Aunque el tiempo le ha cobrado cuentas al mobiliario colonial cubano, quedan todavía muchos ejemplos que testifican su riqueza. Entre ellos, se destacan las cómodas de sacristía del siglo XVIII, cuyas superficies ondulantes son refinada expresión del barroco en la ebanistería.
En Cuba, los armarios de sacristía proliferaron a partir del siglo XVIII, cuando la feligresía adinerada de las congregaciones locales destina grandes sumas de dinero para construir y amueblar sus iglesias.
{mosimage}El gran arcón o armario de sacristía se origina en Italia durante el período gótico y fue introducido en la Península Ibérica a fines del siglo XV e inicios del siglo XVI como elemento mobiliario que se apoyaba, o era construido, en una pared de la sacristía, o sea, en la habitación donde el sacerdote se prepara para celebrar la misa.
Con casi siempre un emblema de la fe tallado en su superficie de madera, este mueble de gran tamaño servía para guardar todo lo que se utiliza en la celebración eucarística: cálices, incensarios, patenas..., incluyendo los hábitos del sacerdote.
En Cuba, los armarios de sacristía proliferaron a partir del siglo XVIII, cuando la feligresía adinerada de las congregaciones locales destina grandes sumas de dinero para construir y amueblar sus iglesias.
Hechos con caoba (Swietenia mahoganis) e interiores de cedro (Cedrela odorata), ellos se caracterizan por la amplia hilera de gavetas en su frente de bloque (block front), que es como se denomina en ebanistería al frente de un gabinete, cómoda o escritorio que se haya fabricado en más de un plano, dividido verticalmente en tres paneles, de manera tal que el del centro es cóncavo y los dos laterales son convexos.
Tal alternancia de planos cóncavos y convexos recuerda el movimiento ondulante de la fachada de la Catedral de La Habana, cuyas columnas, frontones, hornacinas y volutas crean perspectivas artificiosas gracias a un efecto de claroscuro o contraste provocado por el juego de luces y sombras.
Esculpida en coquina (una roca de fósiles de concha) y piedra caliza, la Catedral fue reconstruida en 1748 y, desde entonces, domina la plaza homónima, siendo el máximo exponente barroco en la arquitectura colonial cubana; «música convertida en piedra», al decir de Alejo Carpentier.
Y precisamente en su interior se encuentra uno de los más famosos armarios de sacristía de La Habana, como reafirmando que esas piezas constituyen la más refinada expresión del Barroco en el mobiliario cubano del siglo XVIII.
En este artículo, primeramente abordaremos el desarrollo del mueble colonial cubano –de manera genérica– a partir de las circunstancias históricas que propician su diferenciación con respecto al modelo hispánico. A continuación, particularizaremos en el armario de sacristía cuando pasa del entorno eclesiástico al doméstico y recibe –sin dudas– la influencia del patrón del buró inglés y de la cómoda de estilo Rococó francés.
Todo ello teniendo en cuenta que apenas existen fuentes de información primaria y secundaria –documentación de origen– acerca de la antigua ebanistería cubana. Sólo tenemos las pruebas que representan en sí mismas las piezas conservadas.
El Barroco se desarrolló en Francia durante el reinado de Luis XIV (1643-1715), y la mayoría de los especialistas en artes decorativas concuerdan en que su influencia sobre el mobiliario del resto de Europa se extendió hasta poco después de la mitad del siglo XVIII, entremezclándose con el naciente estilo Rococó.
Como resultado, «España perdió gradualmente los rasgos nacionales de su mobiliario hacia finales del siglo XVII. Desaparecieron totalmente en el siglo XVIII, durante el reinado de los Borbones, cuando los estilos predominantes fueron naturalmente los denominados «Luis», en muchos casos llenos de elegancia y desvelo por la línea, cuyas curvas y garbo eran francamente antagónicos con la robustez y simplicidad características de los españoles».1
Lo que algunos aficionados a la decoración consideran una pérdida para España, constituyó una ganancia para la Cuba colonial. Y es que mientras las influencias foráneas del siglo XVIII se consideran una disolución de la probidad del sereno y sobrio mueble tradicional español, la mayoría del mueble cubano de esa misma época muestra prodigalidad en su singular empleo de la interpretación vernácula.
