas sus formas); el mundo del Pensamiento y de sus adquisiciones (referencia a la Filosofía y a la Ciencia, a la Verdad o Sabiduría racional en sentido amplio); el mundo de las actitudes ante las realidades existenciales (referencia al mundo de la Ética, a la Bondad). En este sentido se habla de la espiritualidad de personas o de lugares o de ambientes... sin referencias religiosas, sino como afirmación de los valores del espíritu humano, natural. Afirmación que no desconoce la dimensión material del mundo y del ser humano, pero expresa la convicción de que el valor de las realidades humanas no se agota en la materialidad. Por ejemplo, la emoción estética en un lugar hermoso o ante una genuina obra de arte; el gozo por la búsqueda de la Verdad; el cultivo de la lealtad, del amor, del servicio a los demás...
Porque es cierto que todas las realidades humanas se integran o deberían integrarse, como ya nos decían los viejos filósofos escolásticos: FERUM, Bonum et Pulchrum inter se convertuntur (Lo Verdadero, lo Bueno y lo Bello están imbricados entre sí; se relacionan íntimamente, se superponen). Tengo la impresión que una de las tónicas del grupo Orígenes fue precisamente el esfuerzo por esta integración, tanto en los aspectos individuales de la persona humana, como en los comunitarios. Y en el caso de las personas que en ese grupo profesaban una Fe religiosa –concretamente, la Fe católica–, esta Fe en la Trascendencia Trinitaria influyó de manera radical en la manera de integrar su existencia. Fina no ha sido excepción sino, por el contrario, ejemplo eminente de esta coherencia.
En cuanto a las extrapolaciones «en aras de percibir las esencias de la cubanía», sobre las que también me preguntas, no tendría nada que esclarecer, sino solamente reafirmar la naturaleza de la palabra empleada en tu expresión. Se trata de eso, de extrapolaciones de categorías de pensamiento y de lenguaje que, como tales, son utilizadas como imagen, parábola o metáfora. No tienen en esto la exclusiva los poetas origenistas. Es hábito lícito de la Poesía servirse de este medio, incluyendo las afinidades con temas religiosos, para acercarse y acercarnos a la realidad, a una mejor comprensión de la misma. Y esto no sólo en aras de percibir la esencia de la identidad nacional en cuestión –en nuestro caso, de la cubanía–, sino en aras de percibir más ricamente cualquier realidad humana cuya última esencia se nos escapa. Toda realidad humana incluye una buena dosis de misterio que puede ser su punto sustancial, el meollo de su ser. Y al misterio del ser nos aproximamos –e interiorizamos lo que nos es dado aprehender– por los caminos de la observación, del razonamiento, del afecto («las razones del corazón», en el sentido pascaliano), y en estos caminos, la imagen, la metáfora, la parábola, la Poesía con mayúscula –dicho con una sola palabra– son insustituibles e irrenunciables.
Por estos caminos y por otros, los origenistas y, muy específicamente, Fina, han contribuido a la espiritualidad en ese sentido natural al que hice alusión antes: deleite y crecimiento del espíritu humano, que no contradice y que puede conducir a la espiritualidad sobrenatural. El aprecio de los valores del espíritu humano no asentados simplemente en la materialidad humana, y la sensibilidad positiva ante ellos, pueden llegarse a constituir en lo que los teólogos llaman praeambula Fidei (preámbulos de la Fe). Los valores relacionados con la identidad nacional y cultural que nos ha sido dada pueden desempeñar una función integradora significativa, siempre que guarden sus debidas proporciones. Ahora bien, aunque Orígenes no haya sido una revista de espiritualidad católica, con relación a las realidades sobrenaturales, a la espiritualidad en el sentido tradicional cristiano, tampoco deberíamos dejar de tener en cuenta a los origenistas que se ocuparon y se ocupan de estas cuestiones, sea con el lenguaje de la Poesía, sea con la prosa ensayística. Pensemos, por ejemplo, en Fina, en Cintio, en Eliseo, en Octavio Smith, en Mario Parajón, en el propio Lezama y, por supuesto, en el padre Gaztelu, a quien debemos mucha de la mejor poesía religiosa que se ha escrito en Cuba en el siglo XX.