Los artesanos cubanos lograron aunar los elementos autóctonos con aquéllos provenientes de allende los mares –incluida Inglaterra– para crear un estilo de mobiliario que realzara las maderas preciosas tropicales con proporciones audaces y una vívida ornamentación, basada en el predominio de la talla y el diseño curvilíneo.
Para lograrlo, nada mejor que la caoba por ser fácil de tallar, sólida y compacta, lo cual le permitía ajustarse magníficamente al barnizado y pulimento en correspondencia con el gusto de la época.
Esta madera llegó a ser también la preferida en España, desplazando al roble y el nogal, que habían sido los más usados allí comúnmente desde el Renacimiento hasta el primer cuarto del siglo XVIII.
Hacia la mitad de esa centuria, sería precisamente Cuba la mayor proveedora de Swietenia mahoganis del Nuevo Mundo.
No puede explicarse la evolución del mueble cubano –y de la cómoda de sacristía, en particular– al margen de las condiciones socioeconómicas que, a fin de cuentas, determinaron el contacto directo de Cuba con otros referentes culturales europeos, además del hispánico.
Al filo del siglo XVIII, San Cristóbal de La Habana se había convertido en la tercera ciudad del Nuevo Mundo, después de Ciudad de México y Lima.
Parte de ese crecimiento se debió al éxito del comercio del tabaco, cuyo cultivo era el más lucrativo de la Isla hasta que, más adelante, la caña de azúcar se impuso en esa misma centuria.
Los franceses deseaban particularmente el tabaco cubano, y estaban decididos a comerciar cualquier producto suyo para obtenerlo. Este trueque se intensificó con el establecimiento de la dinastía francesa de los Borbones en el trono español (el duque Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, fue coronado como Felipe V en enero de 1700), tras lo cual se produjo un cambio descomunal en la navegación y el comercio entre Europa y las colonias españolas.
A esta influencia de Francia en Cuba se añadiría pocos años después la británica, pues cuando los franceses no fueron capaces de abastecer las demandas de esclavos de las Antillas hispánicas, los ingleses entraron en ese comercio:
«Como consecuencia, cuando se rubricó el Tratado de Utrecht en 1713 para terminar la Guerra de Sucesión Española, los británicos estuvieron en condiciones de insistir en tomar posesión del asiento. Aunque un Borbón gobernara en Madrid, los barcos británicos transportarían africanos a las Américas para trabajar en las haciendas, los palacios, las minas y las granjas tabacaleras y azucareras del Imperio».2
{mosimage}Además de otorgarle el asiento de negros –limitado en un principio a treinta años y al Río de la Plata–, dicho Tratado también concedió a los británicos el «navío de permiso», un barco con el que podían introducir anualmente 300 toneladas de sus productos en territorio americano.
«Las puertas de la Nueva España se abrieron para los comerciantes franceses, los holandeses y especialmente para los ingleses; de esa manera el mobiliario inglés se puso de moda».3
A esa preferencia contribuía, ya desde antes, que «buena cantidad de artesanos de Londres estuvieran vinculados a la exportación de muebles ingleses hacia España y Portugal en la primera mitad del siglo XVIII».4
Así, en un artículo sobre las exportaciones de muebles ingleses a España durante el siglo XVIII, R. W. Symonds asevera: «Desde tiempos antiguos, Londres había poseído la reputación de fabricar artículos de la mejor calidad y con los diseños de la última moda. No solamente para los ingleses en su hogar y en las colonias, sino también para muchos extranjeros (...) Los distintivos rasgos del diseño, además del brillante colorido del barniz, el uso de asientos de rejilla en las sillas, taburetes y bancos, a causa de su gran frescura en un clima tórrido, son características notables de este mobiliario».5
Pero no es hasta después de la toma de La Habana por las tropas británicas en 1762, que los bienes de consumo comienzan a llegar en gran escala directamente a la Isla desde Inglaterra y otros países. Y es que, al término de la Guerra de los Siete Años (1756-1763), cuando recupera esta ciudad, el Gobierno español permite de cierta manera el comercio libre. 6
En lo adelante, debido principalmente a la venta del azúcar, el auge económico trae aparejado el esplendor de la arquitectura civil habanera con la construcción de grandes residencias palaciegas.