Tu última cuestión, la creencia en la cubanía como «cuestión de fe, no como una categoría racional», nos obliga a regresar a la ambigüedad del lenguaje. La Fe, como virtud teologal, origen y sostén de la existencia cristiana, es –simultáneamente– don de Dios y respuesta libre y responsable de la persona humana; integra la razón, la afectividad, la voluntad, pero las trasciende pues, según nuestras concepciones teológicas, nace de Dios y a Dios nos conduce. A Dios se dirige y, de tal modo que, según una buena teología, un católico no debería decir, por ejemplo, que cree en la Virgen María o en los santos, sino solamente en Dios. A la Virgen María y a los santos se les venera, se les ama, se confía en su protección y se les imita, pero no se cree en ellos, no se tiene Fe en ellos. Sin embargo, cuando de realidades humanas se trata, utilizamos también la palabra fe si tratamos de expresar que nuestra relación con esas realidades va más allá de los análisis o cálculos exclusivamente racionales y tiene en cuenta también «las razones del corazón». En este sentido humano, natural, podemos decir que tenemos fe en una persona, aunque no desconozcamos sus limitaciones, sus errores y hasta sus pecados (que es una realidad que no se identifica simplemente con los errores) y que el amor a la Patria, en nuestro caso a Cuba, es una cuestión de fe, es algo que trasciende el conocimiento intelectivo de su realidad para integrarlo con «las razones del corazón», frecuentemente inefables.
Con los origenistas y con Fina específicamente siempre estaremos en deuda porque su visión católica ha sabido iluminar e integrar articuladamente nuestras realidades existenciales, incluyendo la cubanía que nos es común, y ha tenido el don de la poesía y de todas las formas del lenguaje para transmitirnos su conocimiento integral y su experiencia, lo que ha asumido humildemente, como tarea servicial. Y me atrevo a confesar, y sea éste el punto final, que mi admiración superlativa a Fina está cimentada en la cohesión entre su propia vida y lo que nos dice, en su lenguaje poético y en su ensayística, no ajena a la poesía. Creo que el Poeta genuino, así, con mayúscula, es ése precisamente: el que puede presentar su poesía como testimonio y espejo de lo que él o, en este caso, ella, es y aspira a ser. Poesía infartada en el arco de la vida y en la dirección de la flecha. Fina es su Poesía y su Poesía es ella.
MONS. CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES
LA ALEGRÍA ES SOLEMNE COMO EL MAR
Profundo estudioso del grupo Orígenes, el poeta, investigador y ensayista Jorge Luis Arcos reconoce aquí: «la lectura de Fina es una de las experiencias espirituales centrales de mi vida».
¿Qué le hizo adentrarse específicamente en la obra de Fina García Marruz, incluso antes de hacerlo con el pensamiento poético de Lezama Lima?
Decía Lezama: «todo azar tiene su justificación». Espero que sea así. Yo primero leí la poesía de Eliseo, a quien conocí personalmente en el año 1981, luego la de Fina. La parte central de Orígenes guarda tantas correspondencias, tiene tantas comunidades que, para comprender la aventura origenista, uno puede, como en una sinécdoque, entrar por la poesía y los ensayos de Fina o los de Cintio o los de Lezama. Eso es lo que le da al grupo su proyección coral, cosmovisiva, como aprecia Fina en su ensayo La familia de Orígenes. Incluso, yo le recomendaría a los lectores más jóvenes que quisieran adentrarse en el universo Orígenes, que comenzaran leyendo los ensayos de Vitier y Fina y, luego, los de Lezama. Las primeras lecturas deben ser para apreciar las comunidades. Ya después podrán verse las necesarias diferencias. Pero, regresando al inicio de esta respuesta, yo trabajaba en el Instituto de Literatura y Lingüística, allá por el año 1984, y tenía que escoger un tema para mi investigación. Como estaba entonces leyendo deslumbrado la poesía de Fina, la elegí a ella. En unos meses escribí el libro sobre su obra. La lectura de Fina es una de las experiencias espirituales centrales de mi vida. No creo haber leído a ningún poeta, por razones que en realidad me son desconocidas, como a Fina. Es bueno preservar en la vida ciertos misterios o aceptarlos con naturalidad.
Cuando usted publicó En torno a la obra poética de Fina García Marruz (1988) y Orígenes: la pobreza irradiante (1994), todavía Fina no había escrito Nociones elementales y algunas elegías, cuaderno incluido en Habana del Centro (1997).