Para amueblarlas, la aristrocacia azucarera cubana (o sacarocracia) importa muebles de Francia, Inglaterra y Holanda, así como de Norteamérica.
El arribo de esas piezas –cuya madera blanda cede a la humedad, el comején y las termitas tropicales– generó solicitudes para la reproducción de las mismas, y para cubrir estas demandas surgen las copias y reinterpretaciones de los ebanistas cubanos.
Estos se familiarizaron con las nuevas propuestas de diseño gracias a los libros de plantillas importados, especialmente el de Thomas Chippendale titulado The Gentleman and Cabinet-Maker's Director. Impresa en 1754, esa obra se había diseminado a través de Europa (la tercera edición se publicó en francés), Norteamérica y las colonias isleñas del Caribe.
A la postre, en la Isla «coexistieron estilos diferentes que fueron ocasionalmente combinados en piezas individuales del mobiliario cubano. Otras piezas recibieron la influencia de los estilos Reina Ana y Chippendale, o reflejaron diseños franceses o el estilo Provenzal. Además, se puede observar la influencia holandesa, pero la permanencia de la tradición ornamental española es más evidente. Estas tendencias estilísticas son, en buena medida, resultado del comercio con Europa, pero pueden haber sido motivadas también por comerciantes inmigrantes».7
Finalmente, el deseo de las noblezas española y cubana por las magnánimas proporciones (el interminable abastecimiento isleño de caoba lo permitía), influyó en que los artesanos produjeran copias cada vez menos fieles a los originales europeos.
Junto a la monumentalidad, el logro de profundas y elaboradas tallas determinó que los muebles cubanos resultaran más exóticos, además de ser más resistentes que sus análogos foráneos.
Desde mediados hasta finales del siglo XVIII, el mobiliario cubano alcanzó su auge de diseño y pericia.
Las cómodas de sacristía se consideraban el plato fuerte en toda colección de la elite cubana, la cual tenía pasión por ostentar y era conocida por el alarde de su riqueza. En el hecho de encargar y adaptar lo que era –en principio– un prototipo religioso, se ponía de manifiesto su altanería como clase de nuevos ricos.
Los mismos opulentos patrocinadores que contribuyeron generosamente a la construcción de las iglesias locales y sus interiores, encargaron a los ebanistas la fabricación de cómodas de sacristía más pequeñas para las capillas de sus mansiones.
Hechos en menor escala y exentos, con un frente de bloque de gavetas, esos modelos imitaban las espléndidas piezas construidas inicialmente para el recinto eclesiástico.
En un inicio, las cómodas de sacristía eran encargadas por los aristócratas cubanos para las capillas privadas de sus palacios, pero con el tiempo ocuparon un lugar en los dormitorios y salas de cualquier familia que tuviera pretensiones de posición social o riqueza.
La inmensa mayoría de esos muebles fueron hechos con caoba isleña o con sabicú (Lysiloma sabicu) y tienen apariencia barroca, con el frente serpentino. Usualmente estaban diseñados con tres, cuatro y –en raras ocasiones– cinco largas gavetas que constituyen el frente.
Como regla general, el frente de cada gaveta era cortado de una sola pieza de Swietenia mahoganis, tallada de tal manera que formara una superficie convexa/cóncava repetida. Posteriormente, en el siglo XIX, la superficie en relieve se aplicaba y pegaba con cola.
A medida que avanzaba el siglo XVIII y la moda del Rococó francés devino más popular, las cómodas de sacristía cubanas adquirieron diseños suntuarios excepcionales: la serpentina frontal continuaba en sus costados, y sus patas sobresalían hacia delante, terminadas en profundas volutas.
Según la documentación existente, las cómodas de sacristía con frente de bloque serpentino fueron construidas en Cuba desde la década de 1730.
Si esto realmente fue así, tal evidencia reviste gran importancia para la historia de dicho mobiliario, pues pone en duda el presunto origen norteamericano del diseño de frente de bloque.