¿Cuál considera es el significado que tiene ese «librillo» dentro de toda su poética, así como Física Elemental (citas textuales)? ¿Desde qué perspectiva (o «constantes», como usted le llama) podría explicarse el inusitado tono humorístico de Fina al escribir esas supuestas «lecciones de gramática inglesa» y que le permite hacer de los «Oficios de amor» hasta un experimento de electroestática?
No creo que el «inusitado tono humorístico», como usted dice, de Nociones elementales y algunas elegías o de Física elemental (citas textuales), tenga que ser explicado. En todo caso, ella dice lo fundamental sobre esos textos en el prólogo suyo, «Razón de este librito». Fíjese que en la dedicatoria ella comienza diciendo: «A Vitier, mi suegro, alto maestro, en estas graves cosas...». Ah, sí, volver a mirar lo conocido, lo natural, donde está la poesía de la naturaleza. Toda la poesía escrita es la derivación de esa experiencia primigenia. Porque, como dice Fina, «la poesía o lo es todo o sería la misma cosa que la injusticia». Ella es el lenguaje de los orígenes, de la sagrada confusión de todas las cosas. Ella guarda la memoria de una armonía perdida y aviva la esperanza en su resurrección. A partir de cualquier apariencia, un árbol, un rostro, un crepúsculo o, como dice la autora de Las miradas perdidas, de «la circulación de la sangre, del aire y de las aguas, la presencia del fuego central, los fenómenos físicos de la radiación del color, el prodigioso aparato del oído, la hermosa velocidad de la luz», podemos acceder a la experiencia de la poesía. Todo se corresponde, incluso con nuestra propia y a veces desolada o patética o soberbia alma. Somos, como las piedras, los caracoles, los peces, fruto del polvo de estrellas desaparecidas. De ahí que ella recuerde, como las llamara Martí, las analogías entre las leyes de la naturaleza y las del espíritu. ¿No son las mismas? Pero, regresando al «tono humorístico», no hay momento, a veces, en que un rostro se muestre más hermoso, más real o natural, que cuando sonríe; es como si se llenara entonces de una imprevista y agradecible gracia, de una plenitud desconocida. Dice Fina: «La alegría es solemne como el mar». Es exactamente la dicha del reconocimiento. Es la forma más natural de aprender, y de reconciliarse con la vida. Al final de su prólogo dice Fina: «Agradezco a estas frasecillas el haberme mostrado la conexión que pueden tener entre sí todas las cosas, aun las que parecen más distantes, sin excepción alguna, la conexión de las frases comunes de una conversación habitual con algunas dolorosas regocijadas verdades solitarias del hombre». Siempre me gusta recordar unos versos suyos sobre Teresita, la de Lisieux, para describir a la propia Fina, porque ella... «Ama su vida ordinaria, su participación en lo común, como el más levantado misterio».
JORGE LUIS ARCOS
Profundo estudioso del grupo Orígenes, el poeta, investigador y ensayista Jorge Luis Arcos reconoce aquí: «la lectura de Fina es una de las experiencias espirituales centrales de mi vida».
¿Qué le hizo adentrarse específicamente en la obra de Fina García Marruz, incluso antes de hacerlo con el pensamiento poético de Lezama Lima?
Decía Lezama: «todo azar tiene su justificación». Espero que sea así. Yo primero leí la poesía de Eliseo, a quien conocí personalmente en el año 1981, luego la de Fina. La parte central de Orígenes guarda tantas correspondencias, tiene tantas comunidades que, para comprender la aventura origenista, uno puede, como en una sinécdoque, entrar por la poesía y los ensayos de Fina o los de Cintio o los de Lezama. Eso es lo que le da al grupo su proyección coral, cosmovisiva, como aprecia Fina en su ensayo La familia de Orígenes. Incluso, yo le recomendaría a los lectores más jóvenes que quisieran adentrarse en el universo Orígenes, que comenzaran leyendo los ensayos de Vitier y Fina y, luego, los de Lezama. Las primeras lecturas deben ser para apreciar las comunidades. Ya después podrán verse las necesarias diferencias. Pero, regresando al inicio de esta respuesta, yo trabajaba en el Instituto de Literatura y Lingüística, allá por el año 1984, y tenía que escoger un tema para mi investigación. Como estaba entonces leyendo deslumbrado la poesía de Fina, la elegí a ella. En unos meses escribí el libro sobre su obra. La lectura de Fina es una de las experiencias espirituales centrales de mi vida. No creo haber leído a ningún poeta, por razones que en realidad me son desconocidas, como a Fina. Es bueno preservar en la vida ciertos misterios o aceptarlos con naturalidad.