Durante años, muchos especialistas han creído que el estilo de frente de bloque fue creado en Newport, probablemente por John Goddard en la década de 1760. Pero pruebas recientes trasladan a Boston el lugar de origen, donde Job Coint hizo un escritorio-biblioteca con frente de bloque en la temprana fecha de 1738.8
Así, en un artículo sobre los orígenes del diseño de muebles con frente de bloque de Newport, publicado en Magazine Anticues por Peter Mooz, se explica:
«En todo caso, parece probable que los diseños de muebles de Newport, no obstante ser singulares, fueron originalmente inducidos de antecedentes fuera de Newport. El modelo estaba basado en el frente de bloque desarrollado en Boston y la ornamentación puede haber sido tomada de diseños franceses...»9
¿Pudiera haberse transmitido el estilo de frente de bloque desde Cuba a Boston? Por ahora, no podemos demostrarlo, pero existen registros de navíos de mercaderes estadounidenses que visitaron La Habana con el propósito de seleccionar y adquirir caoba isleña para ebanistería.
Al respecto, expone William Brownell Goodwin en su trabajo de 1928 titulado «Notes on Block Front Piece in the Cathedral at Havana, Cuba»:
«Naturalmente, mi teoría es que el mismo Job Towsend o John Goddard, o ambos, poco después de 1741 visitaron La Habana con el propósito de escoger y seleccionar buena caoba para su trabajo, y que en esa ocasión visitaron la Catedral, vieron esta pieza y reconocieron la extraordinaria calidad de su confección y desarrollaron el modelo conocido como frente de bloque americano».10
Este descubrimiento de Goodwin condujo a la publicación de una fotografía de la cómoda de sacristía de la Catedral de La Habana en el volumen I de Furniture Treasury in 1928, de Wallace Nutting.11
Una cómoda de sacristía similar, pero de mayores proporciones, se encuentra en la iglesia del Espíritu Santo, y bien pudiera ser que ambas hayan sido construidas por el mismo artesano cubano.
Para las décadas de 1780 y 1790, el bullicioso estilo Rococó había cedido ante el empuje del Neoclásico.
Influido por los descubrimientos arqueológicos del siglo XVIII en Pompeya y Herculano, el mobiliario –al igual que la arquitectura– priorizó el regreso a la simetría, las líneas rectas, las proporciones clásicas...
A tenor con esos cambios estilísticos y constructivos, hasta mediados del siglo XIX los artesanos isleños continuaron produciendo la cómoda de sacristía cubana en los llamados estilos Neoclásico tardío e Imperio.{mosimage}Pero, gradualmente, el trabajo a destajo y la producción seriada se convirtieron en regla. Los ebanistas comenzaron a perder su aprecio por el oficio, y quienes habían fabricado muebles completos, debieron especializarse en tareas específicas. Como resultado, fueron reemplazados por los menos talentosos fabricantes de muebles y aprendices cuya meta era la eficiencia productiva más que la calidad.
Esta nueva industrialización satisfacía las necesidades de la clase media emergente y la burguesía nativa cubanas, pero dificultaba cada vez más que la elite rica pudiese mandar a hacer muebles en correspondencia con sus gustos y preferencias.
De manera que la oligarquía cubana comenzó a buscar en otras partes y a importar muebles antiguos (principalmente franceses) y reproducciones refinadas de muebles de Norteamérica y Europa.
No obstante, los muebles fabricados en Cuba nunca perdieron totalmente su demanda, y siempre prevaleció el interés por poseer las cómodas de sacristía del siglo XVIII.
1 Rafael Domenech Gallissá: Antique Spanish Furniture. Traducido al español por Grace Hardendorf Burr. Archive Press, New York, 1965, p. 20.
2 Hugh Thomas: Slave Trade. Simon & Schuster, New York, 1997, p. 231.
3 Héctor Rivero Borrell M., Gustavo Curiel, Antonio Rubial García, Juana Gutiérrez Haces y David B. Warren: The Grandeur of Viceregal Mexico: Treasures from the Museo Franz Mayer. (The Museum of Fine Arts, Houston, Museo Franz Mayer, México, 2002), p. 172.
4 R. W. Symonds: «English Eighteenth Century Furniture Exports to Spain and Portugal», The Burlington Magazine, vol. XXVIII, 1941, p. 58.
5 Ídem.
6 Sherry Johnson: The Social Transformation of Eighteenth-Century Cuba. University Press of Florida, Florida, 2001, p. 10.
7 Ernest Cardet: The Dictionary of Art, Vol. 8, Grove, New York, 1996, p. 235.
8 The Magazine Anticues, Junio 1971, p. 882.
9 Ídem, p. 886.
10 Ídem, p. 891.
11 Wallace Nutting: Furniture Treasury in 1928, ilustración no. 260, Macmillan, New York.
Con casi siempre un emblema de la fe tallado en su superficie de madera, este mueble de gran tamaño servía para guardar todo lo que se utiliza en la celebración eucarística: cálices, incensarios, patenas..., incluyendo los hábitos del sacerdote.
En Cuba, los armarios de sacristía proliferaron a partir del siglo XVIII, cuando la feligresía adinerada de las congregaciones locales destina grandes sumas de dinero para construir y amueblar sus iglesias.
Hechos con caoba (Swietenia mahoganis) e interiores de cedro (Cedrela odorata), ellos se caracterizan por la amplia hilera de gavetas en su frente de bloque (block front), que es como se denomina en ebanistería al frente de un gabinete, cómoda o escritorio que se haya fabricado en más de un plano, dividido verticalmente en tres paneles, de manera tal que el del centro es cóncavo y los dos laterales son convexos.
Tal alternancia de planos cóncavos y convexos recuerda el movimiento ondulante de la fachada de la Catedral de La Habana, cuyas columnas, frontones, hornacinas y volutas crean perspectivas artificiosas gracias a un efecto de claroscuro o contraste provocado por el juego de luces y sombras.
Esculpida en coquina (una roca de fósiles de concha) y piedra caliza, la Catedral fue reconstruida en 1748 y, desde entonces, domina la plaza homónima, siendo el máximo exponente barroco en la arquitectura colonial cubana; «música convertida en piedra», al decir de Alejo Carpentier.
Y precisamente en su interior se encuentra uno de los más famosos armarios de sacristía de La Habana, como reafirmando que esas piezas constituyen la más refinada expresión del Barroco en el mobiliario cubano del siglo XVIII.
En este artículo, primeramente abordaremos el desarrollo del mueble colonial cubano –de manera genérica– a partir de las circunstancias históricas que propician su diferenciación con respecto al modelo hispánico. A continuación, particularizaremos en el armario de sacristía cuando pasa del entorno eclesiástico al doméstico y recibe –sin dudas– la influencia del patrón del buró inglés y de la cómoda de estilo Rococó francés.
Todo ello teniendo en cuenta que apenas existen fuentes de información primaria y secundaria –documentación de origen– acerca de la antigua ebanistería cubana. Sólo tenemos las pruebas que representan en sí mismas las piezas conservadas.
El Barroco se desarrolló en Francia durante el reinado de Luis XIV (1643-1715), y la mayoría de los especialistas en artes decorativas concuerdan en que su influencia sobre el mobiliario del resto de Europa se extendió hasta poco después de la mitad del siglo XVIII, entremezclándose con el naciente estilo Rococó.
Como resultado, «España perdió gradualmente los rasgos nacionales de su mobiliario hacia finales del siglo XVII. Desaparecieron totalmente en el siglo XVIII, durante el reinado de los Borbones, cuando los estilos predominantes fueron naturalmente los denominados «Luis», en muchos casos llenos de elegancia y desvelo por la línea, cuyas curvas y garbo eran francamente antagónicos con la robustez y simplicidad características de los españoles».1
Lo que algunos aficionados a la decoración consideran una pérdida para España, constituyó una ganancia para la Cuba colonial. Y es que mientras las influencias foráneas del siglo XVIII se consideran una disolución de la probidad del sereno y sobrio mueble tradicional español, la mayoría del mueble cubano de esa misma época muestra prodigalidad en su singular empleo de la interpretación vernácula.
Los artesanos cubanos lograron aunar los elementos autóctonos con aquéllos provenientes de allende los mares –incluida Inglaterra– para crear un estilo de mobiliario que realzara las maderas preciosas tropicales con proporciones audaces y una vívida ornamentación, basada en el predominio de la talla y el diseño curvilíneo.