Cuando usted publicó En torno a la obra poética de Fina García Marruz (1988) y Orígenes: la pobreza irradiante (1994), todavía Fina no había escrito Nociones elementales y algunas elegías, cuaderno incluido en Habana del Centro (1997).
¿Cuál considera es el significado que tiene ese «librillo» dentro de toda su poética, así como Física Elemental (citas textuales)? ¿Desde qué perspectiva (o «constantes», como usted le llama) podría explicarse el inusitado tono humorístico de Fina al escribir esas supuestas «lecciones de gramática inglesa» y que le permite hacer de los «Oficios de amor» hasta un experimento de electroestática?
No creo que el «inusitado tono humorístico», como usted dice, de Nociones elementales y algunas elegías o de Física elemental (citas textuales), tenga que ser explicado. En todo caso, ella dice lo fundamental sobre esos textos en el prólogo suyo, «Razón de este librito». Fíjese que en la dedicatoria ella comienza diciendo: «A Vitier, mi suegro, alto maestro, en estas graves cosas...». Ah, sí, volver a mirar lo conocido, lo natural, donde está la poesía de la naturaleza. Toda la poesía escrita es la derivación de esa experiencia primigenia. Porque, como dice Fina, «la poesía o lo es todo o sería la misma cosa que la injusticia». Ella es el lenguaje de los orígenes, de la sagrada confusión de todas las cosas. Ella guarda la memoria de una armonía perdida y aviva la esperanza en su resurrección. A partir de cualquier apariencia, un árbol, un rostro, un crepúsculo o, como dice la autora de Las miradas perdidas, de «la circulación de la sangre, del aire y de las aguas, la presencia del fuego central, los fenómenos físicos de la radiación del color, el prodigioso aparato del oído, la hermosa velocidad de la luz», podemos acceder a la experiencia de la poesía. Todo se corresponde, incluso con nuestra propia y a veces desolada o patética o soberbia alma. Somos, como las piedras, los caracoles, los peces, fruto del polvo de estrellas desaparecidas. De ahí que ella recuerde, como las llamara Martí, las analogías entre las leyes de la naturaleza y las del espíritu. ¿No son las mismas? Pero, regresando al «tono humorístico», no hay momento, a veces, en que un rostro se muestre más hermoso, más real o natural, que cuando sonríe; es como si se llenara entonces de una imprevista y agradecible gracia, de una plenitud desconocida. Dice Fina: «La alegría es solemne como el mar». Es exactamente la dicha del reconocimiento. Es la forma más natural de aprender, y de reconciliarse con la vida. Al final de su prólogo dice Fina: «Agradezco a estas frasecillas el haberme mostrado la conexión que pueden tener entre sí todas las cosas, aun las que parecen más distantes, sin excepción alguna, la conexión de las frases comunes de una conversación habitual con algunas dolorosas regocijadas verdades solitarias del hombre». Siempre me gusta recordar unos versos suyos sobre Teresita, la de Lisieux, para describir a la propia Fina, porque ella... «Ama su vida ordinaria, su participación en lo común, como el más levantado misterio».
JORGE LUIS ARCOS
LA GOTA DE AGUA DE LA HABANA VIEJA
En Habana del Centro (1997), Fina García Marruz ha revelado como pocos la «quintaesencia» de la parte más antigua de la ciudad al reducirla magistralmente a esa gota de agua que cae en medio de la cabeza a quienes caminan por sus calles estrechas. ¿Cuánto hay del legado de Orígenes –y, en especial, de la poesía de Fina– en la sensibilidad con que hoy se restaura el Centro Histórico? ¿cómo hacer para conservar –en la nueva ciudad vieja– algunos de esos pequeños misterios como el de «la gota de agua que desciende de unos altos (...) saludo desatendido con que la calle premia, como puede, nuestro paseo de amor por su luz alta y repartida (...)»?
El espíritu de estos versos podría interpretarse como la férrea e inmutable voluntad de –no cediendo ante sugerencias y tentaciones– sostener que la nueva ciudad vieja ha de permanecer siempre habitada. De esta manera, se repetirá el sortilegio de llegar nuevamente ante los portones de la casita parroquial del Espíritu Santo, llevados de la mano de Fina y de Cintio –sin temor a ningún extravío– para dialogar por toda la eternidad con el padre Ángel Gaztelu, poeta y mentor de Orígenes.