Para lograrlo, nada mejor que la caoba por ser fácil de tallar, sólida y compacta, lo cual le permitía ajustarse magníficamente al barnizado y pulimento en correspondencia con el gusto de la época.
Esta madera llegó a ser también la preferida en España, desplazando al roble y el nogal, que habían sido los más usados allí comúnmente desde el Renacimiento hasta el primer cuarto del siglo XVIII.
Hacia la mitad de esa centuria, sería precisamente Cuba la mayor proveedora de Swietenia mahoganis del Nuevo Mundo.
No puede explicarse la evolución del mueble cubano –y de la cómoda de sacristía, en particular– al margen de las condiciones socioeconómicas que, a fin de cuentas, determinaron el contacto directo de Cuba con otros referentes culturales europeos, además del hispánico.
Al filo del siglo XVIII, San Cristóbal de La Habana se había convertido en la tercera ciudad del Nuevo Mundo, después de Ciudad de México y Lima.
Parte de ese crecimiento se debió al éxito del comercio del tabaco, cuyo cultivo era el más lucrativo de la Isla hasta que, más adelante, la caña de azúcar se impuso en esa misma centuria.
Los franceses deseaban particularmente el tabaco cubano, y estaban decididos a comerciar cualquier producto suyo para obtenerlo. Este trueque se intensificó con el establecimiento de la dinastía francesa de los Borbones en el trono español (el duque Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, fue coronado como Felipe V en enero de 1700), tras lo cual se produjo un cambio descomunal en la navegación y el comercio entre Europa y las colonias españolas.
A esta influencia de Francia en Cuba se añadiría pocos años después la británica, pues cuando los franceses no fueron capaces de abastecer las demandas de esclavos de las Antillas hispánicas, los ingleses entraron en ese comercio:
«Como consecuencia, cuando se rubricó el Tratado de Utrecht en 1713 para terminar la Guerra de Sucesión Española, los británicos estuvieron en condiciones de insistir en tomar posesión del asiento. Aunque un Borbón gobernara en Madrid, los barcos británicos transportarían africanos a las Américas para trabajar en las haciendas, los palacios, las minas y las granjas tabacaleras y azucareras del Imperio».2
{mosimage}Además de otorgarle el asiento de negros –limitado en un principio a treinta años y al Río de la Plata–, dicho Tratado también concedió a los británicos el «navío de permiso», un barco con el que podían introducir anualmente 300 toneladas de sus productos en territorio americano.
«Las puertas de la Nueva España se abrieron para los comerciantes franceses, los holandeses y especialmente para los ingleses; de esa manera el mobiliario inglés se puso de moda».3
A esa preferencia contribuía, ya desde antes, que «buena cantidad de artesanos de Londres estuvieran vinculados a la exportación de muebles ingleses hacia España y Portugal en la primera mitad del siglo XVIII».4
Así, en un artículo sobre las exportaciones de muebles ingleses a España durante el siglo XVIII, R. W. Symonds asevera: «Desde tiempos antiguos, Londres había poseído la reputación de fabricar artículos de la mejor calidad y con los diseños de la última moda. No solamente para los ingleses en su hogar y en las colonias, sino también para muchos extranjeros (...) Los distintivos rasgos del diseño, además del brillante colorido del barniz, el uso de asientos de rejilla en las sillas, taburetes y bancos, a causa de su gran frescura en un clima tórrido, son características notables de este mobiliario».5
Pero no es hasta después de la toma de La Habana por las tropas británicas en 1762, que los bienes de consumo comienzan a llegar en gran escala directamente a la Isla desde Inglaterra y otros países. Y es que, al término de la Guerra de los Siete Años (1756-1763), cuando recupera esta ciudad, el Gobierno español permite de cierta manera el comercio libre. 6
En lo adelante, debido principalmente a la venta del azúcar, el auge económico trae aparejado el esplendor de la arquitectura civil habanera con la construcción de grandes residencias palaciegas.
Para amueblarlas, la aristrocacia azucarera cubana (o sacarocracia) importa muebles de Francia, Inglaterra y Holanda, así como de Norteamérica.
El arribo de esas piezas –cuya madera blanda cede a la humedad, el comején y las termitas tropicales– generó solicitudes para la reproducción de las mismas, y para cubrir estas demandas surgen las copias y reinterpretaciones de los ebanistas cubanos.
Estos se familiarizaron con las nuevas propuestas de diseño gracias a los libros de plantillas importados, especialmente el de Thomas Chippendale titulado The Gentleman and Cabinet-Maker's Director. Impresa en 1754, esa obra se había diseminado a través de Europa (la tercera edición se publicó en francés), Norteamérica y las colonias isleñas del Caribe.
A la postre, en la Isla «coexistieron estilos diferentes que fueron ocasionalmente combinados en piezas individuales del mobiliario cubano. Otras piezas recibieron la influencia de los estilos Reina Ana y Chippendale, o reflejaron diseños franceses o el estilo Provenzal. Además, se puede observar la influencia holandesa, pero la permanencia de la tradición ornamental española es más evidente. Estas tendencias estilísticas son, en buena medida, resultado del comercio con Europa, pero pueden haber sido motivadas también por comerciantes inmigrantes».7
Finalmente, el deseo de las noblezas española y cubana por las magnánimas proporciones (el interminable abastecimiento isleño de caoba lo permitía), influyó en que los artesanos produjeran copias cada vez menos fieles a los originales europeos.
Junto a la monumentalidad, el logro de profundas y elaboradas tallas determinó que los muebles cubanos resultaran más exóticos, además de ser más resistentes que sus análogos foráneos.
Desde mediados hasta finales del siglo XVIII, el mobiliario cubano alcanzó su auge de diseño y pericia.
Las cómodas de sacristía se consideraban el plato fuerte en toda colección de la elite cubana, la cual tenía pasión por ostentar y era conocida por el alarde de su riqueza. En el hecho de encargar y adaptar lo que era –en principio– un prototipo religioso, se ponía de manifiesto su altanería como clase de nuevos ricos.
Los mismos opulentos patrocinadores que contribuyeron generosamente a la construcción de las iglesias locales y sus interiores, encargaron a los ebanistas la fabricación de cómodas de sacristía más pequeñas para las capillas de sus mansiones.
Hechos en menor escala y exentos, con un frente de bloque de gavetas, esos modelos imitaban las espléndidas piezas construidas inicialmente para el recinto eclesiástico.
En un inicio, las cómodas de sacristía eran encargadas por los aristócratas cubanos para las capillas privadas de sus palacios, pero con el tiempo ocuparon un lugar en los dormitorios y salas de cualquier familia que tuviera pretensiones de posición social o riqueza.
La inmensa mayoría de esos muebles fueron hechos con caoba isleña o con sabicú (Lysiloma sabicu) y tienen apariencia barroca, con el frente serpentino. Usualmente estaban diseñados con tres, cuatro y –en raras ocasiones– cinco largas gavetas que constituyen el frente.
Como regla general, el frente de cada gaveta era cortado de una sola pieza de Swietenia mahoganis, tallada de tal manera que formara una superficie convexa/cóncava repetida. Posteriormente, en el siglo XIX, la superficie en relieve se aplicaba y pegaba con cola.
A medida que avanzaba el siglo XVIII y la moda del Rococó francés devino más popular, las cómodas de sacristía cubanas adquirieron diseños suntuarios excepcionales: la serpentina frontal continuaba en sus costados, y sus patas sobresalían hacia delante, terminadas en profundas volutas.
Según la documentación existente, las cómodas de sacristía con frente de bloque serpentino fueron construidas en Cuba desde la década de 1730.
Si esto realmente fue así, tal evidencia reviste gran importancia para la historia de dicho mobiliario, pues pone en duda el presunto origen norteamericano del diseño de frente de bloque.
Durante años, muchos especialistas han creído que el estilo de frente de bloque fue creado en Newport, probablemente por John Goddard en la década de 1760. Pero pruebas recientes trasladan a Boston el lugar de origen, donde Job Coint hizo un escritorio-biblioteca con frente de bloque en la temprana fecha de 1738.8
Así, en un artículo sobre los orígenes del diseño de muebles con frente de bloque de Newport, publicado en Magazine Anticues por Peter Mooz, se explica:
«En todo caso, parece probable que los diseños de muebles de Newport, no obstante ser singulares, fueron originalmente inducidos de antecedentes fuera de Newport. El modelo estaba basado en el frente de bloque desarrollado en Boston y la ornamentación puede haber sido tomada de diseños franceses...»9
¿Pudiera haberse transmitido el estilo de frente de bloque desde Cuba a Boston? Por ahora, no podemos demostrarlo, pero existen registros de navíos de mercaderes estadounidenses que visitaron La Habana con el propósito de seleccionar y adquirir caoba isleña para ebanistería.