A través de un laberinto de calles estrechas, pasaremos bajo esos peculiares estandartes y banderas habaneros: las sábanas y manteles de viejos hilos gastados y damascos descoloridos, sacados de las aguas azuladas de las bateas para colgar, recién lavados, a recaudo del sol.
Siempre mirando hacia esos balcones –en que ya no se asoman las atildadas señoritas del ayer, y donde hoy se encuentran hasta palomares y gallineros–, trataremos de escapar, apretándonos en la acera hasta ponernos al amparo del alero. Sobre todo, si por casualidad es sábado, y se repite la costumbre inmemorial de baldear las casas y los mugrientos zaguanes de los palacios de antaño.
A ese sentido de lo cotidiano, de la ciudad viva en sus habitantes, se refiere Fina con tan sutil y delicada forma. Es como si encarnara el espíritu de Juana Borrero cual manantial que halla, en la grieta abierta entre las rocas, un secreto camino para alimentar la fuente desde las distantes e insondables profundidades.
Sólo hoy, luego de leer sus ensayos y su poesía, me ha sido dada la oportunidad de escuchar a Fina en la intimidad de su familia; disfrutar su agradable y culta conversación al interpretar las razones y motivaciones de sus versos.
Con ella comparto el secreto de ese bautismo esencial de la Habana Vieja, cuya gracia se adquiere luego de haber hecho «nuestro paseo de amor por su luz alta y repartida». Y es que hacia ese inefable balconcillo miro todos los días, porque es la inspiración de mi propia vida.
EUSEBIO LEAL SPENGLER
En Habana del Centro (1997), Fina García Marruz ha revelado como pocos la «quintaesencia» de la parte más antigua de la ciudad al reducirla magistralmente a esa gota de agua que cae en medio de la cabeza a quienes caminan por sus calles estrechas. ¿Cuánto hay del legado de Orígenes –y, en especial, de la poesía de Fina– en la sensibilidad con que hoy se restaura el Centro Histórico? ¿cómo hacer para conservar –en la nueva ciudad vieja– algunos de esos pequeños misterios como el de «la gota de agua que desciende de unos altos (...) saludo desatendido con que la calle premia, como puede, nuestro paseo de amor por su luz alta y repartida (...)»?
El espíritu de estos versos podría interpretarse como la férrea e inmutable voluntad de –no cediendo ante sugerencias y tentaciones– sostener que la nueva ciudad vieja ha de permanecer siempre habitada. De esta manera, se repetirá el sortilegio de llegar nuevamente ante los portones de la casita parroquial del Espíritu Santo, llevados de la mano de Fina y de Cintio –sin temor a ningún extravío– para dialogar por toda la eternidad con el padre Ángel Gaztelu, poeta y mentor de Orígenes.
A través de un laberinto de calles estrechas, pasaremos bajo esos peculiares estandartes y banderas habaneros: las sábanas y manteles de viejos hilos gastados y damascos descoloridos, sacados de las aguas azuladas de las bateas para colgar, recién lavados, a recaudo del sol.
Siempre mirando hacia esos balcones –en que ya no se asoman las atildadas señoritas del ayer, y donde hoy se encuentran hasta palomares y gallineros–, trataremos de escapar, apretándonos en la acera hasta ponernos al amparo del alero. Sobre todo, si por casualidad es sábado, y se repite la costumbre inmemorial de baldear las casas y los mugrientos zaguanes de los palacios de antaño.
A ese sentido de lo cotidiano, de la ciudad viva en sus habitantes, se refiere Fina con tan sutil y delicada forma. Es como si encarnara el espíritu de Juana Borrero cual manantial que halla, en la grieta abierta entre las rocas, un secreto camino para alimentar la fuente desde las distantes e insondables profundidades.
Sólo hoy, luego de leer sus ensayos y su poesía, me ha sido dada la oportunidad de escuchar a Fina en la intimidad de su familia; disfrutar su agradable y culta conversación al interpretar las razones y motivaciones de sus versos.
Con ella comparto el secreto de ese bautismo esencial de la Habana Vieja, cuya gracia se adquiere luego de haber hecho «nuestro paseo de amor por su luz alta y repartida». Y es que hacia ese inefable balconcillo miro todos los días, porque es la inspiración de mi propia vida.
EUSEBIO LEAL SPENGLER
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