Al respecto, expone William Brownell Goodwin en su trabajo de 1928 titulado «Notes on Block Front Piece in the Cathedral at Havana, Cuba»:
«Naturalmente, mi teoría es que el mismo Job Towsend o John Goddard, o ambos, poco después de 1741 visitaron La Habana con el propósito de escoger y seleccionar buena caoba para su trabajo, y que en esa ocasión visitaron la Catedral, vieron esta pieza y reconocieron la extraordinaria calidad de su confección y desarrollaron el modelo conocido como frente de bloque americano».10
Este descubrimiento de Goodwin condujo a la publicación de una fotografía de la cómoda de sacristía de la Catedral de La Habana en el volumen I de Furniture Treasury in 1928, de Wallace Nutting.11
Una cómoda de sacristía similar, pero de mayores proporciones, se encuentra en la iglesia del Espíritu Santo, y bien pudiera ser que ambas hayan sido construidas por el mismo artesano cubano.
Para las décadas de 1780 y 1790, el bullicioso estilo Rococó había cedido ante el empuje del Neoclásico.
Influido por los descubrimientos arqueológicos del siglo XVIII en Pompeya y Herculano, el mobiliario –al igual que la arquitectura– priorizó el regreso a la simetría, las líneas rectas, las proporciones clásicas...
A tenor con esos cambios estilísticos y constructivos, hasta mediados del siglo XIX los artesanos isleños continuaron produciendo la cómoda de sacristía cubana en los llamados estilos Neoclásico tardío e Imperio.{mosimage}Pero, gradualmente, el trabajo a destajo y la producción seriada se convirtieron en regla. Los ebanistas comenzaron a perder su aprecio por el oficio, y quienes habían fabricado muebles completos, debieron especializarse en tareas específicas. Como resultado, fueron reemplazados por los menos talentosos fabricantes de muebles y aprendices cuya meta era la eficiencia productiva más que la calidad.
Esta nueva industrialización satisfacía las necesidades de la clase media emergente y la burguesía nativa cubanas, pero dificultaba cada vez más que la elite rica pudiese mandar a hacer muebles en correspondencia con sus gustos y preferencias.
De manera que la oligarquía cubana comenzó a buscar en otras partes y a importar muebles antiguos (principalmente franceses) y reproducciones refinadas de muebles de Norteamérica y Europa.
No obstante, los muebles fabricados en Cuba nunca perdieron totalmente su demanda, y siempre prevaleció el interés por poseer las cómodas de sacristía del siglo XVIII.
1 Rafael Domenech Gallissá: Antique Spanish Furniture. Traducido al español por Grace Hardendorf Burr. Archive Press, New York, 1965, p. 20.
2 Hugh Thomas: Slave Trade. Simon & Schuster, New York, 1997, p. 231.
3 Héctor Rivero Borrell M., Gustavo Curiel, Antonio Rubial García, Juana Gutiérrez Haces y David B. Warren: The Grandeur of Viceregal Mexico: Treasures from the Museo Franz Mayer. (The Museum of Fine Arts, Houston, Museo Franz Mayer, México, 2002), p. 172.
4 R. W. Symonds: «English Eighteenth Century Furniture Exports to Spain and Portugal», The Burlington Magazine, vol. XXVIII, 1941, p. 58.
5 Ídem.
6 Sherry Johnson: The Social Transformation of Eighteenth-Century Cuba. University Press of Florida, Florida, 2001, p. 10.
7 Ernest Cardet: The Dictionary of Art, Vol. 8, Grove, New York, 1996, p. 235.
8 The Magazine Anticues, Junio 1971, p. 882.
9 Ídem, p. 886.
10 Ídem, p. 891.
11 Wallace Nutting: Furniture Treasury in 1928, ilustración no. 260, Macmillan, New York.